Por
Julián Gorodischer
La chica del parlante tiene un objetivo claro: que la vean cuando
mueve sus pechos exuberantes y se la lleven al teatro de revista. Por
eso se disputa con las otras el podio en el que la cámara se detiene
por más tiempo. Llega bien temprano al estudio de Much Music para
tener un puesto que la destaque. Quiero ser como Alejandra Pradón,
revela. Somos muy parecidas. Y sacude la melena hacia adelante,
como lo haría la vedette que más admira. La chica del parlante
disfruta haciéndose la nena, mientras se pregunta, compungida:
¿Por qué me miran?. Y bate con energía
toda su carne pulposa.
Esta es la escena de los perseguidores del minuto de fama prometido.
Se los ofrecen en un programa muy extraño que se llama Much
Dance (jueves a las 21, Much Music), y ya lleva seis temporadas
en el cable. La fórmula es sencilla: pasan música dance,
abren las puertas y dan libre acceso. La fórmula es, también,
bastante aburrida: la música aturde, casi no se escuchan las voces
de los conductores, y los cuerpos nunca se llevan demasiado bien con lo
que sale de los parlantes. El baile que se ve es esquemático, rígido,
como si todos fueran marionetas disfrazadas con púas en la cabeza,
trajes de amianto, bikinis para algunos varones y mucha brillantina para
las chicas. Lo mismo que hace demasiado como para recordarlo proponían
programas justamente olvidados, como Música en Libertad.
Pero detrás del frívolo paisaje aúllan otras voces:
desocupados, travestis, adoradores de estrellas televisivas, mujeres en
busca de fama que se concentran. Están allí, muy disfrazados,
y bailan frenéticamente. No es común que la TV les abra
sus puertas. Vienen desde el conurbano, viajan en tren, se calzan máscaras
de extraterrestres, flores metalizadas, trajes de papel aluminio... Aquí
nadie les pregunta sus historias; no vinieron a contarlas. Los invitaron
para que bailen más fuerte, con más ritmo. Los
llenan de humo y ellos tosen; los retan si se detienen. Vuelven cada semana
y son dóciles, como si sólo existieran unas pocas formas
de ingresar a la TV, y todas estuvieran unidas por la orden y el acato.
Tal vez, si saben comportarse como les están pidiendo que lo hagan,
bien fiesteros, les pase lo mismo que a Madonna.
La chica declaró su fidelidad absoluta al ciclo, desde que llegó
hace cinco años. Se presenta: Soy Madonna, y no importa
que no se parezca ni un poquito. Es Madonna, y cuesta conseguir que revele
su verdadero nombre. Es pasión lo que siente, pero no por la que
ahora es madre de dos hijos, sino por la jovencita de Like a Virgin.
Allí se detuvo el tiempo para Sandra. Vengo desde el 95,
dice. La paso bien: vamos al Mc Donalds, salimos a comer algo.
Llueva o truene, me van a ver en este lugar. Ese es su orgullo:
asistencia completa desde los 23 años (ahora tiene 27). Cada jueves
está asociado a este programa, aunque mucha agua haya corrido:
es casada, separada, ahora vive con sus padres. La sensación de
orgullo no se modifica: Me reconocen por la calle; soy famosa.
En Much Dance el DJ es el jefe máximo. Cuando él
decide, sube un poco el volumen y los gritos se crispan, o después
baja la tensión con un tema suave. Ahora, DJ Pitty, el chico que
pasa la música casi en un trance, sorprende con una letra inesperada.
El pueblo unido jamás será vencido, se repite
en el remix, y todos se sacuden. El ritmo del tecno social
es pegadizo. Detrás del vidrio que separa el interior de Humberto
Primo hay risas. Much Music queda a pocos metros del ex Padelai, ocupado
por 600 personas, muchas de las cuales viven un festín visual.
Pegan la nariz a la vidriera y se entusiasman señalando al hombre
espacial con felino. La excursión tiene valor de curiosidad,
y la multitud se disuelve pocos minutos después. La repetición
no sostiene un interés prolongado. Esa regla tiene su excepción:
los adoradores de los DJs podrían pasar horas entregados
al baile. DJ Deró, que también trabaja en el programa, tieneuna
explicación: La música no podía quedarse al
margen de la transformación tecnológica. El mundo evolucionó,
y el dance produjo una revolución cultural.
Es una afirmación que Pappo no comparte: en Sábado
Bus se batió a duelo verbal con Deró sobre la
ridiculez de que un DJ se haga llamar artista. Deró fue indiferente,
pero ahora, ante la consulta, reduce el problema a una cuestión
generacional: Mi papá tampoco entiende lo que hago.
Al productor Guillermo Mastrángelo también le gusta pensarse
como un movimiento. Por eso, como Aldo Haydar, uno de los
conductores, se enoja cuando escucha la palabra frívolo.
No existe en nuestro vocabulario, provoca Aldo. Y Guillermo
se queja: La Argentina es un país muy prejuicioso; no entienden
que el dance es una forma de vida y consideran a `Much Dance un
programa bizarro.
Ahora que todo terminó, Julián se saca el traje de hombre
espacial con felino. Sus dos amigos hacen lo suyo con la careta
de ET y la peluca de púas. Elena se baja del parlante. Pablo se
saca las pestañas postizas y Laura agrega algo que le parece imprescindible:
La semana pasada me pidieron un autógrafo. Se saludan,
pero como si nada hubiera terminado. Dicen: Hasta el jueves.
Y con una sola frase fijan el reencuentro.
Café
Fashion nos copió
Cada bailarín de Much Dance se toma bien en
serio eso de ponerse la camiseta. Hace un tiempo que
Leandro, relacionista público convocado para desfilar prendas
extravagantes, es un personaje fijo del programa. Como Madonna,
Leo Prototipo 001 o Pablo Forte, son incondicionales de la cita
de los jueves. Tanto que tienen reproches para hacer: Café
Fashion nos copió, protesta Leandro, y señala
el supuesto plagio. Dice que sus bailarinas, el fondo de circo,
la reproducción de una disco que componen el ciclo de la
medianoche de Azul son ideas robadas al programa de Much Music.
El querer sentirse únicos es una vocación que atraviesa
a todos, desde público a productores. También Guillermo
Mastrángelo, de la producción, tiene algo que decir
en tal sentido: Este es el primer show dance de la Argentina.
Hay uno en Canadá (en el Much Music original) pero es más
sobrio. No tiene el mismo nivel de alegría que se ve acá.
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El
Love Parade de Palermo
Fue
el mejor día de toda mi carrera, afirma el DJ Deró,
durante una grabación del programa, al recordar el 21 de
septiembre, cuando los bosques de Palermo se convirtieron en el
escenario preferido por la música dance y sus adoradores
más extremos. Fueron varias horas en las que Buenos Aires
se convirtió en una reproducción del mítico
Love Parade, que se realiza en Berlín, Alemania. Todos los
que bailan en el estudio de Much Music dijeron presente en Palermo,
entre los camiones de distintas radios y empresas discográficas,
disfrazados y pintados, haciendo culto a la doctrina raver. Martín,
con su careta de ET, estuvo también en la fiesta del día
de la primavera: Ahí uno puede hacer lo que quiera,
y nadie te mira mal, exalta el chico, acostumbrado a que en
otros ámbitos lo señalen con el dedo. Todos
los que estábamos ahí compartimos una forma de vida,
agrega Laura, desde arriba del parlante. Ante todo, hay que
pasarla bien, se suma un tercero, Ricardo, cuyo disfraz es
una cruza entre un Snoopy y un astronauta. Esa indefinición
atañe a todos: se transforman no para asemejarse a algo o
alguien. Son imágenes abstractas que comparten algunas reglas
imprescindibles: debe haber sobre el cuerpo algo plateado (que connote
futurista), alguna antena, púa o metal saliente
(algo así como conmigo no se juega), y mucho
maquillaje que haga los rostros irreconocibles detrás de
la pintura (por las dudas, por si me ven en la calle,
según confiesa un bailarín anónimo).
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