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Del idish
Por Juan Gelman

Tardaron más de medio siglo en volver a la vista pública, en 1989, con la extinción de la Unión Soviética: esos siete lienzos de Marc Chagall desaparecieron en los años 30, junto con muchas otras cosas que el estalinismo sumergía. Marcan el encuentro del pintor con el teatro en idish, fueron ejecutados en 1920 y son enormes: Introducción al teatro judío mide 3 metros por 8; otras cuatro telas, 2 metros por 1, hay una cenefa de 8 por 0,50 metros y una pintura de unos 2,5 metros cuadrados. Alguna vez adornaron las paredes de una sala fugaz del Teatro de Cámara Judío del Estado.
Chagall nunca volvió a concebir algo semejante a la Introducción. El cuadro no tiene centro y está cargado de figuras grandes y pequeñas: aparecen la efigie de Abraham Efros, que invitó al artista a trabajar para el Teatro de Cámara; de su director, Alexander Granovsky; de Solkon Mijoels, el actor principal, tocando el violín; del propio Chagall, que solía incluirse en sus pinturas. Un judío cabeza abajo con filacterias que no respetan la ley de gravedad se mezcla con un ser muy delgado que sirve café, un grupo de músicos y otro de acróbatas; flota una vaca blanca, circuncidan a un hombre, un niño circunciso orina sobre un cerdo. El conjunto recuerda los cuadros superpoblados de Bosch o de Brueghel.
También Kafka, años antes que Chagall, había tenido un encuentro deslumbrante con el teatro en idish que lo conmovió por su candor, inexistente en el arte �civilizado� de la época. Asistió a la representación de un conjunto judío ambulante y decidió escribir un texto de introducción a un recital de su director, Itzjak Löwy. Instaba a los espectadores, judíos praguenses ricos, a abandonar sus reservas y a dejarse invadir por el idish que �es todo, las palabras, la melodía jasídica y el carácter esencial de este actor judío del Este�. �Sentirán entonces la verdadera unidad del idish y de manera tan fuerte que los asustará, pero ya no será miedo del idish sino de ustedes mismos... El idish les dará instantáneamente tal confianza en sí mismos que podrán enfrentar ese miedo y aun vencerlo. Gocen de esa confianza en sí mismos todo lo que puedan.� Chagall lo hizo.
Cuando le pidieron que pintara los muros y el techo de la sala donde se iban a representar tres obras de Scholem Aleijem, pensó que se le abría �la oportunidad de sacudir al viejo teatro judío, su naturalismo psicológico, sus barbas falsas�, asentó en su autobiografía. �Al menos en las paredes yo podía pintar con libertad y mostrar lo que creía necesario para el renacimiento del teatro nacional.� Realizó el trabajo en 26 días para llegar a tiempo al estreno y por eso mismo utilizó témpera y gouache en vez de óleo. Y más: pintó la ropa y el rostro de los actores antes de que salieran a escena y se negó a que se instalaran butacas a fin de que el público pudiera deambular a su antojo para mirar las telas. Abundaron los roces con el director y Chagall dejó el teatro en 1921. Dos años después también dejaba �definitivamente� la URSS, desilusionado por una revolución que había acogido con entusiasmo. El éxito movió el Teatro de Cámara a instalaciones más grandes y los lienzos quedaron en compañía del abandono. Granovsky se alejó del grupo y en 1928 tanto él como Chagall habitaban la lista de innombrables en la URSS. Durante los juicios de Moscú de la década siguiente, las telas fueron tapadas y pasaron luego a secuestro en los sótanos del Museo Tretiakov. El autor visitó la URSS en 1973 y pudo verlas más de 30 años después de haberlas pintado. Las escoltaban dos agentes de la KGB. 
Chagall había buceado en el arte de vanguardia anterior a la Guerra Mundial I, pero acuñó un estilo personal. Se tornaron populares sus payasos melancólicos, los enamorados que vuelan, el violinista en el tejado, los profetas bíblicos y el mundo judío de su natal Vitebsk. Se le critica la excesiva repetición de temas y la desigual calidad de la obra. Peca, sin duda, de linealidad: si se compara su cuadro La boda con la composición que inspiró a Stravinsky, se advertirá que el músico supo �y el pintor, no� expresar la coexistencia contradictoria en la novia de alegría por su casamiento con el hombre amado y de duelo por la privación de su cabellera �antiguo rito judío de pasaje� que simboliza para ella la pérdida de su familia y de su virginidad. Sin embargo, las mejores obras de Chagall alcanzan un nivel de metáfora visual rara vez logrado en el arte moderno.
El mismo explicó el aparente azar que impera en la distribución de figuras en sus telas: �Para los cubistas, una pintura era una superficie cubierta con formas que guardan un cierto orden. Para mí, una pintura es una superficie cubierta con representaciones de cosas �objetos, animales, seres humanos� que guardan un cierto orden en el que la lógica y la voluntad de ilustración no tienen importancia alguna. Estoy en contra de los términos �fantasía� y �simbolismo� (que le aplicaban ciertos críticos). Todo nuestro mundo interior es realidad, tal vez más real que el mundo manifiesto�. Es decir, quería pintar sueños.


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