Por
Mariana Enriquez
La lluvia, que terminó convirtiendo al Club Hípico en
un barrial y que empapó a muchas de las 5000 personas que el sábado
participaron del Festival Primavera Alternativa, empezó justo cuando
salió al escenario principal Sean Lennon, veinte minutos antes
de la medianoche del domingo. El hijo del mítico John empezó
su set con una balada rock que sería ejemplo de lo que siguió:
mas allá de la voz nasal, parecida a la de su padre, no hay nada
en Sean que recuerde al Beatle, y eso es indudablemente bueno para él,
porque las comparaciones no son posibles. Es cierto, la tecladista de
su banda, y su pareja, se llama Yuka Honda, es de origen japonés,
y es líder de su propia banda, Cibo Matto, un combo bastante extraño.
Pero eso no es más que un detalle anecdótico. Lennon y el
mítico grupo neyorkino Sonic Youth encabezaba en cartel de un atípico
festival, que tenía en paralelo una nutrida propuesta de números
argentinos.
El set de Sean Lennon fue delicado, algo monótono. Su estilo se
nutre de la tradición del rock alternativo en la línea de
Pixies, Smashing Pumpkins y, más recientemente, Radiohead. Melodías,
estrofas suaves y estribillos fuertes, casi rockeros, para volver a una
apacible melodía con algún toque psicodélico. Sin
demasiadas variaciones, con un registro vocal notable y una banda correcta,
Sean no es la esperanza del pop, sino sólo un artista joven buscando
su voz, y no hace concesiones. No sólo no tocó muchos temas
de su único disco editado, Into The Sun, prefiriendo
temas nuevos, sino que jamás se le ocurriría (se nota) tocar
un tema de su padre. Cuando su show terminó, casi a la una de la
mañana (fue notable el retraso en los horarios de los shows), el
público quedó conforme y apaciguado. No fue un show que
cambiará la vida de nadie, pero fue un show digno.
El plato fuerte llegó a la una de la mañana, cuando Sonic
Youth confirmó su mito. La lluvia de la mediacnohe parecía
haberse transformado en el vendaval de una madrugada. Sonic Youth es,
sin duda, una banda pionera del rock contemporáneo, que influyó
a docenas y que tiene un sonido inconfundible y un riesgo escénico
único. Notablemente democráticos, los Sonic Youth reparten
el protagonismo en sus canciones: algunas las canta Lee Ranaldo, otras
Kim Gordon, otras Thurston Moore. No hay un líder. La lista de
temas se basó en temas viejos: incluso tocó Burning
Spear, el primer tema de su primer EP, una pesadilla sónica
que, en escena, incluyó a Lee Ranaldo dándole latigazos
al escenario con el plug de la guitarra enchufado, y Thurston Moore maltratando
a su guitarra tocándola con palillos, provocando una bola de sonido
paradójicamente melodiosa. Cuando fue el momento de Shes
not alone, Thurston Moore dijo ésta es una de las primeras
canciones que escribimos, en 1981. Es fantástico estar tocándola
en el 2000 en Argentina. Es maravilloso estar aquí. En uno
de los momentos más calientes de un show que visitó igualmente
estallidos punks con momentos noise hipnóticos, Kim Gordon cantó
Bull in the Heather, lo más parecido a un hit que pueda
tener Sonic Youth, en el pequeño escenario cerca de la gente, saltando
y arrojándose al piso como una adolescente, como si hubiera estado
en un pequeño escenario de su nativa Nueva York 20 años
atrás.
Es notable como Sonic Youth, como casi ninguna otra banda, se nutre de
sonidos urbanos, de modo que su música resulta inseparable de la
opresión, el vértigo y la calma de pesadilla de las grandes
urbes. Como para confirmar esta impresión, una pantalla detrás
del escenario, mostraba un video que era sólo una cámara
registrando una esquina de ciudad, quieta.
Sonic Youth tocó hasta casi las dos de la mañana, cerrando
el intenso set con 100 % del álbum Dirty y Brother
James, de Daydream Nation. Es ciertamente una rareza que una banda
tan importante y poco escuchada como Sonic Youth haya tocado en Buenos
Aires. No se trata de una banda cuyas canciones se pasen por la radio,
ni que remotamente se acerquen a los charts, pero probablemente Nirvana
no hubiera sido posible sin estos pioneros neoyorquinos. Aunque la mayoría
de sus integrantes ya pasaron los 40 años, cuando se los ve desde
abajo del escenario, parecen tan jóvenes yentusiasmados como los
adolescentes que saltaban con sus canciones extrañas, delicadas
y sorprendentes.
UNA
CARTELERA NACIONAL PRELUDIO A LOS VISITANTES
Charly
dio la sorpresa de siempre
Los shows nacionales en el Festival Primavera Alternativa comenzaron a
las 15 repartidos en dos escenarios: el A, que era en realidad la parte
de adelante del principal, y el B, más pequeño. Tocaron
bandas de lo más eclécticas, desde el hip hop de Sindicato
Argentino del Hip Hop, hasta el lounge de Sergio Pángaro, pasando
por los ritmos latinos de Mimi Maura y el reggae de los Cafres. Como el
escenario A sufrió problemas técnicos temprano, la mayoría
de las bandas debieron trasladarse al B, haciendo shows de 15 minutos
con un sonido mediocre. El sonido no fue, en ninguna instancia del festival,
bueno. Pero mejoró para los shows nacionales que se presentaron
en el principal a partir de las 22.30, con un notable retraso en relación
con lo pautado originalmente. El marco era una verdadera mezcla de tribus,
en que convivían ecologistas, vegetarianos, modernos de todas las
modernidades, hare krishnas, skaters (ver foto aquí al lado), editores
de discos, libros y revistas independientes, etcétera.
El primero en pisar el escenario principal fue Leo García. Lo de
García es un caso curioso. Su set se compone de temas acústicos
con letras ingeniosas y extrañas. En la segunda mitad, García
abandona su guitarra y se pone de pie para cantar sus canciones pop acompañado
de bases electrónicas. Lo primero que viene a la imaginación
cuando se lo ve bailar es Morrissey, similitud que se ve confirmada cuando
García entona un tema que se trata, precisamente, de Morrissey.
El show de Leo García no puede calificarse en términos de
bueno o malo: es curioso, y es ciertamente original para la escena argentina.
No descubre nada, pero su actitud sorprende. El aspecto escénico
del solista podría haber llevado a un distraído a confundirlo
con Sean Lennon. Pero no.
A
las 22.45 subió al escenario María Gabriela Epumer, y no
fue una de sus mejores noches. En primer lugar, su set debió acortarse
por cuestiones de horario: ya era tardísimo. Y en segundo, ni la
banda ni la guitarrista estaban particularmente inspirados. De modo que
el set terminó siendo bastante frío, con vacíos,
y en general poco entusiasmo. No pudo levantarlo la presencia de Francisco
Bochatón, invitado en Quiero estar entre tus cosas
para cantar a dúo con María Gabriela, pero si el set se
salvó fue gracias a la sorpresiva (como siempre) presencia de Charly
García. Cuando el telón ya se había cerrado, pudo
escucharse que la banda comenzaba a tocar una canción. Se abrieron
las cortinas y una ovación recibió a García, de pantalones
negros y camiseta blanca, que diciendo María Gabriela es
lo más, cantó No te animás a despegar
(vía muerta), de Piano Bar, en una actuación contenida
y particularmente intensa. Ayer, Charly festejó a su modo, tocando,
con sus propios invitados, los 49 abriles, que cumple hoy.
�Nos
encanta la beat genaration�
Por
Roque Casciero
Si quienes asistieron al primer concierto de Sonic Youth en Buenos Aires
se cruzaran por la calle con los guitarristas y cantantes Thurston Moore
y Lee Ranaldo, difícilmente reconocerían en su andar relajado
y despreocupado a los dos tipos que, arriba del escenario, castigan sus
instrumentos con fiereza. De excelente humor, los guitarristas que cargaron
de ruido el rock de las últimas décadas sorprenden al negarse
a responder cualquier pregunta hasta ser informados de la dirección
de algún negocio de venta de discos de vinilo usados. Coleccionistas
obsesivos, insisten una y otra vez sobre el tema. Durante el concierto,
incluso, Moore invita en broma al público a unirse al día
siguiente a su búsqueda porteña de vinilos. Un tipo así
debe haberse sentido fascinado por la película Alta fidelidad.
Pero no. No me pareció lo suficientemente extrema,
dice el alto y rubio guitarrista. No podía ser de otro modo.
Pero si algo ha caracterizado a Moore y Ranaldo no ha sido el coleccionismo,
sino la música de Sonic Youth. Durante casi dos décadas,
junto a Kim Gordon (bajo, guitarra y voz) y Steve Shelley (baterista,
entró en 1986), la dupla ha desafiado una y otra vez los límites
de lo que puede ser entendido como rock de guitarras. Incorporó
afinaciones alternativas, ruidos en estado puro, disonancias y alteraciones
en el encordado mediante palillos de batería o destornilladores,
por ejemplo. En el camino, el cuarteto neoyorquino fue clave para que
el under norteamericano de los 80 explotara a comienzos de los 90: sin
la juventud sónica, difícilmente habría existido
Nirvana, y buena parte de los sonidos que redefinieron el mundo del rock
contemporáneo.
Sonic Youth ha expandido las posibilidades de la guitarra eléctrica.
¿Hasta dónde se puede estirar el límite de ese instrumento?
Thurston Moore: Realmente no es nuestro propósito llevar la guitarra
a ningún extremo, sólo nos interesa usarla para hacer música
de manera no convencional. No nos molesta tocar la guitarra de modo convencional
porque, básicamente, es una herramienta sonora para hacer música.
Hay muchas cosas para hacer con la guitarra que nosotros no hemos intentado.
Por ejemplo, sería interesante usar diferentes clases de cuerdas,
como cuerdas de piano, o distintas formas de pulsar el encordado. Pero
no tengo tanto interés en experimentar demasiado con la guitarra
como por la composición de canciones. En primer lugar, nos interesa
componer; después viene el modo en que lo hacemos.
Lee Ranaldo: La guitarra es una herramienta, como un martillo. ¿Cuánto
podés extender los límites de un martillo? Podés
hacer una caja, una casa o una nave espacial... La guitarra es, simplemente,
lo que elegimos usar.
Ustedes también trabajan con la guitarra en improvisación,
que es un campo diferente al de la banda.
TM: Sonic Youth siempre usó la improvisación para escribir
canciones. En nuestros comienzos nunca pensamos que eso tuviera que ver
con una escuela de improvisación. Fue más tarde que descubrimos
que había toda una historia de eso. Para mí fue muy excitante
encontrarme con eso, especialmente porque era el modo en el que siempre
habíamos construido nuestro material. La improvisación tiene
dos caras: la composición instantánea, que requiere de mucho
esfuerzo de concentración, y otra que tiene que ver más
con lo físico, con la acción del ejecutante y el instrumento.
Esta es la que más nos interesa.
¿Cómo influye en la banda el trabajo que hacen por
separado?
LR: Siempre lo explico de este modo: cuando empecé a hacer trabajos
solistas, en la época de mi disco solista From here to infinity
(1988), nosotros usábamos unas cintas en escena para poner entre
medio de las canciones. Eran pequeñas cositas que sonaban muy cool,
pero nunca se les prestaba atención porque estaban en medio de
canciones de Sonic Youth. Entonces las saqué de ese contexto y
armé el álbum a partir de ellas. A veces, con nuestro trabajo
personal, lo que hacemos es tomar pequeñosaspectos de Sonic Youth
e intentar desarrollarlos o explorarlos en otros contextos. Después,
como trabajamos con otra gente fuera de la banda, aparecen ideas que llevamos
a Sonic Youth. Es como un feedback. En los últimos años,
mucho de ese material que hacíamos como solistas ha vuelto a ser
desarrollado por la banda en los discos de improvisación que sacamos
por nuestro sello, SYR (por Sonic Youth Records), o en los últimos
álbumes, a partir de Washing machine (1996).
En New York Ghosts... se siente bastante la influencia de la poesía
beatnik. Pero parecen haber más relaciones entre Sonic Youth y
ese movimiento: la tapa del álbum es un dibujo de William Burroughs;
Lee impulsó un disco tributo a Jack Kerouac (A kick joy darkness);
A thousand leaves traía una canción dedicada a Allen Ginsberg...
LR: A nosotros nos interesa mucho la literatura. Ciertamente nos gusta
mucho el modo de escribir de los autores de la generación beat.
Al ser personas que escribimos letras de canciones, miramos a la tradición
literaria para hacer nuestro trabajo. Todos admiramos a songwriters que
tienen letras interesantes, como Bob Dylan o Leonard Cohen.
TM: No es la única rama de la literatura que nos interesa, aunque
es verdad que sentimos cierta afinidad con ella. Hay algo de relación
entre esa voluntad de viajar y experimentar que tenían los beatniks,
y el hecho de formar parte de una banda de rock.
LR: A lo largo de nuestra carrera, hemos tenido la suficiente suerte como
para conocer, entre mucha otra gente, a Ginsberg y Burroughs. Nos hicimos
amigos y pasamos cierto tiempo con ellos, intercambiando ideas. El hecho
de que ambos fallecieron en el último tiempo es algo bastante pesado.
Y muchas de las cosas de nuestro último disco tienen que ver con
el interés en varios aspectos de la creación que han venido
sucediendo en Nueva York desde los años 50. En música, literatura,
pintura...
Ranaldo visitó Buenos Aires como solista en 1998. Antes de
eso, ¿sabían que tenían un público bastante
numeroso en la Argentina? Incluso hubo un tributo a Sonic Youth y los
Pixies.
TM: Sí, son tres casetes, los tengo en casa. Cuando los recibí,
me sorprendió e impactó.
LR: Nosotros venimos de Brasil y ahí nos decían lo mismo.
Hace diez años que nos invitan a venir a tocar en América
del Sur, pero nunca podíamos encontrar tiempo en nuestra agenda
para hacerlo. Por eso nos tomó tanto llegar hasta aquí.
¡Y espero que podamos volver antes de que pasen otros veinte años!
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