Por Cristian Alarcón
Una grúa golpea desde temprano las paredes de una de las torres del barrio Ejército de los Andes, conocido como Fuerte Apache. Con una pericia boxística, como un puño implacable el obrero que maneja la máquina prepara el terreno para el espectacular derrumbe que esta semana dejará en escombros a dos de los trece nudos del lugar con peor fama del conurbano. �Así van a hacer con todo�, le insisten al cronista los pibes reunidos en una cancha desde donde miran absortos el espectáculo. Fuman y se imaginan una bomba neutrónica sobre el resto. Lo cierto es que esta semana esas seis torres que tapan el horizonte caerán como castillos de naipes durante una hora y media, una tras otra, y nada impedirá que ese acto simbolice la cara intención del gobierno bonaerense: eliminar el delito. Página/12 caminó durante todo un día por ese laberinto de cemento intentado comprender esa dualidad permanente que narran a boca de jarro los vecinos: se sienten seguros y a casi nadie le robaron nunca en el barrio; al mismo tiempo, en sus relatos la violencia aparece una y otra vez desde la naturalidad de la vida cotidiana, ubicada allí donde está, en el lugar donde la negocian día a día con otras normas y sus propios códigos.
Desde su primer momento de fama, allá por el �92, el ingreso de un desconocido al barrio se supone una especie de misión imposible, un viaje peligroso como si se tratara de atravesar un tiroteo permanente. Este diario se contactó con un estudiante de antropología que vive desde los cuatro años en una torre. Fue su padre, un hombre llegado en 1975 desde la villa de Retiro, quien ofició de guía y se ocupó de presentar a los vecinos, alertar sobre las zonas calientes. �Entren solos hasta mi casa, no pasa nada�, alentó antes de la visita. �Hasta acá llegamos con la cámara, demos media vuelta�, avisó cuando caía la tarde antes de cruzarse con un grupo de muchachos que hacían tiempo bajo el Nudo 1, en uno de los extremos del complejo, a varias cuadras de los edificios muertos.
El recelo y la incertidumbre se instalaron hace quince días, tras los desalojos masivos de los nudos 8 y 9. Una resolución judicial obligó a desocupar sus casas a unas dos mil personas por fallas estructurales de las construcciones. Ya están listos para el derrumbe. Mónica Miño, con una de esas caras que dan la injusta impresión de que es una mujer de pocos amigos, cuenta esa diáspora caótica y simultánea. Esos días no durmió ni pudo sentarse, entre la mudanza y la búsqueda desesperada de una casa posible de pagar con la indemnización de 22 mil pesos. Como a la mayoría, no le quedó otra que comprar un departamento en el barrio. La noticia de los desalojos hizo estallar los precios inmobiliarios. Los departamentos pasaron de 7 mil a 20. Las casas de los alrededores aumentaron al doble. Si la idea del derrumbe daba letra al gobierno de Carlos Ruckauf para pregonar la idea de una �limpieza�, falló de una manera perversa: casi el único lugar accesible volvió a ser el mismo Fuerte Apache.
Adentro y afuera
A las ocho de la mañana ya salieron los que tienen trabajo, entraron los chicos a la escuela, se llenó la única sala de primeros auxilios, comienzan a abrir los negocios en los callejones comerciales. �Sábado 28. Club Patria. Recital de Flor de Piedra. Para que la fiesta continúe�, dice el cartel pegado bajo el Nudo 2. Y como si hubieran hecho una encuesta de mercado remata: �No seas botón�. Así la piensa Richard, el organizador de la fiesta. Así lo entiende la mayoría: la policía no está entre las opciones para evitar un delito ni para denunciarlo. Se ven uniformes alrededor de la comisaría y de los edificios vaciados. Hacia adentro ya no aparecen. �Acá ellos no te van a llevar por delante ni te van a entrar a tu casa, ellos tienen un respeto hacia adentro�, dice el guía que lo palpa desde siempre. �Además como acá no hay robo, no hay delitos contra los vecinos, más que un arrebato a una viejita, a un boliviano, a la gente débil... De eso no pasa.� Al cabo de la jornada parece cierto, de 30 personas entrevistadas sólo dos declaran haber sufrido un robo �adentro�.
Dos nenes juegan al equilibrista sobre un pedazo de madera puesto como sendero en el barro podrido de una ochava. En todo el barrio se reproducen esos patios comunes rodeados de torres, tiras, el cemento como horizontes únicos. Y cada tanto unos graffitis hacinados en una pared entre los que se vislumbran declaraciones amorosas, insultos, homenajes a los abatidos por la policía o por la interna siempre álgida de los chicos malos.
Debajo de los carteles, Laura, una mujer verborrágica vestida de negro, sale a rebatir los demonios que se le achacan al lugar donde ha criado a sus hijos. Como la mayoría no acusa un robo en 25 años. Sale a trabajar a las cinco de la mañana y se cruza con los pibes que a esa hora siguen reunidos bajando una cerveza. �¿Cómo anda doña?�, la saludan los gentiles.
�Si no te hacés odiar, ellos mismos te cuidan �recomienda.
�Pero a mí me robaron la bicicleta del balcón �desmiente su vecina, desalojada como ella de los nudos 8 y 9 y reinstalada en otro.
�Pero ésos son los rastreros �defiende Laura�. Los verdaderos chorros trabajan afuera.
Ver, pero no ver
La calificación de la delincuencia en Fuerte Apache es sencilla. �Están los chorros chorros y los rastreros�, reitera sentado a la sombra de un árbol un pibe de 15. Ahí se dejan estar los miembros de una de las tantas cofradías interiores. Estos tienen una calma de seminaristas. Dicen que nada tienen que ver con el delito. Se llaman, como lo repiten las paredes, �Los pibes del ombú�, sencillamente. A las tres de la tarde mientras organizan un cumpleaños se pasan la cerveza de uno a otro y cuidan las palabras cuando explican su mundo privado en el que todos tienen un orgulloso sobrenombre. Tasmania, cuerpo de luchador de sumo y bigotes nunca rasurados, tiene claro el protocolo interno. �Nosotros a lo sumo somos borrachos. Con los pibes que van de caño es un hola y chau, siempre tranqui. No te vas a enfrentar con ellos. Los del ombú tratamos de manejarnos. No meternos en líos, no crear problemas, porque si se te va la mano de guapo el otro va a hacerse respetar de una.�
El delicado equilibrio que destacan es un misterio de códigos y entendidos en los que el delito, sea cual fuere, es un hecho en todos los sentidos al margen: existe, es natural, no se cuestiona. �Usted acá ve, pero no ve; escucha, pero no escucha, así se vive�, dice un jubilado que mira con su nieto cómo caen las paredes del Nudo 8. �Tampoco es tanto, algunos desarman un auto, los que venden droga en su casa que ahora son muchos�, define. De los últimos asesinatos entre bandas no sabe. Vive en el otro extremo; el barrio es grande. Pero conoce a los chicos más famosos de Fuerte Apache, la banda que lleva el naïve nombre de Backstreet boys. A ellos se les adjudican los ajustes de cuentas recientes. Tienen entre 15 y 20, andan en grupo y se visten con esos pantalones y remeras gigantes que les dieron un nombre equívoco por parecerse a los lavados inglesitos pop de la tele. Aunque ellos imiten el estilo de los gangs chicanos.
Este cronista no llegó a cruzarse con un Backstreet boy en persona. Andan con cierta calma después de que un grupo cayó preso cuando fumaban un porro en la canchita. Desde los techos los miraban los custodios de los edificios muertos. �Uno se hizo el vivo y cuando se iban les disparó un tiro al aire�, cuenta el guía. Los policías avisaron al comisario. En poco los tuvieron rodeados. En la puerta de la carnicería más antigua Alberto Vivas explica que �no son del barrio� y que los jóvenes no son todos iguales. �Quedan a la buena de Dios. Se la pasan debajo de algún nudo, esperan al repartidor, piden una moneda para la cerveza. Por ahí pasa uno fumando, o anda con la bolsita, pero no ves nada en gran escala.�
Convengamos: no es que pisemos el paraíso; pero de ninguna manera el ambiente es el de las fauces del infierno. Fuerte Apache tiene su atardecer apacible, su traqueteo de señoras, sus jubilados, un caudal desmesurado de críos y unos vecinos saludadores como en los pueblos. Como tantas barriadas pobres alberga trabajadores, ladrones, desocupados, banditas, policías, dealers, punteros políticos y un escepticismo de posguerra. Después de un día en el corazón del barrio quizás sea el símbolo inevitable del derrumbe el que hace más evidente la necesidad de refutar el mito. Fuerte Apache fue bautizado así por José de Zer después de un tiroteo espectacular entre policías y ladrones hace casi diez años y ésa es la etiqueta que todavía llevan sus habitantes como tatuada en un rincón oscuro del cuerpo, anudada entre tantos nudos ciegos.
Cómo será el día de la explosión
Por C.A.
La explosión anunciada de dos nudos de Fuerte Apache se concretará esta semana a partir del martes, aunque aún la Municipalidad de Tres de Febrero no ha decidido exactamente cuándo. Según lo que informó el coronel Martín Merediz, del batallón 601, a cargo del operativo, ese día estarán instalados los explosivos en las torres del Nudo 8. El acto final será una hora y media de sucesivas detonaciones que irán haciendo caer los edificios de uno, cada diez minutos. La jornada clave desde las siete de la mañana comenzará un desalojo preventivo de los edificios pegados a los que se convertirán en polvo. La tarea puede que no sea sencilla. A pesar de las explicaciones técnicas de los expertos, los vecinos temen por las consecuencias que podría tener en sus casas la demolición de las ajenas. El miércoles la capilla del barrio, Santa Clara de la Esperanza, estuvo llena de mujeres airadas que exigían del gobierno un seguro contra daños posibles. �Si no nos aseguran, no tiran un carajo porque nosotras nos encadenamos alrededor de los nudos y que nos saquen�, desafiaba una de ellas alentada por sus pares.
Ella pagó peso sobre peso su departamento en el Nudo 9 hace muchos años. Y una vez que cobró los 22 mil pesos de indemnización el dinero le alcanzó para hacerse de uno igual unos metros más allá, en una tira que se salva por unos metros de la implosión. La mujer teme por su nueva casa y por los suyos. �Cómo nos vamos a confiar si hasta ahora sólo nos han mentido�, dice. La preocupación por el derrumbe se mezcla con la desazón de los que todavía no consiguieron casa. Y con la bronca de los que consideran una injusticia que hayan sido indemnizados los ocupantes y los inquilinos. En la reunión de la capilla todos decían conocer inquilinos que les hicieron el cuento del tío a los dueños, apuraron la mudanza y entregaron la llave antes para volar con el dinero. Como avivada argentina es una especie de milagro. En este barro económico ya no prospera la viveza criolla. Estos casos de ocupas indemnizados podrían pensarse como una avanzada en políticas de vivienda. Pero ese beneficio cuestionado por los propietarios legales no es fruto de un diseño de políticas públicas.
Se trata simplemente de la mecánica más rápida y efectiva de lograr la diáspora absoluta y simultánea de dos mil personas. El trámite para cobrar y entregar fue al extremo simple: acompañado por un policía, el ocupante, sin importar demasiado sus acreditaciones, mostraba in situ el vacío del departamento desguazado y en una sencilla ceremonia el oficial sacaba la puerta de entrada y tomaba posesión como custodio permanente de esos restos mortales. La mayoría no tuvo tiempo de hacer alguna ceremonia propia para despedirse de su hogar de 25 años y ahora, dos semanas después, confiesan que el día del derrumbe llorarán irremediablemente. |
LA HISTORIA DEL BARRIO EJERCITO DE LOS ANDES
�A nosotros nos trajeron como gente�
Por C.A.
Alberto Vivas, 39 años, carnicero, llegó cuando se casó con una mujer del barrio en 1984. En ese entonces todavía no era un lugar famoso. �Después de que por la televisión pasaron un tiroteo con la cana y le pusieron ese nombre alguien pintó en una pared a la entrada: �Fuerte Apache es Ciudadela�, decía.� La historia del barrio Ejército de Los Andes había comenzado mucho antes, en 1973. El proyecto de erradicación de villas del gobierno peronista trasladó en masa a los �villeros� hacia esas 25 manzanas de Ciudadela. �¡Nos trajeron como gente y ahora nos sacan como a ladrones, nos desalojan como si fuéramos una manga de atorrantes!�, se enoja Inés, una de las pioneras.
En realidad hubo dos oleadas migratorias hacia el nuevo barrio de monobloques. La verdadera explosión demográfica fue la de 1978 cuando ante el mundial de fútbol el intendente de la dictadura, Osvaldo Cacciatore, decidido a mejorar la imagen de su ciudad para el mundo, desplazó a la fuerza a los más pobres de los porteños. Las primeras famas llegaron después del regreso de la democracia, cuando las bandas de ladrones adoptaron la estructura de células. Eran épocas en las que el orden interno estaba dado por el talante administrador de los delincuentes con nombre que oficiaban de protectores. �Los ladrones fuertes eran respetados acá �recuerda Vivas, el carnicero del barrio�. En el 5 había uno muy famoso. Cuando él estaba no se juntaba nadie abajo de su nudo. Ni pedían monedas. Si te dejaban pelado hablabas con él: �Mirá, fulano me hizo esto�. Después él lo buscaba y te terminaban devolviendo las cosas�, ilustra imitando la caminata del ratero que vuelve con el botín al hombro. En la memoria del hombre que ofició de guía de Página/12 está la muerte del primer policía en manos de los locales. Fue un jefe de caballería que comandaba al grupo de la bonaerense destinado a custodiar el Ejército de los Andes. Después de un acto de arrojo contra una banda radicada en las torres apareció muerto tres cuadras más allá, en un descampado. �La cosa quedó clara para siempre�, evalúa el hombre.
La espectacularidad de Fuerte Apache nació de un par de tiroteos cruentos. �Fue uno en los nudos 11 y 12 que empezó por una boludez entre los pibes y se terminó pudriendo�, relata un vecino que estuvo cerca de las balas de ese día. La policía llegó a ahuyentar la guerra entre ladrones y terminó trenzada con las dos bandas. El mismo diseño del barrio se convirtió en la estructura ideal para resistir al ataque. Los chorros desde lo alto disparaban con inmejorables condiciones. Hubo diez policías heridos. Los noticieros de la época eran los del amarillismo del viejo �Nuevediario�. El caso era pan comido. �Ese rufián de José de Zer que había estado en Estados Unidos se trajo la idea. Allá la guerra era de los indios contra los fuertes. El cruzó las dos cosas y le puso Fuerte Apache�, teoriza un jubilado en su ronda de amigos.
La racha delictual del barrio fue mutando y de los ladrones que recuerda el carnicero se pasó a las bandas de chicos sin códigos, o con códigos diferentes. La mujer de remera escotada, empleada pública y madre de diez hijos es de la misma tesitura que el resto: no considera que su barrio sea un nido de delincuentes. De su prole no salió un solo ladrón, dice. Pero tienen un arma en casa. A veces hay que usarla para dirimir conflictos. Fue así, como aquella vez en que un �sacado� toqueteó a una de sus hijas. �Cometí el error de denunciarlo. Se enteró y no la dejaba ni caminar por el barrio. La escupía, le tiraba piedras, andaba diciendo que era boleta. Hasta que un amigo de ella se enteró cómo venía la mano. Fue con el fierro a verlo. �Vamos a ver a fulanita�. Y allá fueron. �Pedíle disculpas a mi amiga�, le dijo con el chumbo. �Perdonáme flaca, disculpáme�, y ahí se terminó el cuento.� La mujer se ríe de sus devenires. �No es tan raro �dice�. En todas partes pasa lo mismo. Tengo una amiga en José C. Paz y allá también si no te hacés respetar no te respetan.�
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