�Porque
te quiero, te apedreo�
Por
Juan Sasturain
|
|
Cuando el sábado
a la noche el joven y azorado árbitro Brazenas decidió en
La Plata que Gimnasia y Huracán no jugarían porque todavía
no se inventó el fútbol al tacto (aunque los ciegos lo hacen
y tan bien, como se ve en sensible campaña publicitaria), muchos
pensaron que el apagón que convirtió al Bosque en el ámbito
paradigmático de Caperucita al agregarle tenebrosas tinieblas no
era sino un acto de justicia: basta de fútbol, todo el mundo a
casa y sin tele, a comer, vivir o lo que sea, que se fue la luz...
¿Pero por qué se fue la luz? ¿Por qué volvieron
las Tinieblas al Bosque y a la pampa chata en general? Porque se
cayeron dos torres en Bolívar, dijo la usina de excusas (ya
que no de fluido eléctrico) de la privatizada de turno. ¿Y
por qué se cayeron las torres en Bolívar?. Por la
tormenta, claro. Más precisamente por el granizo. ¿Y de
dónde viene el granizo? El granizo, como todo lo que la gravedad
precipita, viene del cielo para el pronóstico y del Cielo para
la plegaria. Desde que el hombre mira para Arriba, pide y se queja, espera
y desespera, semblantea al oculto interlocutor, siempre ha estado pendiente,
atento a los mensajes que bajan desde Allá y preocupado por decodificar
su sentido. Claro que a veces se le queman los papeles: el granizo es
difícil de digerir.
La Lengua del Cielo, ese aparatoso repertorio de gestos climáticos
con que se expresa el Infinito, tiene sus reglas y economía. Entre
pedidos y respuestas, plegarias e imprecaciones, los mensajes suben y
bajan: hay diálogo. Va sed y baja agua. A veces, de más:
porque incluso los excesos tienen sentido. Inundaciones (y sequías)
no son sino demasías de celo en la respuesta: ¿Querías
agua?. Ahí va o ¿Te cansa la humedad? Ahí
va. Truman Capote, citando a Santa Teresa, ha sostenido con perspicacia
que la mayoría de las desgracias son producto de las plegarias
atendidas. Hay muchas variantes del cuento de los tres deseos y
de los genios literales de Las mil y una noches, de equívoca solicitud.
Todo termina mal, como siempre.
La idea es que el talante de Arriba es factible de ser desculado a partir
de sus reacciones, sus respuestas. La lluvia es su rostro apasionado y
sensible, expresada en nubes y desgarramientos aparatosos; la sequía
cielo azul, aire limpio es la respuesta indiferente, la ausencia,
el vacío del que te deja vivir, pero te desconoce, te puede matar
con una sonrisa lejana; la nieve son las ganas de reír, el impulso
estético, la joda incluso a tu costa, el recreo personal. Y está
bien: todos alternativamente piden agua, quieren nieve o esperan que todo
pare y despeje. Sólo queda el granizo: nadie jamás pidió
granizo.
Las piedras congeladas no son de la misma calaña. Caen desde otro
tiempo, son un gesto supérstite de otra era, de cuando el Cielo
se expresaba con un repertorio más variado e imprevisto: el maná
que permitió comer en el desierto, la lluvia de fuego que cocinó
a los sodomitas. De punta o de perfil, todo podía caer entonces
del Cielo. El granizo es -como el olímpico y personalizado rayo
un gesto duro e insólito de los de aquellos tiempos.
Si nadie lo pide porque no sirve para nada sino para
joder, como los mosquitos, ¿qué significa? El granizo
es un exabrupto, un gesto brusco y breve, un coscorrón celestial,
una puteada irrazonable, instintiva, que baja violenta, inmotivada y contundente.
En la Lengua del Cielo, la Piedra Helada que cae como un insulto sin aviso
ni atenuante es casi una demostración de autoridad expresada con
fastidio: a ver si la acaban, che. El granizo excepcional del sábado
que rompió todo en cinco minutos, apagó la luz, suspendió
el fútbol y provocó las patéticas imágenes
de pobre gente cascoteada sin piedad y con puntería desde un Cielo
irritado tiene toda la pinta de un gesto de supremo fastidio. No faltará
el frívolo que pese los pampeanos huevos de hielo para anotarnos
en el Guinness y compita por Internet con los que cayeron en 1938 en Dinamarca,
en 1970 en Portugal. Si todavía El es criollo y no tramita la doble
ciudadanía como tantos con menos derechos, harto de nosotros, porque
nos quiere nos apedrea.
REP
|