Por
Horacio Cecchi
La
experiencia vivida por Antonio Mirasse, funcionario gubernamental de Mozambique,
no tiene nombre, pero sí color: negro, una novela tan negra como
su piel. Mirasse fue enviado por su gobierno a una reunión internacional
organizada por el Banco Mundial en La Paz, para recibir ayuda económica
y conocimientos para solucionar la grave carencia de agua potable que
sufre su país desde principios de año, después de
las más graves inundaciones de su historia. Inició su periplo
en la capital, Maputo, pero jamás llegó a Bolivia: el azar
y los excesos lo detuvieron en Buenos Aires. Por inclemencias del clima
perdió el vuelo a La Paz. Lo demás quedó en manos
de funcionarios de Migraciones que, sin explicaciones, lo esposaron, lo
encerraron en una celda, le dijeron graciosamente: Vos, Saddam Hussein,
no vas nada a La Paz, te volvés a tu país, lo incomunicaron
y, durante un día y medio, lo dejaron sin alimentos y, para colmo,
sin agua. Después, lo deportaron sin miramientos y esposado a Johannesburgo,
acompañado por un policía. El hecho fue considerado gravísimo:
tanto que la número uno del Banco Mundial en Argentina, Myrna Alexander,
el 25 de setiembre presentó una denuncia por discriminación
al Inadi y pidió explicaciones. Todo hace prever que alguien, en
Ezeiza, se las verá negras.
Enero y febrero son meses difíciles en Mozambique. Es la temporada
de lluvias. Pero este año, esas lluvias llevaron el nombre de calamidad,
porque provocaron las peores inundaciones en la historia del país.
Medio millón de mozambiqueños quedó hacinado en campamentos.
A partir de ese momento, el problema sanitario más grave fue que
los mozambiqueños, rodeados de agua, no pudieron probar una gota
porque cada gota era una colonia de paludismo y malaria. Fue por eso que
el gobierno decidió enviar un representante a la reunión
que organizaba el Banco Mundial en La Paz, sobre Provisión de Agua
y Saneamiento. Allí participarían especialistas del BM y
representantes internacionales, entre ellos, Mirasse.
La reunión estaba prevista desde el 26 al 30 de junio. El 7 de
ese mes, el ingeniero sanitarista inició los trámites de
inscripción. Envió un mail a los organizadores, estableciendo
su fecha de partida para el 22 y su posible regreso para el 30. Ganar
todo tipo de experiencias sobre nuevas políticas de sistemas de
provisión de agua y saneamiento, escribió de puño
y letra Mirasse, cuando llenó la cartilla de inscripción
a la reunión del BM, en el ítem Qué expectativas
tiene Ud. de la reunión.
Have a nice trip
El 23 de junio, la representante del Programa de Agua y Saneamiento
en Lima, Norma Chávez, envió un fax a Mirasse con la autorización
del gobierno boliviano para ingresar al país a 20 representantes
internacionales, entre ellos, Antonio Mirasse. Have a nice trip,
se despedía Chávez, diligente e ingenua. Pero el fax llegó
cuando el ingeniero ya había partido.
Antonio Marcelino Mirasse es mozambiqueño. Nació el 1º
de enero de 1965 en Marrupa, Mozambique, es ingeniero sanitarista de la
Dirección Nacional de Agua, dependiente del Ministerio de Obras
Públicas y Vivienda de su país, y está a cargo de
la coordinación de todas las obras y proyectos de provisión
de agua y desagües cloacales urbanos. Mirasse tiene todos sus papeles
en regla, incluido su pasaporte I 009.125, emitido el 31 de agosto de
1993 y vigente hasta el 28 de febrero del 2001. Carecía de visa
para ingresar a Bolivia, pero había concertado que le sería
entregada en el aeropuerto de La Paz.
El 23 de junio, a las 18.10, el ingeniero en aguas partió de la
ciudad capital, Maputo, rumbo a Johannesburgo, en el vuelo 147 de South
African Airways. Una hora después, llegó a su primera escala,
sin novedad. Desde allí, hizo combinación con el vuelo 207,
de la misma línea. Partió a las 10.10 del 24, con la expectativa
de arribar a Buenos Aires a las 16.10. Eltiempo era escaso: cincuenta
minutos después debía partir en el 932 del Lloyd Aéreo
Boliviano rumbo a La Paz. Pero por cuestiones climáticas, el avión
arribó a las 17.20: Mirasse perdió el vuelo a La Paz.
Vení, Saddam
Al llegar a Buenos Aires, el ingeniero mozambiqueño empezó
a preguntar por la conexión a La Paz, hasta que supo que el único
camino posible era aguardar al día siguiente. Tomó su equipaje
y se dirigió hacia el mostrador del Lloyd. Pero no llegó.
Una señorita de Migraciones declaró Mirasse
compungido me interceptó y me dijo que me ayudaría.
Me pidió el pasaporte y el ticket de vuelo, y desapareció
con ellos por una puerta. Cuando volvió me pidió que la
siguiera.
Mirasse no tenía visa boliviana.
En una oficina apartada, empezó a comprender que abruptamente había
cambiado de nacionalidad (lo empezaron a llamar Saddam Hussein) y que
lo trataban como a un ilegal. Me maltrataron, pese a que les di
los contactos del Banco Mundial y les pedí que llamaran a las autoridades
bolivianas. Fingieron hacer un llamado, pero nunca me dijeron qué
les respondieron. En esa oficina, después de la insistencia
de Mirasse por explicar su situación y su necesidad de viajar a
La Paz, la encargada -the team leader, describió el
ingeniero, le respondió:
No está en viaje a La Paz. Yo le reservé un vuelo
en la Malasyan para mandarlo de vuelta a Johannesburgo.
Después, ordenó a un par de oficiales que lo encerraran
en una celda en los sótanos de Ezeiza. Vení, Saddam
Hussein, le dijo uno, mientras otro advertía Ojo, que
sabe castellano. Y Saddam Mirasse quedó arrumbado detrás
de unas rejas, como un narcotraficante o, en el mejor de los casos, un
indocumentado. Después de escuchar el clang de la puerta de barrotes
y la cerradura, llamaron a la guardia del aeropuerto e hicieron
un despliegue de fuerzas delante de mis ojos.
Postales de Ezeiza
Aquel lugar fue una pesadilla. Tuve que pagar para ir al baño
o para tomar agua. En ocasiones lloré, relató, desesperado,
Mirasse. Allí estuvo con las manos aferradas a los barrotes o caminando
por las paredes durante un día y medio. Hasta que la indignación
le permitió recordar que en su maletín llevaba guardada
una cámara. Una toma instantánea marcó para la posteridad
una postal paisajista de recuerdo, en la que se puede ver al ingeniero
de aguas aferrado a los barrotes.
El principio del fin de la pesadilla para Mirasse comenzó el 25
de junio, a las 20 en un vuelo de la Malassyan Airlines rumbo a Johannesburgo.
El principio, porque Mirasse viajó esposado y custodiado, y recién
fue abandonado por el guardia cuando lo vio sentado en la butaca que lo
dejó en Maputo, el 26 de junio, a las 21.35, hora local.
Quiero dejar en claro que el trato recibido en Buenos Aires denunció
Mirasse por parte de la oficina de Migraciones es una grave ofensa
moral a mi persona y mi dignidad, y no un problema de comunicación
con los organizadores de la conferencia o con las autoridades de migración
de La Paz. Llegué a la conclusión de que fui tratado de
ese modo por el color de mi piel y no por formalidades del país.
La queja estaba dirigida nada menos que al organismo al que los gobiernos
argentinos, rutinariamente, recurren para pedir ayudas económicas,
del mismo modo que lo hizo Mozambique. Fue la número uno del Banco
Mundial en la región, Myrna Alexander, quien tomó cartas
en el asunto. Presentó una denuncia ante el Inadi, pidió
que se iniciara una investigación. Pidió explicaciones.
Exigió disculpas y compensaciones. Para nuestra institución,
que es por definición plurirracial, este tipo de situación
es intolerable, sostuvo Alexander, además de considerar que
el Banco Mundial, de repetirse situaciones semejantes, replantearía
el paso de sus funcionarios por Buenos Aires, porque puede encerrarsituaciones
de peligro. El Inadi, el 28 de setiembre, abrió una investigación
sobre la actuación en Migraciones y remitió copia de la
denuncia a su director, Angel Roig. La semana pasada, en tres ocasiones
Página/12 intentó comunicarse con Roig, pero no obtuvo respuesta.
Sólo un vago conocimiento del caso, de parte de uno de sus asesores.
No puedo creer que esto haya pasado, consideró el cónsul
honorario de Mozambique en Argentina, Omar Evequoz. Tengo confianza
en las instituciones democráticas, en las resoluciones que vaya
a tomar el Ministerio del Interior. Me pareció bien que el Inadi
inicie una acción. La política argentina no es de discriminación.
Pero me sorprende que esto venga a pasar en el marco del Acuerdo de Cooperación
y Amistad suscripto por ambos países. Lo injustificable e increíble
va más allá del mal trato a Mirasse. Que no haya concurrido
al congreso y las dificultades que representa para la obtención
de ayuda técnica y crediticia es lo mismo que condenar a muerte
a gente. El 11 de marzo pasado, ante una queja planteada por el
mismo cónsul por falta de ayuda humanitaria, Cancillería
respondió que Argentina había apoyado decididamente
la creación, en el ámbito de las Naciones Unidas, de la
Zona de Paz y Cooperación del Atlántico Sur, en la
que participa Mozambique. Con amigos así.
Claves
- Antonio
Mirasse fue enviado por su gobierno a una reunión del Banco
Mundial en La Paz.
- Tuvo que quedarse en Buenos Aires porque perdió la conexión
de aviones.
- Funcionarios de Migraciones lo esposaron y lo encarcelaron porque
no tenía visa boliviana, que le darían en La Paz.
- Durante un día y medio lo dejaron sin alimentos ni agua.
- Luego lo deportaron esposado a Johannesburgo. Nunca pudo participar
de la reunión.
- La número uno del Banco Mundial presentó aquí
una denuncia ante el Inadi por discriminación. Exigió
disculpas y compensaciones. |
Opinión
Por Sergio Kiernan
Prisioneros
en Maputo
Maputo tiene un aeropuerto inmenso para lo que es el país,
regalo de la vieja URSS. Cuadrado, feote y mal mantenido, resulta
cómodo por el escasísimo tráfico aéreo
que tiene este país instalado hace décadas entre los
más pobres del mundo. Una pequeña oficina de ese aeropuerto
estilo posestalininista fue mi amable y breve prisión
por haber cometido el mismo delito que el funcionario detenido en
Ezeiza: no tener visa. De hecho, mi crimen fue peor, porque no sólo
no tenía visa sino que llevaba una semana clandestino
en el país. Como en un espejo, el caso permite comparar las
actitudes en Argentina y en Mozambique frente a delincuentes
de otra raza.
La razón de mi entrada ilegal al país fue la amabilidad
que caracteriza a todos en ese lindo y trágico país
africano. Argentina participaba en el operativo de pacificación
de la ONU manejando el hospital central en Maputo, la capital. En
1993, la Fuerza Aérea mandó el ex Tango 01, que Menem
acababa de cambiar por el palacio volador, con el primer relevo
de médicos y enfermeras militares. De paso, llevó
a un grupo de periodistas. Fue aterrizar, ser bienvenidos por un
sonriente funcionario y subir a un micro. Para no molestarnos con
trámites, alguien se llevó nuestros pasaportes por
un rato.
Cinco días después, el Tango volvió al país
cargado de argentinos, excepto dos que nos quedamos un par de días
más, antes de seguir viaje a Sudáfrica. Un mediodía
cegador de soleado, llegamos al aeropuerto, despachamos el equipaje
y tomamos un café. Al pasar por migraciones, entregamos nuestros
pasaportes a un empleado alto, flaco y de camisa blanquísima.
El hombre los hojeó despacio, leyendo como si fuera un bestseller.
Finalmente, nos preguntó: ¿Cómo entraron
al país?. Hablamos de argentinos, de la ONU, del hospital.
Y agregamos, ¿por? Porque entraron ilegalmente, porque
no tienen visa y porque nadie les selló el pasaporte,
fue la dura respuesta. Me van a tener que acompañar.
Ahí vimos nuestra prisión, una oficinita
con sillas de plástico. Nos dejaron solos un buen rato, muy
ocupados pensando cómo sería una prisión africana.
En segundos, volvimos a ver mentalmente cada escena de Expreso de
medianoche, agregándole palmeras y cambiando carceleros turcos
por guardias negros. Sudábamos y, aunque no lo dijimos, los
dos pensamos lo mismo: habíamos visto miserias terribles
en la Mozambique de posguerra. No queríamos ni pensar lo
que sería un penal. Entonces volvió el funcionario
flaco, acompañado de un jefe. Las mismas preguntas, las mismas
respuestas, con más detalles: dónde fuimos, en qué
hotel paramos, a quién conocimos.
Nunca supimos si el hombre nos creyó ¿por qué
no? o simplemente decidió que no éramos inmigrantes
ilegales. Igual que el mozambiqueño detenido en Ezeiza, no
estábamos quedándonos en el país, estábamos
de pasada, tratando de tomar otro avión. Nos cobraron una
multa de 25 dólares por la que nos dieron un correcto
recibo, nos sirvieron un café mientras contaban las
pilas de meticais tan devaluados como arrugados, nos acompañaron
hasta el embarque. Y nos desearon un muy buen viaje y que volviéramos
algún día de visita a Mozambique. Nadie nos insultó,
nadie nos dijo gringos y estoy seguro de que, si hubiéramos
querido ir al baño, no nos hubieran cobrado.
|
|