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panorama POLITICO
Por J. M. Pasquini Durán

RUIDOS

Los discursos políticos, sean del Gobierno o de la oposición, son escuchados desde la sociedad como una serie interminable de ruidos ininteligibles y sin conexiones evidentes entre el pensamiento y la acción de sus autores. La autoridad no es garantía de certidumbres y las instituciones republicanas sangran legitimidad a raudales debido a la incapacidad para mantener la reciprocidad de deberes y obligaciones con la ciudadanía. Las mayorías populares han perdido expresión, amparo o contención en el sistema de representaciones y la economía pública funciona como un barrio cerrado con miembros exclusivos. Pareciera que la decadencia sin fin será el inexorable destino de esta tierra que posee todos los climas y que alguna vez fue llamada �granero del mundo�. ¿Sólo quedará orar para que la agonía sea rápida? Cuando uno cae al fondo del pozo, el mundo se vuelve siempre estrecho y sombrío. En esas condiciones, la perspectiva es verosímil pero no es verdadera. Para comprobarlo, basta con salir del pozo.
Por supuesto, también existe la opción de quedarse en el fondo a esperar el final. En ese caso, harían falta algunos requisitos. Por ejemplo, adherir colectiva y uniformemente a la resignación, anular el instinto de supervivencia y el sentido de progreso, destruir centenares de miles de voluntades juveniles que quieren otra vida y bajarles los brazos a todas las personas del campo y de la ciudad que en estos momentos están peleando contra las adversidades. ¿Será esto posible? La respuesta no figura en ninguna de las predicciones que hoy estremecen a los argentinos, por la simple razón de que los augures y los oráculos, aunque simulen, no pueden predecir el futuro con un margen razonable de acierto. La Unión Industrial, mediante la revisión de archivos que están al alcance de cualquiera, acaba de probar que los más renombrados futurólogos de la economía local erraron los pronósticos más que los meteorólogos, incluso en el corto plazo. El actual gobierno, para no ir más lejos, es el testimonio viviente del error de cálculo. 
Ni siquiera está agotado el debate sobre las causas últimas de la recesión que agobia a los argentinos, como si fuera de origen virósico desconocido e incurable. Algunos, cada vez menos, sostienen que el error consistió en abandonar el modelo del ajuste y la exclusión social antes de tiempo, en tanto que otros, cada vez más, consideran que las calamidades son el resultado lógico de ese mismo modelo. Así sucede con la convertibilidad: algunos creen que es intocable y los contrarios que es una de las mayores desgracias. Ninguna de las partes, sin embargo, propone una ecuación más definitoria: ¿Cuál es la manera más competente para redistribuir la riqueza con justicia social? Sin desatar este nudo, lo demás es cháchara. 
Otro tanto sucede con la deuda externa: que debe honrarse, que no, que sí pero en cuotas más laxas que no comprometan la mitad del PBI. Que sí, que no, que ni, suponen otra cuestión básica: sólo un ahorro interno vigoroso y un mercado local de producción y consumo en expansión, pueden suplir el crédito externo como único recurso de financiamiento. ¿Cómo lograr esas condiciones con impresionantes tasas de desempleo y salarios de hambre? Las réplicas oficiales están cerradas en argumentos desgastados: si no gastan en obras públicas ni en salarios y aumentan los impuestos extraordinarios a la clase media para compensar lo que no recaudan entre los más ricos, bajará el riesgo-país, vendrán las inversiones y aumentará el crecimiento. Olvidan que durante el menemismo la macroeconomía batió records de crecimiento, lo mismo que la productividad, que llegaron capitales suficientes como para fundar una nación, y el balance final fue, en opinión del mismo gobierno que repite la receta, una herencia nefasta. Por otra parte, la actitud de los inversores y el famoso riesgo-país no dependen únicamente de las cuentas fiscales. Un gobierno débil y una sociedad al borde del ataque de nervios ofrecen tanta inseguridad para el capital como el peor de los quebrantos. ¿Acaso este gobierno, así inánime como está hoy, puede ser garantía de nada? Ni de la seguridad jurídica, con la Corte Suprema y los tribunales federales bajo sospechas generalizadas, sin mencionar al Senado y otras linduras de la misma estirpe. Tampoco la democracia es suficiente garantía, porque no es un fruto de la naturaleza sino la construcción de una determinada cultura de convivencia, que no impera en la Argentina. Dicho en los términos de Carlos Floria, un moderado: �Pasaron más de cincuenta años, medio siglo, sin ciudadanía para las mayorías, sin libertad política para muchos, con entremeses constitucionales sin legitimidad y con creciente disposición para la cultura de la violencia y no de la amistad política�. 
Con semejante inexperiencia, las mayorías populares pensaron que la democracia refundada en 1983 consistía en delegar todo el poder a políticos y economistas mediante el voto en las urnas y nada más. Sembraron esperanzas y cosecharon decepciones, confundidos por el equívoco de equiparar a la democracia recién nacida con las adultas y probadas de Occidente. Como si la Argentina, en lugar de ese medio siglo de anormalidades, hubiera edificado una sólida cultura política democrática, cuando en realidad la idea de la democracia es una novedad de menos de veinte años en el país. En lugar del consenso público aún prevalece la demanda de un caudillo paternalista que adopte a la sociedad, en lugar de gobernarla. Con lenguaje �políticamente correcto� se le reclama la verticalidad de mando y la audacia de Menem a De la Rúa ��gobierne, Presidente� le dicen� o se compara a Chacho renunciante con Evita o con Perón. Por fortuna, el tiempo y el espacio también cuentan en la política, ya que de seguir en el pasado a esta hora serían las vísperas de un golpe de Estado promovido por militares ambiciosos y empresarios impacientes, incluso con el consentimiento de algunas franjas de la población, hartas ya de la democracia con acné.
¿Podrá la democracia rescatar al país de tantos infortunios? Si la salida depende de la renuncia o la incorporación de una docena de funcionarios, el círculo vicioso será irrompible. Ayer se fue, por fin, el cuestionado amigo del Presidente, Fernando de Santibañes, pero se convertirá en anécdota si la dimisión tiene un sentido más amplio. La renuncia del Vicepresidente, en su momento, encendió la imaginación de muchos, pero desde entonces De la Rúa y Alvarez le siguen debiendo al país una explicación convincente sobre el futuro que les proponen a los argentinos. En tanto el Presidente siga negando, con más voluntarismo que rigor, que la casa está en orden y el jefe del Frepaso no decida con precisión el espacio de su movimiento en la Alianza, la suerte del gobierno continuará envuelta en brumas. Ninguno de los dos puede pensar en serio que el destino nacional depende del karma de José Luis Machinea. 
Hacen falta ideas, palabras y gestos, pero no por separado sino todo junto, en un mismo paquete y sobre todo que los jefes aliancistas acepten que la sociedad no cabe en la estrecha dimensión de los partidos. Quiere decir que la política debe perforar las fronteras actuales del canibalismo interno para abordar en serio la agenda popular de urgencias. Otra cita válida de Floria, que el autor recordó en estos días aunque la escribió en marzo de 1976: �En política reina la lógica de la acción, y por ende de la libertad. Lo que ocurre en su ámbito no es inevitable sino el producto de la voluntad, responsable e irresponsable, de los hombres. Y estamos persuadidos, además, que la previsibilidad de un hecho político no prejuzga en su favor�. Dicho de otro modo: menos ruidos y más actos en libertad. 


 

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