Por Luciano Monteagudo
�Dejamos Londres porque es una ciudad fría. Fría y triste. Y además no tiene camellos.� Los esfuerzos de Julia (Kate Winslet) por hacerles entender a sus dos pequeñas hijas, Bea y Lucy, por qué están viviendo en Marrakech, en las condiciones más precarias, pueden sonar un tanto ingenuos, pero ella es una mujer de convicciones fuertes. La falta de plata y de trabajo no la va a amilanar. Al fin y al cabo, corren los primeros años 70 y el norte de Africa parece el lugar ideal para escapar del consumismo pequeñoburgués que por entonces devora a Europa (por esa misma época, Pier Paolo Pasolini filmaba en Marruecos Las mil y una noches...). Si el padre de las chicas decidió quedarse en Inglaterra, es problema de él. Aunque no deja de ir regularmente al correo para ver si llegó algún cheque para sus hijas, Julia sabe que no puede esperar nada de esa figura lejana, un poeta distraído que cuando manda algo es un paquete equivocado, con camisetas de fútbol para los hijos varones que dejó en Liverpool. Mientras tanto, Bea y Lucy sueñan. Sueñan con beréberes y camellos, pero también, en sus propias palabras, �con una vida normal�.
A partir de una novela autobiográfica de Esther Freud, sobre sus aventuras marroquíes con su madre y su hermana, un texto que la propia Kate Winslet leyó siendo niña y nunca dejó de recordar, El viaje de Julia propone un recorrido iniciático por una geografía tanto exterior como interior. Por un lado, allí están los magníficos, exóticos paisajes del desierto norafricano y su imponente cielo protector, bajo el cual se agita una cultura que los europeos apenas alcanzan a arañar. Y por otro, está el dibujo sobrio, preciso, sin golpes bajos, de las relaciones entre Julia y sus hijas, unas chicas que, a pesar de sus ocho y seis años, respectivamente, en varios aspectos parecen mucho más maduras que su propia madre. Son ellas quienes le recuerdan a Julia lo que se supone que debería hacer todo niño de su edad �ir al colegio, alimentarse correctamente� y quienes la consuelan cuando peligra su errática relación con Bilal, un tierno marroquí que se convierte un poco en el padre de estas tres pequeñas mujeres a la deriva en terra incognita.
Si hay algo que deja en claro el modesto pero sensible film de Gillies Mac Kinnon es que Julia no representa el estereotipo reaccionario de la hippie drogadicta irresponsable. No es el caso. Julia se ocupa de Lucy y de Bea tanto como de sí misma y quiere que ellas tengan la posibilidad de vivir la vida con misma la intensidad que ella la vive, día a día. En todo caso, Julia irá aprendiendo �paulatinamente, un poco a los tumbos� a tomar conciencia de las consecuencias de sus propios actos. Puede ser en un viaje por el desierto hacia la morada de un jeque capaz de darle una supuesta paz espiritual, o en el palacete de un excéntrico francés (Pierre Clementi, él mismo un sobreviviente de los swingin� sixties), donde Julia y las chicas pasan una temporada feérica. O incluso en una pelea con unas prostitutas, después de la cual Julia no tiene mejor idea que darles una improbable lección de vida a sus hijas, que no saben dónde esconderse: �Es muy común que las hijas se avergüencen de sus madres�, dice muy seria Julia. �La mía, por ejemplo, se pintaba los labios en el ómnibus.�
El relato, por momentos, hay que reconocerlo, se hace un tanto episódico y reiterativo, y el film a veces parece también, como la propia Julia, hipnotizado por el magnetismo del paisaje. Pero aun así, hay tanta espontaneidad en las dos chicas y en Kate Winslet �una actriz notable, como lo acaba de probar en Humo sagrado, de Jane Campion� que El viaje de Julia se convierte en un peregrinaje siempre digno de ser compartido.
un FALLIDo film DE DAVIS GUGGENHEIM
Menos que rumores
Por M. P.
Hay una fiesta sofisticada con tragos gratis, una chica linda y dócil llevada de la mano de su novio autosuficiente y un forcejeo en un dormitorio a media luz. Hay también tres amigos que comparten vivienda: los tres están en la fiesta y uno de ellos es testigo del forcejeo entre la chica borracha y su novio excitado, justo cuando la chica que le tocaba a él se descompone de tanto alcohol. A partir de semejante testimonio, los tres amigos �estudiantes universitarios aparentemente dedicados a estudiar los rumores� decidirán iniciar un rumor propio: que la chica finalmente tuvo sexo con su novio en ese dormitorio.
Lo que no se imaginan es que su falsa historia tendrá tanto éxito que terminará convenciendo a la chica en cuestión y ésta logrará convencer a la policía, con lo que su novio estará en verdaderos problemas. Algo (verdaderos problemas) que esquiva cuidadosamente �a pesar de las apariencias� un film como Rumores, moralista y riguroso con su entorno de la boca para afuera, pero apenas una vidriera fashion en cada encuadre, cada primer plano y cada vaso roto en cámara lenta. Producción original del tan superficial Joel Schumacher, esta ópera prima de Davis Guggenheim (que ha dirigido para TV episodios de las series �Party of Five�, �Emergencias� y �NYPD Blue�, entre otras), lo que ciertamente no hay en Rumores es cine.
Como muchos de los más recientes films preocupados por su imagen y su estética, es una lástima que semejante obsesión no redunde en algo semejante a la narración. Plagado de acercamientos a los agraciados rostros de sus protagonistas, Rumores depende de cada largo parlamento de éstos para el devenir de su historia, que nunca deja de seducir con sus seudorreflexiones y escaparse tambaleándose �como borracho en una fiesta� hacia el próximo giro de la trama.
Plagado de inverosimilitudes de todo tipo, Rumores es un film histérico, seducido por sí mismo, en el que respetados actores (y autores) como Eric Bogossian o Edward James Olmos apenas están ahí para proveerle una mínima credibilidad. Con lo que se demuestra también que, a pesar de tanta palabra por momentos pretenciosa, Rumores sólo cree en la imagen. Y lo que se ve es apenas a unos chicos bonitos yendo de acá para allá entre estéticos decorados y planos hiperkinéticos. Falso y contradictorio, Rumores es en el papel un film biempensante que desprecia los rumores y defiende el �no� de una mujer, pero en realidad lo único que le preocupa es cada encuadre, los colores y los rostros y cuerpos perfectos de sus actores, esos que siempre dicen �sí�, no importa lo que digan en realidad.
Sexo, porros y terror clase �B�
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�Veo gente muerta�, dice uno de los protagonistas.
Las parodias van desde �Sexto sentido� a �Scream�. |
Por Martín Pérez
Sexo, drogas y cine clase B. Ese parece ser el slogan de Una película de miedo, la parodia con la que los hermanos Wayans agregan su granito de arena a la historia del cine heredero de Mel Brooks y los films de Zucker y Abrahams estilo ¿Y dónde está el piloto...? Claro que a la hora de hablar de sexo, lejos del liberalismo al que hacía mención el slogan original (ese que termina con rock�n�roll), los Wayans hablan más de las desviaciones motivadas por su exceso o su carencia, mientras que de las drogas sólo hablan de la marihuana. O más bien la fuman (sus personajes, a no confundir). �Veo gente muerta�, dice uno de sus protagonistas, parodiando la escena clave de Sexto sentido. �Chau, qué buen porro�, le responden sus colegas, entre carcajadas. Ah, y a la hora del cine lo que hacen es dedicarse a recorrer los más exitosos representantes del género de la década del noventa. Y, ahí sí, casi no falta nadie.
Basándose casi escena por escena en la trama de Scream, Una película de miedo �Scary Movie en inglés, igual que el título inicial del film original de Williamson� se pasea por la ya mencionada Sexto sentido, Sé lo que hiciste el verano pasado, El Proyecto Blair Witch, The Matrix y siguen las firmas. Tan literal es por momentos ese recorrido, sin embargo, que lo más divertido llega a ser identificar el origen de cada broma. Por esa razón es que cabe aclarar que Una película... es casi de exclusivo disfrute para quienes hayan visto todos esos films. Es decir: para los que hayan ido a ver todos y cada uno de los referentes de la cultura pop y cinéfila más reciente. Y, aun a pesar de la autoconciencia de la que hacen gala la mayoría de estos títulos �en especial las sagas de Scream y Sé lo que hiciste...�, tengan ganas de rizar el rizo y reírse más fuerte de lo mismo.
Breve, grosera y contundente, el film de los Wayans por momentos recuerda el crudo estilo televisivo de �Todo x 2 pesos�, por lo berreta, autorreferente y también por una enfermiza y burda obsesión sexual, llena de penes y vello público. Salidos de la televisión en los Estados Unidos, a los Wayans se los recuerda por la serie �In Living Colour�, donde saltaron a la fama (y por la que pasaron Rosie Pérez, Jennifer López y Jim Carrey antes de convertirse en estrellas) riéndose de todo y de todos. Una película de miedo es el tercer film paródico firmado por Keenen Ivory �el segundo de diez hermanos� y su estilo es sencillo: superar todos los límites del (buen y mal) gusto y la corrección (política) y disparar chistes a repetición. A eso hay que sumarle una fundamental capacidad de reírse sin tapujos de los clichés tanto de blancos como negros �hay gags que sólo pueden filmar los Wayans sin ser acusados de racistas� y el libre uso de las referencias a la marihuana, que son tan graciosas y omnipresentes que el film bien podría llamarse Una película de porro. Y, hecha la suma, el resultado final es una larga y gran carcajada. Por momentos avergonzante, es cierto. Pero siempre liberadora.
�EL VIÑEDO�, DEL URUGUAYO ESTEBAN SCHROEDER
Ojalá haya otro cine charrúa
Por Horacio Bernades
�Te va a dejar con ganas de ver más cine uruguayo�, dice el aviso de El viñedo, primera producción de ese origen que se estrena comercialmente en Argentina en mucho tiempo. En este caso, no se puede echar la culpa a los distribuidores locales: la producción cinematográfica de los vecinos del Río de la Plata era casi nula hasta hace unos pocos años. Desde entonces, algunos largos se producen, con cuentagotas. En la década anterior se supo de la existencia de títulos como El dirigible, El Chevrolé y Otario, algunos de los cuales pudieron verse en ciclos o festivales.
Estrenada hace pocos meses en su país, El viñedo resultó un pequeño fenómeno de público. Hasta el punto de que cruzó el charco, traída nada menos que por Buena Vista Internacional, subsidiaria de Disney. La frase del aviso es sin duda temeraria y difícilmente se pruebe verdadera. Filmada en 16 mm y ampliada luego a 35 mm, desde el inicio nomás queda claro que la módica aspiración de El viñedo es simplemente la de parecerse a un film �internacional�. De allí esos planos urbanos, filmados desde el aire, con los que se abre la película, de acuerdo con el más básico manual hollywoodense. De allí también esos descansos musicales en un salón de baile. Aunque lo que se baila no es candombe sino salsa. De allí esa secuencia de acción, cerca del comienzo, con la persecución y posterior �apriete� de un botija, a cargo de unos matones. De allí la estructura toda del film, que imita la de un thriller de denuncia, �a la americana�.
Hay un periodista algo desencantado, pero que no parará hasta dar con la verdad. Hay un terrateniente acostumbrado a espantar gente de su viñedo con métodos non sanctos. Aunque sus tierras no son tantas y lo que espanta son apenas ladrones de uvas. Hay gente pobre, eventualmente marginal, que sufrirá algún tiro en carne propia. Hay algún jefe de redacción (argentino) que no tiene muchas ganas de meterse en problemas. Y un fotógrafo gordo, que es lo que en Hollywood se denomina comic relief, el tipo que pone un descanso cómico. Pero todo es sólo hasta ahí: ni el asunto (presentado como un caso de �candente actualidad�) es demasiado relevante, ni el terrateniente demasiado amenazante, ni los matones demasiado preocupantes, ni el gordo demasiado desternillante.
Algo así como una Comodines con pocos pesos, El viñedo sufre de esa enfermedad del subdesarrollo cultural que es jugar al simulacro. Para peor, aquello que quiere simular es ya, de por sí, de segunda. En tanto a lo único que aspira El viñedo es a parecerse a uno de esos telefilms del montón, de los que hay a montones en cualquier canal de cable. Torpemente filmada, con una imagen granulosa, llena de tiempos muertos y herida de muerte por su esencial falta de motivación, El viñedo está muy lejos de alcanzar siquiera tan pobre modelo. Es verdad que deja con ganas de ver más cine uruguayo. Uno que no se parezca al mal cine argentino.
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