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Los secuestros del Ledesma llegan mañana a la corte del juez Garzón

Olga Márquez, esposa del médico, asesor sindical y ex intendente de Ledesma, declarará mañana en Madrid por desaparición, en 1977, de su marido. Así llegan ante el juez Garzón las acusaciones contra una empresa que prestó camionetas al Ejército.

Por Felipe Yapur

t.gif (862 bytes)  Ocurrió el 13 de mayo de 1977. Ese día el médico Luis Ramón Arédez fue secuestrado mientras regresaba desde el hospital de la localidad jujeña de Fraile Pintado hasta su casa en Libertador General San Martín. Su esposa, Olga Márquez, lo sigue buscando, es la única representante de las Madres de Plaza de Mayo en ese pueblo que sobrevive a la sombra del Ingenio Ledesma. Mañana el juez español Baltasar Garzón escuchará su testimonio, en el que destacará la participación del ingenio azucarero en el secuestro de 200 personas de las cuales 70 permanecen desaparecidas durante lo que se llamó “Los apagones de 1977”, entre las que se encuentra su marido.
En Libertador General San Martín o Ledesma, como también lo llaman a este pueblo azucarero, todos conocen la historia del doctor Arédez: llegó desde Tucumán junto con su esposa a instalarse en el extremo norte del país. Su militancia radical no le impidió ser durante años el asesor médico de la obra social del Sindicato de Obreros del Azúcar y del Papel del Ingenio Ledesma y tampoco, desde 1973 hasta el golpe del 24 de marzo de 1976, el intendente del pueblo.
Desde meses antes del golpe Arédez ya sospechaba que sus movimientos eran meticulosamente controlados. La primera vez que supo que sus sospechas no eran infundadas fue en enero de 1976, cuando medio centenar de efectivos del Ejército ingresaron a la casa de verano que poseía en Tilcara. En esa oportunidad sólo revisaron el domicilio porque, según los militares, habían recibido la denuncia de la existencia de gente extraña.
El segundo hecho ocurrió el propio 24 de marzo. Era de madrugada cuando comenzó a sonar el timbre con insistencia. Arédez creyó que se trataba de una urgencia médica. Un grupo no determinado de policías y gendarmes le anunciaron que estaba detenido. Lo cargaron en la caja de una camioneta con el logotipo del Ingenio, conducida por un empleado de la empresa. Permaneció desaparecido durante un mes y medio. Luego la familia se enteró de que estaba recluido e incomunicado en una cárcel de la capital jujeña. Tras una reunión de su esposa con el entonces ministro de Salud de la dictadura en Jujuy, supo que su esposo tenía por delante unos diez años de cárcel, período que los militares estimaban necesarios para “acabar con los activistas sociales y gremiales”.
Poco después, el administrador del Ledesma, Alberto Lemos, admitiría que la empresa había puesto sus camionetas al servicio de las Fuerzas Armadas “para limpiar al país de indeseables”. Y fue en esa entrevista que Lemos reconoció que el “indeseable” Arédez había perjudicado al ingenio como asesor del sindicato, pero mucho más cuando como intendente obligó a la empresa a pagar los impuestos que por décadas había eludido. Tal vez en las palabras de Lemos el juez Garzón encontrará las razones de los apagones que el pueblo sufrió en julio de ese año cuando, utilizando una vez más camionetas del ingenio, secuestraron a estudiantes secundarios y universitarios, maestros, profesores, amas de casa y sindicalistas de Libertador y de la localidad vecina de Calilegua; muchos de ellos permanecen aún desaparecidos. Todos esos detenidos estuvieron recluidos en diferentes campos clandestinos de concentración, uno de los cuales funcionó en el destacamento que la Gendarmería posee y que se encuentra en el interior del Ingenio Ledesma.
Pero aquí no terminó el calvario de Arédez y su familia. El médico fue trasladado a La Plata donde fue liberado el 5 de marzo de 1977. Regresó a Ledesma en un tren de carga. Tras un breve lapso de recuperación y decidido a no abandonar el país, Arédez retomó su tarea como médico, pero el 13 de mayo volvieron a secuestrarlo. Desde entonces permanece desaparecido. Un mes después, su casa fue violentamente allanada por un comando militar al mando de Juan de la Cruz Kairuz, un empleado del Ingenio Ledesma. Kairuz se llevó consigo documentos y libros. En 1979 Olga Márquez y otros tantos familiares de desaparecidos se dirigieron a Tucumán para denunciar ante la OEA lo sucedido. En el hotel Versalles, donde se recepcionaban las denuncias, se alojaba también el director de relaciones públicas del Ingenio Ledesma, Mario Paz, quien supo apostarse en la entrada del hotel durante los días que estuvieron los enviados de la OEA intimidando a todos aquellos que tenían todavía familiares trabajando en la empresa azucarera.

 

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