Por Pablo Plotkin
En medio del gentío del campo se abrió una zanja cavada por un tren de fanáticos cubiertos bajo una gran bandera, liderados por un pibe en cueros que enarbolaba una deslumbrante bengala roja. Entonces Gustavo F. Nápoli, popularmente conocido como Chizzo, carraspeó y rugió las primeras palabras de la noche: �¡Hola a todos! Yo soy el león�. Eso era el comienzo de �Panic Show�, una canción del último disco de La Renga, La Esquina del Infinito. Para empezar eligieron dos trompadas, porque luego vino �Motoralmaisangre�, cuatro minutos de metal que hablan de los secretos del viento y salir a la ruta. Un buen resumen de la pasión aventurera del trío, sobre todo de su cantante y guitarrista, que precisamente en esa mística basó las mejores composiciones de su sensible, inestable e irregular obra. Y el último disco, musicalizado en clave heavy metal de los �70, (re)vuelve sobre esas cuestiones. La presentación de esa última incursión a estudios fue el pretexto para que 15 mil personas llegaran a Ferro en el primero de los dos shows de una de las bandas más populares del rock argentino. Que también arrastra sobre sí el peso del prejuicio hacia sus fans, chicos de los barrios profundos de Capital y Gran Buenos Aires que han hecho de esta música cruda, a veces tosca, una bandera de militancia que se refleja en una mística callejera de lealtades y excesos. Así es que algunos medios reflejaron un incidente ocurrido en la madrugada del sábado, en la estación de Liniers, con el saldo de un muerto �se hablaba de una disputa entre fans de los Redonditos de Ricota y La Renga� y lo relacionaron directamente con el show del viernes, en donde sí hubo problemas en las puertas de acceso. �Realmente no lo puedo creer... También me llamaron de TN para decirme que esto no tuvo nada que ver con el recital. Sí acá siempre vienen pibes con remeras de los Redondos, Los Piojos... Voy a hablar con nuestros abogados para ver qué podemos hacer. Pero tengo años de recitales de La Renga y nunca pasó algo así�, le dijo a Página/12 Gaby, manager y virtual cuatro integrante de la banda.
No fue la mejor noche de La Renga, seguro. No sonaron del todo ensamblados, y por momentos Tanque (baterista) parecía perder el ritmo inexplicablemente. Pero, se sabe, los mismos de siempre (los seguidores incondicionales) no reparan en detalles técnicos. Y si bien la temperatura ambiente estuvo por debajo de las fechas más eufóricas del trío, no dejó de ser un show adrenalínico, con algunos momentos de alta tensión. �Cuándo vendrán�, la primera aparición en la velada de Despedazado por mil partes (tal vez su mejor disco), inauguró la rueda de esos temas en que Chizzo jura vender todo con tal de recuperar el instinto animal. Es la idea base de la lírica del ex plomero de Mataderos: la vuelta a esa suerte de estado salvaje desintegrado por la racionalización y la instrucción social recibida. Más tarde, Mónica Carranza, la mujer al mando de comedor infantil Carasucias, se acercó al micrófono para agradecer entre sollozos las colaboraciones: había una alcancía en la que podían dejarse unos centavos �y hacer felices a un montón de pibes�, y la recaudación de la venta de remeras también iría a parar allí. La banda volvió con �Al que he sangrado�, otro tema nuevo: Chizzo se retorcía de dolor en un punteo de guitarra y Tete (bajista) se paraba con las piernas abiertas y la melena al viento. Por momentos La Renga entrega imágenes increíblemente anacrónicas, modales de otra época rockera (los setenta, claramente). Pero no es más que la saludable materialización del sueño de tres trabajadores rockeros argentinos: sentirse Led Zeppelin frente a una multitud desbordada. ¿De qué otra manera podrían enfrentarlo?
�Ayer se festejó el Día de la Raza�, comentó Chizzo, esforzándose por encontrar las palabras adecuadas. �Con este tema queremos reconocer a todas las tribus aborígenes�, completó y arrancó �Lo frágil de la locura�, una canción que cuenta un viaje revelador al norte argentino y repasa las miserias de la civilización blanca conquistadora. Después, la baladasombría �El cielo del desengaño�, cambió el clima y precedió la subida al escenario de Ricardo Mollo (cantante de Divididos y coproductor de La Esquina del Infinito), que con Chizzo y Manuel Montoya sumaron tres guitarras sobre el escenario para el funk rudo �En pie�. �Arte infernal� fue dedicado a un pibe que trabaja en una estación de servicio. Chizzo recordó la anécdota: cierta vez fue a cargar nafta, y el chico que manejaba el surtidor tenía el corazón destrozado por una mujer, así que le pidió un consejo al cantante. Confundido, Chizzo sólo le recomendó que escuchara un tema del que por entonces sería el próximo álbum. Aquél, justamente. Luego vendría una seguidilla de hits rematados en el final a puro grito y reivindicación instintiva con �Hablando de la libertad�. Aquello de �morir queriendo ser libre, encontrar mi lado salvaje� como mensaje definitivo, entonado en un rock�n�roll épico como una tropa, para una multitud que en ese instante no necesitaba más.
EL PUBLICO MONTO SU PROPIO SHOW
Insoportablemente vivos
Por Mariana Enriquez
En las afueras y dentro del estadio de Ferrocarril Oeste había tantos rostros del Che Guevara �en remeras, banderas rojas y tatuajes�, que un espectador desprevenido podía pensar que toda esa gente estaba ahí para celebrar un mítin político. Error: estaban para ver un show de La Renga. Los �rengos� están cada vez más politizados en sus símbolos: conservan los trapos con consignas tomadas de letras de la banda (�no existo más que para vos�, �Y en qué lugar habrá consuelo para mi locura�) o del grupo con el que comparten mística, Los Redonditos de Ricota (�Violencia es mentir�), pero cada vez se ven más banderas de Cuba y hasta reclamos de libertad a los presos de La Tablada. La estrella de la tapa del quinto disco, símbolo de la estética guevarista, brillaba en todas partes.
Pero, sin embargo, el ritual de los shows de La Renga no ha cambiado demasiado. Los cantos siguen siendo, parafraseando a la banda, los mismos de siempre. Todavía piden �matar un rati para vengar a Walter� y todavía arengan �el que no salta es un botón�. Antes del show, la música para amenizar la espera fue de Los Redondos, Los Piojos y Divididos, las otras bandas intocables: todo el mundo baila y salta como si se tratara de un show más. Y siguen las bengalas y los malabares con fuego durante �La balada del Diablo y la Muerte�. Los gestos, no por repetidos, dejan de tener emoción: a esta altura, son necesarios e inseparables del espectáculo. En el show del viernes fue notable, además, el clima tranquilo, festivo, salvo en los ingresos (ver nota central).
Lo que sí es cierto es que ya el público no es tan homogéneo como en los primeros shows, en locales para menos de mil personas. Hay muchos más adolescentes, y en las plateas se acomodan padres cuarentones con hijos preadolescentes y niños. Y todos conocen cada una de las canciones: la repetición de las letras es parte del mito. Tantos para los que llegan con banderas de Berisso y La Tablada, como para los de Palermo. Hubo quienes vieron el show desde el balcón del edificio pegado al estadio: la bandera que colgaron decía �yo sigo acá, insoportablemente vivo�.
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