�JINETES DEL ESPACIO�, UN RARo film DE CLINT EASTWOOD
Astronautas eran los de antes
Por Luciano Monteagudo
�¡No puedo poner a cuatro ancianos listos para el geriátrico en una nave espacial!�, se queja desesperadamente uno de los más altos responsables de la NASA ante la propuesta de un ingeniero llamado Frank Corvin, que no es otro que el propio Clint Eastwood. Sucede que Eastwood (perdón, Corvin) está dispuesto a volver a calzarse el traje de astronauta si lo acompañan en la aventura sus viejos compañeros de equipo, una pandilla que hace tiempo que dejó de ser salvaje y que tiene los rostros arrugados de James Garner, Donald Sutherland y Tommy Lee Jones. El problema es que la NASA parece necesitar a Corvin tanto como Hollywood a Eastwood. Si, por su edad avanzada, Corvin es el único capaz de descrifrar el obsoleto lenguaje de la computadora de a bordo de un peligroso satélite que quedó varado en el espacio, en Jinetes del espacio Eastwood viene a decir que él no sólo está dispuesto a seguir cabalgando, sino que es uno de los últimos en conocer los secretos del viejo cine de género de Hollywood.
No es una novedad. Buena parte de la obra de Clint como actor y director está marcada por guiños autorreferenciales y, en los últimos años, esta veta de su cine se ha ido haciendo cada vez más evidente: sin dejar de preocuparse por las necesidades del relato, sus films más recientes conllevan siempre una suerte de metatexto muy evidente, en el que Eastwood nunca deja de hablar de sí mismo y de los años que tiene encima. Hay que reconocerlo: es francamente única la manera que tiene Clint de instalarse, simultáneamente, adentro y afuera de la narración y, en este sentido, Jinetes del espacio no es la excepción.
Lo que no puede decirse de Space Cowboys es que esté al nivel de su obra anterior. Y no se trata de poner como cota a Los imperdonables, quizá su punto más alto como cineasta, donde su alter ego, el agobiado pistolero William Munny, también sentía el peso de su edad. Sucede que Jinetes del espacio no tiene el espíritu anarquista de Poder absoluto ni la compleja ambigüedad de Medianoche en el jardín del bien y del mal o siquiera la sencilla eficacia narrativa de Crimen verdadero, su film inmediatamente anterior, en el que Eastwood también se las arreglaba para decir unas cuantas verdades de su personaje, mientras se remontaba a los orígenes del cine, exhumando el legendario recurso del last minute rescue inventado por el pionero David Wark Griffith.
Aquí todo tiene un tono entre chacotero y pop berreta, que se puede disfrutar durante unos cuantos minutos, particularmente cuando Clint lanza sus clásicos dardos contra la autoridad (�El reloj avanza y sólo me estoy poniendo más viejo�, les dice a sus superiores, cuando no se deciden a ponerlo en órbita), pero que es incapaz de sostenerse durante los exagerados 123 minutos de película. Otros chistes son menos eficaces y más vulgares (como los que le tocan en suerte a Sutherland, que se jacta de la vitalidad de su libido) y hacen que el film avance de manera episódica, un poco a los tropiezos, con gestos cómplices a una platea que Eastwood parece imaginar más afín con Dos viejos gruñones (el canto a la tercera edad de Jack Lemmon y Walther Matthau) que con El jinete pálido. A eso habría que sumarle cierto aire patriotero �eso sí, mitigado por el espíritu de comedia� que trae a la memoria los films menos relevantes de la obra de Eastwood, que son también los más reaccionarios y chauvinistas, como Firefox (1982) y Heartbreak Ridge (1986). En uno interpretaba a un imbatible piloto de aviones de combate luchando contra el imperio comunista y en el otro a un severo sargento que entrenaba a sus reclutas para invadir Granada. Algo de ambos hay en el Frank Corvin de Jinetes del espacio, una película con la mirada tan puesta en el pasado que hasta se permite desenterrar del olvido los restos de la extinta Guerra Fría.
�VIAJE CENSURADO�, LA ROAD MOVIE DE TODD PHILLIPS
El trip de los alegres colegiales
Por Martín Pérez
La lucha es entre el hombre y el ratón. Aunque, en realidad, se trata de la serpiente y el ratón. Pero, claro, finalmente todo sera entre el hombre y la serpiente. Aunque, tratándose de Tom Green �o, más bien, de Barry, el outsider que encarna el desencajado presentador canadiense en su debut cinematográfico�, resulta demasiado atrevido hablar de hombre. Porque Barry es más bien un ente balbuceante, un psicópata obsesivo preocupado sólo por alimentar con su ratón semanal a la serpiente de uno de sus compañeros. Y lo más impresionante de todo es que su psicopatía parece ser contagiosa, porque cualquier espectador desprevenido terminará obsesionado con Green, la boa y su ratoncito blanco, dejando de lado el verdadero tema de Viaje censurado, un film pseudo-adolescente sobre placeres, infidelidades y �ejem� compromisos.
Comedia desenvuelta sobre obsesiones, encuentros y desencuentros amorosos entre universitarios (última estación antes de la adultez tan aburrida), el film de Phillips recorre el eterno amor entre los que en rigor de verdad vendrían a ser sus dos protagonistas: Tiffany y Josh. Una pareja de toda la vida, que enfrenta la mayor de la pruebas: el amor a distancia. El en Ithaca, Nueva York; ella en Austin, Texas. La Ley de la Inevitabilidad de la Comedia hará que el correo lleve de un lado a otro lo que no debería haber llevado jamás, y los verdaderos héroes �ahora sí, son ellos� irán atrás de él. He aquí el verdadero tema del film: el viaje iniciático de cuatro antimensajeros tratando de adelantarse a las malas noticias. Y deshojando en el camino, entre otras cosas, las reglas de la infidelidad (uno de los grandes temas del film): uno, no lo es si ella y él se encuentran en códigos postales diferentes; dos, no lo es si estabas demasiado borracho como para acordarte, y tres, tampoco lo es si estuviste con dos personas a la vez ya que se anulan mutuamente.
El gran logro de Phillips es su vocación narrativa. Y para ello sagazmente hace uso y abuso de la figura excluyente de un film lleno de caras no tan conocidas (algo que, a su manera, ayuda al disfrute). Colocando al Barry de Tom Green �que pide a gritos una película para él solo� no sólo como freak de turno sino también como eficaz narrador, Viaje censurado logra un dinamismo para nada exhibicionista ni tampoco ambicioso. Y es en su tranco pausado y amistoso que el film tiene su flanco débil así como su gran hallazgo. Lejos de obsesionarse con sacar conejos todo el tiempo de la galera, Road Trip es el film de un prestidigitador meticuloso, que sabe explotar sus mejores trucos. Que no son muchos ni tampoco son admirables, pero que alcanzan para que �casi sin darse cuenta� el espectador termine disfrutando con esas caras y ese relato, y no sólo porque de una vez por todas está terminando.
Una cena, servida a la
manera de Ettore Scola
Por Horacio Bernades
Varios de los films que le dieron un nombre a Ettore Scola se apoyaban sobre un dispositivo que aseguraba la máxima concentración dramática y espacial, al tiempo que podía funcionar como microcosmos a escala. Ya fuera el condominio fascista de Un día muy particular, el gran salón de El baile, el carromato en el que viajaban los últimos restos del Ancien Régime en La noche de Varennes o el palazzo de La familia, en todos los casos Scola hacía transcurrir sus ficciones dentro de un espacio cerrado, pero atravesado a su vez por las líneas mayores del Tiempo, la Sociedad, la Historia. Muy atenuado, el esquema se repite en La Cena, su film más reciente, y ése es justamente el problema: la película es poco más que un esquema. Lo mismo, en versión más pálida.
�Arturo al Portico� es un tradicional restaurante romano. De esos donde, probadamente, si mangia bene. Molto bene. Lo rige Flora, gentilísima anfitriona (siempre espléndida, Fanny Ardant), lo atienden eficaces camareros y lo visita una clientela estable. Entre éstos, viejos profesores, gente de teatro, algún estudiante, pero también exitosos empresarios (exitosos en sus fórmulas para evadir al fisco) y alguna dama aristocrática, de esas que pronuncian la �erre� a la francesa. Narrada en tiempo real, La Cena tiene ese tono entre burlón, amable y nostálgico que suele teñir la obra de Scola y que la música de su brazo derecho de siempre, Armando Trovajoli, implanta aquí de entrada, sin atenuantes. Siendo Scola uno de los últimos sobrevivientes de la commedia all�italiana de los 50 y 60, no faltan en su último opus los personajes entre patéticos y encantadores, los diálogos cargados de ironía, los brochazos de humor y los breves apartes cómicos, que la presencia en el guión de otro monumento del género, Furio Scarpelli, asegura.
Y no podían faltar, claro, ciertas figuras icónicas del género, como Giancarlo Giannini y sobre todo Gassman, uno de los actores favoritos de Scola durante un cuarto de siglo y aquí en su última aparición frente a cámaras. A esa altura del partido, es obvio que no pueden hacer otra cosa que de sí mismos. Giannini repone a su eterno chanta con problemas de conciencia, aquí en la piel de un professore de filosofía que intenta seguir �haciéndole el verso� a una fascinada discípula (la bellísima Marie Gillain, vista en La carnada). Vittorio despliega su arsenal de grandes gestos, también como professore, pero de letras, y venido a menos. Unas mesas más allá, a la pobre Stefania Sandrelli no le queda más remedio que hacer la caricatura de la gorda tetona, que encima se revela como madre egoísta y víctima del teléfono móvil.
Hay chistes muy graciosos (�el único Lenin que ustedes conocen es John Lenin�, grita el cocinero ex PC a sus despolitizados ayudantes) y alguna escena reconfortante, como la de la vengadora femenina que ajusta cuentas con un patético seductor en el baño. Pero el conjunto suena a demasiado conocido, probado y reiterado, y la evidente fatiga cinematográfica de Scola no hace más que dejar las debilidades de la propuesta más a lavista. Hay demasiados personajes de relleno, mientras que otros son meras caricaturas: el contadorcillo acomplejado, el falso o verdadero hipnotizador, el grupo de ruidosos teenagers, la chica rodeada de novios. Ni qué hablar de los turistas japoneses que se la pasan sacando fotos. El sistema de cortes para ir de una mesa a otra no sólo resulta brusco y desprolijo, sino que además genera una permanente sensación de interrupción en cada historia. Es como si la imagen de Gassman, viejo, agotado e intentando simular una dignidad en fuga, fuera la de la película toda.
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