Por
Julian Borger
Desde Washington
A pesar de toda la sangre derramada en las últimas semanas,
la peor tragedia sigue siendo que todo podía evitarse. Negociadores
en todos los campos, en el norteamericano, y aun en el palestino y el
israelí, coinciden en que un acuerdo hubiera sido posible. En la
mesa de negociaciones de Camp David en julio se habían alcanzado
acuerdos de principio sobre cuestiones fundamentales. El Estado Palestino
iba a existir, finalmente, y su territorio iba a comprender más
del 90 por ciento de la Franja de Gaza y de Cisjordania. Las colonias
judías iban a ser consolidadas en los enclaves preexistentes.
Por supuesto, estaba el problema de Jerusalén. No iba a ser fácil
encontrar la solución a esta cuestión en unos días
de reclusión en una casaquinta del estado norteamericano de Maryland,
que es en definitiva lo que era Camp David. Pero lo sorprendente es que
los negociadores estuvieron muy, muy cerca.
Los palestinos quieren establecer la capital de su nuevo estado en Jerusalén.
Como la ciudad es el tercer lugar más sagrado del Islam, la cuestión
es de suprema importancia para todo el mundo árabe en su conjunto.
En los últimos días de Camp David, las negociaciones se
acercaron bastante a la posición palestina. Pero Arafat se mostró
incapaz de reaccionar con entusiasmo a cualquier cosa que estuviera por
debajo de la capitalización de Jerusalén Este, lo que provocó
primero la frustración y después la furia de israelíes
y norteamericanos.
¿Por qué el líder palestino se abstuvo de cualquier
compromiso? Arafat es una figura inescrutable, pero todos los que aseguran
conocerlo bien dicen que está obsesionado con cómo será
recordado en la historia. Está aterrorizado con que los analistas
lo inscriban en la lista de los traidores a la causa árabe, como
lo hicieron con Anwar Sadat, que firmó el último tratado
de Camp David entre Israel y Egipto en 1978. Otros aseguran que líderes
árabes muy absolutistas sobre el tema de Jerusalén, particularmente
los de El Cairo y Riad, lo contuvieron. El método de trabajo de
Camp David tampoco ayudó, en el que no se sabía si lo que
estaba sobre la mesa eran borradores definitivos o simples puntos de partida
para nuevas discusiones.
Lo máximo que los israelíes estuvieron preparados a poner
(en público) sobre la mesa era la soberanía palestina sobre
algunos de los suburbios exteriores de Jerusalén Este, autonomía
local en algunos barrios interiores y autonomía religiosa combinada
con el derecho a instalar la bandera palestina en Haram al-Sharif, el
Monte del Templo para los judíos, pero también santuario
musulmán. Estas propuestas de Barak quedaban muy por debajo de
las demandas de Arafat, pero marcaron un salto cualitativo con respecto
de todas las posiciones israelíes anteriores. Desde la Guerra de
los Seis Días en 1967, la soberanía sobre Jerusalén
había sido tratada siempre como no negociable por los líderes
israelíes.
Otras propuestas fueron formuladas entonces por Estados Unidos en Camp
David y en los meses que siguieron. Una de ellas involucraba una soberanía
compartida, o partida al nivel del suelo. Los palestinos tendrían
el control de la superficie de piedra del Haram al-Sharif, mientras que
los israelíes controlarían el arqueológicamente rico
Monte del Templo, que está debajo. Otra propuesta colocaba los
lugares sagrados de la ciudad bajo alguna forma de control internacional,
probablemente de la ONU. Si Arafat no respondió a estas ideas,
fue porque temía que fueran dejadas de lado, una vez que él
hubiera hecho concesiones sobre otros puntos, en especial el de los refugiados
palestinos.
Las dudas de Arafat dieron el pie al líder ultraderechista israelí
Ariel Sharon, halcón del Likud, para provocar una confrontación
directa sobrela soberanía de Jerusalén, antes de que el
diálogo pudiera reiniciarse. Y fue precisamente la provocación
de Sharon del pasado jueves 28 de setiembre en la explanada de las mezquitas
lo que causó la ola de violencia y represión a la que se
le intenta poner un freno en la cumbre de hoy en Sharm el Sheij en Egipto.
Pero la mayor barrera que impide el traspaso de Cisjordania al control
palestino fue la presencia de 200.000 colonos judíos que habían
establecido sus comunidades allí. Incluyen a algunos de los más
nacionalistas y radicales de los grupos nacionalistas judíos. Muchos
vinieron de Estados Unidos con la misión de repoblar las tierras
bíblicas. Cualquier intento por expulsarlos llevaría inevitablemente
a la violencia, y significaría un enorme precio político
para cualquier gobierno israelí que intentara implementar un tratado
de paz.
Una solución parecía consistir en la redistribución
de los colonos. Más del 80 por ciento de ellos vive en menos del
8 por ciento de Cisjordania, en los suburbios de alta densidad que rodean
Jerusalén. De acuerdo con lo discutido en Camp David, los colonos
serían concentrados en ese 8 por ciento, y el 92 por ciento de
Cisjordania, junto con la Franja de Gaza, sería el nuevo Estado
Palestino.
De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Las
piedras en los zapatos
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Jean Daniel *.
La política interior
Los motivos de la crisis
y de un eventual fracaso de las negociaciones se encuentran en la
conjunción de varias causas. Pero todas pueden resumirse
en dos observaciones dominantes. La primera es que el proceso de
paz estaba a punto de concluir y que, al mismo tiempo, nunca las
fuerzas hostiles al proceso, tanto del lado israelí como
palestino, habían recibido tanto aliento de cada campo por
razones de política interior. Resulta clarísimo que
Ariel Sharon quiso poner término al proceso de paz, tal como
el asesino de Rabin había conseguido hacerlo algunos años
antes.
Todavía es mucho más claro que palestinos hostiles
a los acuerdos de Camp David vieron aumentar sus efectivos, su audiencia
y sus medios. Ello a causa de los éxitos del Hezbollah y
la creciente impopularidad de Arafat, a causa también de
su incapacidad de obtener de los israelíes los gestos simbólicamente
fuertes como la disminución de las escandalosas implantaciones
de los colonos en el corazón de los territorios liberados,
la protección militar de esas colonias o la liberación
de cientos de prisioneros. Los extremistas palestinos hicieron circular
el rumor en el mundo árabe que Arafat estaba cediendo a propósito
de Jerusalén. Bastó para despertar la adormecida solidaridad
panárabe.
* Director del semanario
francés Le Nouvel Observateur.
Elias Sanbar *.
La dimensión
afectiva
Jerusalén es
uno de los temas más explosivos de las negociaciones entre
palestinos e israelíes. Pero no el único. Me parece
que la cuestión de los refugiados es igualmente importante,
incluso si no tiene la misma dimensión mitológica.
Dicho esto, miremos las cosas de frente: es sobre todo cuando se
opta a ultranza por la confusión que el problema de Jerusalén
obviamente hablo aquí de Jerusalén este
parece inextricable. La dimensión afectiva, emocional, se
vuelve menos pesada cuando se intenta un enfoque racional. Me explico:
Jerusalén es una ciudad excepcional, pero no es únicamente
un problema político. Propongo entonces que se plantee un
principio simple: la dimensión afectiva no puede ser objeto
de negociaciones. Además, ¿quién es capaz de
negociar el apego de una comunidad a su ciudad o a su tierra? ¿A
qué medidas es acaso preciso recurrir para medir los afectos
y las pasiones? Por esta razón me opongo a la división
de Jerusalén y soy favorable a que se comparta. Una ciudad,
dos capitales. Una ciudad abierta donde cada cual podrá ir
y venir a su antojo. No subestimo la dificultad de la empresa, pero
toda solución que pase por el nacimiento de un muro de Berlín
está destinada al fracaso.
* Director de la revista
Estudios Palestinos.
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