Por Horacio Bernades Salvo contadísimas excepciones, la industria
argentina del video no edita otra cosa que no sean películas. Hechas para
cine, televisión o directamente para video, inéditas o no, pero películas.
La edición de documentales, biografías o espectáculos de cualquier tipo
es bien escasa, aunque grabaciones originales no deben faltar. De allí
que sea aplaudible la iniciativa del sello AVH, que acaba de lanzar al
mercado una serie de cuatro shows del grupo Les Luthiers, que se presentan
en dos formatos: VHS y DVD. En ambas modalidades, estos cuatro videos o
discos digitales se comercializan por unidad y se consiguen en distintos
puntos de venta, desde casas de música hasta hipermercados.
El modo en que la serie ha sido numerada puede llamar a confusión.
Como los mosqueteros, los videos son cuatro, pero están numerados del 1
al 5. Evidentemente, hubo un número 4 que se perdió en el camino.
Ordenados de modo cronológico, filmados todos en vivo en el teatro
Coliseo ("hogar estable" de Les Luthiers desde sus inicios) y
respetando el nombre que cada show tuvo en su momento, el primero de los
videos es Mastropiero que nunca, filmado en 1979. Los otros son: Les
Luthiers hacen muchas gracias de nada (1980), Grandes hitos
(revisión de su carrera emprendida en 1995) y el reciente Unen canto
con humor, de 1999. Filmaciones no acreditadas en todos los casos,
ninguno de estos videos pasará a la historia del género, pero se ven y
escuchan bien. Lo que ya es bastante. Sobre todo, teniendo en cuenta que
ninguno de estos shows fue pensado para ser filmado, y por lo tanto muchas
veces la cámara tiene que hacer malabarismos para poder registrar todo lo
que ocurre, pudiendo perderse, aquí y allá, algún gesto, una réplica o
un gag. Pero el conjunto está. Si
faltaba una prueba de que el humor, inventiva, sofisticación y calidad
musical de Les Luthiers no tienen vencimiento, estos cuatro videos lo son.
Quien haya escuchado mil veces el jitterburg Lazy Daisy, por
ejemplo, no podrá dejar de maravillarse una vez más con la increíble
multiplicación, digna de Buster Keaton, de Ernesto Acher, López Puccio y
Carlos Núñez Cortés, que no conformes con afinar voces a la perfección
se las arreglan además para hacer un trío de vientos de envidiable
ajuste con sólo recurrir al viejo truco de emitir a través del puño
entrecerrado. Y encima, miman astaireanos pasos de baile, munidos
de invisibles top hats y bastones, de tal modo de generar esa ilusión
de la que sólo el gran arte es capaz, y que crea en el espectador la
sensación de estar viendo aditamentos que en verdad no están allí.
Además de todo, Lazy Daisy es un temazo, con una letra en inglés
que es más que simple sanata. Si algo tuvieron siempre Les Luthiers fue
esa dosis de perfeccionismo, de profesionalidad en todos los terrenos, que
no suele ser cosa habitual por estos pagos.
¿Habrá alguien que se niegue a ver y escuchar otra vez a Daniel
Rabinovich cantando la Pieza en forma de tango Opus 11, aquella en
la que se preguntaba "Por qué te fuiste, mamá", y que es el
bis de Muchas gracias de nada? ¿Quién dejará de maravillarse con
cada coro conducido con mano maestra por López Puccio, no por nada uno de
los grandes directores argentinos en la materia? O con las increíbles
invenciones de Carlos Iraldi, "el luthier de Les Luthiers", el
tipo al que se le ocurrieron los violines hechos con latas de jamón, los
calefones que afinan ("abrí un poco más la caliente", le
sugiere Núñez Cortés a Acher para subir una octava), esos increíbles
cascos con manguera o el bass pipe a vara. O con la excelencia
musical de cada integrante. Sobre todo, Jorge Maronna en guitarra, laúd o
cualquier cosa que tenga cuerdas, y Núñez Cortés, capaz de tocar al
piano, con pareja soltura, una pieza del repertorio romántico, una escala
jazzera o un tema latinísimo. O el talento de showman de Rabinovich. O
esos increíbles monólogos, que le dan pie al gran Marcos Mundstock para
sacar de adentro un gran repertorio de voces y ese timing de stand-up
comedian a la americana que no hay quien emparde por aquí.
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