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El Nobel fue para tres médicos que estudiaron la actividad cerebral

Son un sueco y dos norteamericanos. Trabajaron en el área de las conexiones neuronales e hicieron descubrimientos básicos para comprender funciones cerebrales.

Por Pedro Lipcovich

t.gif (862 bytes)  La lentitud rige a la rapidez: esta fórmula, que podría haber sido enunciada por el Buda, sintetiza la tarea por la cual tres investigadores obtuvieron ayer el Premio Nobel de Medicina. Todos ellos trabajaron en el campo de las “sinapsis lentas”, formas de conexión entre neuronas que regulan la actividad cerebral. Así uno de ellos, el sueco Arvid Carlsson, hizo posible el fármaco que, desde hace cuatro décadas, permite mitigar el mal de Parkinson. El norteamericano Paul Greengard encontró formas de interrelación entre células nerviosas que permitieron elaborar medicamentos más precisos contra enfermedades mentales. Eric Kandel –cuya familia emigró de Austria a Estados Unidos en 1939– descubrió las bases materiales de la memoria humana.
El Instituto Karolinska de Estocolmo fundamentó su decisión en que los premiados “hicieron descubrimientos esenciales sobre un modo importante de transmisión de la señal entre células nerviosas, la transmisión sináptica lenta”, que resultaron “determinantes para la comprensión de las funciones normales del cerebro y de las condiciones en las que perturbaciones en la transmisión de la señal pueden inducir enfermedades”.
¿Para qué le sirve al sistema nervioso tener una transmisión rápida y otra lenta? Marcelo Rubinstein, profesor de fisiología del sistema nervioso en la UBA, toma un ejemplo muy común: “Suena el teléfono y usted extiende su brazo de inmediato para atenderlo: las neuronas que inervan los músculos del brazo han liberado un neurotransmisor rápido, que funciona mediante iones por los que pasan cargas eléctricas”. Sí, pero tal vez el llamado sea de esos que uno prefiere no atender... Aquí intervienen los neurotransmisores lentos.
Estas sustancias no transmiten simplemente una señal sino que modifican la neurona que las recibe, cambiando su capacidad para responder a ulteriores mensajes. Se los llama también neuromoduladores y están sólo en el cerebro. “El sistema nervioso puede compararse con un circuito eléctrico pero con la particularidad de que sus ‘cables’, las neuronas, a diferencia de los cables de cobre, cambian a cada instante sus propiedades, y esto les permite producir nuevas conexiones o reprimir conexiones que hubieran podido ser”, explica el neurofisiólogo.
Haber dejado que sonara ese teléfono fue un acto de memoria. “Usted recordó que el llamado podía ser ese que prefería no atender; actuó en función de su experiencia previa, en lugar de atender el llamado a la manera de un reflejo.” En los efectos de los neurotransmisores lentos, el premiado Kandel estudió la memoria: “Fue uno de los primeros en demostrar que el recuerdo y la evocación no residen en un ente abstracto, en ninguna especie de ‘alma’, sino en moléculas”, destaca Rubinstein. Kandel experimentó con una pequeña babosa de mar, la Aplypsia, cuya ventaja es que no tiene más de 20.000 células nerviosas, mientras que el ser humano tiene más de 100.000 millones. Después siguió con ratones: comprobó que, cuando les administraba una droga que bloqueaba un neurotransmisor lento, perdían la capacidad para conductas aprendidas, por ejemplo evitar un peligro.
El premiado Carlsson fue el descubridor de un neurotransmisor lento llamado dopamina. Y después, en animales de laboratorio, advirtió que, cuando les daba una droga que bajaba sus niveles de dopamina, dejaban de moverse y empezaban a temblar ¡como si tuvieran mal de Parkinson! Gracias a esa iluminación, desde hace 40 años se utiliza la L-DOPA, un precursor de la dopamina, como medicamento para los que padecen esa enfermedad.
Las investigaciones del premiado Paul Greengard dieron lugar a una nueva generación de los psicofármacos que se emplean para mitigar enfermedades mentales graves, ya que permitieron advertir que algunos de los que se usaban afectaban la transmisión nerviosa, por bloquear los receptores de dopamina. Los medicamentos ulteriores fueron más selectivos. “Vine a Estados Unidos a pedido de Adolf Hitler”, comentó ayer Kandel, que nació en 1929 en Viena y cuya familia, judía, emigró con la llegada de las tropas nazis en 1939. El científico se recibió de médico en Nueva York, se nacionalizó estadounidense y, desde 1974, dirigió el Centro de Neurobiología y Comportamiento de la Universidad de Columbia, en la misma ciudad.
Greengard, de 74 años, quien hizo la mayor parte de su carrera en la Universidad Rockefeller –de la cual surgieron ya 21 galardonados con el Nobel–, anunció ya que donará parte del dinero a un fondo “para recompensar, cada año, los trabajos de una mujer en el terreno de la investigación biomédica”. Carlsson, a los 77 años, se mantiene en actividad; es profesor emérito de la Universidad de Goteborg, en Estocolmo. Los tres se repartirán el premio de nueve millones de coronas suecas, unos 915.000 dólares.

 

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