Por
Suzanne Goldenberg *
Desde Jerusalén
Una autopista elevada entre las dos partes del territorio palestino
atravesaría sin ninguna bajada 45 kilómetros de Israel,
y alambres de púa electrificados que marquen el límite entre
las piedras de las colinas de Cisjordania. Son visiones de la paz ahogada
en ríos de sangre. Pero corresponden a cómo el premier israelí
Ehud Barak dibuja el nuevo mapa del Medio Oriente, que incluye elementos
futuristas, pero que fundamentalmente es un regreso a los años
de la Europa de la Guerra Fría, con sus puestos de control y sus
altos muros de cemento.
Después de dar su espalda a las negociaciones de paz, Barak está
reviviendo un plan que cambiará la entera arquitectura del Medio
Oriente. Quiere levantar alambrados, no construir puentes. De esta manera,
Israel se limitaría a imponer sus fronteras a una entidad palestina,
sin admitir regateos sobre los porcentajes de Cisjordania. En su versión
más extrema, el concepto de separación unilateral,
debatido en círculos israelíes, consistiría en sellar
herméticamente Gaza y Cisjordania con un elaborado sistema de rutas,
túneles y retenes, semejantes a los de los límites internacionales.
Este es el peor escenario para Israel, y también para los palestinos.
Se haría realidad si el líder palestino Yasser Arafat declara
un Estado independiente el 15 de noviembre. Israel ya se prepara a retribuirlo.
El nuevo mapa del Medio Oriente diseñado por Barak separaría
a 110 mil palestinos de sus puestos de trabajo en territorio israelí,
cortaría sistemas de telecomunicaciones, electricidad y agua que
están ya profundamente vinculados, e interrumpiría violentamente
los sueños de los economistas que imaginaban las bodas felices
entre la alta tecnología israelí y la mano de obra barata
de los palestinos.
La semana pasada, el ministro de Información palestino, Yasser
Abd Rabbo, lo denunció como un apartheid. El apartheid significa
antes que nada que se ha hecho pedazos un sueño que ya estaba muerto,
decía un editorial en el diario de centroizquierda Haaretz. Pero
a pesar de la oposición de los progresistas y de 200 mil colonos
judíos en Cisjordania, que se verían forzados a abandonar
enclaves aislados y a amalgamarse con los asentamientos vecinos a Jerusalén,
la idea de la separación cobra cada día más fuerza.
Hace unos días, Barak encargó al viceministro de Defensa,
Efraim Sneh, que estudiara el plan. Y los ministerios de Comercio y de
Industria recibieron instrucciones de preparar la lista de las implicaciones
económicas. Si se vuelve obvio que un acuerdo entre Israel
y los palestinos no es viable, tenemos que pensar una nueva dirección,
dijo ayer Sneh.
A pesar de dedicar meses a las negociaciones de paz, Barak ha sido desde
siempre un verdadero creyente en la idea de separar a Israel de los palestinos,
física, económica y políticamente. Buenas cercas
hacen buenos vecinos es uno de sus axiomas favoritos. Este ideal
goza de un inmenso atractivo psicológico para muchos israelíes,
que con mucho gusto se lavarían las manos del destino de los palestinos
y ven al plan como una solución para el terror de perder la fuerza
demográfica en Israel.
De acuerdo con una idea que está en discusión desde el año
pasado, Israel construiría una autopista elevada desde Gaza, sin
salidas, que permitiría a los palestinos viajar a Cisjordania sin
poner un pie sobre el suelo israelí. El concepto es el mismo que
el de la autopista que en los años de la Guerra Fría permitía
a los germano-occidentales, mientras eran vigilados desde torres de control,
viajar a través de Alemania Oriental hasta llegar a Berlín.
Esta sola autopista costaría 250 millones de dólares.
Pero la frontera entre Cisjordania e Israel es extremadamente porosa y
requeriría soluciones radicales. Barak ya dio a entender que está
preparado. Hay propuestas de excavar un túnel por debajo del Monte
de losOlivos y de erigir altas alambradas a lo largo de la divisoria que
separa Jerusalén occidental, judía, de la parte árabe
y oriental, ocupada por Israel desde 1967. Esto saldría más
caro: se estiman unos mil millones de dólares.
* De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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