La pausa
en el proceso de paz decretada por el primer ministro Ehud Barak
no significa nada porque el proceso de paz estaba estancado de todas
maneras, y es políticamente inimaginable una reunión
entre negociadores israelíes y palestinos mientras sus desiguales
ejércitos están desangrándose en el terreno,
y la calle de cada uno de ellos está reclamando solamente
más sangre. Lo que sí es significativo es la panoplia
de posiciones que la cumbre árabe de El Cairo dejó
ayer en descubierto, y que va mucho más allá de la
tibieza del documento final.
Porque la rebelión palestina en Tierra Santa significa, en
primer lugar, inestabilidad en los Estados árabes de la línea
del frente. Jordania está gobernada por una elite hachemita
minoritaria y laica que preside sobre una mayoría de palestinos
y beduinos; no por nada una vieja y peligrosa- chicana del
partido israelí de derechas Likud es que el Estado
Palestino ya existe, y es Jordania. Siria también está
gobernada por una minoría laica, en este caso alawita, y
como en Jordania, el temor al fundamentalismo musulmán es
alto. Egipto es una típica dictadura árabe donde Anuar
Sadat, predecesor del actual presidente Hosni Mubarak, fue asesinado
en 1982 por fundamentalistas islámicos de su propia guarda
armada por haber firmado la paz con Israel cinco años antes.
Líbano, militarmente intervenido por Siria, es también
hogar de la guerrilla fundamentalista de Hezbollah, que puede reivindicarse
legítimamente el mérito de haber finalmente expulsado
a las tropas israelíes del país este año.
En una palabra, se trata en todos los casos de regímenes
ilegítimos amenazados por la radicalización de la
calle árabe que significa la Intifada palestina. Los árabes
de esos países encuentran inadmisible que sus gobiernos mantengan
relaciones con el Estado que está matando a sus hermanos,
y el atraso de esos países sólo agrega leña
al fuego para un movimiento reivindicativo que quisiera echar a
los actuales gobernantes y lanzar tropas árabes a enfrentar
al Estado judío. Pero la unidad árabe fue siempre
un mito y también lo es ahora: véase el oportunista
portazo que Libia dio el sábado a la reunión, supuestamente
por la tibieza del comunicado que se estaba elaborando, pero en
realidad para clamar para sí la bandera del radicalismo y
desestabilizar a su vecino Egipto. O el tono inusualmente duro de
la monarquía saudita, que aspira a absorber las maniobras
de desestabilización que está impulsando su vecino
iraquí.
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