Por Luis Matías López*
Desde Moscú
Ilia Klebanov, viceprimer ministro ruso encargado del complejo militarindustrial, ya puso fecha a la eutanasia de la estación orbital Mir: febrero del 2001. Ahora, los especialistas trabajan en el plan para hacer efectiva esa sentencia de muerte que costará unos 21 millones de dólares y que concluirá con la nave, o lo que quede de ella, hundida en el océano Pacífico. La decisión oficial, dijo Klebanov, está por tomarse. Queda en manos del presidente Vladimir Putin, quien la pensará seriamente antes de dar la extremaunción a uno de los escasos símbolos que quedan de los tiempos en que la Unión Soviética se enfrentaba a Estados Unidos.
Matar a la Mir (hoy deshabitada, tras regresar en junio a tierra los astronautas Serguei Zaliotin y Alexandr Kaleri) no es fácil, ya que podría caer en una zona habitada y causar una catástrofe. Por eso, los expertos rusos estudian diversas alternativas, hasta cuatro, según declaró Viktor Blagov, vicedirector del centro de control de vuelos. La que probablemente se ponga en práctica consiste en utilizar naves de carga Progress para provocar un descenso paulatino de la órbita, hasta unos 80 kilómetros de la Tierra, hasta que entre en contacto con capas densas de la atmósfera y se queme en su mayor parte. Lo que quede se haría caer en una zona aislada y deshabitada del Pacífico.
Las otras tres posibilidades son: fragmentar la nave y hacer llegar los trozos uno a uno hasta la atmósfera, lo que según la mayoría de los expertos no haría sino aumentar la chatarra; destruir la Mir con un misil, lo que podría provocar una lluvia de metralla espacial; y dejarla en órbita, lo que resultaría muy costoso si, como es lógico, se intentase mantenerla bajo control.
En cierto modo, el problema recuerda al de los submarinos atómicos obsoletos que, una vez fuera de servicio, suponen un grave riesgo ecológico que sólo se puede evitar con fuertes inversiones económicas y tecnológicas.
Klebanov, convertido muy a su pesar en una especie de �chatarrero mayor del reino�, tiene estos días otro serio motivo de preocupación. Se trata de la operación de rescate de los cadáveres de los 118 tripulantes del submarino nuclear Kursk, que se precipitó el 12 de agosto al fondo del mar de Barents, llevándose consigo de paso el prestigio de la flota nuclear.
Ambos casos son representantivos de las dificultades de la nueva Rusia para mantener su desfalleciente condición de superpotencia. Pero ahí se acaba el parecido. El Kursk era un sumergible de última generación, considerado casi indestructible, una joya de la corona que naufragó en plena vida útil. Una vergüenza sin paliativos. La Mir, por el contrario, superando toda clase de percances, está a punto de cumplir su 15º cumpleaños, con lo que triplicará la supervivencia que se le atribuyó al nacer. Un claro motivo de orgullo.
Por eso, pese al anuncio que el lunes efectuó Klebanov, hay mucha gente en Rusia que se resiste a dejar morir a la Mir. Por ejemplo, en la Duma, en la que hay varios antiguos astronautas, como Vitali Sebastianov, que puso en marcha (sin mucho éxito, por cierto) una suscripción popular para salvar la estación orbital. Su recientemente fallecido compañero en el partido comunista Guerman Titov, el segundo hombre que voló al cosmos (Yuri Gagarin le birló por poco la gloria de ser el primero), era de la misma opinión.
En cuanto a Putin, su acreditada fama de enigmático impide saber con seguridad cuál será su decisión final, sobre todo si se tiene en cuenta que entrarán en pugna su pragmatismo (que aconseja dar el punto final a la Mir) y su nacionalismo. En el exterior, el más decidido partidario de aplicar la �inyección letal� es la NASA, la agencia espacial norteamericana, harta de que Moscú diversifique sus esfuerzos en detrimento de su contribución a la Estación Espacial Internacional, cuyo ensamblaje lleva un considerable retraso, en gran parte atribuible al socio ruso.
Por el contrario, el principal defensor de que la nave siga en el cosmos es la Mir Corporation, una empresa mixta con base en Holanda e inversores occidentales convencidos de que �allí arriba� está dando vueltas sin cesar una buena oportunidad de negocio. Jeffrey Manber, presidente de esta firma, ha mandado una carta a Putin en la que intenta convencerlo de que es posible recaudar fondos para mantener a la Mir en órbita, y le pide una entrevista para lograr que se implique directamente en el proceso de decisión.
Uno de los planes de Manber es promover el turismo espacial en la Mir. Ya hay dos candidatos: el millonario californiano Denis Tito (que supuestamente acepta pagar 20 millones de dólares) y el director de Titanic, James Cameron, amantes ambos, por lo que se ve, de las emociones fuertes.
* De El País de Madrid. Especial para Página /12.
|