Por Raúl Kollmann
�La Argentina ya entró en un mal club, el club de los consumidores de cocaína. La mayor parte de esa droga se produce en Colombia y por eso para nosotros Colombia es una cuestión clave: estamos ante la posibilidad, por primera vez en la historia, de que exista de un narcoEstado. Un país en el que el Estado es tan disfuncional que puede ser controlado por los narcotraficantes, combinados con guerrilleros o paramilitares.� Esta furibunda definición fue realizada ayer por William Brownfield, subsecretario de Estado adjunto de Asuntos del Hemisferio Occidental de Estados Unidos. El funcionario estuvo en Buenos Aires reunido con funcionarios del Gobierno argentino tratando lo que es la obsesión actual de la administración Clinton, la situación de Colombia. Públicamente, el gobierno de Estados Unidos dice que está �satisfecho� con el apoyo argentino al gobierno colombiano, pero de hecho hay una fortísima presión para que la Argentina se meta más, incluso aportando entrenamiento, inteligencia y comunicaciones para los operativos en Colombia.
Seguramente a Brownfield le decían �el pájaro loco� en el secundario. Es que se parece muchísimo a ese dibujo animado: bajito, pelirrojo, con un rostro anguloso muy similar al del personaje, hipermovedizo y simpático. En la conferencia de prensa que brindó ayer, sin embargo, Brownfield pareció bastante más un huracán que una caricatura. Por de pronto, trazó un panorama grave y dejó bien en claro que quiere todos los compromisos del mundo con la situación colombiana:
�Lo que hoy pasa en Colombia, si no hay una buena respuesta, en cinco años estará pasando en otros países del continente. En esa lista puede estar la Argentina. Y eso significa que habrá más organizaciones criminales, más refugiados, más drogas y más crisis económicas.�
�La Argentina ya entró en el club de consumidores de cocaína. Según nuestras estadísticas, en América del Norte, principalmente Estados Unidos, se consumen 300 toneladas por año, 50 menos que hace una década. En Europa se consumen 150 toneladas, 50 más que a principios de los �90. Y en América del Sur, principalmente en Brasil y la Argentina, 100 toneladas. Esta última cifra significa que se quintuplicó el consumo. Casi toda la producción viene de Colombia.�
�Es cierto que el mayor consumo está en Estados Unidos y nosotros estamos haciendo un esfuerzo por prevenir, educar y curar, justamente para bajar la cantidad que se está demandando. Pero al mismo tiempo tenemos que hacer un esfuerzo por reducir lo máximo posible la oferta de droga, combatiendo los cultivos y la mezcla entre narcos, guerrilla y paramilitares en Colombia.�
Con este diagnóstico, Brownfield estuvo ayer en la Cancillería, reunido con los funcionarios encargados de América latina, ya que el ministro de Relaciones Exteriores, Adalberto Rodríguez Giavarini, está regresando recién hoy desde España. �Vine a explicar, no a solicitar�, les dijo a los diplomáticos argentinos.
La posición de la Cancillería ha sido algo distante de la norteamericana: no hay apoyo entusiasta al llamado Plan Colombia, que es un inmenso plan de ayuda que ronda los 1500 millones de dólares, con los que Estados Unidos entrena fuerzas colombianas, las dota de helicópteros y armamento sofisticado, y al mismo tiempo financia la sustitución de las plantaciones de coca por productos agropecuarios. La administración De la Rúa le dio respaldo sólo a esta última parte del plan, y aceptó dar únicamente asesoramiento y material para el campo. También la sustitución de plantaciones recibió un espaldarazo muy importante, con un aporte millonario, de la Unión Europea y Japón. En cambio, lo que se ve con más desconfianza es la intervención en suelo colombiano.
�Al 30 de septiembre, teníamos en Colombia 138 militares norteamericanos �retrucó Brownfield�. Hacen mantenimiento del material bélico y de loshelicópteros y entrenan un batallón. Están allí por invitación del gobierno colombiano. Según nuestra ley, no podemos tener en Colombia más de 500 hombres. Y a eso no se le puede llamar intervención. Nuestra política es apoyar al gobierno colombiano porque hay una realidad: el narcotráfico está unido hoy a la guerrilla y a los paramilitares y el mundo tiene derecho a defenderse frente a eso. Si la Argentina no quiere apoyar el Plan Colombia, pero quiere apoyar a Colombia, a nosotros nos parece bien. Es casi un problema semántico. Apoyar significa respaldar políticamente los esfuerzos, respaldarlos en las Naciones Unidas y los foros internacionales.�
En verdad, lo que se percibe en Brownfield y toda la administración Clinton es que querrían un mayor compromiso, incluso en materia de intervención. Tal vez no hombres que vayan a Colombia a combatir, pero sí compromiso en materia de entrenamiento, inteligencia, comunicaciones, es decir apoyo logístico. Es muy posible que el apriete venga, más pronto que tarde, en el terreno económico: para Estados Unidos, Colombia parece ser la madre de todas las batallas, y al que no acompañe seguramente le advertirán que afrontará sanciones de hecho, no explícitas, en materia de ayuda económica.
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