Machinea no
apuesta
Más que cualquier otro sector, incluido el agro, es el Gobierno el que hoy tendría buenas razones para declarar un paro nacional. Sus ingresos tributarios caen porque los contribuyentes eluden, evaden o le transfieren sus pérdidas y sus menores ventas. La corrupción lo ha obligado desde hace décadas a pagar caro por bienes y servicios de baja calidad, y los intereses de su deuda no cesan de crecer. Los financistas internacionales lo amenazan todos los días con cortarle el crédito si no reduce su déficit, lo que lo obliga a vivir en guerra permanente con el resto de los sectores, que no obstante lo consideran el culpable de todos sus males. Todos creen estar pagando demasiado por sus pobres servicios (salud, educación, justicia, seguridad...), pero recibe la condena unánime cuando a su vez baja los salarios que paga como medio para ajustar costos.
Para el Gobierno, que es el único gran proveedor de servicios que en la Argentina todavía no fue privatizado, aunque debió desprenderse de todas sus empresas, son tan malos los precios mundiales altos como los bajos. Cuando el barril de petróleo se dispara, el campo y los transportistas le reclaman una reducción de impuestos para compensarles el mayor costo del gasoil, siendo que en realidad el beneficio fiscal por el mayor valor de las exportaciones de crudo es mínimo. Y cuando los precios de granos y oleaginosas bajan a ras del suelo, el campo lanza un lock-out (traducido en lenguaje agrario como �tranqueras afuera�) para que el Gobierno le reponga su rentabilidad suprimiendo tributos.
El diálogo entre el Gobierno y los sectores en crisis se vuelve estéril porque enfrenta dos concepciones incompatibles entre sí. Según la visión del equipo económico, coincidente con la ortodoxia liberal e incluso con algunos economistas del Frepaso, la suerte de toda la economía depende de cómo lleve sus cuentas el fisco. El gran problema argentino ha sido, de acuerdo a este enfoque, la indisciplina fiscal, así como en su momento se explicaba la inflación por la excesiva cantidad de moneda (oferta superior a la demanda, o sea más pesos en circulación que los que la población deseaba retener) emitida por el Banco Central, precisamente para cubrir el déficit de las cuentas públicas (gasto superior a la recaudación). La convertibilidad monetaria y fiscal (converger rápidamente hacia el déficit cero) sería el mayor aporte que la política económica puede efectuarle al conjunto de la economía. Toda otra prioridad �las políticas activas, por ejemplo� sería de segundo orden.
Para los sectores y las regiones que presionan buscando lograr concesiones fiscales �mayores transferencias, menores impuestos�, el recorrido lógico es inverso. La prioridad es dejar de operar a pérdida, aumentando sus ingresos y bajando sus costos. Pero José Luis Machinea dice �y aparenta pensar� que cualquier reducción en un impuesto debe venir acompañada, presupuestariamente, de una disminución equivalente en el gasto. Esto significa que él particularmente no cree que las reducciones impositivas se autofinancien al inducir una expansión en la actividad económica, o por lo menos no está dispuesto a correr el riesgo de una apuesta.
Simétricamente, cuando en los primeros tramos de su gestión subió impuestos, no pensó que ese incremento se autoanularía al provocar una caída en la actividad económica, dando como resultado por tanto una menor recaudación y el hundimiento en un pantano deflacionario. Aunque posteriormente debió admitir su error, este traspié no modificó su patrón de pensamiento. Salvo en dosis homeopáticas, como las del paquete procompetitivo, no va a arriesgarse a bajar alícuotas para esperar como respuesta el rebote de la economía. Lo promete para el día después. Aunque la experiencia de estos diez meses fue durísima, el ajuste planteado para el Presupuesto 2001 muestra que a Economía le sigue gustando que los números cierren en el papel, en lugar de apostar a un mayor desequilibrio teórico como estímulo para la reactivación. Pero tampoco hay que olvidar que esos cálculos previos cuadrarán en los hechos si, y sólo si, se cumpliera la muy alegre hipótesis de crecimiento económico para el 2001: 4,7 por ciento nominal y 3,7 por ciento real.
Economistas tan o más ortodoxos que Machinea reconocen ahora que es imposible el ajuste fiscal en medio de una recesión tan larga como la iniciada a mediados de 1998, ya que los ingresos del Estado dependen básicamente del nivel del consumo y de la rentabilidad de los negocios. Y que, por tanto, hoy la prioridad es crecer, y para conseguirlo hay que bajar la presión impositiva, ya que luego el equilibrio fiscal vendrá por añadidura. Está claro que a esos economistas �Domingo Cavallo, por ejemplo� nadie les cortaría la cabeza si su receta fallase, dado que no están a cargo de la política económica, y probablemente Machinea opinara igual que ellos si no fuese ministro.
Como toque de atención, la curiosa situación del Plan Canje ayuda a dudar de la eficacia de una desgravación o un subsidio fiscal cuando en las decisiones del público y de los empresarios juegan otros factores adversos. A punto de expirar el plazo, hay decenas de miles de automovilistas que incluso enviaron a desguace el coche viejo y ahora prefieren quedarse de a pie y con un bono inútil en la mano, antes que afrontar los gastos de un auto nuevo y volcar en él sus ahorros. El contexto económico �alto desempleo, recesión, incertidumbre� es más fuerte que un vale por 4 mil pesos. La aversión al riesgo no es, como se ve, exclusiva de Machinea, que parece el caso opuesto al del audaz y �en parte por eso� defenestrado Rodolfo Terragno.
Este propone pedir una suerte de crédito puente de 30 mil millones de dólares a 15 años para cubrir toda la transición previsional (el costosísimo �para el fisco� pasaje de la jubilación estatal por reparto a la privada por capitalización) y los servicios de una deuda pública en crecimiento durante toda la era del déficit fiscal, que, se supone con gran optimismo, concluirá en el 2003. Recién a partir de ese año, hipotéticamente, no haría falta contraer deuda nueva. La idea del ex jefe de Gabinete puede parecer luminosa, pero costaría encontrar a alguien dispuesto a prestarle a la Argentina el equivalente a un año y tres meses de exportaciones, siendo que ya debe más de lo que puede juntar en cinco años de ventas al exterior.
En medio de los vientos cruzados, Machinea extrajo al menos dos ventajas. Una es que el desmadre político de la Alianza le regala una excusa para explicar algunos meses más de recesión. Otra es que la caída de Fernando de Santibañes, su más agresivo rival en el Gobierno, puede leerse como una derrota de los ultraliberales. Es otro Carlos Rodríguez que se va a su casa. |