Por Ewen MacAskill
Desde Londres
El enemigo público Nº 1 de Estados Unidos, el terrorista Osama Bin Laden, advirtió ayer a Washington en contra de lanzar un ataque en venganza por el exitoso atentado contra el destructor �Cole� en las costas de Yemen. En su primer comunicado en dos años, Osama anticipó que un ataque contra su base secreta en Afganistán fracasaría en su intento por asesinarlo. Y aprovechó para reiterar su batalla contra los �enemigos del Islam�, es decir, Estados Unidos, Israel y el régimen saudí.
Sin embargo, Osama no se refirió específicamente a la explosión en el destructor Cole en Yemen de la semana pasada que dejó 17 tripulantes norteamericanos muertos. Los especialistas que volaron a Yemen encontraron ayer siete cuerpos más entre los restos de la nave, lo que deja aún cinco desaparecidos. El gobierno norteamericano, que disparó misiles en 1998 contra la base de Bin Laden después de los atentados contra sus embajadas en Kenia y Tanzania, todavía no identificó quién fue responsable del atentado en Yemen.
Un ataque norteamericano a un país islámico como Afganistán sería peligroso en el momento actual, dado que la estima de Washington en la mayoría del mundo islámico está por debajo de lo habitual por el apoyo prestado a Israel tras la Intifada palestina. William Cohen, el secretario de Defensa norteamericano que debía retornar a Washington ayer después de una visita a Yemen, se mostró muy cuidadoso cuando le preguntaron por una posible revancha: �Dije que íbamos a seguir las acciones adecuadas una vez que hayamos determinado quién es el responsable. Dejémoslo ahí�.
En un principio, el gobierno de Yemen había desestimado la explosión como un accidente pero el lunes aceptó públicamente que había sido un ataque suicida. Funcionarios yemenitas informaron ayer que el equipo con el que se habían construido las bombas fue hallado en una casa cerca del puerto. Dijeron que dos hombres que habían vivido allí estaban desaparecidos, y los describieron como extranjeros. Otro funcionario dijo que eran sauditas.
Bin Laden, que negó toda responsabilidad por los ataques en las embajadas norteamericanas, nació en Arabia Saudita y es de ascendencia yemenita. Su comunicado, publicado ayer en el diario Jang de Pakistán, aparentemente había salido de Kandahar, en el sur de Afganistán, donde está el cuartel general de Afganistán. �No temo las amenazas norteamericanas en mi contra�, dijo. �Mientras yo siga vivo no habrá descanso para los enemigos del Islam. Continuaré mi misión hasta destruirlos.�
De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
debate
Por Eduardo Grüner * |
Terrorismo de Estado israelí
La nueva �proto-guerra� palestino-israelí (hay que ser claros al respecto) no es, en rigor, ninguna guerra: es liso y llano terrorismo de Estado �y hay, por supuesto, más de un Estado poderoso involucrado en ese terrorismo� contra un pueblo casi indefenso, y sin embargo obligado a defenderse en la más inferior de las condiciones. A defenderse, para colmo �como lo señala lúcidamente Edward Said en Página/12 del pasado 14 de octubre�, no solamente contra una agresión neocolonial que ya lleva décadas, sino en cierto modo contra su propia �dirección� oportunista y politiquera en el peor sentido. A esta altura está de más aclarar (hasta se hace sospechoso de �negación� freudiana) que ciertas formas de terrorismo neofundamentalista ejercidas por minorías elitistas del �otro lado� son inequívocamente condenables. Pero es una maniobra del más craso fetichismo ideológico establecer ningún tipo de simetría. Para empezar, el llamado �terrorismo islámico� (otro fetichismo ideológico: el Islam, en su larga historia, fue sin duda conquistador y colonialista �tanto como Europa u Occidente en general� pero no terrorista o siquiera particularmente fundamentalista, ni mucho menos �etnocéntrico�; y no fue precisamente el Islam el que inventó, por ejemplo, la Inquisición) no es ningún �otro lado�: es un tercer orden que, objetivamente, puede servir a intereses de cualquiera de los �lados�, ninguno de los cuales representa realmente los intereses de los sectores oprimidos del pueblo palestino o israelí. Pero, insistamos: la simetría especular es inadmisible. Tienen completa razón Muchnik, Rozitchner y Schiller (en Página/12 del mismo día citado) cuando se niegan a admitir una �teoría de los dos demonios� por Medio Oriente; el �demonio único� que allí reina está lejos de ser metafórico: es el colonialista, terrorista y protofascista gobierno del Estado Israelí y sus sostenedores internacionales de más al Norte. Y si nos esforzamos en separar �gobierno� de �Estado� es menos por afán académico de diferenciar categorías politológicas no necesariamente coincidentes (una premisa quizá discutible) que para señalar otro ítem de la falacia simetrizante: de un lado hay un Estado del que se ha apropiado un gobierno que defiende a sangre y fuego, mientras del otro hay apenas un �gobierno� �si se puede llamar así a la conducción de Arafat� sin nada que pueda llamarse Estado. Hasta que el Estado palestino no exista, no hay comparación, ni mucho menos simetría, posible. Y, con o sin Arafat, no se puede dudar de la voluntad y el derecho popular palestinos de tener su propio Estado y su propia nación, como los tienen los israelíes.
Otra vez tienen razón los autores citados: �En 1848 Marx y Engels plantearon que la historia de la humanidad era la historia de la lucha de clases, no de nacionalidades�. También es cierto que, en ese mismo 1848, los mismos Marx y Engels, a propósito de las rebeliones �nacionales� centroeuropeas contra el imperio austrohúngaro, defendieron el derecho a la �autodeterminación de los pueblos�, y no sólo por razones morales genéricas, sino porque, en determinadas circunstancias históricas, para bien o para mal, nos guste o no, es así como se articula la lucha de clases. La existencia de un Estado nacional palestino es una condición previa para que esa lucha, en todo caso, pueda barrer con sus propios gobiernos corruptos, traidores o lo que fuese, Y, en el camino, establecer todas las imprescindibles alianzas �internacionalistas� con las clases explotadas israelíes y del resto de Medio Oriente. Mientras tanto, la lucha palestina por la construcción de su propia �nacionalidad� o �estabilidad� es, en principio, absolutamente justa y comprensible. Dicho sea esto, de paso, como declaración del más profundo asco ante la �opinión� (expresada ese mismo día en Página/12) ya no digamos disparatada y reaccionaria, sino francamente repugnante del �profesor� Carlos Escudé, para quien la explicación (siguiendo �noticias que nos llegan de Israel�, sin que se nos aclare de quién ni por qué vías, aunque no es difícil sospecharlo) de que mueran niños palestinos ¡es que sus madres cobran 2000dólares de indemnización! Hay para el inefable Escudé, claro, un argumento más �serio� para defender la agresión del gobierno israelí: �La civilización judeocristiana tiene mayores derechos que los islámicos, porque Jerusalén es la ciudad sagrada para el judaísmo, es la principal ciudad sagrada para el cristianismo y es sólo la ciudad número tres para el Islam�. O sea, para los judeocristianos la lucha es sagrada (si bien establecida en términos de una numeración ordinal y completamente arbitraria de los �grados� de sacralidad), mientras que para los palestinos es por 2000 dólares por cadáver infantil. Por otra parte, la judeocristiana es una civilización, mientras que �los otros� �es decir: una de las civilizaciones más ricas, complejas y exquisitas que ha conocido la humanidad� son sencillamente �los islámicos�. Así se explican mis comillas al término �opinión�: los escupitajos racistas, fascistas e ignorantes de semejante �especialista en Relaciones Internacionales� no son opiniones, ni siquiera equivocadas.
*Sociólogo, ensayista, profesor en las Facultades de Ciencias Sociales y Filosofía y Letras (Universidad de Buenos Aires) |
debate
Por Jonathan Freedland * |
La regresión palestina
Los palestinos e israelíes comunes están volviendo a sus viejas y frías posiciones. No sólo se habla de los males que vinieron después de la invasión de 1967, de la discriminación que se vive en el interior de Israel, sino del �crimen� fundamental del país: su mera existencia. Activistas de larga data como Edward Said están de vuelta, apareciendo en televisión para pedir ni más ni menos que la disolución del Estado de Israel. Y lo hacen sin encontrar demasiadas oposiciones. La corriente que corre por debajo de las apariciones en los medios o de las cartas al editor es la misma: no la oposición a este o aquel asentamiento judío, sino a la idea misma de Israel. Para todos aquellos que pensamos que el apretón de manos de 1993 entre Arafat y Yitzhak Rabin anunciaba una nueva aurora, este retorno a las hostilidades más básicas resulta profundamente depresivo. Los Acuerdos de Oslo significaban un paso más allá de las demandas del pasado, que siempre son absolutistas. Porque cada una de las partes creía tener un derecho a la totalidad del territorio. Creíamos que se había llegado a un lugar nuevo, donde cada una de las naciones finalmente veía a la otra. La nueva premisa era que cada una de las partes tenía su derecho al mismo, disputado territorio: esto sostenía la hipótesis de los dos Estados, uno para los israelíes, otro para los palestinos. El problema, se ve ahora, es que ninguna de las dos partes aceptó totalmente esta solución: de ahí la Palestina de bolsillo que Barak le ofreció a Arafat en Camp David. Pero los israelíes dicen que es Arafat el que nunca lo entendió: de ahí los habituales floreos retóricos, en árabe, del líder palestino, aludiendo a la eventual liquidación de Israel. Estamos viviendo un período de retronacionalismo, con los israelíes y los palestinos hundiéndose en la historia en vez de levantar sus ojos al futuro. Pero tal vez lo que ocurre sea lo mejor, y unos y otros deben llegar al fondo de su batalla.
* Analista político británico. De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12. |
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