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“NIUMISIN”, CON EL AUSPICIO DE PAGINA/12
Los márgenes de exposición

Tal como hizo con sus esculturas callejeras en 1985, para señalar la presencia de los desaparecidos, Roberto Fernández expondrá sus �nuevos desaparecidos� en la avenida Corrientes.

Por Fabián Lebenglik

t.gif (862 bytes)  El próximo lunes, 30 de octubre, el artista plástico Roberto Fernández colocará sus esculturas en la calle. Sus “nuevos desaparecidos” estarán “expuestos” en las veredas par e impar de la avenida Corrientes, entre Callao y Rodríguez Peña, para llamar la atención de los transeúntes sobre los chicos marginados, que el escultor considera “desaparecidos” sociales (precisamente, la puesta en escena tendrá lugar en el 1700 de Corrientes, donde está la Universidad del Museo Social).
Hace quince años, en esas mismas veredas, cuando en plena primavera democrática la sociedad asistía a la información y a los ecos del juicio público contra los responsables del terrorismo de Estado, el escultor y pintor sorprendió a los porteños con una serie de esculturas –muñecos en escala uno a uno con la humana, hechos con ropas rígidas, vaciadas de sus cuerpos– que evocaban la presencia de los desaparecidos.
Hoy, tres lustros después –convencionalmente el tiempo que los historiadores del presente calculan para hablar del paso de una generación a otra en el contexto de las sociedades de masas–, el escultor y pintor eligió el título de Niumisin para su nueva escenificación de una tragedia social expuesta en las mismas calles donde se juegan sus días –y se “exponen”– los chicos de la calle. Niumisin es una versión fonética y mal escrita de la expresión inglesa New Missing: nuevos desaparecidos.
La obra de Roberto Fernández (nacido en Lanús en 1951) es siempre la puesta en escena de un desborde que se acerca a lo artístico desde los márgenes de un elaborado autodidactismo.
Al revés que en el camino medido y supuestamente progresivo de la formación institucional, la experiencia autodidacta se traduce siempre como sobrecarga y excedente, como margen y resto. De manera que cuando el autodidactismo se encuentra con el talento, el efecto es siempre inquietante, producto de una relación apasionada y caótica con lo “artístico”. El autodidacta busca –o no tuvo más que remedio que– eludir cualquier guía académica hacia la técnica y el saber y se lanza a la comprensión e interpretación del mundo a través de lecturas “locas” y aprendizajes forzosos, desmadrados, oscilando entre la lucidez y el malentendido. Siempre hay una velada prepotencia en el autodidactismo contemporáneo: todo autodidacta es necesariamente temerario, porque –por decisión, falta de oportunidades o fatalidad– busca construir algo desde la excepcionalidad de una “formación” única y sin método, virtualmente irreproducible. Este es el itinerario de Roberto Fernández, una suerte de artista barrial, que siempre expone y se expone con la intención de señalar algo y sorprender.
Desde la recuperación de la democracia, los desaparecidos por la dictadura están siempre presentes en la memoria social, no sólo por la lucha de los familiares, de las organizaciones de derechos humanos, por la internacionalización de la justicia y los escraches de HIJOS, sino también por la permanente aparición y reaparición de los desaparecedores. Sobre aquellas heridas abiertas, se generan nuevas heridas.
En las esculturas de 1985, los muñecos de Roberto Fernández no tenían cuerpo ni cabeza. La corporeidad estaba dada por las ropas rígidas. Las nuevas esculturas no lucen descabezadas, porque la camisa o la remera, levantadas para cumplir la función de capuchas, les cubre la cabeza. Sus muñecos –uno de ellos lleva una remera que dice “Nunca más” y allí se unen, en la obra, aquellos desaparecidos, con estos otros– están en distintas actitudes: tirados en el piso, de pie contra la pared, sentados en la vereda, evocando con sus figuras desamparadas y amenazantes la síntesis de padecimientos múltiples. El escultor –que intentará “exponer” sus “niumisin” durante el tiempo que pueda, entre diez y veinte días– se apura a definir lo que hace: “Lo mío, paradójicamente, no es arte: es otra cosa”.
La obra de Roberto Fernández –que en varias oportunidades viajó para representar a la Argentina como invitado en exposiciones internacionales– está fijada en el arte popular, con un fuerte componente escenográfico y teatral. Hay elementos del kitsch en su trabajo –en este caso la obsesión por el “mensaje” y cierta grandilocuencia– cruzado con una inversión de los códigos de la moda y el mercado. Los Niumisin –una puesta en escena callejera que cuenta con el auspicio de Página/12– salen directamente de la estética del maniquí, y el maniquí es, precisamente, un elemento que funciona en relación con el mercado de la moda: aquello que, para los chicos de la calle, resulta inaccesible por definición.
Cada una de sus “exposiciones” –con las que el artista busca cuestionar los mecanismos y condiciones habituales de exhibición artística– se apartan de la corriente dominante del arte actual y se esfuerzan por estar en el margen: ése es el lugar que Roberto Fernández reivindica como propio. Sus peleas las da desde el margen y desde allí busca decirlo todo.


MARA FACCHIN EN EL ROJAS
Revés de leyenda

Por Valeria González *

Al revés que en la leyenda, Mara Facchin pide a sus modelos que den vuelta la cara para poder “robar su alma”. Lo importante de una persona, parece decir la artista, no se revela en el consabido repertorio de gestos sino en lo que yace oculto detrás de esas actitudes. Los ojos de los retratados no se entregan a la mirada inquisitiva y devoradora de la cámara fotográfica, parecen absortos en sí mismos, en una meditación introspectiva, en un mundo íntimo que la toma no invade.
La fotografía contemporánea se ha encargado de poner en entredicho las posibilidades documentales y expresivas del retrato. Quizás el ejemplo extremo se ve en la serie de retratos idénticos e inexpresivos del alemán Thomas Ruff. Ruff logra que la pretensión de objetividad se muerda la cola. Sobreviene un silencio apático: una vez eliminada toda proyección emotiva del fotógrafo, no queda nada. El sujeto es una superficie impermeable a la mirada ajena.
Mara no quiere detenerse allí. Se vale de procedimientos digitales para desenmascarar aquello que la fotografía no puede mostrar: el registro de los sueños, de las emociones pasadas, de las mitologías y los ideales que transforman la mera realidad en experiencia de vida. Como flotando en el mismo espacio neutro que los personajes habitan, aparecen objetos que la artista ha añadido para abrir el retrato a una asociación simbólica. A una metáfora visual que restituye, a pesar del escepticismo circundante, al retrato como posibilidad de indagación psicológica. Y al amor como forma de conocimiento. (En la Fotogalería del Centro Cultural Rojas, Corrientes 2038, hasta el 10 de noviembre.)
* Crítica de arte. Docente de Arte Internacional Contemporáneo en la Facultad de Filosofía y Letras (UBA).

Inauguran en la semana

Magdalena Jitrik, pinturas, desde ayer, en Arcimboldo, Reconquista 761.
“Diez grabadores españoles” –Azorín, Del Castillo, Espinoso, Fuchs, Nieves García, Haro, Ibirico, De Mingo, Portera y Sara Rodríguez–, desde ayer, en el Centro de Arte Moderno de Quilmes (Auditorium de UCMQ), H. Yrigoyen esquina Garibaldi.
Elba Bairon, hoy en la galería de Diana Lowenstein, Avenida Alvear 1595.
Duilio Pierri, pinturas, hoy, en Fra Angelico, Aristóbulo del Valle, 666, la Boca.
Jorge Tapia, dibujos, hoy, en Galería Suipacha, Suipacha 1248.
Norma Devit, Mariana Cernic y Luz Teresa Velarde, Vitraux y fusión, hoy, en La Manzana de las Luces, Perú 272.
Carlos Riedrich, Irma Jacob y Cory Monetti, Silvia Guardia y alumnos, hoy, en el Centro Cívico Beccar, de Avenida Centenario 1891.
Pintura de Córdoba de la generación intermedia, el jueves 26, en la Casa de Córdoba, Callao 332.
Andrea Schvartzman y Carla Bertone, pinturas, el viernes 27, en La Nave de los Sueños, Moreno 1379.
Noemí Gerstein, esculturas, el viernes 27, en el Museo Luis Perlotti, Pujol 644.
Ana María Caputo, Isabel Mozzoni, pinturas, el 27, en la Fundación Esteban Lisa, Rocamora 4549.

El Hermitage se juega

Por un acuerdo entre Thomas Kerns, director del Museo Guggenheim, y Mikhail Piotrovsky, director del Museo Estatal Hermitage de Moscú, ambas instituciones inaugurarán un museo en plena ciudad de Las Vegas, donde exhibirán sendos patrimonios. El moderno Guggenheim y el Hermitage -fundado por los zares– aprovecharán el turismo masivo de Las Vegas para aportar un poco de cultura a los jugadores empedernidos. Se trata de un espacio de 2500 metros cuadrados en el Hotel Veneciano –una apoteosis del kitsch que cuenta con una reproducción, escala uno a uno, del Puente Rialto y de un canal veneciano–, donde se mostrará, periódicamente, la obra sustancial de las colecciones permanentes de esos museos. El anuncio se dio la semana pasada y es el comienzo de una asociación más amplia. El nuevo museo estará listo el año próximo. Para explicar esta idea de aportar alta cultura en un templo del juego, Piotrovsky dice, entre tautológico e irónico: “Las Vegas es Estados Unidos. En Rusia estamos acostumbrados a brindar arte y cultura allí donde está el pueblo. Es una tradición, una especie de tradición soviética para educar a las masas”.

 

 

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