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el Kiosco de Página/12

Cabralia era feliz
Por Luis Bruschtein

Rita la Bahiana habla a los gritos a la vez que toma una cerveza detrás de otra. Debe tener un sistema para respirar, hablar y tragar al mismo tiempo. Cuando necesita dinero vende a los turistas de la playa bahiana la ropa que cose y borda. �Estoy feliz, mais no apasionada�, explica por su nueva pareja con un morochazo retinto 20 años menor que ella. El gobierno ha desalojado una aldea de indígenas pataxós que estaba sobre la playa y les entrega a cambio unas casitas en un barrio detrás de la ruta. Para conseguir su vivienda, Rita asegura que su morocho es pataxós de pura cepa a pesar del color retinto de su piel.
Sin la menor duda, el hombre confirma la palabras de Rita la Bahiana y agrega en chiste que el sol le oscureció la piel. Entonces se pone a tocar la guitarra y a cantar, pero no Caetano o Chico, sino Sepultura, una especie de ronquera o largo eructo. En el patio de cemento de Pedro Lage hay fiesta. En el pueblo casi no hay turistas, solamente llegan durante el día para visitar la playa, el gran arrecife de coral y lo que queda de la aldea pataxós remozada.
Es gente humilde, trabajadora, y el bar de Pedro Lage tiene techo de chapa y las paredes sin revoque. Rita la Bahiana comienza a hablar de uno de sus maridos, un rosarino de 17 años que le dio un hijo que ahora tiene 18 años, la llevó a la Argentina, le enseñó español, y del que hace muchos años que no sabe nada. El morochazo, celoso, empieza a hacer gestos de que se retira de la fiesta. Rita lo saca a bailar y se lo lleva con poco disimulo hacia la oscuridad donde se atacan con desesperación y sin recato. Algunos chicos se acercan a mirar y entonces don Lage pide a la pareja que se vaya un poco más lejos a hacer sus cosas.
La fiesta sigue. En la pista de cemento bailan parejas de viejos, chicos y jóvenes al ritmo sensual y sencillo del pagode y el follrró. En una mesa cercana, un hombre trata de levantarse y cae al piso arrastrando vasos y botellas. Queda boca arriba, con los ojos en blanco y casi sin respirar. La fiesta sigue y el baile también. Alguien trata de reanimarlo, pero el hombre está más cerca de la lira que del acordeón. Una argentina, de nuestra mesa, se angustia y trata de ayudar, le toma el pulso y prácticamente no tiene. Como es enfermera supone que el hombre tiene un paro cardíaco y empieza a golpear el corazón y a pedir un médico a gritos. La fiesta sigue, alguno dice que es un coma alcohólico, que hay que dejarlo como está. Pasan los minutos, hasta que el hombre vuelve en sí, dolorido, trastabilla, se sienta, vuelve a caer pero sin perder el conocimiento, finalmente se levanta y se aleja a los tropezones.
Los baños están a la vuelta de la construcción. Está oscuro y, frente a la entrada, una pareja hace el amor. No hay forma de confundirse: la mujer está de cara a la pared y el hombre empuja y resopla de atrás. La tarea no se interrumpe por el transeúnte que busca el orinal y poco después la pareja se reintegra, feliz, al baile.
En la caminata de regreso se ve la silueta de una mujer recortada contra la noche, en cuclillas, en medio del yuyal, hablando a los gritos. Es Simone, una hermosa mulata de 40 años cuya vida gira alrededor del teléfono. Es su manera de integrarse a este mundo globalizado. Va siempre con un teléfono de mesa bajo el brazo y ha encontrado la manera de colgarse de los teléfonos públicos. Habla cuatro o cinco horas o más por día con sus parientes de Río y Brasilia. Esa es su posesión y habilidad más preciada y la ofrece de buena gana a los amigos.
Hay elecciones en Bahía. Los partidos nacionales, como el PT o el PMDB aquí casi no tienen presencia, opacados por el partido provincial del caudillo Antonio de Magallhaes, presidente del Senado de la República. En el bar de Pedro Lage hubo tres días de fiesta para festejar el triunfo de uno de los miembros de la numerosa familia Lage que se postulaba como candidato a vereador (concejal). Pero cuando terminaron los festejos y se conoció el resultado final, el candidato festejado no había podido entrar. El candidato oficialista aquí en Cabralia se presentaba a la reelección y los actos de campaña fueron con tríos eléctricos, grandes camiones con enormes equipos de sonido, mucha música y baile, petardos, cerveza y cashaza. En todos los actos había un gran cartel con la consigna de la campaña: �Cabralia era feliz, pero no lo sabía�. 


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