Moleste nomás
Por J. M. Pasquini Durán
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En charla exclusiva con Mariano Grondona, anteanoche Chacho Alvarez explicó su conducta hacia el presidente Fernando de la Rúa con una frase pudorosa: �No quiero molestar�. Es la afirmación favorita de las suegras incómodas cuando esperan que les respondan: �Por favor, mamá, vos sabés que no molestás para nada�. En este caso, claro, Alvarez no espera una réplica semejante. Sólo trata de explicarse ante la propia base electoral que le reprocha el abandono de la vicepresidencia y, también, de contrarrestar la propaganda conservadora que lo presenta como el jefe de un frustrado golpe de palacio, que huyó de sus responsabilidades después que la presunta conjura quedó al descubierto. De paso, con sus constantes juramentos de lealtad hacia el titular del Poder Ejecutivo es probable que pretenda contener los eventuales desbordes opositores de los núcleos del Frepaso que, desde que la coalición inició la tarea de gobierno, mascaban el freno debido a la impopularidad de las decisiones económico-sociales. Si de verdad creyera en lo que dice, el renunciante no estaría abandonando un cargo sino la principal tarea de su mandato que consiste, precisamente, en molestar todo lo que pueda al proyecto conservador. �Por favor, licenciado, moleste nomás� sería la respuesta que se merece.
De la Rúa, por su parte, intenta hacerse cargo de la situación en términos increíbles. Niega la crisis institucional, lo mismo que la crisis generalizada por la recesión, como si la virtual ruptura de la coalición que los llevó al gobierno (sin ella no hubieran llegado) lastime nada más que sus afectos personales. Tampoco aplica todo el rigor político que amerita el escándalo de los sobornos en el Senado pero exhibe algunas pocas renuncias obtenidas a la fuerza como suficiente compensación para restablecer la confianza popular en las representaciones partidarias y en las instituciones republicanas. Encima, embarulla el sentido común de los ciudadanos, aplicando una retórica publicitaria que confunde fuerza por necedad, pragmatismo por indiferencia y autoridad por cerrazón. Los exégetas del Presidente sostienen que fija la agenda y los tiempos de la política nacional, mientras que desde la calle se perciben incompetencia y desconcierto. El canibalismo devora las entrañas de la Alianza, obligando a la población a darle la espalda para contener la náusea ante semejante espectáculo.
Ninguna interna hubiera podido hacer tanto daño sin la previa condición del fracaso económico y social. La Alianza surgió como legítima expresión de la voluntad popular, primero para impedir la continuidad del menemismo y luego para realizar el crecimiento con equidad y la transparencia administrativa. Ahora estalló, en sentido inverso, porque después de ganar las elecciones esos compromisos, sobre todo los de la justicia social, fueron abandonados como ilusiones vanas. Así, retuvo la legalidad de origen, pero descuidó la legitimidad que otorga la esperanza popular. La frustración de hoy comenzó antes que los sobornos en el Senado, en el preciso instante en que el gobierno resolvió, obnubilado por las urgencias de la quiebra fiscal, que no podría gobernar a contrapelo del establishment financiero de aquí y del exterior. En lugar de redistribuir la riqueza con equidad, reforzó la polarización entre el privilegio y la exclusión social y así también desechó la demanda social, aun con sus cargas de conflictos, en lugar de aprovecharla para contrarrestar las presiones conservadoras.
Con el primer eslabón equivocado, no tardó en construir la cadena de infortunios que al final lo envolvió, paralizándolo como la baba del sapo. Fatigado y disperso por la década menemista, los gobernadores del peronismo ofrecen de alternativa restablecer el pacto bipartidista,dejando de lado al Frepaso, pero sin más programa que la mutua protección o encubrimiento. Consiste en olvidarse del pasado, zafar del presente y huir hacia el futuro. Cuentan con la pasividad actual del establishment en tanto el acuerdo incluya la cobertura de los mismos intereses que presidieron la década menemista. En estas incertidumbres, el mayor drama político del país es la ausencia de un auténtico liderazgo popular, que tampoco se encuentra en el sindicalismo disidente pese a la fogosidad discursiva, capaz de recrear la esperanza que alumbró el 24 de octubre. El prestigio de la cruzada moralizadora de Alvarez no alcanza para reponer ese liderazgo si, al mismo tiempo, no les dedica la misma energía a las batallas por la justicia social. Cualquier reposición de futuro para la Alianza, deberá retornar a los compromisos de nacimiento y empezar de nuevo.
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