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�EL PRECIO DE UN BRAZO DERECHO�, UNA PIEZA DE COLECCION
¿Quién dijo que el trabajo es salud?

La investigadora teatral Vivi Tellas revisa críticamente los lugares comunes en torno del trabajo, en una rara obra para tres actrices.

Los actores se mueven en una escena repleta de herramientas y objetos de una obra en construcción.

Por Cecilia Hopkins

t.gif (862 bytes) Originado en una investigación sobre el tema del trabajo coordinada por Vivi Tellas, El precio de un brazo derecho pone en tela de juicio el carácter edificante con que tradicionalmente se identifica al esfuerzo que implica toda tarea remunerada. La idea de que el trabajo es una actividad que se realiza por la estricta obligación de sobrevivir y jamás por el placer que pueda deparar es la base estructuradora de este montaje que mantiene de principio a fin un aire de performance inacabada. 
Desde lo visual, la traducción de esta afirmación remite a las tareas que tienen lugar en las obras en construcción. Pero para redondear el concepto que guía al conjunto, el mundo de las fábricas y talleres es tenido muy en cuenta en los textos que utilizan los actores. Imprevistamente vestidos de fiesta, los tres intérpretes salen al público para presentarse a sí mismos mediante el inventario de los trabajos que desempeñaron desde que eran niños hasta llegar a la adultez. A pesar de que los actores hacen mención a algunas situaciones de dolor, angustia o vergüenza que estas actividades les causaron, en todos los casos parecen a punto de rematar un sketch cómico, por lo insólitas de algunas de sus ocupaciones. Naturalmente, a medida que avanzan en su enumeración, las tareas realizadas se vinculan cada vez más con el concepto tradicional del trabajo, que es el que interesa, en cuestión, el cual presupone un cierto esfuerzo, remunerado económicamente bajo ciertas condiciones de dependencia. 
En un escenario repleto de herramientas y objetos propios de una obra en construcción, los actores se concentran en el desarrollo de algunas de las tareas propias de ese ámbito, aun cuando su vestuario .-de largo, ellas; de smoking, él� alude a una situación de ocio. Las mujeres llevan piedras de un lado a otro o descargan arena de baldes, mientras que el personaje varón se ocupa del encofrado metálico. Es evidente que hacen ese trabajo por primera vez: su actividad no manifiesta la belleza de movimientos que sin proponérselo muestra el operario que realiza una maniobra mecánica, aprendida con el tiempo e incorporada a su comportamiento cotidiano, con total naturalidad. 
Este aplicado ir y venir .-que resulta ilustrativo en exceso, pero también enigmático, por el mismo motivo� se alterna con el recitado de fragmentos de artículos sobre legislación laboral y algunas noticias que hacen mención a casos concretos de conflictos surgidos en lugares de trabajo. Aunque las intervenciones de los actores se caracterizan por la neutralidad, la enunciación monocorde no oculta, sin embargo, que intentan señalar -.y se supone, condenar� toda la gama de abusos que un trabajador puede sufrir por parte de sus empleadores. Así, se mencionan casos concretos en los que los horarios extenuantes, la falta de condiciones mínimas de higiene y seguridad, la ausencia de indemnizaciones y los salarios irrisorios son moneda corriente.
El cariz del montaje tiene inequívocos ribetes de denuncia. No obstante, esta acumulación de datos y casos puntuales en ningún momento intenta emocionar a la platea. En ese sentido, el espectáculo tiene lejanos puntos de contacto con las denuncias de aquel teatro de los años 70, porque losreclamos de El precio... llegan al espectador pasados por el tamiz distanciador del desapasionamiento. Esta suelta de frases tampoco traduce una posición demasiado clara respecto del tema que se analiza, aunque tal vez ésa haya sido la intención de la propuesta, en consonancia con la ambigüedad al uso. Polémica, por lo menos, es la visión de los tres actores-personaje que, vestidos de fiesta y en tren de realizar un trabajo que no es el que acostumbran a hacer, enuncian condiciones de injusticia sin traslucir ningún grado de identificación emocional con lo que dicen.

 


 

UN LABORATORIO LO DESCUBRIO ANALIZANDO UN RIZO
A Beethoven lo mató el plomo

El compositor alemán Ludwig van Beethoven padeció y murió de una severa intoxicación con plomo, y no de sífilis, como se había afirmado hasta ahora. Así lo demostró el análisis de un rizo de sus cabellos, cortado en 1827, inmediatamente después de su muerte. Los estudios, realizados en el Instituto de Investigaciones McCrone (Chicago, EE.UU.), demostraron un contenido cien veces superior a lo que hoy se considera un nivel normal de plomo. Beethoven murió a los 56 años aquejado de fuertes dolencias: sufrió desde comienzos de la veintena de graves dolores en todo el cuerpo y era conocido por sus extremos cambios de carácter. Estos síntomas corresponden plenamente al diagnóstico de saturnismo (intoxicación con plomo) con el que concluye el informe. 
Los resultados de cuatro años de investigaciones fueron publicados en la página Web del Instituto de Estudios Beethovenianos de la Universidad estatal de San José (www.sjsu.edu/depts/beethoven). Se basan en un análisis químico realizado por el Instituto McCrone y en un estudio realizado en un acelerador de electrones en el Argonne National Laboratory de Illinois. Contrariamente a lo esperado, ambos análisis hallaron sólo escasas cantidades de mercurio. Esto, según los investigadores, confirma que el compositor no padeció de sífilis, tal como han afirmado tres siglos de documentos de historia de la música: una crema a base de mercurio fue durante mucho tiempo el único tratamiento contra esa enfermedad. La investigación tampoco reveló la presencia de opio u otros analgésicos que habrían aliviado el doloroso final de Beethoven. Hasta ahora los científicos no pudieron determinar con exactitud el origen de la intoxicación: una explicación posible sería que el compositor bebió desde su juventud agua de fuentes calientes.

 

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