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OPINION

Puñaladas en la cumbre

Por Claudio Uriarte

La “pausa” en el proceso de paz decretada por el primer ministro Ehud Barak no significa nada porque el proceso de paz estaba estancado de todas maneras, y es políticamente inimaginable una reunión entre negociadores israelíes y palestinos mientras sus desiguales ejércitos están desangrándose en el terreno, y la calle de cada uno de ellos está reclamando solamente más sangre. Lo que sí es significativo es la panoplia de posiciones que la cumbre árabe de El Cairo dejó ayer en descubierto, y que va mucho más allá de la tibieza del documento final.
Porque la rebelión palestina en Tierra Santa significa, en primer lugar, inestabilidad en los Estados árabes de la línea del frente. Jordania está gobernada por una elite hachemita minoritaria y laica que preside sobre una mayoría de palestinos y beduinos; no por nada una vieja –y peligrosa- chicana del partido israelí de derechas Likud es que “el Estado Palestino ya existe, y es Jordania”. Siria también está gobernada por una minoría laica, en este caso alawita, y como en Jordania, el temor al fundamentalismo musulmán es alto. Egipto es una típica dictadura árabe donde Anuar Sadat, predecesor del actual presidente Hosni Mubarak, fue asesinado en 1982 por fundamentalistas islámicos de su propia guarda armada por haber firmado la paz con Israel cinco años antes. Líbano, militarmente intervenido por Siria, es también hogar de la guerrilla fundamentalista de Hezbollah, que puede reivindicarse legítimamente el mérito de haber finalmente expulsado a las tropas israelíes del país este año.
En una palabra, se trata en todos los casos de regímenes ilegítimos amenazados por la radicalización de la calle árabe que significa la Intifada palestina. Los árabes de esos países encuentran inadmisible que sus gobiernos mantengan relaciones con el Estado que está matando a sus hermanos, y el atraso de esos países sólo agrega leña al fuego para un movimiento reivindicativo que quisiera echar a los actuales gobernantes y lanzar tropas árabes a enfrentar al Estado judío. Pero la unidad árabe fue siempre un mito y también lo es ahora: véase el oportunista portazo que Libia dio el sábado a la reunión, supuestamente por la tibieza del comunicado que se estaba elaborando, pero en realidad para clamar para sí la bandera del radicalismo y desestabilizar a su vecino Egipto. O el tono inusualmente duro de la monarquía saudita, que aspira a absorber las maniobras de desestabilización que está impulsando su vecino iraquí.


 

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