Norberto Mendez *.
�Un conflicto nacionalista�
Conocí al profesor Mario Sznajder en 1989, haciendo mi fellowship como investigador visitante de la Universidad Hebrea de Jerusalén y me fue presentado entonces como un especialista israelí en América latina. De origen chileno, Mario era entonces el típico latinoamericano progresista, preocupado por las injusticias y las desigualdades. Por eso quedé sorprendido al registrar su conversión al más fervoroso nacionalismo, según pude deducir de las opiniones que virtió en la entrevista que le hizo el lunes pasado
Página/12.
Sus afirmaciones sirven para apreciar cómo la manipulación etnicista que vienen ejercitando sucesivos gobiernos israelíes ha alcanzado niveles insospechados. El conflicto con los palestinos, factor principal de solidificación nacional, es activado como amenaza existencial por los gobernantes con el objeto de legitimizar políticas que no atienden a las graves disidencias internas. No es un recurso novedoso pero sí muy efectivo: se llama nacionalismo y se lo utiliza desde las más variadas ideologías y con los más diversos fines: lo hizo Milosevic para justificar su autoritarismo, Saddam Hussein para imponer su régimen tiránico, Bush y Clinton para convencer a los ciudadanos norteamericanos de que su sistema de vida nacional estaba amenazado por Irak, Yugoslavia o Cuba, Galtieri para perpetuarse en el poder. Tanto dictaduras como democracias echan mano del predominio de la solidaridad étnica cuando lo creen conveniente. Lo malo es cuando la inteligencia acepta disolverse en esa tribu temerosa capaz de cualquier violencia.
El actual enfrentamiento palestino-israelí no es una guerra religiosa, no se matan por ser fieles al mensaje de Moisés o de Muhammad. Los conflictos bélicos per se son los que ahondan y dan sentido particularista a las diferencias culturales si éstas son manejadas por políticos inescrupulosos. La guerra crea el conflicto étnico y no al revés.
Considerar la declaración contraria a Israel del Consejo de Seguridad de la ONU como una inocentada de la comunidad mundial, como sugiere Sznajder, es también adoptar los parámetros nacionalistas que suelen ver en los organismos internacionales una suerte de sinarquía internacional. También es discutible interpretar la unidad en la lucha de Al Fatah y Hamas como una acción que implica arrojar el proceso de paz a la basura, cuando es claro indicio de que la desesperación ante la represión indiscriminada ha provocado la unidad pragmática de dos ideologías opuestas que se disputan el liderazgo de los palestinos. Es claro ejemplo del triunfo de la identidad nacional por sobre otras identidades, incluso las religiosas.
También es nacionalismo lo que hace el gobierno israelí cuando su mandatario laborista, contrariando su ideario socialdemócrata, alimenta al extremismo nacionalista adoptando sus consignas, sacralizando a una Jerusalén que las negociaciones de Oslo, que Israel prometió honrar, obligan a negociar. Los mitos, los recuerdos y el olvido sirven adecuadamente al nacionalismo. Ese olvido es aplicado desde 1981, cuando el gobierno del partido nacionalista Likud anexó Jerusalén y creó el slogan de Jerusalén como capital única e indivisa, lema que a partir de entonces fue adoptada como dogma por gobiernos de todo signo, cuando antes de esa fecha era doctrina política israelí que las ocupaciones resultantes de las guerras eran prendas de negociación por la paz y el reconocimiento del Estado de Israel y no territorios sagrados como creen los fundamentalistas. También es olvido soslayar que los árabes israelíes son ciudadanos de segunda clase: sus documentos de identidad deben especificar su origen étnico, las placas de sus autos deben ser de otro color, son exceptuados del servicio militar porque se piensa que su lealtad es automáticamente solidaria con otros árabes. Todavía hoy el Estado de Israel se sigue llamando el Estado judío y sin embargo se presenta como un moderno estado de ciudadanos. Evidentemente los sueños de israelíes ilustres como Martin Buber o Yeshayau Leibowitz no se han cumplido: Eretz Israel (Tierra de Israel) se está �tragando� a Medinath Israel (Estado deIsrael); lo exaltan los extremistas nacionalistas y lo justifican algunos intelectuales.
* Profesor de la carrera de Ciencia Política (UBA). Ex becario del Instituto Truman para el Avance de la Paz de la Universidad Hebrea de Jerusalén. |
Mario Sznajder *.
�Una guerra confesional�
Creo que el profesor Méndez se equivoca en dos planos. Cuando escribo, no me gustan las referencias personales, ya que lo importante es la calidad del argumento y no la persona detrás de éste. Pero dejemos de lado lo personal. Veamos los méritos de los argumentos.
La posición de Méndez se basa en afirmaciones de carácter axiomático sobre las motivaciones detrás de la violencia en el Medio Oriente �que la gente no se mata por ser fieles al mensaje de Moisés o de Muhammad y sobre la falta de escrúpulos de los políticos� y nada más. Pero en ambos campos, el árabe y el israelí, los grupos políticos que se oponen al proceso de paz adhieren a ideologías cuya justificación básica tiene raíces teológicas. Sostienen teorías de razón total, en las cuales uno tiene razón porque Dios le ha dado la razón. Si a esto sumamos otro elemento teórico, que es el impacto de la modernidad sobre el Medio Oriente que diferencia básicamente entre Israel (nacido como Estado moderno en 1948) y las sociedades árabes (más tradicionales en sus estructuras básicas, aun cuando se constituyen como estados-naciones), podemos esgrimir elementos de una teoría que no sólo sirve para explicar el conflicto árabe-israelí sino también muchos de sus desarrollos actuales.
Negar en hoy la centralidad del momento religioso en el conflicto raya en la ceguera política. ¿Alguien puede creer que es casualidad que la violencia estalla a raíz de la visita de Ariel Sharon a Haram el SharifMonte del Templo, sitio de Al Aksa y el Domo de la Roca, y probablemente del Templo de Salomón? Basta ver cómo los puntos álgidos se reproducen cada viernes, cuando la prédica musulmana lanza a miles de creyentes a las calles de las urbes musulmanas �El Cairo, Yakarta y Fez, para mencionar sólo tres ejemplos� en violentas manifestaciones que no son sólo contra Israel y el sionismo sino también contra Estados Unidos, Europa y todo lo que representa la modernidad occidental, percibida por grupos islámicos radicales como enemigo mortal. Por el otro lado, ¿no vemos, creo yo en mucha menor escala, la respuesta violenta de colonos israelíes a la violencia palestina, o de elementos de la sociedad judía-israelí, en sus partes menos desarrolladas y más tradicionalistas-religiosas, atacando a árabes israelíes, que a su vez realizan demostraciones violentas clamando la redención de la mezquita de Al Aksa?
Es verdad que no se trata de fenómenos puramente religiosos. Quizás la expresión �guerra de religión� contenga un elemento de exageración. Pero el hecho es que el conflicto desborda los límites nacionales de las partes implicadas. Va también más allá del mundo árabe para llegar a Malasia e Indonesia o a países musulmanes de Africa que no son árabes, o a grupos islámicos en Europa y Estados Unidos, y quizás en América latina también. En Francia fueron quemadas cinco sinagogas �nótese, sinagogas, no instituciones nacionales israelíes� y muchos ejemplos más de los últimos días no sólo quiere decir algo, quiere decir mucho. Es imposible no ver que cuando Yasser Arafat quiere indicar su espíritu belicoso libera a los terroristas más activos de Hamas y Jihad Islámica, amenazando a Israel y al mundo con una ola de terror como las que vimos en el pasado, hecho que puede llegar a poner en peligro la misma vida de Arafat cuando decida volver a su tesis de una paz negociada (que no sería aceptada por los grupos islámicos extremistas). Así como es irreal no ver el rol que juega Hezbolá, �el Partido de Alá�, en este conflicto.
Todo lo expresado no quiere decir que ni yo, ni �valgan las diferencias� el primer ministro Barak, si logro interpretar su línea de acción, estemos de acuerdo con esta línea de sucesos. Pienso que Barak, pese a las difíciles circunstancias creadas por la ola de violencia actual, no ha renunciado aún a la opción de negociar un acuerdo, y que toda persona que adhiera a la racionalidad instrumental que caracteriza a la modernidad, debería apoyar esta línea. La contraria, la del fanatismoreligioso total, en el Medio Oriente sólo puede traer más guerras, más violencia y más víctimas.
* Profesor de Ciencia Política de la Universidad Hebrea de Jerusalén.
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