La crisis en el Medio Oriente está llevando a la reaparición de elementos del conflicto árabe-israelí que se creían casi superados. Ya van dos semanas de una nueva Intifada palestina en Cisjordania y Gaza. Hay ataques contra objetivos militares norteamericanos, como el del jueves contra un destructor en Yemen. Y ayer volvió a entrar en escena otro resabio de los 70 y 80: el secuestro de aviones. Un comando de dos sauditas tomó un avión de ese mismo país que se dirigía a Gran Bretaña. En total capturaron a 108 rehenes, incluyendo a 40 británicos y un príncipe de la familia real saudita. Inicialmente desviaron el avión a Siria pero finalmente aterrizaron en el Irak de Saddam Hussein. Allí, poco tiempo después, los terroristas se rindieron a las autoridades iraquíes. No hicieron demandas ni se conoce su planteo político. Pero el Ministerio del Interior iraquí afirmó que estaban luchando contra �la hegemonía norteamericana� en Arabia Saudita. La primera información que se tuvo del aerosecuestro fue recibida por la torre de control del aeropuerto de El Cairo. Fue breve. El piloto del Boeing 777-200 de Saudi Arabian Airlines advirtió que debía desviar la aeronave porque había sido tomada por terroristas. El número de estos últimos era desconocido, y tampoco era claro si estaban armados, pero uno de ellos amenazó con hacer estallar el avión con una carga de explosivos. Era seguro que los pasajeros no eran bajo ningún concepto sacrificables. La lista brindada por la aerolínea incluía a 40 británicos, 15 sauditas, cuatro sudafricanos, un francés, un español, un sueco, un suizo, y un estadounidense. Y entre los saudíes estaba el príncipe Bandar bin Mohammed bin Saad bin Abdul Rahman. Había que negociar. Pero no era claro quién serviría de interlocutor ni donde se realizaría el diálogo. Los mismos terroristas no parecieron planear demasiado esos aspectos de su operación. Primero ordenaron que el avión fuera al Líbano, pero las autoridades allí negaron el permiso de aterrizaje y colocaron obstáculos en la pista para impedirlo. El avión se dirigió entonces a la capital siria de Damasco. No es claro si aterrizó: las autoridades sirias lo niegan, pero un periodista de la agencia AFP afirmó ver a la aeronave en tierra y rodeada por la policía. En cualquier caso, pronto el avión se dirigía hacia el aeropuerto �Saddam� de Bagdad. El funcionario del Ministerio del Interior iraquí Taher Jallil Habbush señaló que los secuestradores habían elegido ese destino �porque Irak es uno de los países árabes que se rehúsan a sucumbir ante la presión estadounidense�. Más allá de sus objetivos simbólicos, las demandas concretas del grupo eran un misterio y es posible que ni siquiera existieran. Habbush afirmó que los secuestradores se negaron a revelarlas, y sólo amenazaron con más secuestros de aviones. Las negociaciones no se dilataron, sin embargo. Los terroristas pidieron asilo político y los iraquíes respondieron que �estudiarían� la posibilidad. Fuentes oficiales aseguraron que serían enjuiciados bajo las leyes iraquíes; es decir, no serán extraditados a Arabia Saudita, país con el que Irak no tiene relaciones diplomáticas desde la Guerra del Golfo. No se sabe si los terroristas eran parte de algún grupo conocido, aunque algunos ya apuntaban ayer a Osama Bin Laden. En cualquier caso, el principal beneficiario del secuestro es Irak, el polo del sentimiento antinorteamericano en el mundo árabe. Haciendo alarde de su creciente influencia con los grupos radicalizados, Habbush tranquilizó a los rehenes afirmando, �No tengan miedo, están en el Irak de Saddam Hussein�.
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