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OPINIoN
Por Enrique M. Martínez*

El Frepaso tiene la llave

La crisis política que vive el país debe ser resuelta en favor de los intereses populares. El Frepaso tiene la llave para que eso suceda.
Cuando se constituyó la Alianza quedó claro que había dos objetivos secuenciales:
1. Acumular suficiente peso electoral para desplazar al menemismo del poder.
2. Iniciar luego una etapa de cambio de la cultura política argentina, alejándonos de la farándula como estilo de vida y de la corrupción, para acercarnos a un compromiso auténtico con las expectativas de los compatriotas.
Estaba también totalmente claro que para alcanzar la primera meta era necesario convocar a fuerzas políticas con visiones diferentes de la sociedad, que por lo tanto podían tener interpretaciones distintas sobre las prioridades que surgirían luego de ganar las elecciones.
Cumplido el primer paso, hemos cometido el serio error de olvidar nuestras diferencias al transitar por el gobierno, creyendo que de ese modo mejorábamos la posibilidad de éxito. La práctica demostró lo inverso.
Nadie ignoraba que en el radicalismo coexisten propuestas de corte conservador �de las que Fernando de la Rúa es el exponente principal� con otras que dan mayor importancia a la participación popular y la justicia social. Conviven, usando mecanismos internos de alta complejidad, que en gran medida han sido posibles, en este partido centenario, por la prioridad otorgada a la confrontación con el peronismo. A este espacio con heterogeneidades ideológicas notorias se sumó el Frepaso. Nadie podía dejar de saber qué visión social tiene nuestra fuerza, porque si su historia es corta, su génesis es clara y sus reclamos han sido homogéneos durante toda la década pasada. La responsabilidad de la Alianza era articular las visiones y conciliar las diferencias, de cara a la sociedad.
En lugar de eso, tanto los sectores más progresistas del radicalismo como todo el Frepaso, optaron por ceder el espacio de las ideas al pensamiento conservador. Se confundió la necesidad de un orden formal básico, sin el cual las instituciones no pueden funcionar y que requiere que el Presidente cuente con una autonomía ejecutiva adecuada, con la subordinación intelectual, escondiendo y postergando toda controversia, o intentándola erradicar cuando la disidencia se expresó.
El resultado es el típico de todo conflicto negado. Se produjo el efecto caldera, se levantó la presión interna y el escándalo del Senado sirve ahora para mostrar qué tanto se pueden alejar las visiones de los componentes de la Alianza. El error original se potencia porque al cederse poder al pensamiento conservador se limita la posibilidad de éste de corregir sus errores. Un conservador se referencia en su historia personal, su familia y sus amigos, más que en la realidad. Por lo tanto, el fracaso �concreto o a la vista� no sirve de factor de corrección, como sí le sirve a un progresista permanentemente atento a los efectos de sus acciones sobre los demás. Frente a la crisis, el conservador se encierra en sí mismo y es altamente probable que le eche la culpa a los demás. Para reforzar esta idea recordemos que hace apenas un año hubo un ciudadano argentino que llegó a la insólita afirmación de que era proscripto porque no podía ser reelecto después de ser presidente por diez años. Esta es la caricatura de un conservador, pero esa lógica forma parte de su cultura.
Hoy es el Frepaso quien está en mejores condiciones de recuperar el espíritu y las metas prácticas de la Alianza original.
Debemos resaltar la importancia de dejar atrás al menemismo. Y la de sumar a varias visiones en este intento.
Debemos admitir que es legítimo que un pensamiento conservador como el de Fernando de la Rúa forme parte de esta Alianza y aún que las circunstancias políticas lo hayan llevado a la responsabilidad de ser el primer mandatario nacional. Pero todo lo anterior nos obliga, simétricamente, a decir que somos distintos; que esa diferencia debe ser reconocida por nuestros aliados como enteramente válida y valiosa; que el programa de gobierno que se preparó tenía estas diferencias en sus fundamentos y buscó consensos mínimos, que se alcanzaron en aquel momento; que la discusión para alcanzar consensos es la garantía de gobernabilidad y no lo contrario.
Cerrar los debates ni siquiera es postergar los conflictos: es crearlos.
Crear la ficción del partido único es dejar al Presidente solo, haciendo afirmaciones sobre convicciones y caminos que todo el mundo sabe que no son compartidos ni avalados por un consenso amplio.
Tal error resulta funcional a quienes buscan ejercer y ejercen el poder después del voto y en las sombras; quienes confían más en el chantaje financiero que en el debate de ideas. Cuanta más fortaleza formal de un presidente al estilo tradicional, que se referencie en los reglamentos más que en la gente, mayor será su debilidad y más fuertes las posibilidades de éxito de los especuladores de siempre.
El progresismo forma parte de este gobierno. Su responsabilidad es apuntalarlo sin resignar el proyecto. La forma de apuntalarlo no se limita a discutir la presencia de personas en el Poder Ejecutivo. A mi criterio, tienen que ser todas las que se pueda. A condición de que luego tengan una conducta coherente con un compromiso popular.
Lo que importa es el resultado. Y el resultado son los efectos sobre la gente, no los discursos. Ya tenemos suficientes ejemplos en otros partidos y en el Frepaso, como para ser capaces de diferenciar el destino personal y el compromiso político con el pueblo.
Tenemos la llave. Espero que sepamos usarla.

* Diputado nacional - Frepaso (Alianza).


 

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