Por
Fabián Lebenglik
El próximo lunes, 30 de octubre, el artista plástico
Roberto Fernández colocará sus esculturas en la calle. Sus
nuevos desaparecidos estarán expuestos
en las veredas par e impar de la avenida Corrientes, entre Callao y Rodríguez
Peña, para llamar la atención de los transeúntes
sobre los chicos marginados, que el escultor considera desaparecidos
sociales (precisamente, la puesta en escena tendrá lugar en el
1700 de Corrientes, donde está la Universidad del Museo Social).
Hace quince años, en esas mismas veredas, cuando en plena primavera
democrática la sociedad asistía a la información
y a los ecos del juicio público contra los responsables del terrorismo
de Estado, el escultor y pintor sorprendió a los porteños
con una serie de esculturas muñecos en escala uno a uno con
la humana, hechos con ropas rígidas, vaciadas de sus cuerpos
que evocaban la presencia de los desaparecidos.
Hoy, tres lustros después convencionalmente el tiempo que
los historiadores del presente calculan para hablar del paso de una generación
a otra en el contexto de las sociedades de masas, el escultor y
pintor eligió el título de Niumisin para su nueva escenificación
de una tragedia social expuesta en las mismas calles donde se juegan sus
días y se exponen los chicos de la calle.
Niumisin es una versión fonética y mal escrita de la expresión
inglesa New Missing: nuevos desaparecidos.
La obra de Roberto Fernández (nacido en Lanús en 1951) es
siempre la puesta en escena de un desborde que se acerca a lo artístico
desde los márgenes de un elaborado autodidactismo.
Al revés que en el camino medido y supuestamente progresivo de
la formación institucional, la experiencia autodidacta se traduce
siempre como sobrecarga y excedente, como margen y resto. De manera que
cuando el autodidactismo se encuentra con el talento, el efecto es siempre
inquietante, producto de una relación apasionada y caótica
con lo artístico. El autodidacta busca o no tuvo
más que remedio que eludir cualquier guía académica
hacia la técnica y el saber y se lanza a la comprensión
e interpretación del mundo a través de lecturas locas
y aprendizajes forzosos, desmadrados, oscilando entre la lucidez y el
malentendido. Siempre hay una velada prepotencia en el autodidactismo
contemporáneo: todo autodidacta es necesariamente temerario, porque
por decisión, falta de oportunidades o fatalidad busca
construir algo desde la excepcionalidad de una formación
única y sin método, virtualmente irreproducible. Este es
el itinerario de Roberto Fernández, una suerte de artista barrial,
que siempre expone y se expone con la intención de señalar
algo y sorprender.
Desde la recuperación de la democracia, los desaparecidos por la
dictadura están siempre presentes en la memoria social, no sólo
por la lucha de los familiares, de las organizaciones de derechos humanos,
por la internacionalización de la justicia y los escraches de HIJOS,
sino también por la permanente aparición y reaparición
de los desaparecedores. Sobre aquellas heridas abiertas, se generan nuevas
heridas.
En las esculturas de 1985, los muñecos de Roberto Fernández
no tenían cuerpo ni cabeza. La corporeidad estaba dada por las
ropas rígidas. Las nuevas esculturas no lucen descabezadas, porque
la camisa o la remera, levantadas para cumplir la función de capuchas,
les cubre la cabeza. Sus muñecos uno de ellos lleva una remera
que dice Nunca más y allí se unen, en la obra,
aquellos desaparecidos, con estos otros están en distintas
actitudes: tirados en el piso, de pie contra la pared, sentados en la
vereda, evocando con sus figuras desamparadas y amenazantes la síntesis
de padecimientos múltiples. El escultor que intentará
exponer sus niumisin durante el tiempo que pueda,
entre diez y veinte días se apura a definir lo que hace:
Lo mío, paradójicamente, no es arte: es otra cosa.
La obra de Roberto Fernández que en varias oportunidades
viajó para representar a la Argentina como invitado en exposiciones
internacionales está fijada en el arte popular, con un fuerte
componente escenográfico y teatral. Hay elementos del kitsch en
su trabajo en este caso la obsesión por el mensaje
y cierta grandilocuencia cruzado con una inversión de los
códigos de la moda y el mercado. Los Niumisin una puesta
en escena callejera que cuenta con el auspicio de Página/12
salen directamente de la estética del maniquí, y el maniquí
es, precisamente, un elemento que funciona en relación con el mercado
de la moda: aquello que, para los chicos de la calle, resulta inaccesible
por definición.
Cada una de sus exposiciones con las que el artista
busca cuestionar los mecanismos y condiciones habituales de exhibición
artística se apartan de la corriente dominante del arte actual
y se esfuerzan por estar en el margen: ése es el lugar que Roberto
Fernández reivindica como propio. Sus peleas las da desde el margen
y desde allí busca decirlo todo.
MARA
FACCHIN EN EL ROJAS
Revés
de leyenda
Por
Valeria González *
Al revés
que en la leyenda, Mara Facchin pide a sus modelos que den vuelta la cara
para poder robar su alma. Lo importante de una persona, parece
decir la artista, no se revela en el consabido repertorio de gestos sino
en lo que yace oculto detrás de esas actitudes. Los ojos de los
retratados no se entregan a la mirada inquisitiva y devoradora de la cámara
fotográfica, parecen absortos en sí mismos, en una meditación
introspectiva, en un mundo íntimo que la toma no invade.
La fotografía contemporánea se ha encargado de poner en
entredicho las posibilidades documentales y expresivas del retrato. Quizás
el ejemplo extremo se ve en la serie de retratos idénticos e inexpresivos
del alemán Thomas Ruff. Ruff logra que la pretensión de
objetividad se muerda la cola. Sobreviene un silencio apático:
una vez eliminada toda proyección emotiva del fotógrafo,
no queda nada. El sujeto es una superficie impermeable a la mirada ajena.
Mara no quiere detenerse allí. Se vale de procedimientos digitales
para desenmascarar aquello que la fotografía no puede mostrar:
el registro de los sueños, de las emociones pasadas, de las mitologías
y los ideales que transforman la mera realidad en experiencia de vida.
Como flotando en el mismo espacio neutro que los personajes habitan, aparecen
objetos que la artista ha añadido para abrir el retrato a una asociación
simbólica. A una metáfora visual que restituye, a pesar
del escepticismo circundante, al retrato como posibilidad de indagación
psicológica. Y al amor como forma de conocimiento. (En la Fotogalería
del Centro Cultural Rojas, Corrientes 2038, hasta el 10 de noviembre.)
* Crítica de arte. Docente de Arte Internacional Contemporáneo
en la Facultad de Filosofía y Letras (UBA).
Inauguran
en la semana
Magdalena Jitrik, pinturas, desde ayer, en Arcimboldo, Reconquista
761.
Diez grabadores
españoles Azorín, Del Castillo, Espinoso,
Fuchs, Nieves García, Haro, Ibirico, De Mingo, Portera y
Sara Rodríguez, desde ayer, en el Centro de Arte Moderno
de Quilmes (Auditorium de UCMQ), H. Yrigoyen esquina Garibaldi.
Elba Bairon, hoy en la
galería de Diana Lowenstein, Avenida Alvear 1595.
Duilio Pierri, pinturas,
hoy, en Fra Angelico, Aristóbulo del Valle, 666, la Boca.
Jorge Tapia, dibujos,
hoy, en Galería Suipacha, Suipacha 1248.
Norma Devit, Mariana
Cernic y Luz Teresa Velarde, Vitraux y fusión, hoy, en La
Manzana de las Luces, Perú 272.
Carlos Riedrich, Irma
Jacob y Cory Monetti, Silvia Guardia y alumnos, hoy, en el Centro
Cívico Beccar, de Avenida Centenario 1891.
Pintura de Córdoba
de la generación intermedia, el jueves 26, en la Casa de
Córdoba, Callao 332.
Andrea Schvartzman y
Carla Bertone, pinturas, el viernes 27, en La Nave de los Sueños,
Moreno 1379.
Noemí Gerstein,
esculturas, el viernes 27, en el Museo Luis Perlotti, Pujol 644.
Ana María Caputo,
Isabel Mozzoni, pinturas, el 27, en la Fundación Esteban
Lisa, Rocamora 4549.
El
Hermitage se juega
Por un acuerdo entre
Thomas Kerns, director del Museo Guggenheim, y Mikhail Piotrovsky,
director del Museo Estatal Hermitage de Moscú, ambas instituciones
inaugurarán un museo en plena ciudad de Las Vegas, donde
exhibirán sendos patrimonios. El moderno Guggenheim y el
Hermitage -fundado por los zares aprovecharán el turismo
masivo de Las Vegas para aportar un poco de cultura a los jugadores
empedernidos. Se trata de un espacio de 2500 metros cuadrados en
el Hotel Veneciano una apoteosis del kitsch que cuenta con
una reproducción, escala uno a uno, del Puente Rialto y de
un canal veneciano, donde se mostrará, periódicamente,
la obra sustancial de las colecciones permanentes de esos museos.
El anuncio se dio la semana pasada y es el comienzo de una asociación
más amplia. El nuevo museo estará listo el año
próximo. Para explicar esta idea de aportar alta cultura
en un templo del juego, Piotrovsky dice, entre tautológico
e irónico: Las Vegas es Estados Unidos. En Rusia estamos
acostumbrados a brindar arte y cultura allí donde está
el pueblo. Es una tradición, una especie de tradición
soviética para educar a las masas.
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