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Por Vicente Palermo *

Lo formal y lo político

Argentina es un país cuyas instituciones, grupos sociales, economía, sistema político, opinión pública no son suficientemente sólidos o estables como para funcionar con un piloto automático. Requieren de una dosis de liderazgo y competencia política que sin duda supieron demostrar a su hora Alfonsín y Menem, por encima de sus enormes diferencias de estilo y de los desiguales resultados de sus gestiones. Por el contrario, el actual Presidente parece creer que el ejercicio de su función consiste en atenerse estrictamente a desempeñar un papel que se ajuste a sus atribuciones constitucionales. Y que todo lo que haga formalmente posibilitado por ellas es bueno, es decir, políticamente adecuado y prudente, así como que ningún plus específicamente político es necesario .como si el mundo de la política y el mundo de las reglas institucionales se superpusieran absolutamente�.
Nada ilustra mejor esta apariencia sobre el estilo y la concepción presidencial que la presente crisis disparada por la denuncia sobre sobornos en el Senado. Primero fue la oposición la que definió los términos del debate político: Cafiero conmovió a la opinión pública declarando que le constaba que algunos senadores de su propio partido habían sido comprados por el Gobierno. Obviamente este último estaba ahora en jaque (y las sospechas apuntaban a ministros y secretarios de Estado muy próximos al Presidente). En estas circunstancias, quien hizo lo que mandaba el tablero fue el vicepresidente de la República, Carlos Alvarez. Sólo que al precio de convertirse él mismo, aun sin quererlo, en una suerte de oposición dentro del Gobierno. Hizo lo necesario porque las denuncias, al afectar a todos los partidos en juego, ponían en tela de juicio frente a la opinión pública a la totalidad del personal político democrático. Este y la propia política debían mostrar que eran capaces de estar a la altura de la situación. Alvarez avanzó audazmente en este camino, al precio de correr la línea de tensión hacia dentro del Gobierno y de la coalición partidaria.
Sólo en ese momento el Presidente creyó llegada la necesidad de llevar a cabo un acto de reafirmación de la autoridad presidencial, cosa que hizo pero mediante unas nominaciones que, por un lado, parecían decir a la ciudadanía que las sospechas sobre los sobornos merecían un tratamiento puramente judicial y no requerían ningún tratamiento propiamente político, definiendo en los hechos, al proceder de este modo, al ámbito judicial como el propicio para definir una política, lo que significa que se carga a la función de justicia con unas responsabilidades que la pueden aplastar, mientras que la política parece huir de las que le son inherentes. Y, por otro lado, aquellas nominaciones crearon para Alvarez una situación absolutamente insostenible, ya que si permanecía en la vicepresidencia lo iba a hacer al precio de su propia degradación política tanto como moral.
Nuevamente, fue el Chacho el que estuvo a la altura de las circunstancias: simplemente renunció �esta renuncia admite una sola lectura: Chacho renunció al cargo como única forma de no renunciar a la acción política�. No obstante, el Presidente tenía un triunfo en su mano, triunfo que, para el asombro de muchos, desperdició: en el discurso que esa misma noche dirigió por la �cadena nacional�, contaba con una posibilidad real de redefinir el sentido de la renuncia de Chacho. Podía haberse dirigido al país en términos como los siguientes: �Querido Chacho: embargado por la emoción, quiero darte las gracias y sé que lo hago en nombre de todos los argentinos de bien, por la dolorosa decisión que has tomado. El Poder Ejecutivo no es un lugar que se pueda compartir. La responsabilidad y la autoridad del gobierno deben ejercerse de un modo en que no cabe la coexistencia de dos estadistas. Yo soy, por lo tanto, el menos sorprendido y al mismo tiempo el más agradecido por tu decisión. Desde ahora las cosas están claras: el país tiene un presidente quecontinuará utilizando con toda energía las atribuciones de su cargo y tiene una alianza de gobierno que continuará proporcionándole al Presidente y al Gobierno la energía social y política indispensables. Sé que no vuelves a la calle, al llano, sino que te has colocado en un nuevo lugar, por el bien del país, dentro de la política y las instituciones�. En vez de hacer esto (o algo parecido), De la Rúa dirigió al país un mensaje tranquilizador (�no hay crisis�), debido al cual muchos de los espectadores nos preguntamos si interrumpir nuestras cenas no había sido un abuso. Tras ello, De la Rúa abundó en explicaciones desconcertantes, como la de que había nombrado a Flamarique en una �función meramente técnica�, que no había creído de manera alguna que Alvarez fuera a renunciar, y que como enseñanza quedaba que �las cosas hay que decirlas siempre con todas las letras, que es el modo de entenderse mejor�.
Sin duda las aptitudes del actual Presidente son importantes y habrán de ponerse en juego de aquí en adelante �dado que le espera la tarea insoslayable de una vasta recomposición de su fórmula de gobierno�. Lo que sí puede asegurarse es que el entorno que lo ha acompañado hasta ahora no se caracteriza precisamente por las luces políticas (la buena noticia es que, si comparamos con el ciclo de los entornos de otras gestiones presidenciales, así como la magnitud de su contribución destructiva, De la Rúa tiene todavía la oportunidad de quedar bien parado). En cualquier caso, el Presidente deberá decidir por un rumbo de acción política definido para proporcionar a su gobierno la base de sustentación que, por el momento, le falta. Puede revitalizar la Alianza, o puede apartarse radicalmente de ella, o puede quizás figurarse que lo mejor será navegar entre dos aguas. Ciertamente para que el éxito lo acompañe en cualquier alternativa que escoja, deberá poner en juego una dosis de liderazgo y de aptitud de Estado muy superiores a las que ha creído necesario exhibir hasta el momento.

* Politólogo. Instituto Di Tella.


 

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