Sobre el intento de asesinato
de Pepe Carvalho
Por M. Vázquez Montalbán
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Periódicamente me entero por diferentes medios de comunicación de que estoy a punto de matar a Carvalho, incluso a veces la noticia es más fatal: ya lo he matado. Desde hace veintiséis años he dicho que Carvalho pasaría por la prueba del final del milenio y que su vida cambiaría sensiblemente, porque para eso están los milenios como líneas imaginarias. A punto de aparecer en diferentes lenguas El hombre de mi vida, me llaman carvalhistas desde distintos puntos del mundo para comunicarme su alarma ante una noticia que les agrede: he matado a Carvalho. Reviso todos los lugares de mi casa donde suelo esconder mis cadáveres y no está el de Carvalho. Indago en los rincones de mi espíritu donde también hubiera podido esconder al muerto y no está. Por lo que deduzco que no, que no he matado a Carvalho y que probablemente no lo mataré nunca aunque me plantea serios problemas de identidad.
De hecho, El hombre de mi vida termina con el anuncio de una vuelta al mundo de Carvalho y su ayudante, Biscuter, a partir del referente de dos grandes novelas de viajes, El Quijote y La vuelta al mundo en ochenta días, tan diferentes en cuanto a escritura y propósitos y sin embargo tan próximas en la estrategia del viaje como pretexto para no ir a ninguna parte. En El hombre de mi vida, Carvalho indaga cuánto dinero tiene en el banco y descubre que no es suficiente para asegurarle una vejez económicamente tranquila, por lo que decide gastárselo dando una vuelta al mundo que será una vuelta al siglo XX, a ese siglo que iba a ser definitivamente el de las luces y acabó con casi todos los plomos fundidos. Tal vez debería dedicar algún tiempo a resolver un doble problema: por qué de vez en cuando alguien pone en circulación que yo he matado a Carvalho y qué voy a hacer con un Carvalho que por su edad ya no puede ser detective privado y, si la edad no fuera un motivo suficiente, los detectives privados literarios serán cada vez más inverosímiles, sustituidos por multinacionales del espionaje en todas sus ramas, desde el industrial hasta el sentimental. En el monólogo teatral Antes de que el milenio nos separe, Carvalho despotrica contra mí porque teme que le mate en el año 2000 y presume de estar más preparado que yo para afrontar los desafíos de un nuevo siglo que puede empezar con Bush Jr. en la presidencia de Estados Unidos, catástrofe espiritual que nos obliga a llegar a la conclusión de que los siglos y los Bush se parecen. En el caso de que Bush Jr. ganara, estoy preparado para destruirle, como en el pasado destruí a Franco, Pinochet y Kissinger, por el procedimiento de vivir para ver su muerte física o política. Pero Carvalho se sentiría rejuvenecer, porque vería reforzadas sus teorías nihilistas sobre la estupidez de la hegemonía de Aquiles sobre la tortuga y del hombre sobre el escarabajo patatero.
En un mundo en el que Bush Jr. puede llegar a ser nuestro emperador, ¿cómo va a desaparecer Carvalho? No podemos privarnos de su asqueada melancolía causada en algún momento de la historia, no sé cuál, en el que el detective descubrió que la Creación fue una precipitada chapuza que implicaba que todo lo vivo ha de tratar de comerse a todo lo vivo, sin excluir la práctica del canibalismo como un exceso del sentido lúdico de la gastronomía. El problema no es de vida o muerte de un personaje, sino de reciclaje profesional, porque a su edad, Carvalho ya no puede aspirar a ser un atleta sexual japonés ni un hombre contundentemente agresivo. Estudio la posibilidad de meterle en una ONG. Detectives sin fronteras.
REP
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