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FUNCIONARIO DE MOZAMBIQUE ENCARCELADO Y MALTRATADO EN EZEIZA
Un viaje al racismo argentino

Myrna Alexander, la titular del Banco Mundial en Argentina.

Antonio Mirasse iba a una reunión del Banco Mundial en La Paz, Bolivia. Pero perdió su vuelo de conexión y debió entrar al país. Así empezó su pesadilla: lo encarcelaron sin motivo durante un día y medio, lo insultaron y lo expulsaron esposado a Sudáfrica. El Banco Mundial presentó una denuncia por discriminación al Inadi.

Por Horacio Cecchi

t.gif (862 bytes) La experiencia vivida por Antonio Mirasse, funcionario gubernamental de Mozambique, no tiene nombre, pero sí color: negro, una novela tan negra como su piel. Mirasse fue enviado por su gobierno a una reunión internacional organizada por el Banco Mundial en La Paz, para recibir ayuda económica y conocimientos para solucionar la grave carencia de agua potable que sufre su país desde principios de año, después de las más graves inundaciones de su historia. Inició su periplo en la capital, Maputo, pero jamás llegó a Bolivia: el azar y los excesos lo detuvieron en Buenos Aires. Por inclemencias del clima perdió el vuelo a La Paz. Lo demás quedó en manos de funcionarios de Migraciones que, sin explicaciones, lo esposaron, lo encerraron en una celda, le dijeron graciosamente: “Vos, Saddam Hussein, no vas nada a La Paz, te volvés a tu país”, lo incomunicaron y, durante un día y medio, lo dejaron sin alimentos y, para colmo, sin agua. Después, lo deportaron sin miramientos y esposado a Johannesburgo, acompañado por un policía. El hecho fue considerado gravísimo: tanto que la número uno del Banco Mundial en Argentina, Myrna Alexander, el 25 de setiembre presentó una denuncia por discriminación al Inadi y pidió explicaciones. Todo hace prever que alguien, en Ezeiza, se las verá negras.
Enero y febrero son meses difíciles en Mozambique. Es la temporada de lluvias. Pero este año, esas lluvias llevaron el nombre de calamidad, porque provocaron las peores inundaciones en la historia del país. Medio millón de mozambiqueños quedó hacinado en campamentos. A partir de ese momento, el problema sanitario más grave fue que los mozambiqueños, rodeados de agua, no pudieron probar una gota porque cada gota era una colonia de paludismo y malaria. Fue por eso que el gobierno decidió enviar un representante a la reunión que organizaba el Banco Mundial en La Paz, sobre Provisión de Agua y Saneamiento. Allí participarían especialistas del BM y representantes internacionales, entre ellos, Mirasse.
La reunión estaba prevista desde el 26 al 30 de junio. El 7 de ese mes, el ingeniero sanitarista inició los trámites de inscripción. Envió un mail a los organizadores, estableciendo su fecha de partida para el 22 y su posible regreso para el 30. “Ganar todo tipo de experiencias sobre nuevas políticas de sistemas de provisión de agua y saneamiento”, escribió de puño y letra Mirasse, cuando llenó la cartilla de inscripción a la reunión del BM, en el ítem “Qué expectativas tiene Ud. de la reunión”.

Have a nice trip
El 23 de junio, la representante del Programa de Agua y Saneamiento en Lima, Norma Chávez, envió un fax a Mirasse con la autorización del gobierno boliviano para ingresar al país a 20 representantes internacionales, entre ellos, Antonio Mirasse. “Have a nice trip”, se despedía Chávez, diligente e ingenua. Pero el fax llegó cuando el ingeniero ya había partido.
Antonio Marcelino Mirasse es mozambiqueño. Nació el 1º de enero de 1965 en Marrupa, Mozambique, es ingeniero sanitarista de la Dirección Nacional de Agua, dependiente del Ministerio de Obras Públicas y Vivienda de su país, y está a cargo de la coordinación de todas las obras y proyectos de provisión de agua y desagües cloacales urbanos. Mirasse tiene todos sus papeles en regla, incluido su pasaporte I 009.125, emitido el 31 de agosto de 1993 y vigente hasta el 28 de febrero del 2001. Carecía de visa para ingresar a Bolivia, pero había concertado que le sería entregada en el aeropuerto de La Paz.
El 23 de junio, a las 18.10, el ingeniero en aguas partió de la ciudad capital, Maputo, rumbo a Johannesburgo, en el vuelo 147 de South African Airways. Una hora después, llegó a su primera escala, sin novedad. Desde allí, hizo combinación con el vuelo 207, de la misma línea. Partió a las 10.10 del 24, con la expectativa de arribar a Buenos Aires a las 16.10. Eltiempo era escaso: cincuenta minutos después debía partir en el 932 del Lloyd Aéreo Boliviano rumbo a La Paz. Pero por cuestiones climáticas, el avión arribó a las 17.20: Mirasse perdió el vuelo a La Paz.

“Vení, Saddam”
Al llegar a Buenos Aires, el ingeniero mozambiqueño empezó a preguntar por la conexión a La Paz, hasta que supo que el único camino posible era aguardar al día siguiente. Tomó su equipaje y se dirigió hacia el mostrador del Lloyd. Pero no llegó. “Una señorita de Migraciones –declaró Mirasse compungido– me interceptó y me dijo que me ayudaría. Me pidió el pasaporte y el ticket de vuelo, y desapareció con ellos por una puerta. Cuando volvió me pidió que la siguiera.”
Mirasse no tenía visa boliviana.
En una oficina apartada, empezó a comprender que abruptamente había cambiado de nacionalidad (lo empezaron a llamar Saddam Hussein) y que lo trataban como a un ilegal. “Me maltrataron, pese a que les di los contactos del Banco Mundial y les pedí que llamaran a las autoridades bolivianas. Fingieron hacer un llamado, pero nunca me dijeron qué les respondieron”. En esa oficina, después de la insistencia de Mirasse por explicar su situación y su necesidad de viajar a La Paz, la encargada -”the team leader”, describió el ingeniero–, le respondió:
–No está en viaje a La Paz. Yo le reservé un vuelo en la Malasyan para mandarlo de vuelta a Johannesburgo.
Después, ordenó a un par de oficiales que lo encerraran en una celda en los sótanos de Ezeiza. “Vení, Saddam Hussein”, le dijo uno, mientras otro advertía “Ojo, que sabe castellano”. Y Saddam Mirasse quedó arrumbado detrás de unas rejas, como un narcotraficante o, en el mejor de los casos, un indocumentado. Después de escuchar el clang de la puerta de barrotes y la cerradura, “llamaron a la guardia del aeropuerto e hicieron un despliegue de fuerzas delante de mis ojos”.

Postales de Ezeiza
“Aquel lugar fue una pesadilla. Tuve que pagar para ir al baño o para tomar agua. En ocasiones lloré”, relató, desesperado, Mirasse. Allí estuvo con las manos aferradas a los barrotes o caminando por las paredes durante un día y medio. Hasta que la indignación le permitió recordar que en su maletín llevaba guardada una cámara. Una toma instantánea marcó para la posteridad una postal paisajista de recuerdo, en la que se puede ver al ingeniero de aguas aferrado a los barrotes.
El principio del fin de la pesadilla para Mirasse comenzó el 25 de junio, a las 20 en un vuelo de la Malassyan Airlines rumbo a Johannesburgo. El principio, porque Mirasse viajó esposado y custodiado, y recién fue abandonado por el guardia cuando lo vio sentado en la butaca que lo dejó en Maputo, el 26 de junio, a las 21.35, hora local.
“Quiero dejar en claro que el trato recibido en Buenos Aires –denunció Mirasse– por parte de la oficina de Migraciones es una grave ofensa moral a mi persona y mi dignidad, y no un problema de comunicación con los organizadores de la conferencia o con las autoridades de migración de La Paz. Llegué a la conclusión de que fui tratado de ese modo por el color de mi piel y no por formalidades del país”.
La queja estaba dirigida nada menos que al organismo al que los gobiernos argentinos, rutinariamente, recurren para pedir ayudas económicas, del mismo modo que lo hizo Mozambique. Fue la número uno del Banco Mundial en la región, Myrna Alexander, quien tomó cartas en el asunto. Presentó una denuncia ante el Inadi, pidió que se iniciara una investigación. Pidió explicaciones. Exigió disculpas y compensaciones. “Para nuestra institución, que es por definición plurirracial, este tipo de situación es intolerable”, sostuvo Alexander, además de considerar que el Banco Mundial, de repetirse situaciones semejantes, replantearía el paso de sus funcionarios por Buenos Aires, porque “puede encerrarsituaciones de peligro”. El Inadi, el 28 de setiembre, abrió una investigación sobre la actuación en Migraciones y remitió copia de la denuncia a su director, Angel Roig. La semana pasada, en tres ocasiones Página/12 intentó comunicarse con Roig, pero no obtuvo respuesta. Sólo un vago conocimiento del caso, de parte de uno de sus asesores.
“No puedo creer que esto haya pasado”, consideró el cónsul honorario de Mozambique en Argentina, Omar Evequoz. “Tengo confianza en las instituciones democráticas, en las resoluciones que vaya a tomar el Ministerio del Interior. Me pareció bien que el Inadi inicie una acción. La política argentina no es de discriminación. Pero me sorprende que esto venga a pasar en el marco del Acuerdo de Cooperación y Amistad suscripto por ambos países. Lo injustificable e increíble va más allá del mal trato a Mirasse. Que no haya concurrido al congreso y las dificultades que representa para la obtención de ayuda técnica y crediticia es lo mismo que condenar a muerte a gente”. El 11 de marzo pasado, ante una queja planteada por el mismo cónsul por falta de ayuda humanitaria, Cancillería respondió que “Argentina había apoyado decididamente la creación, en el ámbito de las Naciones Unidas, de la Zona de Paz y Cooperación del Atlántico Sur”, en la que participa Mozambique. Con amigos así.

Claves
- Antonio Mirasse fue enviado por su gobierno a una reunión del Banco Mundial en La Paz.
- Tuvo que quedarse en Buenos Aires porque perdió la conexión de aviones.
- Funcionarios de Migraciones lo esposaron y lo encarcelaron porque no tenía visa boliviana, que le darían en La Paz.
- Durante un día y medio lo dejaron sin alimentos ni agua.
- Luego lo deportaron esposado a Johannesburgo. Nunca pudo participar de la reunión.
- La número uno del Banco Mundial presentó aquí una denuncia ante el Inadi por discriminación. Exigió disculpas y compensaciones.

 

La denuncia presentada ante el Inadi por el Banco Mundial.

Opinión

Por Sergio Kiernan

Prisioneros en Maputo

Maputo tiene un aeropuerto inmenso para lo que es el país, regalo de la vieja URSS. Cuadrado, feote y mal mantenido, resulta cómodo por el escasísimo tráfico aéreo que tiene este país instalado hace décadas entre los más pobres del mundo. Una pequeña oficina de ese aeropuerto estilo posestalininista fue mi amable y breve “prisión” por haber cometido el mismo delito que el funcionario detenido en Ezeiza: no tener visa. De hecho, mi crimen fue peor, porque no sólo no tenía visa sino que llevaba una semana “clandestino” en el país. Como en un espejo, el caso permite comparar las actitudes en Argentina y en Mozambique frente a “delincuentes” de otra raza.
La razón de mi entrada ilegal al país fue la amabilidad que caracteriza a todos en ese lindo y trágico país africano. Argentina participaba en el operativo de pacificación de la ONU manejando el hospital central en Maputo, la capital. En 1993, la Fuerza Aérea mandó el ex Tango 01, que Menem acababa de cambiar por el palacio volador, con el primer relevo de médicos y enfermeras militares. De paso, llevó a un grupo de periodistas. Fue aterrizar, ser bienvenidos por un sonriente funcionario y subir a un micro. Para no molestarnos con trámites, alguien se llevó nuestros pasaportes por un rato.
Cinco días después, el Tango volvió al país cargado de argentinos, excepto dos que nos quedamos un par de días más, antes de seguir viaje a Sudáfrica. Un mediodía cegador de soleado, llegamos al aeropuerto, despachamos el equipaje y tomamos un café. Al pasar por migraciones, entregamos nuestros pasaportes a un empleado alto, flaco y de camisa blanquísima. El hombre los hojeó despacio, leyendo como si fuera un bestseller. Finalmente, nos preguntó: “¿Cómo entraron al país?”. Hablamos de argentinos, de la ONU, del hospital. Y agregamos, ¿por? “Porque entraron ilegalmente, porque no tienen visa y porque nadie les selló el pasaporte”, fue la dura respuesta. “Me van a tener que acompañar”.
Ahí vimos nuestra “prisión”, una oficinita con sillas de plástico. Nos dejaron solos un buen rato, muy ocupados pensando cómo sería una prisión africana. En segundos, volvimos a ver mentalmente cada escena de Expreso de medianoche, agregándole palmeras y cambiando carceleros turcos por guardias negros. Sudábamos y, aunque no lo dijimos, los dos pensamos lo mismo: habíamos visto miserias terribles en la Mozambique de posguerra. No queríamos ni pensar lo que sería un penal. Entonces volvió el funcionario flaco, acompañado de un jefe. Las mismas preguntas, las mismas respuestas, con más detalles: dónde fuimos, en qué hotel paramos, a quién conocimos.
Nunca supimos si el hombre nos creyó –¿por qué no?– o simplemente decidió que no éramos inmigrantes ilegales. Igual que el mozambiqueño detenido en Ezeiza, no estábamos quedándonos en el país, estábamos de pasada, tratando de tomar otro avión. Nos cobraron una multa de 25 dólares –por la que nos dieron un correcto recibo–, nos sirvieron un café mientras contaban las pilas de meticais tan devaluados como arrugados, nos acompañaron hasta el embarque. Y nos desearon un muy buen viaje y que volviéramos algún día de visita a Mozambique. Nadie nos insultó, nadie nos dijo gringos y estoy seguro de que, si hubiéramos querido ir al baño, no nos hubieran cobrado.

 

 

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