Al borde
del descenso
El cuadro impresiona. Contiene datos sobre la marcha de 25 economías emergentes (sub o semidesarrolladas) este año, pronosticando la tasa de crecimiento con que cerrarán el 2000. Un breve comentario adjunto sólo menciona a uno de esos países, y para advertir que �nuestros pronosticadores se han vuelto particularmente pesimistas respecto de la Argentina�. Se refiere a un grupo de consultores internacionales a los que la revista The Economist sondea cada tres meses, para luego promediar sus vaticinios. El resultado muestra un mundo en raudo crecimiento, con la clara excepción argentina. Hong Kong, que también tiene convertibilidad, se expandiría 9,0 por ciento; países como China, Corea del Sur, Malasia y Singapur avanzarían más del 8,0 por ciento; Rusia, México e India pasarían el 6,0 por ciento. Lejos, en el fondo de la tabla, aparece la Argentina con un 1,5 por ciento, que en realidad suena demasiado optimista a esta altura. Pero estas últimas semanas, y particularmente en la que hoy termina, hay preocupaciones más acuciantes aún que la del estancamiento.
El miércoles, en su informe semanal, la Fundación Mediterránea constataba: �El MerVal está en el piso del año, mientras que el riesgo país está en los máximos. Los resultados de las licitaciones de Letes y Bontes del martes 24 fueron muy desalentadores, pagándose tasas mucho más elevadas�. Según este análisis, �los mercados votaron con los pies�. Vale decir que financistas y especuladores huían a la carrera de los papeles argentinos, fueran acciones, pagarés u otros títulos de deuda. Sólo las firmes versiones sobre un operativo multilateral (FMI, Banco Mundial, el Tesoro estadounidense y un pool de bancos) para blindar a la Argentina ante el peligro de un ataque especulativo precipitaron un posterior rebote de los papeles.
La Fundación Capital, por su parte, advertía sobre el escaso colchón financiero con que contaba el Estado para hacer frente a un implacable calendario de vencimientos de la deuda pública: �La progresiva disminución del prefinanciamiento conseguido por el Tesoro Nacional (tanto en magnitud como en días), combinada con una muy alta inseguridad política y con un peligroso estancamiento económico, da lugar a que las periódicas preguntas sobre el potencial default (cesación de pagos) argentino sean últimamente más recurrentes�. Este es el escenario en el que el secretario de Finanzas, Daniel Marx, se mostró dispuesto a pagar tasas siderales para armarse de un colchón financiero, tasas que ya en el 2001 avanzarán sobre otras prioridades del gasto público.
No sabiendo ya cómo reactivar la economía, José Luis Machinea se decidió por ofrecer un conjunto de ventajas impositivas a quienes resuelvan nuevas inversiones. Sobre el paquete, lanzado ruidosamente el lunes, quizá demasiado tarde, puede decirse que:
Los impuestos no son la clave para que alguien invierta o deje de hacerlo. Primordial es la rentabilidad esperable. El tamaño del mercado, el costo del dinero y los costos de producción son por tanto decisivos, y es aquí donde el país, con escasa demanda interna, una moneda sobrevaluada que vuelve muy difícil exportar y costos inflados por ineficiencias varias, pierde en la carrera contra otras economías.
Si los nuevos incentivos al capital no logran, como hay que temer, atraer inversiones adicionales, premiarán con un plus de ganancia a proyectos que de todas formas se hubiesen realizado. El beneplácito con que el establishment acogió los anuncios guarda relación con este jugoso aguinaldo.
Los nuevos estímulos no establecen reglas de juego perdurables porque para financiar esa merma presuntamente permanente en los recursos se apela a ingresos de única vez, como los que provienen de vender activos. Esta objeción puede rechazarse desde el optimismo, argumentando que el paquete se autofinanciará al inducir una expansión de la actividad, pero eso podría decirse de cualquier incentivo y no por eso se los reparte alegremente.
Una vez más, y en esto consisten finalmente las �políticas activas� que reivindica Machinea, se intenta morigerar fiscalmente el impacto adverso de la sobrevaluación del peso y de las altas tasas de interés, arriesgando pequeñas dosis de los magros recursos tributarios disponibles. Pero la realidad es que éstos no alcanzan ni remotamente para tanto, y a veces se escurren entre los dedos antes de llegar a destino. Basta para ello que vuelva a trepar el �riesgo argentino� (equivalente a la sobretasa que debe pagar la Argentina por la financiación) o el euro se siga depreciando contra el dólar. Según calculan los economistas del Banco Francés, el hecho de que el euro haya caído más del 30 por ciento desde su estreno en enero de 1999 determina una pérdida multilateral de competitividad para la Argentina superior al 6 por ciento.
Parte de la moneda de pago del paquete orientado a rescatar la inversión de su caída libre (9 por ciento abajo en 1999, 4 por ciento negativo en 2000) debería ser provista por la venta de la mitad de un grupo de empresas del Banco Nación: la AFJP (que hoy maneja unos 1400 millones de pesos), la de seguros de retiro (líder en este negocio) y la de seguros de vida. La idea venía rondando por la cabeza del Gobierno, y por ello Chrystian Colombo, ex presidente del BNA y hoy jefe de Gabinete, mandó meses atrás que le calcularan cuánto valían las tres. Le respondieron entonces que, muy generosamente, podría llegar a obtenerse por ellas entre 350 y 400 millones, esto por el 100 por ciento. El valor de una AFJP está estimado en unos mil pesos por aportante. El trío generó el año pasado ganancias por 20 millones, que hubiesen podido estirarse a 30 millones si no fuera porque la Administradora estatal aplica comisiones más bajas que las privadas, pese a ser la única que ofrece una garantía de rentabilidad positiva. Con la privatización perdería su función de empresa testigo en el sistema, pero tal vez adoptaría las agresivas técnicas de �marketing berreta� de sus competidoras, como ofrecer regalos a retirar de Garbarino a quienes se pasen desde otra AFJP, o directamente cheques de 200 o 300 pesos para los tránsfugas.
En cualquier caso, el mayor �rédito� que la venta le reportaría a Machinea será simbólico, por la ofrenda que representa para el establishment. Poca cosa son los 200 millones que en el mejor de los casos dejaría frente a los 11.000 millones de deuda, por afuera de la oficialmente computada, que el Estado saldará, gracias a la nueva ley de emergencia, con bonos a 10 y 16 años. De este modo, la deuda pública documentada saltará a unos 140 mil millones. Es, como se ve, la variable más dinámica de la economía nacional. |