Por
Lila Pastoriza
Formo
parte de una generación que no conoció a sus abuelos.
La dura definición es de Abraham Milgram, director de Investigaciones
Históricas del Yad Vashem, el Museo del Holocausto de Jerusalén.
La hizo en Buenos Aires, en una reciente charla sobre su experiencia en
la preservación de la memoria. Milgram nació en Argentina,
vivió en Brasil y emigró a Israel en 1973. Involucrado personalmente
en el tema porque gran parte de su familia cercana fue exterminada en
Polonia, es un profesional del estudio del Holocausto y dirige la medular
área histórica de Yad Vashem. Yad Vashem es instituto,
museo, un complejo de distintos elementos que aportan a una sola temática,
la memoria del Holocausto, precisó Milgram, que se extiende
sobre los primeros tiempos de ese edificio nuevo que alberga la
más antigua de las tragedias y el más humano de los dolores,
en palabras de Jacobo Timerman. Un edificio sombreado por varios miles
de árboles, cada uno de los cuales recuerda a un justo,
un no judío que salvó una vida judía.
Al principio sólo había una sala con una antorcha
donde se concurría a hacer plegarias, y algunos investigadores
que recogían y anotaban testimonios, explicó Milgram.
Hoy, con más de 50 millones de documentos, miles de fotografías,
multitud de historias individuales de víctimas particularizadas
(la muerte de cada uno es una tragedia, la de 10 millones es un
número), Yad Vashem se dispone a mudarse a un edificio más
amplio y a volcar allí los resultados de nuevas investigaciones.
Incorporaremos aspectos del Holocausto que ignorábamos hace
treinta años. Como lo que sucedió en distintos países
ocupados donde grupos nacionales aprovecharon para legitimar el exterminio
que ya habían previsto. O la información sobre los victimarios
que antes se limitaba a los integrantes de las SS y que hoy incluye, por
ejemplo, a las unidades del ejército regular. Y también
la participación de industrias privadas alemanas que aprovechaban
la mano de obra esclava constituida por los prisioneros para incrementar
sus ganancias. Es decir, incluiremos todos esos aspectos que hablan de
la complejidad del Holocausto, que involucra a millones de personas en
los crímenes.
¿Cómo comenzó el trabajo sobre la memoria?
En Israel la institucionalización de la memoria constituyó
un proceso largo, con dificultades y que tuvo distintas etapas. El encuentro
entre los sobrevivientes de la guerra (llegaron unos 350.000 en los primeros
años) y la población ya instalada (alrededor de medio millón
de judíos) fue problemático. Había una gran distancia,
sobre todo emotiva, entre ambos grupos. Mientras uno de ellos era exitoso,
el de los veteranos judíos que venían de una guerra victoriosa,
los sobrevivientes llegaban de Europa derrotados, heridos, humillados.
Venían de una guerra perdida, de los campos de exterminio, de años
de permanecer en escondites, de huir, de vivir ocultos en los bosques.
Al llegar, los sobrevivientes buscaban contar lo que habían pasado,
pero no recibieron ningún estímulo. Los veteranos no querían
escuchar esas historias que sentían indignas. ¿Por qué
en lugar de eso no contar cómo se luchó para crear el Estado
de Israel, para triunfar? Los sobrevivientes callaron. Y surgió
un gran silencio.
¿Cómo se evitó el olvido?
Los sobrevivientes empezaron a instituir su propia memoria. En los
cementerios de todo el mundo crearon pequeños monumentos para honrar
a los muertos. Muchas comunidades habían sido exterminadas, habían
sido arrasadas hasta los cementerios. Los sobrevivientes escribieron libros
reconstruyendo la historia de esas comunidades, sus integrantes, sus instituciones.
Así comenzó la afirmación de la memoria, con estas
historias y estos monumentos por doquier.
¿Y en Israel?
Fue necesario que en 1953 el Parlamento israelí promulgara
una ley para construir un monumento a las víctimas del Holocausto.
Este fue el primer paso y hubo que darlo desde arriba, imponerlo oficialmente.
No surgió de abajo, de la sociedad. En 1959 el gobierno designó
una fecha de recuerdo y años después un lugar. Es el Yad
Vashem, término que aparece en el libro del profeta Isaías
referido a algo que sea en memoria, en recordación. Y así,
lentamente, tuvimos dos procesos paralelos, la institucionalización
oficial, a través de leyes, y el intento de los sobrevivientes
de trasmitir lo que ellos sabían.
¿En qué consistió este proceso?
Al principio, los sobrevivientes fueron estigmatizados por los veteranos.
El hecho de haber sobrevivido los transformó en sospechosos. ¿Por
qué éstos sobrevivieron y el resto no? Quizás colaboraron...
Esta actitud tuvo que ver con una total ignorancia sobre la experiencia
del sobreviviente en la guerra. No sabían qué había
sucedido, no había información. Y el asesinato de los judíos
en los campos, encubierto por el concepto nazi de la solución
final, era el gran secreto del Tercer Reich. Un hecho importantísimo
en este proceso, que aportó al cambio de actitud de la sociedad
israelí hacia el Holocausto y los sobrevivientes, fue el juicio
a Adolf Eichman, prominente miembro de las SS que fue capturado en 1960
en Argentina y juzgado en Israel. Ese juicio fue un elemento catalizador
para el descubrimiento de lo ocurrido con los judíos en los campos.
Durante meses se escucharon decenas de testimonios de quienes contaban
sus experiencias. Quizá fue la primera vez que los sobrevivientes
no se vieron en la condición de acusados por sospechosos, por pasivos,
porque no habían luchado, sino de acusadores. Fue una instancia
importantísima, que reveló la enorme magnitud del crimen,
qué había sido el Holocausto. Luego, al preguntarse qué
se hacía con todo eso, cómo trasmitir el horror a las generaciones
venideras, qué sentido darle a esta historia se generaron instrumentos
educativos, se creó Yad Vashem.
¿Cómo se desarrolló la trasmisión?
En los hogares de los sobrevivientes fue problemática porque
se dio a la sombra del trauma del Holocausto. Los padres querían
proteger a los hijos, querían que fueran normales y
evitaban contar sus experiencias personales. Había mucho silencio
en estas casas, pero un silencio ruidoso. Muchos síntomas denotaban
la presencia silenciosa de ese gran trauma. Los sobrevivientes con frecuencia
sufrían pesadillas, gritaban por las noches. Los hijos, sin preguntar,
sabían. Los padres traían obsesiones como la de la comida
y recriminaban a sus hijos si no comían todo. Los sobrevivientes
trasmitían inconscientemente. Aunque no relataran la historia vivida,
hubo un modo de trasmisión no explícito. Una generación
entera, no sólo de Israel, también de otros sitios, adquirió
el legado del Holocausto de un modo muy traumático.
¿Y a nivel público?
En las escuelas se conmemoraba el Día del Holocausto. Al
principio no se enseñaba en qué había consistido
el Holocausto. Más bien se trataba de actos en los que se demonizaba
al enemigo, a los asesinos, que no eran vistos como seres humanos. ¿Podían
serlo acaso quienes habían asesinado a seis millones de personas?
Luego, a medida que fuimos aprendiendo y conociendo lo sucedido, supimos
que sí y trasmitimos eso, que los seres humanos comunes en determinadas
condiciones pueden ser capaces de cometer estos crímenes terribles.
Este proceso, que recuperó los primeros aportes de la investigación
histórica, comenzó en los años 70. También
hubo una revalorización de los sobrevivientes, un cambio en la
actitud de la sociedad israelí hacia ellos luego de la guerra de
Iom Kipur, en 1973. Al sufrir las tropas de Israel que centenares de sus
efectivos fueran tomados prisioneros, cayó el mito de la invencibilidad
del soldado israelí. La sociedad tomó conciencia de que
también quien lucha con las armas y se cree invencible en los campos
de batalla puede caer prisionero y ser pasivo. Y comenzó a entender
mejor a aquellos sobrevivientes que, en su mayoría, no habían
luchado, que habían tenido una actitud pasiva.
¿La estigmatización del sobreviviente se vinculaba
con contraponer su actitud a la valoración positiva del heroísmo,
del Gueto de Varsovia, por ejemplo?
Sí, exactamente. Hasta tal punto que al propio Día
del Holocausto se lo llamó Día de recordación
de la Shoá y de los Héroes del Holocausto. Se valorizaba
a los héroes y de hecho se disminuía a los otros, que no
lo fueron, que no lucharon. En los 70 esto cambió y comenzó
a entenderse que el sobreviviente, aun sin combatir, desde su condición
de víctima usó otras formas de resistencia. Este cambio
se tradujo en lo educativo, en la investigación. Se comenzó
a buscar la historia de las víctimas, del judío común
que no hizo nada y no sólo de los héroes. De ahí
en más el Holocausto fue visto como un elemento central de la identidad
judía y también de la israelí, que es una identidad
muy compleja. El Holocausto, la memoria compartida de la gran tragedia
que toca a todos los judíos apareció como imprescindible
para socializar a los nuevos inmigrantes y crear un pueblo con una base
común .
Usted habló de dar un sentido a todo esto.
El Holocausto es un capítulo de la historia. Debemos sacar
lecciones de ella. De otro modo, más allá de la dignificación
de las víctimas, la memoria no tiene ningún sentido. El
Holocausto demostró muchas cosas, entre ellas, que el asesinato
total de un grupo humano es posible. Es decir, que aun con variaciones
en los actores y las circunstancias una tragedia semejante puede
volver a ocurrir. Y también sabemos que el hecho de que el pueblo
judío haya sido la principal víctima no nos exime de que
podamos actuar injustamente. Queremos que la memoria sea un freno moral.
Que vivir intensamente la memoria del Holocausto nos aporte una sensibilidad
mayor para valorar al otro, al diferente.
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