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Opinion
Por Susana Viau

Donde quedan de la rua y alvarez
¿Vencedores y vencidos?

Puesta a prueba, la unión no funcionó. 
Igual que en cualquier ruptura, en esta pareja ¿alguien ganó?

El Presidente ha asegurado que la dimisión de su segundo lo tomó desprevenido. Cómo podía ser de otro modo, subrayó, cuando al comunicarle los cambios Alvarez no manifestó ninguna disconformidad. Si el estupor que confiesa el jefe del Estado fuera auténtico, estaríamos ante un problema: el Presidente no mide con claridad el alcance de sus actos. Para el resto de los ciudadanos, e incluso para la propia tropa presidencial, los nombramientos de Fernando de la Rúa no dejaban lugar a interpretaciones: el Presidente ponía a su aliado a caminar por el pretil. O Alvarez se quedaba en su puesto, definitivamente desautorizado, o agarraba el tapado de piel y la maleta de cartón.
Durante la campaña, De la Rúa y Alvarez compartieron miles de kilómetros desempeñando cada uno el rol que le correspondía en el delicado equilibrio de una fórmula destinada a asegurar un entusiasmo sin pasiones y sin sobresaltos: uno, el del agitador extrovertido, brillante traductor de la política al lenguaje de la gente corriente, insumiso ante los códigos tradicionales del métier; el otro, el del garante del sistema, económico en la transmisión de sus emociones, apegado a un discurso convencional, que no identifica ni significa, que no revela sino que, al revés, vela la posibilidad de reconocerlo y de predecirlo por la palabra. No es alocada la hipótesis de que fue recién después, en el poder, que cada uno estos hombres empezó a saber de verdad, cabalmente, quién era el otro. 
Puesta a prueba, la unión no funcionó. Igual que en cualquier ruptura, en esta pareja uno ganó y otro perdió, aunque el ganador no coincida necesariamente con el que se queda y el perdedor no sea siempre quien debe abandonar la casa. El Presidente se queda acompañado de la convicción, muy particular, de que ha salido del trance reforzado en su autoridad y de que el costo de su decisión está acotado. Sin embargo, los relevos �siempre pensados para oxigenar gobiernos� dibujan una creciente tendencia a la endogamia, a un aislamiento que amenaza convertirlo en rehén de la oposición; muestran una configuración más mezquina y estrecha de cara a los consensos; su equipo no es siquiera radical, es de neto cuño delarruista. 
El Presidente tiene un enorme parecido con Felipe II, el monarca de la Casa de los Austrias célebre por la obsesiva preocupación de resolverlo personalmente todo, hasta lo nimio, exasperante en su incapacidad para tomar decisiones rápidas, inaccesible para la corte y para sus súbditos, amurallado junto a su familia y sus contados amigos en la íntima soledad de El Escorial. La diferencia entre ambos es que Felipe II disfrutaba todavía de la plata de las colonias y de un imperio en el que el sol apenas comenzaba a ponerse. No es el caso de esta Argentina para la que J. P. Morgan predice un último lugar con un crecimiento del 0,6 por ciento, por detrás de Uganda y tres puntos abajo de Ecuador. De la Rúa es Felipe II asomado al escenario desolador de Felipe III o de Felipe IV. 
El ex vice, por su lado, vuelve �al llano� en medio de las críticas enardecidas del justicialismo y el sordo rencor de sus compañeros de coalición. A gritos o por lo bajo, el adjetivo preferido es �irresponsable�. Suena a injusticia. Al fin, su gesto fundado en la lucha contra la corrupción de los políticos le otorga un crédito a la política. Replantea no sólo la relación de la política con el dinero sino con el poder mismo. Vuelve a poner las cosas en su sitio: el poder en tanto y en cuanto herramienta para plasmar proyectos. Perdida esa función instrumental, que la renuncia de Alvarez recupera, el poder no es más que pura ambición, destino personal. Alvarez habla de la �nueva política�. En realidad, es la política devuelta a sus orígenes. 
El planteo de Alvarez tiene una virtud más, la virtud que hasta ahora sólo había sido capaz de mostrar el justicialismo cuando genera desde sí las alternativas a sus fracasos: ahora, de la propia fisura abierta en el cuerpo de la Alianza se vislumbra una tímida opción a la frustración absoluta. Mientras tanto, como un globo de ensayo, el ex vicepresidente ha echado a rodar la idea de la transversalidad. Habrá que ver qué quiere decir con eso. Habrá que observar con atención en qué �decentes� piensa para el futuro. Porque Alvarez es propietario de un enorme talento pero ha pagado precios altos por la elección de algunos de sus camaradas de ruta. Y no tiene mucha cuerda para confundirse una vez más. 


 

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