Por Diego Fischerman
En su visita anterior a Buenos Aires, John Scofield presentó un grupo en el que el órgano Hammond, en manos de Larry Goldings, resultaba una pieza esencial. En su nueva actuación, presentando material extractado en su gran mayoría del CD Bump, la conformación instrumental remite al clásico cuarteto de rock: dos guitarras �una de ellas ceñida a la función rítmica�, bajo �en este caso contrabajo� y batería. Una y otra presentación (y la relación entre ambas) desnudaron en realidad una concepción estética en la que las decisiones acerca del lenguaje pasan por pocos lugares más que por el timbre. Si hubiera que resumir las novedades de la música actual de Scofield, alcanzaría con enumerar los instrumentos de su grupo. Fuera de eso, de su técnica deslumbrante, de su fluidez como guitarrista y de la homogeneidad y cuerpo de su sonido, no habría mucho más que decir.
Tal como sucede con mucho del jazz actual, lo que Scofield ofrece es una versión muy bien tocada de algo bastante previsible y, paradójicamente, sus momentos más originales tienen que ver con su manera de encarar los standards. Un pequeño set dentro del recital, en el que tocó en trío y abordó, por ejemplo, �Scarborough Fair� �aquel tema que hicieron famoso Simon & Garfunkel� estuvo entre lo más nítido de toda la noche. Tal vez el marco de canciones clásicas, la estructura prefijada, sean los mejores aliados con los que este guitarrista pueda contar. A lo largo del concierto se alternaron (aunque no en partes iguales) su lado funk y su costado jazzístico. En el primero, cierta reiteración de timbres y bases rítmicas presampleados terminó quitando fuerza. En el segundo le faltaron partenaires suficientemente entrenados. Tal como sucedía en el CD que grabó con Medeski, Martin & Wood, a la carrocería parecía faltarle chasis. Los saberes de Murphy y Perowsky alcanzaron para acompañarlo, pero no para permitir alguna clase de interacción: ninguno de los dos está a la altura, como instrumentista, de Scofield. Este músico que empezó su carrera jovencísimo, junto a Gerry Mulligan y Chet Baker, y que se dio el lujo de ser el mejor guitarrista de los últimos años de Davis (y de grabar en el mejor disco de esa época, Decoy), queda desaprovechado con laderos que no pueden tomarle la posta ni, mucho menos, enriquecerlo con sus ideas.
Salvo en algunos casos excepcionales, el jazz nunca es cosa de una sola persona, sobre todo si esa persona no se caracteriza por tener una idea personal y absolutamente definida acerca del lenguaje. Bill Evans, Jarrett, Davis, Coltrane, Frisell, McLaughlin o Metheny entre los guitarristas, la tuvieron o la tienen. En el caso de Scofield hay una relación lineal entre la creatividad de los músicos con los que toca y la calidad de su música. En aquellas ya lejanas grabaciones con Steve Swallow en el bajo y Adam Nussbaum en la batería, o en sus colaboraciones con Mulligan, Lee Konitz, Hal Galper o en el muy buen Power Quartet Bass Desires (con Frisell, Marc Johnson y Peter Erskine) es donde puede encontrarse el mejor Scofield posible. El que estuvo esta vez en Buenos Aires no toca peor que ése. En rigor, toca exactamente igual. Pero la música que hace es mucho menos interesante.
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