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JOSE BOVE, LIDER DE LA CONFEDERACION AGRARIA FRANCESA, MILITANTE CONTRA LA GLOBALIZACION
“La economía hoy es para las multinacionales, no para la gente”

Ex okupa, anarquista, granjero en comunidad, militante capaz de poner una bomba en un McDonald�s, era un desconocido para el mundo hasta que apareció al frente de las manifestaciones contra la globalización y la Organización Mundial del Comercio en Francia, Praga y Seattle. Cortejado y temido por los partidos, este francés de buena mano política explica su filosofía del comercio internacional, más compleja de lo esperable. Con la �soberanía alimentaria� en mente, sus ideas son importantes tanto para el sur que tiene hambre como para los países agroexportadores.

Por Sol Alameda

t.gif (862 bytes)  –Según las encuestas, una mayoría de franceses se identifica con usted. ¿Qué cree que esperan de José Bové?
–Hay varios niveles de identificación con la lucha que lleva a cabo la Confederación Agraria. En primer lugar, está la cuestión de la alimentación: la gente se ha identificado con las dudas que hemos planteado a propósito de las hormonas y los cultivos transgénicos. También consideran que la confederación es la que mejor representa los intereses de las pequeñas y medianas explotaciones agrarias, en un país donde se considera importante la defensa y el mantenimiento de un tejido rural vivo. En tercer lugar, la gente opina que hemos demostrado capacidad de plantarnos frente a la mundialización. Es importante, porque es la primera vez que un movimiento social cuenta con semejante apoyo sobre temas tan adversos.
–Comenzó siendo un joven objetor de conciencia. Hoy lucha contra la mundialización. ¿Puede contar esa evolución?
–Es que no es un debate distinto sino el mismo. Hace más de 15 años que luchamos contra la mundialización. Organizamos la primera manifestación en Ginebra a principio de los años ‘90. Casi 10 mil agricultores marcharon contra la Ronda Uruguay. En el verano de 1999 llevamos a cabo nuestra acción en McDonald’s para protestar contra la OMC, que pretendía imponer a Europa la carne de vacuno con hormonas y que había secuestrado una serie de productos europeos para compensar a Estados Unidos por la carne que había dejado de vender a Europa. Así mostramos que la mundialización y la OMC estaban decidiendo, por encima de los políticos, lo que deben comer los europeos. Planteamos el debate de fondo sobre la mundialización, que se impone por encima de los políticos y los ciudadanos. Partiendo de un problema concreto de alimentos, dejamos patente que el debate era mucho más global, y al salir de la cárcel, el 7 de septiembre de 1999, dejamos claro que la próxima etapa era Seattle. No hay diferencia entre la lucha contra las hormonas en los alimentos y el debate fundamental sobre la mundialización.
–¿Están en contra de la mundialización porque es mala o es que, siendo ése el desarrollo inevitable del comercio, debe corregirse?
–Es preciso cambiar las reglas del juego. En Francia formamos parte de una plataforma que se denomina Coordinación para el Control Ciudadano de la OMC. Las instituciones internacionales son necesarias, pero tienen una actuación contradictoria con el desarrollo de la población y la posibilidad de crear mercados equitativos entre el norte y el sur. Necesitamos instituciones internacionales que se atengan a normas específicas y cuyos objetivos no sean los que tiene hoy la OMC. Si los Estados se oponen a la reforma, habrá que luchar contra ellos. Por el momento, nuestra reivindicación es que se implante un control político para garantizar un desarrollo duradero y mercados equitativos entre las poblaciones del norte y del sur.
–¿Cree posible que dentro de poco puedan darse movilizaciones mundializadas, que los ciudadanos europeos se unan para frenar a las multinacionales?
–Empieza a haber reacciones... El 30 de junio, cuando se celebraba en Millau el proceso contra los dirigentes agrarios que participaron en las acciones contra McDonald’s, se manifestaron 100 mil personas. En distintos países de Europa existe mucho interés por organizar el movimiento de la misma manera que se está haciendo en Francia. Avanzamos en la coordinación de movimientos europeos.
–¿A la OMC le preocupa la oposición creciente entre los ciudadanos en contra de la globalización?
–Antes de Seattle, ni la OMC ni los gobiernos prestaban atención a las movilizaciones y reflexiones de las organizaciones sindicales y los movimientos agrarios y ciudadanos. Tras fracasar en Seattle, losresponsables dijeron: hay que tener en cuenta lo que ha sucedido. Y 10 meses después todavía no han reanudado aquellas discusiones, no saben por dónde empezar. Se ha abierto un debate en el que los gobiernos intentan averiguar cómo tener en cuenta las reivindicaciones de la sociedad civil en materia de funcionamiento de los organismos internacionales, pero también en cuestiones esenciales como el desarrollo duradero, el medio ambiente, el empleo, etcétera. Ahora aguardamos a ver qué hace el gobierno francés, porque la presidencia francesa de la Unión Europea va a volver a impulsar las negociaciones de la OMC. Y no estamos dispuestos a aceptar cualquier forma de negociación.
–¿La fuerza de su sindicato es estar fuera de un partido político?
–Sin duda. Lo importante es ser instrumento de los ciudadanos. Las organizaciones sindicales, las asociaciones de consumidores, los movimientos ecologistas quieren ser una alternativa frente al poder y nosotros somos una organización sindical totalmente independiente de partidos políticos e instituciones.
–Habrá recibido ofertas para integrarse en partidos políticos...
–Cuando me encarcelaron en 1998, por haber destruido unos almacenes de semillas transgénicas, me despojaron de mis derechos cívicos, por lo que no me puedo presentar a unas elecciones. Problema resuelto.
–Lori Wallach, su colega en Estados Unidos en esta lucha contra la globalización, me contaba que en su país sus seguidores proceden tanto del Partido Republicano como del Demócrata. ¿Aquí tiene usted seguidores tanto de la extrema derecha como de la extrema izquierda?
–La opinión pública que nos apoya procede de un espectro político muy variado. Por eso nos tienen miedo tanto en la derecha como en la izquierda. Nuestra posición es, ante las convocatorias electorales, ejercer presión en función de objetivos, preguntar a los partidos si están dispuestos a hacer una serie de cosas concretas, a comprometerse con fines determinados. De acuerdo con sus respuestas diremos a los electores, o bien que se queden en casa, o bien que voten teniendo en cuenta cómo va a actuar cada partido.
–¿Pero usted se considera un hombre de izquierda, no?
–Soy un sindicalista. No me identifico con ningún partido. Jamás.
–En tiempos se definía como anarquista.
–Me identifico con la tendencia anarco-sindicalista en la construcción sindical del siglo XX. Existen dos concepciones sindicalistas surgidas en el siglo XIX y que han llegado hasta nosotros: una, que es más bien una visión autoritaria del sindicalismo, en la que el sindicato es la correa de transmisión de un partido político, y la otra, antiautoritaria, de un sindicalismo autónomo, un movimiento social independiente de la organización política clásica de partidos. A mi juicio, hoy es importante contar con esta posición de alternativa de poder.
–¿Es un fenómeno propiciado por la decepción que han provocado los partidos políticos?
–Sí. En Francia, incluso en las organizaciones obreras, el fenómeno crece cada vez más. Incluso un sindicato como la CGT ha roto el cordón umbilical que lo unía al Partido Comunista, en busca de mayor autonomía. Hoy, para que haya un verdadero movimiento sindical es necesario que dicho movimiento sea independiente de los partidos políticos.
–Con estas preguntas trataba de saber quién es usted realmente; políticamente, me refiero.
–Cuando tenía 18 años me hice objetor de conciencia. Entonces –finales de los ‘60 y principios de los ‘70– ayudé a organizar el movimiento antimilitarista en España. Participé en alguna manifestación en las ramblas de Barcelona para denunciar el encarcelamiento de jóvenes españoles que se negaban a hacer el servicio militar.
–Entonces no era campesino sino un estudiante de filosofía.
–Pero no tenía tiempo de asistir a clase. –Colgó la carrera universitaria para irse al campo. Parece una elección contraria a la habitual.
–Dejé de ir a la universidad porque no me aportaba nada. Quería tener un oficio que me permitiera mantener mi compromiso y hacer un trabajo manual, no sólo utilizar la cabeza. A principios de los años ‘70 comenzó en Francia la lucha contra la extensión de los campamentos militares en la región de Larzac, al sur de donde yo vivo; los campesinos organizaron la resistencia contra el ejército, que pretendía arrebatarles 14 mil hectáreas y expulsarlos de allí. Yo participé en las movilizaciones de apoyo a los agricultores y en 1975 me propusieron ocupar una granja que había comprado el ejército. Allí pusimos en marcha la granja de manera ilegal, éramos okupas. En 1981, tras la elección del presidente Mitterrand, conseguimos que anulase el proyecto de extensión y me quedé a vivir allí. Con los años hemos ido creando una gestión colectiva de tierras con arreglo a principios sindicales de dirección colectiva, reparto de tierras, etc., para vivir en la práctica los compromisos sindicales que proponíamos y para demostrar que había otra concepción posible a la hora de organizar el campo, sin ser propietarios.
–He leído un libro de Jean-François Revel, La grande parade, que es un hombre...
–Especial...
–En ese libro habla de usted.
–Debe decir cosas terribles.
–Dice que usted es un proteccionista y lo que busca su movimiento es que los agricultores vivan de las subvenciones.
–El señor Revel no ha leído nunca los textos de la Confederación Agraria... Pero es curioso, en Seattle nos acusaron de querer destruir la agricultura europea porque pedíamos la supresión de las subvenciones a la exportación... ¿Qué hemos hecho en Europa? La construcción de la política agraria común, a partir de 1958, tenía el objetivo de lograr que Europa fuera autosuficiente desde el punto de vista agrario, capaz de alimentar a la población europea. Esta política ha estado financiada por los ciudadanos. Luego hubo desviaciones, excesos de producción... Pero el hecho de que Europa quisiera dotarse de una autonomía alimentaria desde el principio es positivo. Hoy, lo que decimos es que la OMC pretende impedir que las demás regiones del mundo hagan lo que ha hecho Europa. Nosotros defendemos que cada región del mundo pueda crear su propia soberanía alimentaria, igual que los europeos. Pero resulta que hay dos regiones, Europa y Estados Unidos, que afirman ser capaces de alimentar a todo el mundo, y que se imponen a los demás países, sobre todos los del sur, gracias a sus ayudas a la exportación. Es preciso acabar con esas subvenciones. Europa debe financiar la forma de agricultura necesaria para alimentar a su propia población, pero debe permitir a todas las regiones del mundo hacer eso mismo. Nuestra postura no es local sino global. Pedimos que cada región pueda alimentar a su población.
–Revel también escribe que Francia es el primer país exportador de productos agrarios, por encima de Estados Unidos y que favorece el mercado libre tal como está, vendiendo productos subvencionados, ganando dinero. Nada podría ser mejor que eso para los agricultores franceses, así que usted habla por hablar.
–Francia exporta dentro de Europa una variedad enorme de productos agrarios y recibe ayudas a la exportación. Hemos dicho que esas subvenciones tienen que desaparecer, no estamos en contra de un mercado libre para productos no subvencionados.
–Y sin subvención, ¿pueden los campesinos europeos ganarse la vida?
–Desde luego. Si se concibe un producto acabado como el roquefort, hay una plusvalía que permite que el productor obtenga un beneficio. Las exportaciones subvencionadas, como el trigo, la leche o la carne, se producen a un costo inferior al costo de producción, y después reciben además una ayuda que permite bajar aún más los precios para venderlas aotros países. Cuando el producto llega por ejemplo a Africa tiene un costo que es la mitad del de producción local. Es decir, se convierte en competencia desleal, lo que en términos económicos se denomina dumping. Nosotros decimos que ningún producto debe venderse por debajo de su costo de producción ni, sobre todo, por debajo del costo de producción en los países a los que llega. Esta forma de exportación no aporta ni un céntimo a la economía, resulta muy cara para el presupuesto y destruye la agricultura de los países del sur.
–Hace poco leí una crítica suya al gobierno francés, por su falta de iniciativa ante la OMC. Pero vivimos en una Europa unida y esa crítica se dirigía a la Unión Europea, que impide que los países tomen la iniciativa individualmente. ¿No le gusta la Unión?
–Es un hecho que hoy día ningún gobierno europeo, ni la Comunidad Europea como tal, toma ninguna iniciativa para cambiar las reglas del juego en relación con la OMC y la política agraria común. Incluso en Seattle, el representante europeo no hizo más que defender posiciones dignas de un vendedor de alfombras, sólo preocupado por los intercambios comerciales, en una correlación de fuerzas con Estados Unidos; nada más. A pesar de que en Seattle había una oportunidad histórica para que Europa se desmarcase y planteara problemas de fondo. Europa no tomó esa decisión. –¿Pero usted cree en la Unión Europea?
–Nos oponemos a la política agraria europea tal como se lleva a cabo hoy. No estamos de acuerdo con las normas que excluyen a muchos productores, sobre todo a las pequeñas y medianas explotaciones, que excluyen a las regiones más difíciles. No estamos de acuerdo con la política actual, pero las soluciones deben buscarse en el contexto europeo. Es ahí donde deben hacerse las modificaciones necesarias de la política agraria común y donde deben establecerse reglas sociales para armonizar los derechos sociales de los pueblos. Es decir, hay que buscar una armonización que ayude a mejorar el nivel social, en vez de limitarse a manifestar la competencia económica de los sectores.
–Cuando denuncia la falta de un criterio europeo frente a la OMC, parece que la OMC fuera un ente ajeno, un enemigo exterior. Pero la OMC está formada por los países ricos, también los franceses y los europeos.
–La OMC es una creación de los países firmantes del acuerdo: Estados Unidos, Europa, Canadá y Japón. Son los que constituyen el centro de la organización, y las reglas se elaboran en virtud del equilibrio y la preponderancia de estos cuatro grupos de países. En la OMC se defienden el predominio de las economías de esos países, las ventajas relativas de las que disfrutan y las multinacionales que pertenecen a ellos. La lógica de la OMC es una lógica de dominación económica sobre el resto del mundo de esos cuatro grupos de países. Es una lógica que habla de que la apertura de los mercados en función de los cuatro grandes es lo que va a permitir el desarrollo generalizado de la economía mundial en su conjunto. Hoy sabemos que la noción de mercado libre en términos no crea un desarrollo duradero en las regiones subdesarrolladas o en vías de desarrollo. Hay que organizarse de acuerdo con otras reglas, tener en cuenta los derechos de los pueblos: los derechos económicos, sociales, culturales; el derecho a la alimentación, a la agricultura, a la salud, a la cultura; a los derechos sociales.
–Los dirigentes de su país deben de estar contentos, porque una vez más Francia empuña una bandera importante, aunque cause preocupación lo que usted representa. De nuevo Francia a la cabeza de una revolución.
–No es Francia la que ha empuñado la bandera sino una serie de movimientos ciudadanos en Francia. Aunque es verdad que hay una reflexión sobre los problemas de la mundialización más avanzado que en otros países.
–Y es José Bové quien encabeza todo eso. Es su rostro, porque siempre se necesita poner un rostro a una lucha.
–Pero hay mucha gente capaz de hablar. Ahora soy yo, mañana puede ser otro. Lo importante es que avancen las cosas. Lo único que hago es cumplircon mi papel. Hace mucho tiempo que trabajo en el movimiento sindical: en 1987 participé en la creación de la Confederación Agraria y estuve ya en la primera secretaría. Para mí todo esto forma parte de la misma historia.
–Imagine una zona, dentro de un país, que sólo cultiva un producto, del cual viven todos los habitantes. ¿Cómo se les dice a esos campesinos que dejen de cultivarlo porque no le conviene al mercado europeo?
–Esa misma cuestión que usted expresa se plantea, por ejemplo, en el caso del cerdo en Bretaña, que es una producción muy concentrada. Ellos dicen: ¿por qué tenemos que producir nosotros todo el cerdo? Es decir, hace falta distribuir la producción entre los países y entre las regiones, y a partir de ahí determinar el volumen que puede producir cada agricultor, un volumen que permite obtener ingresos y que la gente siga viviendo donde está. El peligro hoy es que hay una especie de industrialización del campo no sólo en la cría de ganado sino también en la producción de frutas y verduras. Nosotros luchamos contra esa forma de agricultura industrial.
–Yo creí que lo peor eran los intermediarios...
–Ese es otro problema añadido, el problema de la comercialización y de quién se queda con los beneficios. Pero el fondo de la cuestión es el modo de producción y la industrialización de la agricultura, que elimina a la mayoría de los pequeños y medianos agricultores. La armonización europea es una cuestión difícil, hay que saber si hay la voluntad política de hacerla.
–Cuando se dice, una y otra vez –usted mismo lo ha dicho hace un rato-, que las multinacionales, las grandes compañías, tienen más poder que los gobiernos y los Estados, y que las leyes que éstos dictan son aquellas que necesitan las multinacionales, ¿hasta qué punto eso es una realidad o una posibilidad cercana que produce temor?
–Hoy día, lo que ocurre en Europa, en Estados Unidos o en Japón es lo mismo. El poder económico de las grandes multinacionales es mayor que el de los Estados Unidos. Los Estados siguen el juego de la lógica de las multinacionales, que son empresas fronterizas capaces de imponer su poder en todas partes. En Europa vivimos hace dos años un ejemplo concreto, que fue el proyecto del AMI, el acuerdo multilateral sobre las inversiones, un proyecto de las multinacionales para imponer su lógica a los gobiernos; es decir, cuando una multinacional desea invertir en un país, si dicho país tiene una legislación que no corresponde a sus intereses, es el país el que debe transformar sus leyes para que la compañía pueda desarrollarse a su gusto, o si el país se niega, debe pagar a la multinacional unas indemnizaciones muy elevadas. Es decir, la economía se organiza en función de los intereses de las multinacionales y no en función de los intereses de los ciudadanos. La segunda cuestión es la deslocalización de la producción que hacen las multinacionales: lo hemos visto en el sector del automóvil, en toda la industria textil, en las telecomunicaciones. El interés de las empresas es más importante que los derechos sociales en cada país, y cuando las multinacionales deciden suprimir puestos de trabajo, los Estados se ven impotentes para hacer respetar las leyes sociales.
–Y cuando cenó con el primer ministro francés, Lionel Jospin, ¿qué le dijo sobre la globalización?
–Escuchó atentamente. Pero no reveló lo que pensaba. No dijo nada. Sólo escuchó.
–Revel dice que los artistas, la gente del cine, los escritores, están en contra de la preeminencia cultural de Estados Unidos porque tienen miedo de la competencia.
–Me parece otra imbecilidad. En el cine y el arte actuales hay una distorsión de la competencia por la existencia de enormes compañías, y no sólo norteamericanas, porque ahora la multinacional Vivendi también se ha introducido en el mundo del multimedia. Son grandes multinacionales que acaparan y homogeneizan la concepción cultural, e impiden la posibilidadde creación en los diferentes países. Francia es hoy uno de los pocos países europeos en el que el cine y la cultura tienen fuerza para oponerse. Los cineastas están en el mismo movimiento de resistencia que nosotros. Cuando hicimos la manifestación del 30 de junio en Millau, muchos cineastas acudieron para mostrar su apoyo al movimiento agrario y dejar claro que están en el mismo bando que los campesinos.

POR QUE JOSE BOVE

Por Sol Alameda

McDonald’s y el símbolo

El pasado 13 de septiembre, la Justicia francesa lo condenó a tres meses de cárcel. Hace un año nadie sabía quién era José Bové, pero ahora la noticia sobre el veredicto judicial ha dado la vuelta al mundo. El salto a la fama de este agricultor del sudeste francés se inició con el ataque contra un McDonald’s que de la noche a la mañana se tornó en un símbolo múltiple: sirvió para evidenciar la oposición a la comida basura americana y a los métodos comerciales de la administración de ese país; fue una actitud de abierto rechazo a la política de la Organización Mundial de Comercio (OMC) y una advertencia a la implantación de la economía globalizada.
Al juicio de Bové y sus compañeros, celebrado en junio, acudieron sindicalistas agrarios de medio mundo e intelectuales que, como testigos por la defensa, expusieron ante el tribunal los males que acarrea al mundo la política de la OMC. Poco después, Bové, convertido en la cabeza europea de esa batalla, acudía a la reunión de Seattle para ayudar a que fracasara la reunión de la OMC.
Bové es un político nato: usa lenguaje adecuado y preciso, didáctico y proselitista. No es un simple agricultor, tiene carácter de líder.

 

 

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