Por Cecilia Hopkins
Desde Córdoba
El desarrollo del Festival de Teatro del Mercosur ha comenzado a demostrar los riesgos que se corren cuando se define una programación mediante la selección de los espectáculos por video. A veces, un buen producto no obtiene el visto bueno del jurado seleccionador porque sale desmejorado por problemas técnicos. Ahora, cuando el registro fílmico entrega una imagen engañosa que favorece la obra en cuestión, es el público quien sale perjudicado. Este último debe haber sido el caso de la obra que representó a Venezuela, Fotomatón, escrita y dirigida por Gustavo Ott e interpretada por Fernando Then, un unipersonal comprometido con todos los temas que exige la corrección política �sida, ecología, discriminación, racismo� articulado desde un oportunismo evidente, plagado de golpes bajos y pobremente elaborado. Escasos comentarios favorables obtuvieron también los monólogos que trajeron los italianos Mateo Belli y Mario Pirovano, fundamentalmente basados en su encanto personal.
Las opiniones del público sobre los espectáculos presentados por el grupo 60tree de Corea del Sur, en cambio, estuvieron muy repartidos, ya que gustó muchísimo a algunos, pero defraudó a otros. Su primer estreno, Instinct Gets the Human, mostró un trabajo de danza contemporánea, con bastante de yoga y expresión corporal, esteticista y homogéneo en exceso. Mucho más interesante, en cambio, fue su segunda propuesta, Primitive Man, para la cual fueron tomados aspectos de las danzas, música y vestuarios tradicionales coreanos, en lo que parecía una estilización pausada e introvertida de algunos ritos populares. Dispares fueron también los comentarios que mereció Quilombos urbanos, del grupo ¿Será qué?, de Belo Horizonte, Brasil. Según precisaron sus directores, el bailarín y coreógrafo Rui Moreira y el músico Gil Amancio, el espectáculo toma la palabra quilombo -.que en portugués significa �reducto de esclavos fugitivos�� para �designar un espacio privilegiado de permutas y transformaciones, a semejanza de los antiguos mercados y ferias�. Según esta idea base y con música en vivo, los cinco bailarines compusieron cuadros en los que contrastaron diversos modos populares de baile propios de las grandes ciudades (muy influido por el break dance) con el capoeira y la danza orixá, pero que poco a poco fueron transformándose en una demostración de habilidades y resistencia física. En algún momento, sin embargo, estas danzas masculinas pusieron al descubierto algunos códigos de provocación y pelea entre los distintos grupos, más a tono con la voluntad del grupo por �reinventar escenas de la fiesta-guerra, que es lo cotidiano de los negromestizos brasileros�.
El Centro de Investigación y Divulgación Teatral (CIDT) de Paraguay presentó La confesión, espectáculo concebido por el francés Michel Didim, el mismo que se vio en Buenos Aires durante el II Festival Internacional, sobre textos de autores locales y elenco también porteño. Siguiendo el mismo plan de la idea original, los espectadores fueron dispuestos de a dos frente a un reclinatorio, donde poco después se arrodillaron por turno los nueve personajes para concretar su acto de confesión. En la sala únicamente iluminada por velas, el murmullo de los �pecadores� se apaga al sonido de un toque de campana para cambiar de interlocutores y así completar la ronda. Los textos fueron escritos por los propios actores a excepción de dos, pertenecientes al asunceño Agustín Núñez, director del grupo. Si bien estas �confesiones� no alcanzaron la calidad literaria de la versión porteña del espectáculo, al menos no existió aquí, como entonces, el rígido mandato por el que se disponía que las mujeres sólo podían escuchar las confesiones masculinas y viceversa. Los textos cumplieron, de todos modos, con el objetivo de instalar el tonoconfidencial entre el actor y su audiencia, aprovechando el contacto visual directo. En perturbador muestreo, la ronda incluyó relatos de asesinatos planificados o involuntarios, apetencias sexuales desmedidas, homosexualidad culposa, incesto y violencia familiar.
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