Por Norberto
Méndez *.
Las cosas por su nombre
La descalificación
no sirve para reforzar una argumentación, pero paso por alto la
que utiliza el profesor Sznajder al denominar axiomáticos, personales,
de ceguera política, etc., a mis comentarios, lo que considero
su defensa del nacionalismo etnicista israelí.
Me parece más importante aclarar mejor mi calificación de
conflicto nacional al que nos ocupa. Por otra parte, él mismo admite:
Es verdad que no se trata de fenómenos puramente religiosos.
Quizás la expresión guerra de religión
contenga un elemento de exageración. Chapeau. Pero sigo creyendo
que insistir en la centralidad de lo religioso que desborda los
límites de las partes implicadas es descontextualizar el
conflicto tal como se desarrolla en los territorios de la ANP, Israel
y las zonas grises entre ambos. En otro contexto, la solidaridad con los
musulmanes palestinos que expresan algunos musulmanes en Asia sudoriental
o Africa sí constituye la expresión de quienes se sienten
identificados con los aspectos religiosos que contiene también
el enfrentamiento palestino-israelí. Por otro lado, convendría
observar qué función cumple la movilización vía
solidaridad religiosa en esos países.
Pero, entre los palestinos, lo religioso ha devenido un elemento importante
de su movilización en la construcción de su estado nacional
porque Israel ha declarado a Jerusalén capital única e indivisa,
excluyendo su inserción en Jerusalén. La hipersacralización
del Jerusalén judío reformula la importancia del Jerusalén
musulmán. A su vez, de la liberación de algunos prisioneros
de Hamas y Jihad Islámica de cárceles palestinas no puede
deducirse una adhesión de Arafat a la causa islamista sino, en
todo caso, su reconocimiento de estos militantes en tanto palestinos y
no su conversión a los postulados ideológicos de quienes
pretenden erigir un estado islámico.
La OLP y primeramente el Movimiento de Liberación Palestino (que
esto significa Al Fatah) siempre sostuvieron el principio de crear un
estado palestino laico y no hay indicaciones de cambios en esta línea
ideológica. Hamas y Al Fatah representan dos formas distintas (enfrentadas
muchas veces con violencia, como se vio en la primera Intifada) de construcción
de su estado-nación: una de base nacionalista occidental (en la
interpretación de Hobsbawm o Gellner) o de estado de ciudadanos
y la otra religiosa (oriental o etnicista dirían los autores citados).
En el caso del partido de Dios o Hezbollah, mencionado también
por Sznajder, no cumple rol alguno en la nueva Intifada palestina como
no sea la expresión de una solidaridad verbal con sus correligionarios.
Y en el contexto libanés en el que actúa, sus logros estuvieron
fundamentalmente circunscriptos a su rol como luchador nacional contra
el ex ocupante israelí de la Franja del Sur del Líbano.
Por ello está por verse cómo podría imponerse en
el contexto general de un país donde ni siquiera concita el liderazgo
de todos los chiítas libaneses, menos el de los sunnitas y todavía
menos de los distintos grupos cristianos que suman alrededor del 40 por
ciento de ese país. Es decir, Hezbollah creció cuando actuó
como movimiento nacional de resistencia pero en el contexto interno actual
debe competir como otro contendiente ideológico más.
El pensamiento fundamentalista utiliza términos tales como Islam,
Occidente, Hamalek, Globalización, como identidades unívocas
en las que todos se reconocen en cualquier circunstancia y lugar, pero
esas representaciones no logran superar (hasta ahora) a las identidades
nacionales como formas de movilización más incluyentes ante
situaciones críticas. Es cierto que Israel, EE.UU. y otros se han
convertido en los iconos de un Occidente condenable, pero
no por representar la modernidad que condenan algunos religiosos extremistas
sino por practicar, muchas veces, políticas de exclusión
e injusticia.
* Profesor de la carrera de Ciencia Política de la Facultad de
Ciencias Sociales (UBA). Ex-becario del Instituto Truman para el Avance
de la Paz de la Universidad Hebrea de Jerusalén
Por Mario
Sznajder *.
Más allá del bien y el mal
Creo que en la discusión
con Méndez debemos acentuar los contenidos en vez de las formas
o expresiones semánticas de una realidad compleja.
La misma cumbre de El Cairo refleja en forma clara las dos líneas
políticas a lo largo de las cuales se mueve el conflicto del Medio
Oriente: la de los Estados nacionales modernos y la de las sociedades
tradicionales en las que lo religioso es un fundamento que guía
toda acción. Las declaraciones del presidente Mubarak (contra quienes
elementos islámicos radicales han atentado y desde la muerte de
su predecesor, Anwar Sadat, gestor de la paz entre Israel y Egipto, son
sus peores enemigos) señalan el punto central de la discusión:
la paz es irremplazable y aunque Arafat y los palestinos puedan tener
toda la razón, Egipto no se dejará arrastrar a una guerra
en la que el extremismo musulmán está interesado y que probaría
su razón de actuar.
Lo religioso y otros componentes de origen étnico y comunitario,
cuyas raíces se encuentran en el sistema imperial otomano que determinó
los equilibrios y la composición demográfica del Medio Oriente
no es un elemento importante de la movilización palestina, porque
Israel ha declarado a Jerusalén capital única e indivisa,
excluyendo a los palestinos, como sostiene Méndez. Ya hace más
de siete décadas, es decir un veintenio antes de la fundación
del Estado de Israel y bajo mandato británico, el mufti de Jerusalén
Haj Amin el Husseini predicaba la oposición palestina a la inmigración
judía y proclamaba la necesidad de la jihad guerra santa
contra los judíos, el sionismo y la modernidad occidental, desde
el púlpito de la mezquita de Al Aksa, en Haram el Sharif-Monte
del Templo, en Jerusalén, utilizando todos los elementos sacrales
que desde el punto de vista islámico le proporcionaba Jerusalén,
tercera ciudad santa del Islam, tras La Meca y Medina. No creo que sea
discutible que Amin el Husseini era el líder de los palestinos
y de su principal movimiento político en aquella época.
Israel declara a Jerusalén capital única e indivisible tras
la guerra de 1967 y, sin embargo, las propuestas de Barak sobre Jerusalén
en Camp David venían a una oportunidad de satisfacer aspiraciones
palestinas, pero fueron rechazadas de plano por el liderazgo palestino.
Yo no creo, ni dije, que Arafat adhiere a la causa islámica al
liberar -no a algunos sino a todos los activistas de Hamas y Jihad
Islámica. Creo sí que, a nivel popular, está creando
el tipo de imbalance que, aunque luego lo desee, le va a ser muy difícil
o imposible retornar al camino de las negociaciones, pues en el terreno
se ha creado una alianza de facto sin mucha discusión ideológica
ni teológica entre el extremismo islámico, cuya tesis
central es totalitaria e implica la eliminación física del
Estado de Israel, y los activistas del Tanzim, brazo armado de Al Fatah,
principal actor de la violencia preponderante en estos días aquí.
Cuando Arafat quiera negociar y esto ya sucedió en los días
de la conferencia de Sharm el Sheij, se encontrará enfrentado
a todos estos grupos que amenazarán también su gobierno
y su vida.
A la cita de Hobsbawm y de Gellner respondería citando a Orientalism,
de Edward Said, quien ataca la simple extrapolación de modelos
políticos, sociales y culturales al Medio Oriente, tanto desde
el punto de vista analítico como funcional. Más allá
de las consideraciones ideológicas (es verdad, tanto Arafat como
Al Fatah y en general los grupos que compusieron la OLP pretenden crear
un Estado Palestino basado en el modelo de la nación-Estado occidental,
mientras que los grupos islámicos extremistas pretenden crear teocracias
republicanas afines al modelo iraní), hay que revisar hacia dónde
se inclinan las bases sociales palestinas. Aquí hay motivo más
que suficiente para suponer que frustraciones sociales y políticas,
en parte provocadas por una paz que se negocia pero no llega y no satisface
necesidades urgentes de la población, le han dado mucho queganar
al Islam radical. Hezbolá, inspirado, financiado y dirigido desde
Irán, fue y es más que un luchador nacional
contra la ocupación israelí del sur del Líbano. Ha
actuado en más de una oportunidad como catalizador de violencia,
donde a veces implica a la masa de refugiados palestinos allá,
y se desborda hacia Cisjordania y Gaza, y a veces al revés, montándose
sobre la Intifada, anterior o actual, con su propia violencia.
Véanse los incidentes comenzados por Hezbolá en los últimos
días, meses después de la desocupación israelí
del sur del Líbano, como simple muestra. Creo que el rechazo del
sionismo, Israel, Estados Unidos y Occidente en general incluyendo
todo lo cristiano y no sólo lo judío son factores
centrales que han cobrado hoy la suficiente importancia como para indicar
que el conflicto árabe-israelí ha tenido un serio vuelco
en dirección a una guerra de religión, sin descalificar
otros factores, aun los reactivos frente a injusticias/justicias, exclusiones/inclusiones
de carácter histórico, difíciles de probar y de juzgar,
ya que conducen no sólo a declaraciones morales de difícil
aplicabilidad terrenal sino a preguntas sobre los causantes y comienzos
del conflicto que no tienen respuesta. Pero, aun si la tuvieran, en lo
personal, serían con respecto a personajes que ya hace muchas décadas
han dejado de existir.
* Profesor del Departamento de Ciencia Política de la Universidad
Hebrea de Jerusalén.
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