Por D. F.
�Este es un grupo que recuerda más a los grupos de rock. La guitarra rítmica no es común en el jazz. Sin embargo, es un grupo de jazz. Muy tirado al funk pero no por eso menos jazzístico�, se explaya John Scofield por teléfono. En una semana que parece continuar en Buenos Aires el festival que hace unos días terminó en el sur, entre las dos actuaciones de Hancock y Shorter �el martes 24 y en la misma sala que ellos, el Teatro Coliseo� se presentará este guitarrista que desde sus comienzos junto a Gerry Mulligan se mostró como uno de los más interesantes y originales de la generación posterior a Wes Mongomery.
Su mención al color instrumental del grupo tiene que ver con que esta vez Scofield (que ya había tocado en Buenos Aires en el 94) llega con un grupo conformado por Avi Bortnick en guitarra, Jesse Murphy en bajo y el excelente baterista Ben Perowsky. �La idea es en esta gira es hacer bastante material de Bump, nuestro último disco. Como allí hay muchos temas en los que yo hago sobregrabación de guitarras, la única alternativa para hacer eso en vivo era tener otro guitarrista.� Scofield diferencia, sin embargo, este trabajo de aquellos en los que tocó con Pat Metheny, Jim Hall o Bill Frisell. �En esos casos había líneas solistas en contrapunto, roles compartidos. Aquí se trata claramente de un instrumento rítmico y otro solista.�
Scofield recuerda con verdadera veneración los años en que �descubría a músicos como Jim Hall, Lee Konitz o Mulligan�. No cree que el jazz esté estancado en la actualidad y ve muchos músicos jóvenes con talento y con ideas pero extraña �esa vitalidad, esa sensación de que se estaba inventando algo en cada minuto�. En su visita anterior, Scofield había llegado con un grupo impactante. Allí había una reivindicación del viejo órgano Hammond, tocado por Larry Goldings (el mismo que tocó en Bariloche con Michael Brecker). Igual que Hancock y Shorter, Scofield fue, también, músico de Davis, aunque en una época muy distinta. Star People, el excelente Decoy y You�re Under Arrest. El compositor de un tema llamado �The Beatles� confiesa que, además de su adoración por Miles, se formó escuchando al grupo inglés y a B. B. King, �a quien siempre quise imitar sin lograrlo en absoluto�. Se define como un �músico de jazz que empezó escuchando rock y tocando blues. Pero en Estados Unidos cualquier guitarrista que se precie tocó blues alguna vez, porque esa es la auténtica música nacional�.
opinion
Por Norberto Colominas * |
En busca de un autor
�La obra refleja la situación de los intelectuales luego de la dictadura, donde posturas críticas fueron cambiadas por consignas de paz social, actitudes complacientes y discursos tan ambiguos como vacíos�, escribe Ianina. El telón del Teatro del Pueblo se levantó hace unos días para que varios estudiantes del segundo año de TEA resumieran en dos carillas sus impresiones sobre De pies y manos, de Tito Cossa.
El ejercicio es interesante porque permite analizar no sólo quince miradas inteligentes sobre una obra de teatro sino la manera de mirar o, dicho de otro modo, la continuidad y la diferencia entre un autor consagrado y un grupo de periodistas en tren de aprendizaje.
Cossa escribió De pies y manos en 1984, cuando estos estudiantes, hoy veinteañeros, iban a la escuela primaria y la sociedad iniciaba un duro viaje desde el infierno de las desapariciones hasta el purgatorio del mercado. A la matanza de los militares le seguirían, ya en democracia, otros dos terrorismos: la hiperinflación y el desempleo. Tres hachazos de distinta magnitud, pero todos clavados en el inconsciente colectivo.
Mercedes le apunta al individualismo y al olvido, dos rasgos distintivos que quizá no sean patrimonio exclusivo de la clase media. �La historia intenta manifestar cómo, dentro de una familia cualquiera, el individualismo hace estragos: nadie puede realmente comprender la realidad del otro tan cercano, y así surgen los malentendidos a la hora de recordar un pasado común.� Sacude al espectador la desolación de los cinco personajes, condenados al exilio en su individualidad. Según Verdirame, �queda claro que los personajes atraviesan una importante crisis que no les permite escuchar a los demás ni ser escuchados�.
Juan Diego también observa que el diálogo es reemplazado por monólogos autojustificatorios que aportan a la sordera general: �El comedor es amplio, allí todos serán bienvenidos y nadie será aceptado: hubo una famosa riña callejera y no la hubo; aquel es hijo de esa madre pero no lo es�. Quizá la angustia por lo que vio hizo enojar a Celeste, aunque no le melló el humor: �Se olvidaron de repartir el librito para interpretar la obra�, escribió tras evocar el rígido código teatral de cierta época de la tragedia griega, rescatado por Alejandro Dolina en El libro del fantasma, que ella cita. Flota en estas críticas un reclamo de claridad, de orden expositivo, de personajes con perfiles netos, posiblemente vinculado más al modo de hacer (y ver) televisión o cierto cine que al teatro. Sorprende, en cambio, la inadvertencia de un hecho clave. Uno de los personajes, el joven alumno, es un desaparecido y su presencia-ausencia constituye el núcleo dramático de la obra. ¿Qué hizo cada uno frente a la represión? La imposibilidad de hacerse esa pregunta y responderla con honestidad es el fundamento de la culpa que ata de pies y manos. El nudo no se puede desatar por la incoherencia entre lo que se siente, lo que se dice y lo que se hace. Haber iluminado esta zona oscura es el mérito de la obra, no su defecto.
Cossa eligió mostrar el caos resultante de convivir con lo siniestro, y hacerlo de modo que esas sensaciones pasaran por el cuerpo del espectador. Las sensaciones, en principio. Las sensaciones que duelen, que golpean, no los significados verdaderos o presuntos, y menos aún predigeridos, estilo TV o previos al acto creativo, como pregonaba el viejo realismo socialista. Sea como fuere, el autor eligió no explicitar significados que en última instancia tranquilizan porque permiten racionalizar la angustia o eludirla.
De pies y manos no habla de la dictadura: la muestra en carne viva sobre el escenario. En los carcomidos personajes que fueron sus víctimas y también sus oscuros victimarios, en sus lenguajes rotos, en la culpa consciente por la complicidad con el horror o en la más difusa de haber sobrevivido. No los une el amor sino el espanto de no saber qué trole hay que tomar. Eso es teatro en toda la potencia de su lenguaje. Su significado está en las antípodas de la confusión. Hubiera sido fácil abordar coincidencias y desacuerdos con estos estudiantes en términos debrecha generacional, pero como convivo desde hace una década con dos muchachos que ahora tienen 20 y 17, aprendí que eso no es leal, y sobre todo, que no sirve para nada. Más útil me pareció discutir sobre teatro a partir de la obra de Cossa, una muy buena excusa, aclarando desde ya que en esta materia nunca pasé de ser espectador.
�Debajo de los adoquines está la playa�, escribieron en las paredes de París los estudiantes del Mayo Francés, porque al levantar el empedrado de las calles para arrojárselo a la policía descubrieron que debajo había... arena. Treinta años más tarde, estos pares de TEA empiezan a construir en Buenos Aires su propia metáfora generacional. Que el rigor los acompañe y el trabajo no los fatigue, como le gusta decir a Andrés Rivera, porque fácil nunca fue, ni entonces ni ahora.
* Historiador |
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