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EN EL DIA DEL CARA A CARA PARA FRENAR LA GUERRA
Israel y las 7 plagas de Egipto

El premier israelí Ehud Barak y el líder palestino Yasser Arafat se reunirán hoy en la localidad egipcia de Sharm el Sheij con cinco interlocutores para jugar la (pen)última chance para la paz.

t.gif (862 bytes)  Hoy es el Día D para Medio Oriente. El líder palestino Yasser Arafat y el premier israelí Ehud Barak se entrevistarán hoy en la localidad egipcia de Sharm el Sheij. El objetivo es terminar con casi tres semanas de violencia, que dejó más de 100 muertos, más de 3000 heridos y la perspectiva, más cerca que nunca desde por lo menos 20 años, de un conflicto entre Israel y varios países árabes que trascendería incluso a la región. Tan frágil es la situación, que los ofuscados Barak y Arafat estarán rodeados de una verdadera corte de la calma: el secretario general de las Naciones Unidas, el ghaneano Kofi Annan; el presidente norteamericano Bill Clinton y su secretaria de Estado, Madeleine Albright; el presidente anfitrión, Hosni Mubarak; el rey de Jordania, Abdalá II; el representante de la Unión Europea para Medio Oriente, Javier Solana; y quizás el canciller o el presidente de Rusia. “Somos realistas: buscamos una pausa en la terrible confrontación”, declaró Albright. “Honestamente, yo no tengo muchas expectativas. Esto va a ser una pesadilla”, fue la opinión del funcionario palestino Saeb Erekat. Ayer estalló una bomba en una sinagoga cerca de Nueva York y la guerrilla islámica Hezbollah secuestró en Suiza a un empresario y reservista israelí.
La cumbre llega en un momento en el que las partes están bastante radicalizadas. Barak sigue negociando con el líder derechista Ariel Sharon la formación de un gobierno de unidad nacional, que no significa otra cosa que el congelamiento hasta nuevo aviso del proceso de paz. Por su lado, el líder palestino se alió circunstancialmente con los movimientos terroristas que él mismo combatió en los últimos años y muchos consideran que Arafat ya no puede controlar la furia palestina. La organización terrorista islámica Hamas seguirá con la rebelión aunque haya acuerdo, según dijo uno de sus jefes, Ismael Abu Shanab (ver pág. 18).
Tanto Arafat como Barak llegarán a Sharm el Sheij con una lista muy completa de demandas. El líder palestino exigirá que Israel confirme el retiro completo de sus tropas y tanques de los alrededores de las ciudades palestinas y la apertura de las fronteras, dado que de otro modo los palestinos quedan totalmente asfixiados económicamente. A las autoridades internacionales, Arafat les pedirá la formación de una fuerza de protección para los palestinos e insistirá con la creación de una comisión de la ONU que investigue la muerte de los palestinos en la Explanada de las Mezquitas el 28 y 29 de setiembre pasado. El premier israelí pedirá el inmediato fin de la violencia palestina; el re-encarcelamiento de todos los terroristas liberados por Arafat y una investigación internacional sobre por qué fueron liberados; castigos para los efectivos policiales palestinos y miembros de Al Fatah (el partido de Arafat) que abrieron fuego contra soldados israelíes; censura a los medios palestinos que “incitan a la violencia”; y la responsabilidad de velar por los sitios santos judíos que permanecen en territorio autónomo palestino.
Algunas de estas exigencias se complementan, de manera que si una no se cumple, la otra tampoco. Por ejemplo: si Arafat no accede a encarcelar a todos los terroristas liberados, Barak le responderá que entonces no puede ni reabrir la frontera ni mucho menos el aeropuerto de Gaza, porque no quiere una ola de atentados suicidas dentro de Israel. En realidad, difícilmente puedan decirse las cosas en estos términos, porque los ánimos de ambos están muy caldeados. “No venderé no un gramo de arena de Jerusalén”, declaró Arafat en referencia a la cumbre de Camp David (ver pág. 21). “El proceso de paz de momento terminó”, respondió Barak, y aclaró que firmará la paz con los palestinos “sea con sus líderes actuales o con otros”.
Los patrocinantes de la cumbre están asumiendo las posiciones de cada uno para limar las asperezas con el otro. Mubarak, presidente de un Egipto que en su momento firmó la paz con Israel por fuera del acuerdo con el mundo árabe, pidió a Barak que retire las tropas de los territorios palestinos, luego de reunirse con Kofi Annan para tratar ciertos detalles de la cumbre. Mientras tanto, Albright y otros funcionariosnorteamericanos le dijeron a Arafat que “podía hacer más” para frenar la exaltación palestina.
Luego de tanta violencia, las noticias de ayer no ayudaron a crear un clima de charla. El Hezbollah, que ya secuestró la semana pasada a tres reservistas israelíes, repitió la operación en Lausana, Suiza, capturando a otro reservista, el empresario Hanán Tenenbaum. Por otra parte, Israel denunció un incidente entre soldados jordanos y efectivos israelíes, que dejó a dos de éstos heridos. En Syracuse, estado de Nueva York, una bomba estalló en la sinagoga Bet El, sin que hubiera heridos. En Tolón, Francia, tres personas atacaron una carnicería kosher. Y en Jerusalén, la policía israelí le impidió la entrada a un grupo de los Fieles del Monte del Templo, que querían colocar en la Explanada de las Mezquitas la piedra de un templo judío; justo allí, donde estalló la violencia actual hace casi tres semanas.


EL REVES DE LA TRAMA

Por Selim Nassib *.
“La ficción sionista”

No se puede negar la urgencia absoluta de impedir lo irremediable, la carnicería a gran escala; pero, dejando aparte las buenas intenciones, hay otra urgencia: comprender lo que ha pasado. Porque tal explosión de violencia no puede explicarse únicamente por el incidente que la desencadenó: la visita de Ariel Sharon a la Explanada de las Mezquitas. Si el edificio pacientemente construido desde los acuerdos de Oslo, es decir, desde hace siete años, se ha desmoronado con tanta facilidad es porque la piedra angular que lo sostenía estaba podrida.
Antes de 1948, la sociedad palestina, instalada en su tierra desde hacía siglos, estaba persuadida de ser la realidad y observaba a los jóvenes que desembarcaban de Europa para fundar un Estado judío separado como una ficción casi risible, como una utopía irrealizable. Compraban tierras, hacían venir a inmigrantes; se luchaba contra ellos, pero no tenían ninguna posibilidad de crear una sociedad totalmente judía en lugar de la sociedad árabe palestina. Era inconcebible. Por su parte, los sionistas que vivían la utopía, simplemente no veían la realidad –es decir, a la gente– que tenían ante sí. Y contra lo esperado, gracias a su determinación y a un concurso de circunstancias excepcionales, ganó la ficción, y al ganar transformó la “realidad” palestina en ficción. Vosotros no existís, jamás habéis existido, no erais más que árabes indistintos que habíais plantado vuestras tiendas en lo que desde la eternidad era nuestra tierra. En esa negación está, en mi opinión, el nudo del problema, ese algo que se produjo en 1948 y cuyo no reconocimiento se ha quedado atravesado en la garganta y hace que casi todo sea imposible. En el fondo, los palestinos han pasado medio siglo bregando para lograr una única cosa: volver a la realidad, y no sólo geográficamente.
El estrechamiento de manos Arafat-Rabin, en 1993, fue el icono de lo tantos años esperado. Pero la imagen resultó ser (parcialmente) engañosa: no se trataba tanto de reconocer la verdad de 1948 como de otorgar a los palestinos que vivían en los “territorios” un status que permite a Israel desembarazarse de unas ciudades palestinas ingobernables. Pero ese gesto histórico de Rabin se separó de la coyuntura, permaneció como una brecha formidable en lo no-dicho. Y, sin embargo, siempre falta algo, ese algo. Tras la euforia de Oslo, los palestinos constataron que su vida era más difícil (por ejemplo, la libertad de circular), que los israelíes no respetan los acuerdos firmados (por ejemplo, las fechas de evacuación de Cisjordania) y, sobre todo, que la máquina de apropiación de sus tierras no había dejado de funcionar ni un solo día, nieve o caigan chuzos de punta, esté quien esté en el poder en Israel, la derecha o la izquierda.
Incluso lo que se les daba, jamás se les daba como un derecho sino como una “concesión” generosa a cambio de otra concesión. Y cuando llegaba el día de dárselo, si es que llegaba, siempre se hacía con un respingo. Y todo porque los israelíes siguen viviendo con su ficción, ésa es su tierra, tienen sobre ella un derecho histórico legítimo, y lo que “ceden” a los indígenas es como un regalo para lograr la paz.
Este foso imposible de cerrar entre las dos partes ha llevado a la explosión de odio y violencia. Barak ha conminado entonces a Arafat a que logre inmediatamente la calma, porque si no... ¿qué? ¿La guerra? Pero, ¿qué guerra? ¿Cuántos muertos para acabar con tamaña cólera y obligar a los niños a no tirar piedras? Israel descubre de repente la terrible dialéctica del fuerte y el débil. Su superioridad militar es tal que no puede ser utilizada masivamente. Su ficción “humanista” no soportaría una carnicería contra una población casi desarmada ante las cámaras del mundo entero. Igualmente inquietante para Israel es la rebelión de los árabes israelíes, esos “palestinos de 1948” que se quedaron y a los que se creía prácticamente domesticados. Se han manifestado para solidarizarse con sus hermanos de los territorios; les han disparado como a ellos. No sé cuánto tiempo llevará, ni siquiera si es posible, pero estoy convencido de que no habrá paz posible si no hay un abandono formal de la ficción sionista. Las cosas cambiarán únicamente, quizá, el día que un dirigente israelí se levante para reconocer públicamente lo que se hizo a los palestinos en 1948, para inclinarse ante ellos y pedirles perdón “ogmat nefesh” (desde el fondo del alma) no sólo por la pérdida de su tierra y de su país sino sobre todo por la negación moral que desde hace medio siglo les ha transformado en fantasmas alelados y violentos.
Parece imposible, sobre todo ahora. Pero la alternativa es una guerra horrible, sin objetivo y sin fin. El ejército israelí ha reconocido finalmente que mató al niño en brazos de su padre, pero también era por su culpa: no debía estar allí. En resumen, ésta es toda la historia: los palestinos no debían, sencillamente, haber estado allí, hubiera sido mejor.
* Selim Nassib es escritor árabe. Publicado en El País de Madrid.

Por Robert Fisk *
“Arafat es el culpable”

Vanidoso, nepotista, dictatorial, despiadado. Yasser Arafat es todo eso; un hombre que estaba dispuesto a ver cómo mataban a su gente en el campo de refugiados de Tel al Zaatar, Beirut, asediado por los cristianos libaneses aliados de Israel en 1976, para poder demostrar al mundo la brutalidad de sus enemigos. Declaró un alto el fuego. Luego lo rompió. Luego estableció a los supervivientes de la matanza posterior en las ruinas de la aldea cristiana de Damour y, cuando los visitó en 1976, le arrojaron piedras y verduras podridas. Pero él había logrado su objetivo: demostrar que los aliados de Israel aniquilaban a los palestinos.
Es un cínico, un manipulador, un hombre de zorrería campesina. Nunca ha sido ningún Che Guevara, sino un hombre que ha sabido cuál es la cualidad más importante en un dirigente guerrillero: la capacidad de cambiar de opinión cuando todos los demás han decidido qué va a hacer. En 1982, rodeado por el Ejército israelí en Beirut, no le quedaba más posibilidad que rendirse. Entonces, cuando parecía derrotado, decidió –para desesperación de los libaneses– seguir luchando contra el ejército más poderoso del Medio Oriente. En la invasión israelí de 1982 murieron 17.000 civiles. Dos mil civiles palestinos murieron en la matanza de los campos de Sabra y Chatila, de la que tanto palestinos como israelíes responsabilizaron al ministro israelí de Defensa Ariel Sharon. Los palestinos perdieron. Arafat ganó. Para el mundo árabe, Sharon sería ya siempre un criminal de guerra.
“Estamos orgullosos de nuestra democracia en la revolución”, me dijo una vez Arafat. “Es la democracia más ardua y difícil, porque es una democracia entre pistolas. Pero hemos logrado crearla, y los luchadores por la libertad a los que se les ha dado esa democracia seguirán teniéndola en un Estado independiente.” Qué ilusiones.
Al final, cuando se le ofreció un Estado en Palestina, a Arafat no le interesaba la democracia. Su policía secreta (entrenada por la CIA) detuvo a los que se oponían a su paz con Israel. Sus familiares disfrutaron de prebendas. Su erario desvió fondos hacia sus leales acólitos. Había pasado a ser amigo de EE.UU. e Israel. Confiaba en ellos. Habló de “la paz de los valientes”. Era el presidente de Palestina.
En retrospectiva, Clinton debería haberse acordado de los años de Beirut. Cuando todos pensábamos que Arafat iba a abandonar el Beirut sitiado en 1982, superado en armas y efectivos por los israelíes, decidió seguir luchando. Y ahora, superado en armas y efectivos por los israelíes en Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este, de nuevo ha decidido seguir luchando. Sí, ha condenado la crueldad de los palestinos que han asesinado a sus adversarios.
En las conversaciones de julio en Camp David, se suponía que debía hacer su concesión definitiva, dejar Jerusalén bajo la soberanía de Israel, pero prefirió rechazar el acuerdo. Clinton le acusó de “arruinar” la paz. Los israelíes le responsabilizaron de la violencia provocada por Sharon. Pero Arafat, el obediente siervo colonial, no responde ante nadie más que ante sí mismo. Quería el Estado palestino que, en su opinión, le había ofrecido el acuerdo de Oslo, negociado por esbirros que, en su mayor parte, no hablaban inglés, y sin ningún abogado entre ellos. Le habían engañado, pensó. Así que nada de tratos.
Arafat posee un rasgo muy familiar para los dirigentes guerrilleros e incomprensible para los occidentales: cambiar de opinión sin ni siquiera darse cuenta de que pretende hacerlo. Pero es un hombre que conoce la brutalidad de la política. Si descubre el punto débil de sus rivales, golpea. ¿Que israelíes y norteamericanos le culpan de la “violencia” en los territorios ocupados? Que le culpen. Que el mundo decida quién mata a los palestinos. La responsabilidad ha sido de Estados Unidos y de Israel. Que mueran palestinos y, de ese modo, prueben la crueldad de losisraelíes. Todo eso lo aprendió en Beirut. Y ahora lo está empleando en Palestina.
A pesar de todo, es un hombre valeroso. Los israelíes intentaron matarle bombardeándole en Beirut, aunque aseguraron que no le apuntaban a él. Los israelíes intentaron matarle en Gaza hace unos días, aunque aseguraron que no intentaban acabar con él. En 1982, Arafat anunció que sus palestinos habían vivido “un milagro de heroísmo”, un “símbolo que pasará a nuestra historia”. En 1982, pidió el reconocimiento y la protección internacional. Al final, buques de guerra norteamericanos escoltaron a sus guerreros fuera de Beirut, mientras los civiles permanecían en Sabra y Chatila para ser aniquilados. Ahora pide ese mismo reconocimiento y esa misma protección, pero no puede irse. Arafat sabe cuál es el juego definitivo. Que los israelíes ataquen y maten a los palestinos. El mundo comprenderá. Es un juego peligroso pero que los israelíes no han entendido aún.
* Analista inglés. Publicado en El País de Madrid.

 

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