Por Raúl Kollmann
Sebastián Marroquín es en verdad Juan Pablo Escobar. Dice que igual seguirá utilizando siempre su nuevo nombre y apellido que lo aleja de su gran fantasma: es el hijo de quien fuera el mayor traficante de drogas de la historia, Pablo Escobar Gaviria, jefe máximo del Cartel de Medellín. Sebastián tiene hoy 23 años y cuando mataron a su padre recién cumplía los 16. �Fui al colegio sólo hasta quinto grado, porque después de eso tuve que vivir clandestinamente�, explica. �Nos querían secuestrar, matar, aniquilarnos. Me quedé durante meses en un departamento, sin siquiera poder salir a comprar una Coca Cola. Estuve escondido muchísimo tiempo en una villa miseria, donde casi no había agua ni luz. Estudié en la selva, con maestros que me conseguían en los alrededores, y la última vez que vi a mi padre, tres meses antes de su muerte, me llevaron con los ojos vendados, cambiando de auto, en un recorrido que duró horas. Y ésa es la última imagen que tengo de él: nunca lo había visto llorar, pero ese día él lloraba cuando nos despedimos.� Sebastián nunca dio una entrevista y después de muchos meses de gestiones aceptó hablar con Página/12 sobre su vida. No habrá fotos porque, como desde que nació, él se siente en peligro.
Sentado en un bar de Buenos Aires, Sebastián es como el gordito del equipo, el que uno mandaba al arco o a jugar de 4 cuando era chico. Un cuerpo grande, andar pesado y chueco, el rostro adolescente, casi de niño. Parece tímido y uno siente, en cada momento del diálogo, que está desgarrado por un choque interno infernal: su madre está presa y en su vida no ha podido siquiera tener un amigo, por culpa de ese hombre que traficaba drogas y mandaba a asesinar. Pero al mismo tiempo siente que no puede odiarlo, porque era su padre y en algún lugar de su corazoncito lo admira por las obras que hizo para la gente pobre. Es cierto que Pablo Escobar Gaviria construyó barrios enteros y centenares de canchas de fútbol para la gente humilde, pero el otro lado de la balanza es muchísimo más pesado. El y el Cartel de Medellín fueron acusados de ser la mayor organización de tráfico de cocaína del mundo; se los sindica por destruir con la droga a millones de personas y haber librado una batalla terrorista siniestra. Centenares de inocentes fueron asesinados por coches-bomba que puso el Cartel. Volaron hasta un avión civil en vuelo y mataron a candidatos presidenciales.
�La verdad es que tengo pocos recuerdos de mi padre. Lo mataron hace siete años, cuando yo tenía 16, y sólo vivió con nosotros los primeros cuatro años de mi vida. Después de eso, siempre estuvo perseguido, en la clandestinidad o preso. En todos esos años lo vi, tal vez, una vez por mes, pero por ahí pasaba todo un año sin ningún encuentro. Para mí siempre fue un padre cariñoso, muy humilde en su forma de ser e increíblemente optimista. Todo el tiempo me decía que todo se iba a solucionar. Me llamaba Grigori, por el monje ruso Rasputín, pero nunca le pregunté ni entendí por qué me llamaba así. Pude ir al colegio sólo hasta quinto grado de la primaria. Esa fue toda mi vida de estudiante. No crea que aquello fue un placer. Recuerdo que estaba en el patio del colegio lasallista al que yo iba. Eran como dos mil alumnos y por donde caminaba me preguntaban �¿es cierto que sos el hijo de Pablo Escobar?, ¿es cierto que sos millonario?� Hablaban en voz baja a mis espaldas y por supuesto yo no tenía ni un amigo. Nadie quería ni acercarse. Yo me preguntaba ¿por qué me pasa a mí todo esto? ¿Por qué no puedo jugar con otros chicos?�
�Después de aquellos momentos, a partir de quinto, no pude ir más al colegio. Estudiaba con profesores del lugar donde estuviéramos escondidos: a veces en la selva, a veces en villas miseria. Estuve meses, muchos meses, encerrado en un departamento sin poder ir ni siquiera al quiosco. Nos mantuvimos ocultos en una villa miseria en la que, cuando uno prendía la luz del baño, saltaban los tapones y se cortaba la luz en toda la casa.Y, por supuesto, no había agua corriente. En verdad no estábamos huyendo de la ley, porque a nosotros, a la familia de Pablo Escobar, no se la acusaba de nada. Pero estábamos en peligro. Entre los 4 y los 8 años intentaron secuestrarme tres veces. Cuando tenía 4 fue el primer intento. Las dos primeras veces fueron delincuentes comunes que supongo querían sacarle un rescate a mi padre. La última vez no sé.�
�¿No fue parte de una guerra entre narcos?
�Le reitero, no sé. Mi papá seguramente lo sabría, pero nunca me lo dijo. Cuando tenía unos trece años nos pusieron una bomba tremenda. Nunca me voy a olvidar ese estallido. Entré corriendo en la pieza de mi hermanita y todo el marco de la ventana había caído dentro de la cuna. Sobrevivió por milagro. Siempre sentía que el peligro rondaba. Desde chico estuve presente en decenas de allanamientos: entraban violentamente en donde estábamos, daban vuelta todo, gritaban. Yo no entendía y mi papá no me lo explicaba. A veces pienso que no teníamos tiempo, pero yo siempre pensaba lo mismo: ¿por qué tenía que sufrir yo? ¿Por qué no podía ir al colegio y tener amigos? A mí me gustaban las bicicross y el motocross, pero no podía ir a ver ninguna carrera ni podía correr. Todo era por seguridad, todo era complicado. Aun cuando nos pusimos en manos de la fiscalía de Colombia, la vida era más que difícil: nos alojaron en un hotel de las Fuerzas Armadas y afuera había cien soldados, veinte agentes de la fiscalía y veinte policías. Era estar rodeados todo el día. Por eso comprendimos que no podíamos seguir en Colombia, había que buscar otro país en el que reiniciar nuestras vidas.
�¿No recuerda momentos en que no haya estado en peligro?
�Mire, mi papá se casó con mi mamá cuando ambos eran muy jóvenes. El tenía 24 años y ella apenas 15. Al año siguiente nací yo. En total el matrimonio de ellos duró 17 años, hasta que lo mataron a papá y, en esos 17 años, la convivencia fue muy poca. Mi padre venía de una familia muy pobre, a tal punto que mi abuelo Abel era celador nocturno, o sea una persona que vigilaba la calle de noche para que no hubiera robos. Todo lo que recuerdo de ese entonces es que vivíamos en una casa muy humilde, en un barrio de esos recién construidos para gente sin recursos. Después de aquellos tiempos, la seguridad apareció todo el tiempo como el principal protagonista.
�¿Nunca se enfrentó con alguien que le dijera que su padre mataba gente con la droga o que sus guardaespaldas y sicarios mataban gente?
�No, la verdad es que yo no lo conocía como el personaje del que todos hablaban. Para mí era mi papá. Además, la mayor parte del tiempo yo fui muy chico.
�¿Pero nunca le preguntó? ¿Nunca hablaron de narcotráfico?
�No, de narcotráfico no. Hablamos una vez de drogas y él me decía que no me metiera, que la drogadicción era una desastre.
�¿Pero eso no era contradictorio con todas las acusaciones de las que seguramente usted estaba enterado?
�Yo sé que a usted le resulta difícil de entender. ¿Qué podía preguntarle un chico de 12, 13 o 14 años? Yo sé que mi papá no era un santo, pero era mi papá y nunca tuvimos tiempo para hablar mucho. Cuando era chico y prendía el televisor y lo veía, no podía creer lo que decían de él. A veces lo veía apenas unas horas durante un fin de semana. Después decían que mandaba a poner bombas, pero ya le conté de la bomba que nos pusieron a nosotros. Entonces me costaba entender.
�Muchos hablan de esa hacienda increíble que tenía en el medio de la selva. ¿Usted fue allí?
�Sí, claro. Estaba en el Magdalena medio, cerca de un pueblo que se llamaba Doradal, en plena selva. Mi papá era un apasionado de los animales y allí había elefantes, jirafas, todo tipo de animales. Estaba abierto al público, de manera que mucha gente podía visitarlo.
�¿Esa no era una forma de exhibicionismo, de mostrar poder?
�Le insisto en que él tenía una forma de ser muy humilde. No era de aparentar. Su mayor emoción era ver a los animales sin jaulas, en libertad. Porque en el campo andaban en libertad. Eso sí, no había fieras. Todavía recuerdo una elefanta que se llamaba Margaret, que tenía unos 50 años. Ella misma te subía, aunque a mí me puso al revés sobre su lomo. Me asusté y me tuvieron que bajar. Yo era muy chico. Pero le repito que él tenía una forma de ser, por lo menos conmigo, muy humilde. He leído libros sobre él, por ejemplo uno que se llama El patrón, que escribieron después de su muerte. Hay una enorme diferencia entre lo que dice el libro y como yo le sentía. Por ejemplo, allí se señala que él quería ser enterrado con mariachis cantándole y en un lugar sofisticado. Eso es mentira. Cuando habló en algún momento sobre eso, dijo que quería que lo enterraran en el campo y que sólo pusieran un árbol encima de su tumba. Hay muchos mitos construidos alrededor de él.
�¿Y cómo fue efectivamente el entierro?
�Había diez mil personas. Yo llegué al cementerio de Medellín en un auto, pero no me pude bajar. Tenía miedo. Miedo a que me pasara algo, miedo a la gente. Mi padre de alguna forma pensaba que la hora de uno llega cuando Dios toma la decisión. �Por ahí me acribillan, por ahí me resbalo�, decía. Era muy creyente, aunque tenía una visión muy íntima de Dios. No podía ir a la iglesia por razones de seguridad, pero orábamos en familia, sobre todo en las fechas como Semana Santa.
�¿Cómo fue la última vez que lo vio?
�Unos tres meses antes de morir, en Medellín. El se había fugado hacía muy poco de la cárcel de Envigado. Para ir a verlo, en la clandestinidad, siempre nos tapaban los ojos y nos hacían dar tantas pero tantas vueltas, nos cambiaban de coche, que uno no tenía la menor idea de dónde estaba. Por eso, aunque yo quisiera ser su peor testigo, no tendría nada para decir, porque nunca me dejó saber nada. Lo hacía por nuestra seguridad. Pero aquella vez, la última, fue también la única vez que lo vi llorar. Se despidió de nosotros con lágrimas en los ojos.
�¿Piensa que ya sabía que iba a morir?
�Quiero creer que no. Creo que no me mintió. Yo nunca lo vi abatido, pero en aquel momento él estaba a punto de entregarse con la condición de que la fiscalía nos diera a nosotros protección y nos encontrara un país en el que vivir. Eso significaba que él iba a estar en la cárcel y nosotros en otro país. Estoy seguro de que sintió que no nos veríamos en mucho tiempo y por eso lloró.
�¿Qué mirada hace hacia atrás?
�Por un lado, le repito que yo sé que él no era un santo. Pero fíjese, hace horas que hablamos de mi papá. El personaje central sigue siendo él, una persona que murió hace siete años. Yo siento que mi mamá está presa por ser la viuda de Pablo Escobar, yo sufrí desde que tengo memoria y nunca tuve amigos. De una vez por todas quiero que todos podamos vivir nuestra propia vida. Pablo Escobar, mi papá, ya murió y lo que hizo lo pagó con su vida.
Dos millones de dólares
que cuestiona el juez
Por R.K.
El juez Gabriel Cavallo se dispone a elevar a juicio oral la causa por lavado de dinero contra María Isabel Santos Caballero, la viuda del mayor narcotraficante de la historia, Pablo Escobar Gaviria. El magistrado sostiene que los aproximadamente dos millones de pesos que Santos Caballero trajo durante cinco años de residencia en la Argentina provienen del narcotráfico y que sus argumentos son poco creíbles. Por su parte, la viuda y sus dos hijos, Sebastián y Manuela, argumentan que no hay ninguna causa por narcotráfico en contra de ellos y que ni la DEA ni la CIA ni la fiscalía de Colombia tienen abierta ninguna acusación penal en su contra. La Cámara Federal respaldó la opinión del juez y ahora, mientras María Isabel Santos Caballero sigue presa, la causa llegará al juicio oral.
La fiscalía de Colombia emitió un documento resumiendo una investigación sobre los bienes de la viuda de Escobar. En su resolución dice que la fiscalía �ha investigado tres veces a Victoria Eugenia Henao Vallejo �su verdadero nombre� y que no se tipifica la conducta de enriquecimiento ilícito�. Es decir que para esa fiscalía no aumentó sus bienes beneficiándose de las operaciones de narcotráfico que realizaba su marido cuando estaba vivo.
Para el juez Cavallo, sin embargo, la investigación de la fiscalía colombiana sólo cubre cuatro años, desde 1989 a 1993, básicamente porque antes de esa fecha no existía en Colombia la ley que penaba el enriquecimiento ilícito por tráfico de drogas y desde 1993 en adelante la viuda y sus hijos prácticamente no residieron en su país ya que intentaron conseguir un lugar donde vivir con tranquilidad. Para Cavallo, el origen de los dos millones de pesos que Santos Caballero entró a la Argentina es anterior a 1989 y por lo tanto proviene del narcotráfico.
La viuda alegó que todo el dinero y las propiedades que se originaron en las drogas fueron expropiados por el estado colombiano y que el dinero que trajo no viene de los estupefacientes sino de su trabajo como decoradora y aportes de familiares. Cavallo no creyó esta versión y sólo admitió que están claros 185.000 pesos de los dos millones. En algunos casos, el juez alega que las declaraciones juradas de los familiares están hechas ante escribanos particulares y no son verosímiles, en otros casos considera que se trata de préstamos que la viuda se hizo a sí misma.
Santos Caballero insistió una y otra vez en que la acusación contra ella es sólo por portación del apellido Escobar, ya que ella nunca fue imputada en ninguna causa por narcotráfico, la fiscalía colombiana no la acusa de nada, le expropiaron los fondos que vienen de las drogas, pero no objetaron el dinero que trajo al país y ni la DEA norteamericana ni ningún otro gobierno pide su captura o la acusa de algo. �Es una señora que vive con sus hijos y trata de terminar con el pasado�, alegan sus amigos.
En su última resolución, el juez Cavallo rechaza estos argumentos enumerando cifra por cifra lo entrado al país y las califica de �operaciones de lavado de dinero a través de inversiones en bienes raíces por lo cual subsiste el estado de sospecha�. La última palabra la tendrá entonces el tribunal oral. De la investigación realizada por el magistrado surgen con nitidez tres elementos llamativos:
Durante los cinco años que la viuda de Escobar Gaviria vivió en la Argentina tuvo una protección de hecho de la SIDE. En el expediente constan dos pedidos a la central de espías para que verifique si la señora estaba en el país, indicando incluso su dirección. En ambos casos, la SIDE contestó que no encontró a nadie, lo cual indica que tenía órdenes superiores �del gobierno de Carlos Menem� de no molestarla. La impresión que surge de la causa es que hubo un acuerdo secreto entre los gobiernos de Argentina y Colombia para que la mujer viviera aquí.
El origen del expediente es poco claro. Supuestamente, un policía federal se encontró de casualidad con Santos Caballero y le pareció reconocerla ya que este efectivo en algún tiempo estuvo en la división Drogas Peligrosas y recordaba alguna imagen de la mujer. A partir de allí se inicia la investigación. El propio juez llamó a declarar al policía porque creyó poco en su historia y todo indica que la presencia de la mujer en la Argentina fue denunciada a raíz de una extorsión en su contra que fue probada por Cavallo. Juan Carlos Zacarías, contador de la mujer, y el abogado Víctor Stinfale terminaron procesados. En relación con la venta de una de las propiedades, también fue procesado el abogado Luis Dobnievksy.
Por último, resulta impresionante la falta de colaboración de los sistemas financieros en las investigaciones por lavado de dinero. Cavallo envió tres exhortos a Estados Unidos para que le dijeran cuánto dinero tiene la viuda en una cuenta de la banca Morgan, en Nueva York. Nunca le contestaron. Cavallo envió tres exhortos al Uruguay para preguntar por las cuentas de la mujer en Montevideo. Nunca le contestaron. Cavallo le preguntó lo mismo al sistema financiero de Suiza. Tampoco recibió respuesta.
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