Según todas las
encuestas, incluyendo el termómetro de la calle, la actitud
de Alvarez generó en la población una mayoritaria
y comprensible corriente de simpatía. Pero al margen de que
se entienda, ¿se justifica?
Es cierto que el ex vice no tenía otro camino que armar las
valijas, so pena de ser cómplice de las prácticas
institucionales que denunció. De todos modos, podría
inferirse que la decisión le daba vueltas en la cabeza hace
tiempo. Vaya a saberse desde cuándo. ¿Acaso un hombre
inteligente como él pensó que éste sería
un gobierno progresista, y que la corporación PJ-UCR abandonaría
su carácter de tal, y que nada menos que el rancio conservador
Fernando de la Rúa encabezaría el cambio? Si fue tan
tonto como para suponer que sí, cabría concederle
algún beneficio de inventario. Tragó los sapos de
impuestazo, recorte salarial, reforma laboral, voto anti-Cuba, pero
más que eso no para un tipo con aspiraciones de político
nada rojo aunque sí rosadito. Y entonces el Senado, a mitad
de camino entre el aguantadero y la delincuencia de guante blanco,
le sobrevino anillo al dedo. Otra hipótesis, más pérfida,
es creer que siempre supo lo que ocurriría; y que maquiavélicamente
tejió una estrategia que, en el momento justo, le dejase
un espacio izquierdoso donde volver a refugiarse.
Con mayor precisión de escenarios posibles puede pensarse
en Alvarez 2003, desde el liderazgo de una corriente contestataria
lejana del antimodelo, pero suficiente para que la derecha se asegure
como siempre tener quién la corra por izquierda
en tanto izquierda que luego sea fácilmente trasmutada a
derecha.
Porque queda claro: Alvarez se va por disidencias de manejo institucional
y no porque sus principios le impidan continuar en un gobierno antipopular.
Alvarez no se va porque rebajaron los sueldos, ni porque sacudieron
a los sacudidos con más subas de impuestos, ni porque se
ratifica ajuste tras ajuste. Se va porque, en el mejor de los casos,
es un honesto individual en una gestión que, ni siquiera
en ese terreno, demuestra ser mejor que el menemismo. Pero, ¿se
puede ser decente y a la vez partícipe de un modelo ideológico
que ahoga a las mayorías, hasta el viernes desde dentro y
ahora con la colaboración desde el llano?
En estos días, y en general a lo largo de toda la crisis,
fue notable la pasividad de lo que el eufemismo por dueños
del país denomina como hombres de negocios.
O el mercado.
Naturalmente. Si hay algo que no está en juego en este espectáculo,
que parece tan conmocionante, es la fiesta de los menos. Al contrario.
Acaban de agregar otro festejo.
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