Por
Sol Alameda
Según las encuestas, una mayoría de franceses
se identifica con usted. ¿Qué cree que esperan de José
Bové?
Hay varios niveles de identificación con la lucha que lleva
a cabo la Confederación Agraria. En primer lugar, está la
cuestión de la alimentación: la gente se ha identificado
con las dudas que hemos planteado a propósito de las hormonas y
los cultivos transgénicos. También consideran que la confederación
es la que mejor representa los intereses de las pequeñas y medianas
explotaciones agrarias, en un país donde se considera importante
la defensa y el mantenimiento de un tejido rural vivo. En tercer lugar,
la gente opina que hemos demostrado capacidad de plantarnos frente a la
mundialización. Es importante, porque es la primera vez que un
movimiento social cuenta con semejante apoyo sobre temas tan adversos.
Comenzó siendo un joven objetor de conciencia. Hoy lucha
contra la mundialización. ¿Puede contar esa evolución?
Es que no es un debate distinto sino el mismo. Hace más de
15 años que luchamos contra la mundialización. Organizamos
la primera manifestación en Ginebra a principio de los años
90. Casi 10 mil agricultores marcharon contra la Ronda Uruguay.
En el verano de 1999 llevamos a cabo nuestra acción en McDonalds
para protestar contra la OMC, que pretendía imponer a Europa la
carne de vacuno con hormonas y que había secuestrado una serie
de productos europeos para compensar a Estados Unidos por la carne que
había dejado de vender a Europa. Así mostramos que la mundialización
y la OMC estaban decidiendo, por encima de los políticos, lo que
deben comer los europeos. Planteamos el debate de fondo sobre la mundialización,
que se impone por encima de los políticos y los ciudadanos. Partiendo
de un problema concreto de alimentos, dejamos patente que el debate era
mucho más global, y al salir de la cárcel, el 7 de septiembre
de 1999, dejamos claro que la próxima etapa era Seattle. No hay
diferencia entre la lucha contra las hormonas en los alimentos y el debate
fundamental sobre la mundialización.
¿Están en contra de la mundialización porque
es mala o es que, siendo ése el desarrollo inevitable del comercio,
debe corregirse?
Es preciso cambiar las reglas del juego. En Francia formamos parte
de una plataforma que se denomina Coordinación para el Control
Ciudadano de la OMC. Las instituciones internacionales son necesarias,
pero tienen una actuación contradictoria con el desarrollo de la
población y la posibilidad de crear mercados equitativos entre
el norte y el sur. Necesitamos instituciones internacionales que se atengan
a normas específicas y cuyos objetivos no sean los que tiene hoy
la OMC. Si los Estados se oponen a la reforma, habrá que luchar
contra ellos. Por el momento, nuestra reivindicación es que se
implante un control político para garantizar un desarrollo duradero
y mercados equitativos entre las poblaciones del norte y del sur.
¿Cree posible que dentro de poco puedan darse movilizaciones
mundializadas, que los ciudadanos europeos se unan para frenar a las multinacionales?
Empieza a haber reacciones... El 30 de junio, cuando se celebraba
en Millau el proceso contra los dirigentes agrarios que participaron en
las acciones contra McDonalds, se manifestaron 100 mil personas.
En distintos países de Europa existe mucho interés por organizar
el movimiento de la misma manera que se está haciendo en Francia.
Avanzamos en la coordinación de movimientos europeos.
¿A la OMC le preocupa la oposición creciente entre
los ciudadanos en contra de la globalización?
Antes de Seattle, ni la OMC ni los gobiernos prestaban atención
a las movilizaciones y reflexiones de las organizaciones sindicales y
los movimientos agrarios y ciudadanos. Tras fracasar en Seattle, losresponsables
dijeron: hay que tener en cuenta lo que ha sucedido. Y 10 meses después
todavía no han reanudado aquellas discusiones, no saben por dónde
empezar. Se ha abierto un debate en el que los gobiernos intentan averiguar
cómo tener en cuenta las reivindicaciones de la sociedad civil
en materia de funcionamiento de los organismos internacionales, pero también
en cuestiones esenciales como el desarrollo duradero, el medio ambiente,
el empleo, etcétera. Ahora aguardamos a ver qué hace el
gobierno francés, porque la presidencia francesa de la Unión
Europea va a volver a impulsar las negociaciones de la OMC. Y no estamos
dispuestos a aceptar cualquier forma de negociación.
¿La fuerza de su sindicato es estar fuera de un partido político?
Sin duda. Lo importante es ser instrumento de los ciudadanos. Las
organizaciones sindicales, las asociaciones de consumidores, los movimientos
ecologistas quieren ser una alternativa frente al poder y nosotros somos
una organización sindical totalmente independiente de partidos
políticos e instituciones.
Habrá recibido ofertas para integrarse en partidos políticos...
Cuando me encarcelaron en 1998, por haber destruido unos almacenes
de semillas transgénicas, me despojaron de mis derechos cívicos,
por lo que no me puedo presentar a unas elecciones. Problema resuelto.
Lori Wallach, su colega en Estados Unidos en esta lucha contra la
globalización, me contaba que en su país sus seguidores
proceden tanto del Partido Republicano como del Demócrata. ¿Aquí
tiene usted seguidores tanto de la extrema derecha como de la extrema
izquierda?
La opinión pública que nos apoya procede de un espectro
político muy variado. Por eso nos tienen miedo tanto en la derecha
como en la izquierda. Nuestra posición es, ante las convocatorias
electorales, ejercer presión en función de objetivos, preguntar
a los partidos si están dispuestos a hacer una serie de cosas concretas,
a comprometerse con fines determinados. De acuerdo con sus respuestas
diremos a los electores, o bien que se queden en casa, o bien que voten
teniendo en cuenta cómo va a actuar cada partido.
¿Pero usted se considera un hombre de izquierda, no?
Soy un sindicalista. No me identifico con ningún partido.
Jamás.
En tiempos se definía como anarquista.
Me identifico con la tendencia anarco-sindicalista en la construcción
sindical del siglo XX. Existen dos concepciones sindicalistas surgidas
en el siglo XIX y que han llegado hasta nosotros: una, que es más
bien una visión autoritaria del sindicalismo, en la que el sindicato
es la correa de transmisión de un partido político, y la
otra, antiautoritaria, de un sindicalismo autónomo, un movimiento
social independiente de la organización política clásica
de partidos. A mi juicio, hoy es importante contar con esta posición
de alternativa de poder.
¿Es un fenómeno propiciado por la decepción
que han provocado los partidos políticos?
Sí. En Francia, incluso en las organizaciones obreras, el
fenómeno crece cada vez más. Incluso un sindicato como la
CGT ha roto el cordón umbilical que lo unía al Partido Comunista,
en busca de mayor autonomía. Hoy, para que haya un verdadero movimiento
sindical es necesario que dicho movimiento sea independiente de los partidos
políticos.
Con estas preguntas trataba de saber quién es usted realmente;
políticamente, me refiero.
Cuando tenía 18 años me hice objetor de conciencia.
Entonces finales de los 60 y principios de los 70
ayudé a organizar el movimiento antimilitarista en España.
Participé en alguna manifestación en las ramblas de Barcelona
para denunciar el encarcelamiento de jóvenes españoles que
se negaban a hacer el servicio militar.
Entonces no era campesino sino un estudiante de filosofía.
Pero no tenía tiempo de asistir a clase. Colgó
la carrera universitaria para irse al campo. Parece una elección
contraria a la habitual.
Dejé de ir a la universidad porque no me aportaba nada. Quería
tener un oficio que me permitiera mantener mi compromiso y hacer un trabajo
manual, no sólo utilizar la cabeza. A principios de los años
70 comenzó en Francia la lucha contra la extensión
de los campamentos militares en la región de Larzac, al sur de
donde yo vivo; los campesinos organizaron la resistencia contra el ejército,
que pretendía arrebatarles 14 mil hectáreas y expulsarlos
de allí. Yo participé en las movilizaciones de apoyo a los
agricultores y en 1975 me propusieron ocupar una granja que había
comprado el ejército. Allí pusimos en marcha la granja de
manera ilegal, éramos okupas. En 1981, tras la elección
del presidente Mitterrand, conseguimos que anulase el proyecto de extensión
y me quedé a vivir allí. Con los años hemos ido creando
una gestión colectiva de tierras con arreglo a principios sindicales
de dirección colectiva, reparto de tierras, etc., para vivir en
la práctica los compromisos sindicales que proponíamos y
para demostrar que había otra concepción posible a la hora
de organizar el campo, sin ser propietarios.
He leído un libro de Jean-François Revel, La grande
parade, que es un hombre...
Especial...
En ese libro habla de usted.
Debe decir cosas terribles.
Dice que usted es un proteccionista y lo que busca su movimiento
es que los agricultores vivan de las subvenciones.
El señor Revel no ha leído nunca los textos de la
Confederación Agraria... Pero es curioso, en Seattle nos acusaron
de querer destruir la agricultura europea porque pedíamos la supresión
de las subvenciones a la exportación... ¿Qué hemos
hecho en Europa? La construcción de la política agraria
común, a partir de 1958, tenía el objetivo de lograr que
Europa fuera autosuficiente desde el punto de vista agrario, capaz de
alimentar a la población europea. Esta política ha estado
financiada por los ciudadanos. Luego hubo desviaciones, excesos de producción...
Pero el hecho de que Europa quisiera dotarse de una autonomía alimentaria
desde el principio es positivo. Hoy, lo que decimos es que la OMC pretende
impedir que las demás regiones del mundo hagan lo que ha hecho
Europa. Nosotros defendemos que cada región del mundo pueda crear
su propia soberanía alimentaria, igual que los europeos. Pero resulta
que hay dos regiones, Europa y Estados Unidos, que afirman ser capaces
de alimentar a todo el mundo, y que se imponen a los demás países,
sobre todos los del sur, gracias a sus ayudas a la exportación.
Es preciso acabar con esas subvenciones. Europa debe financiar la forma
de agricultura necesaria para alimentar a su propia población,
pero debe permitir a todas las regiones del mundo hacer eso mismo. Nuestra
postura no es local sino global. Pedimos que cada región pueda
alimentar a su población.
Revel también escribe que Francia es el primer país
exportador de productos agrarios, por encima de Estados Unidos y que favorece
el mercado libre tal como está, vendiendo productos subvencionados,
ganando dinero. Nada podría ser mejor que eso para los agricultores
franceses, así que usted habla por hablar.
Francia exporta dentro de Europa una variedad enorme de productos
agrarios y recibe ayudas a la exportación. Hemos dicho que esas
subvenciones tienen que desaparecer, no estamos en contra de un mercado
libre para productos no subvencionados.
Y sin subvención, ¿pueden los campesinos europeos
ganarse la vida?
Desde luego. Si se concibe un producto acabado como el roquefort,
hay una plusvalía que permite que el productor obtenga un beneficio.
Las exportaciones subvencionadas, como el trigo, la leche o la carne,
se producen a un costo inferior al costo de producción, y después
reciben además una ayuda que permite bajar aún más
los precios para venderlas aotros países. Cuando el producto llega
por ejemplo a Africa tiene un costo que es la mitad del de producción
local. Es decir, se convierte en competencia desleal, lo que en términos
económicos se denomina dumping. Nosotros decimos que ningún
producto debe venderse por debajo de su costo de producción ni,
sobre todo, por debajo del costo de producción en los países
a los que llega. Esta forma de exportación no aporta ni un céntimo
a la economía, resulta muy cara para el presupuesto y destruye
la agricultura de los países del sur.
Hace poco leí una crítica suya al gobierno francés,
por su falta de iniciativa ante la OMC. Pero vivimos en una Europa unida
y esa crítica se dirigía a la Unión Europea, que
impide que los países tomen la iniciativa individualmente. ¿No
le gusta la Unión?
Es un hecho que hoy día ningún gobierno europeo, ni
la Comunidad Europea como tal, toma ninguna iniciativa para cambiar las
reglas del juego en relación con la OMC y la política agraria
común. Incluso en Seattle, el representante europeo no hizo más
que defender posiciones dignas de un vendedor de alfombras, sólo
preocupado por los intercambios comerciales, en una correlación
de fuerzas con Estados Unidos; nada más. A pesar de que en Seattle
había una oportunidad histórica para que Europa se desmarcase
y planteara problemas de fondo. Europa no tomó esa decisión.
¿Pero usted cree en la Unión Europea?
Nos oponemos a la política agraria europea tal como se lleva
a cabo hoy. No estamos de acuerdo con las normas que excluyen a muchos
productores, sobre todo a las pequeñas y medianas explotaciones,
que excluyen a las regiones más difíciles. No estamos de
acuerdo con la política actual, pero las soluciones deben buscarse
en el contexto europeo. Es ahí donde deben hacerse las modificaciones
necesarias de la política agraria común y donde deben establecerse
reglas sociales para armonizar los derechos sociales de los pueblos. Es
decir, hay que buscar una armonización que ayude a mejorar el nivel
social, en vez de limitarse a manifestar la competencia económica
de los sectores.
Cuando denuncia la falta de un criterio europeo frente a la OMC,
parece que la OMC fuera un ente ajeno, un enemigo exterior. Pero la OMC
está formada por los países ricos, también los franceses
y los europeos.
La OMC es una creación de los países firmantes del
acuerdo: Estados Unidos, Europa, Canadá y Japón. Son los
que constituyen el centro de la organización, y las reglas se elaboran
en virtud del equilibrio y la preponderancia de estos cuatro grupos de
países. En la OMC se defienden el predominio de las economías
de esos países, las ventajas relativas de las que disfrutan y las
multinacionales que pertenecen a ellos. La lógica de la OMC es
una lógica de dominación económica sobre el resto
del mundo de esos cuatro grupos de países. Es una lógica
que habla de que la apertura de los mercados en función de los
cuatro grandes es lo que va a permitir el desarrollo generalizado de la
economía mundial en su conjunto. Hoy sabemos que la noción
de mercado libre en términos no crea un desarrollo duradero en
las regiones subdesarrolladas o en vías de desarrollo. Hay que
organizarse de acuerdo con otras reglas, tener en cuenta los derechos
de los pueblos: los derechos económicos, sociales, culturales;
el derecho a la alimentación, a la agricultura, a la salud, a la
cultura; a los derechos sociales.
Los dirigentes de su país deben de estar contentos, porque
una vez más Francia empuña una bandera importante, aunque
cause preocupación lo que usted representa. De nuevo Francia a
la cabeza de una revolución.
No es Francia la que ha empuñado la bandera sino una serie
de movimientos ciudadanos en Francia. Aunque es verdad que hay una reflexión
sobre los problemas de la mundialización más avanzado que
en otros países.
Y es José Bové quien encabeza todo eso. Es su rostro,
porque siempre se necesita poner un rostro a una lucha.
Pero hay mucha gente capaz de hablar. Ahora soy yo, mañana
puede ser otro. Lo importante es que avancen las cosas. Lo único
que hago es cumplircon mi papel. Hace mucho tiempo que trabajo en el movimiento
sindical: en 1987 participé en la creación de la Confederación
Agraria y estuve ya en la primera secretaría. Para mí todo
esto forma parte de la misma historia.
Imagine una zona, dentro de un país, que sólo cultiva
un producto, del cual viven todos los habitantes. ¿Cómo
se les dice a esos campesinos que dejen de cultivarlo porque no le conviene
al mercado europeo?
Esa misma cuestión que usted expresa se plantea, por ejemplo,
en el caso del cerdo en Bretaña, que es una producción muy
concentrada. Ellos dicen: ¿por qué tenemos que producir
nosotros todo el cerdo? Es decir, hace falta distribuir la producción
entre los países y entre las regiones, y a partir de ahí
determinar el volumen que puede producir cada agricultor, un volumen que
permite obtener ingresos y que la gente siga viviendo donde está.
El peligro hoy es que hay una especie de industrialización del
campo no sólo en la cría de ganado sino también en
la producción de frutas y verduras. Nosotros luchamos contra esa
forma de agricultura industrial.
Yo creí que lo peor eran los intermediarios...
Ese es otro problema añadido, el problema de la comercialización
y de quién se queda con los beneficios. Pero el fondo de la cuestión
es el modo de producción y la industrialización de la agricultura,
que elimina a la mayoría de los pequeños y medianos agricultores.
La armonización europea es una cuestión difícil,
hay que saber si hay la voluntad política de hacerla.
Cuando se dice, una y otra vez usted mismo lo ha dicho hace
un rato-, que las multinacionales, las grandes compañías,
tienen más poder que los gobiernos y los Estados, y que las leyes
que éstos dictan son aquellas que necesitan las multinacionales,
¿hasta qué punto eso es una realidad o una posibilidad cercana
que produce temor?
Hoy día, lo que ocurre en Europa, en Estados Unidos o en
Japón es lo mismo. El poder económico de las grandes multinacionales
es mayor que el de los Estados Unidos. Los Estados siguen el juego de
la lógica de las multinacionales, que son empresas fronterizas
capaces de imponer su poder en todas partes. En Europa vivimos hace dos
años un ejemplo concreto, que fue el proyecto del AMI, el acuerdo
multilateral sobre las inversiones, un proyecto de las multinacionales
para imponer su lógica a los gobiernos; es decir, cuando una multinacional
desea invertir en un país, si dicho país tiene una legislación
que no corresponde a sus intereses, es el país el que debe transformar
sus leyes para que la compañía pueda desarrollarse a su
gusto, o si el país se niega, debe pagar a la multinacional unas
indemnizaciones muy elevadas. Es decir, la economía se organiza
en función de los intereses de las multinacionales y no en función
de los intereses de los ciudadanos. La segunda cuestión es la deslocalización
de la producción que hacen las multinacionales: lo hemos visto
en el sector del automóvil, en toda la industria textil, en las
telecomunicaciones. El interés de las empresas es más importante
que los derechos sociales en cada país, y cuando las multinacionales
deciden suprimir puestos de trabajo, los Estados se ven impotentes para
hacer respetar las leyes sociales.
Y cuando cenó con el primer ministro francés, Lionel
Jospin, ¿qué le dijo sobre la globalización?
Escuchó atentamente. Pero no reveló lo que pensaba.
No dijo nada. Sólo escuchó.
Revel dice que los artistas, la gente del cine, los escritores,
están en contra de la preeminencia cultural de Estados Unidos porque
tienen miedo de la competencia.
Me parece otra imbecilidad. En el cine y el arte actuales hay una
distorsión de la competencia por la existencia de enormes compañías,
y no sólo norteamericanas, porque ahora la multinacional Vivendi
también se ha introducido en el mundo del multimedia. Son grandes
multinacionales que acaparan y homogeneizan la concepción cultural,
e impiden la posibilidadde creación en los diferentes países.
Francia es hoy uno de los pocos países europeos en el que el cine
y la cultura tienen fuerza para oponerse. Los cineastas están en
el mismo movimiento de resistencia que nosotros. Cuando hicimos la manifestación
del 30 de junio en Millau, muchos cineastas acudieron para mostrar su
apoyo al movimiento agrario y dejar claro que están en el mismo
bando que los campesinos.
POR
QUE JOSE BOVE
Por
Sol Alameda
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McDonalds
y el símbolo
El pasado 13 de septiembre,
la Justicia francesa lo condenó a tres meses de cárcel.
Hace un año nadie sabía quién era José
Bové, pero ahora la noticia sobre el veredicto judicial ha
dado la vuelta al mundo. El salto a la fama de este agricultor del
sudeste francés se inició con el ataque contra un
McDonalds que de la noche a la mañana se tornó
en un símbolo múltiple: sirvió para evidenciar
la oposición a la comida basura americana y a los métodos
comerciales de la administración de ese país; fue
una actitud de abierto rechazo a la política de la Organización
Mundial de Comercio (OMC) y una advertencia a la implantación
de la economía globalizada.
Al juicio de Bové y sus compañeros, celebrado en junio,
acudieron sindicalistas agrarios de medio mundo e intelectuales
que, como testigos por la defensa, expusieron ante el tribunal los
males que acarrea al mundo la política de la OMC. Poco después,
Bové, convertido en la cabeza europea de esa batalla, acudía
a la reunión de Seattle para ayudar a que fracasara la reunión
de la OMC.
Bové es un político nato: usa lenguaje adecuado y
preciso, didáctico y proselitista. No es un simple agricultor,
tiene carácter de líder.
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