Por Diego Fischerman
Desde San Martín de los Andes
�En los últimos tiempos estuve tan enloquecido escribiendo música que necesité volver al piano�, dice Carlos Franzetti sentado contra un ventanal. Acaba de terminar su actuación en el Hotel del Sol, en lo alto del Cerro Comandante Díaz. Detrás suyo se recorta la selva fría y, más abajo, el espejo ahora tranquilo del lago Lácar. El clima tampoco permitió esta vez que los conciertos fueran al aire libre pero, de todas maneras, el temporal sufrido el día la inauguración parece cosa del pasado. Franzetti (que hoy a la noche tocará en La Trastienda, en Buenos Aires) se prepara para dar una clínica para músicos de la zona y su propuesta parece entroncar con una de las frases pronunciadas por Darío Lopérfido, secretario de Cultura y Comunicación de la Nación, el día de la apertura: �Sería bastante egoísta que sólo hiciéramos actividades en los lugares con más de tres millones de habitantes�. El pianista y arreglador radicado en Estados Unidos se alegra de estar aquí, donde tocó al frente de un trío -con Mike Richman en bajo y Robbie Ammen en batería�, y comenta que �la elección de un repertorio de standards me permite, a partir de la familiaridad con los temas, experimentar con la forma, trabajar arcos más grandes, llevar un motivo más allá del límite del compás�.
El show del segundo día del Festival Internacional de Jazz de los Siete Lagos empezó con una excelente actuación del Quinteto del contrabajista Hernán Merlo. Una propuesta que no se limita a tocar bien el viejo hard bop de siempre, sino que también hace valer también un concepto de composición, con matices y trabajo sobre los contrastes además de una elaboración detallada en los solos, fue recibida calurosamente por el numeroso público reunido. Luego del set de Franzetti fue el turno de Dino Saluzzi con su grupo familiar, en el que se destaca el saxo de Cuchara Saluzzi, que remeda en algo el estilo del Gato Barbieri en los �70. La imprevisibilidad e imaginación del fraseo del bandoneonista fue, por su parte, siempre sorprendente. El primer día habían colocado sillas, pero la experiencia de la gente que debió quedarse afuera hizo que en el segundo se optara por retirarlas. Así, un público mayoritariamente joven se sentó en el piso, se acomodó donde pudo y disfrutó del último día en San Martín de los Andes, antes de la partida a Bariloche. Mientras tanto, el secretario de Cultura tuvo en cuenta algunos cuestionamientos que se vienen haciendo acerca de la pertinencia de este festival en un momento de crisis tanto política como económica. �Llevando este razonamiento al absurdo, podría decirse que debe cancelarse todo gasto destinado a cultura. Pero no sólo el derecho a la cultura y al arte es un derecho humano, consagrado en la Declaración Internacional, sino que, además, es un buen negocio. Si se hace este festival hay menos capacidad hotelera ociosa, más negocios que venden comida, más pasajes, más trabajo para la gente. Si hay un solo teatro en la calle Corrientes va a haber poca gente yendo al teatro. Si hay muchos no sólo va a haber más gente que vaya al teatro sino más actores sobre un escenario, más restaurantes trabajando y más taxis llevando y trayendo a ese público. Y esto también sucede con estas actividades que venimos realizando en centros turísticos. Que haya más hoteles ocupados que otros años en esta fecha, que los vuelos del lunes y el martes, cuando termina el festival, estén completos, es un rédito económico que puede mostrarse ya.�
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