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ABRAHAM MILGRAM, DIRECTOR de YAD VASHEM
“Que la memoria sea un freno moral”

Nació en Argentina, es israelí y dirige las investigaciones históricas del Museo del Holocausto en Jerusalén, el Yad Vashem. Su profesión puede definirse como la de estudiar cómo se mantiene la memoria, de qué modo la tiene como elemento de identidad y de moral para tratar �al diferente�.

Por Lila Pastoriza

t.gif (862 bytes)  “Formo parte de una generación que no conoció a sus abuelos.” La dura definición es de Abraham Milgram, director de Investigaciones Históricas del Yad Vashem, el Museo del Holocausto de Jerusalén. La hizo en Buenos Aires, en una reciente charla sobre su experiencia en la preservación de la memoria. Milgram nació en Argentina, vivió en Brasil y emigró a Israel en 1973. Involucrado personalmente en el tema porque gran parte de su familia cercana fue exterminada en Polonia, es un profesional del estudio del Holocausto y dirige la medular área histórica de Yad Vashem. “Yad Vashem es instituto, museo, un complejo de distintos elementos que aportan a una sola temática, la memoria del Holocausto”, precisó Milgram, que se extiende sobre los primeros tiempos de “ese edificio nuevo que alberga la más antigua de las tragedias y el más humano de los dolores”, en palabras de Jacobo Timerman. Un edificio sombreado por varios miles de árboles, cada uno de los cuales recuerda a “un justo”, un no judío que salvó una vida judía.
“Al principio sólo había una sala con una antorcha donde se concurría a hacer plegarias, y algunos investigadores que recogían y anotaban testimonios”, explicó Milgram. Hoy, con más de 50 millones de documentos, miles de fotografías, multitud de historias individuales de víctimas particularizadas (“la muerte de cada uno es una tragedia, la de 10 millones es un número”), Yad Vashem se dispone a mudarse a un edificio más amplio y a volcar allí los resultados de nuevas investigaciones. “Incorporaremos aspectos del Holocausto que ignorábamos hace treinta años. Como lo que sucedió en distintos países ocupados donde grupos nacionales aprovecharon para legitimar el exterminio que ya habían previsto. O la información sobre los victimarios que antes se limitaba a los integrantes de las SS y que hoy incluye, por ejemplo, a las unidades del ejército regular. Y también la participación de industrias privadas alemanas que aprovechaban la mano de obra esclava constituida por los prisioneros para incrementar sus ganancias. Es decir, incluiremos todos esos aspectos que hablan de la complejidad del Holocausto, que involucra a millones de personas en los crímenes.”
–¿Cómo comenzó el trabajo sobre la memoria?
–En Israel la institucionalización de la memoria constituyó un proceso largo, con dificultades y que tuvo distintas etapas. El encuentro entre los sobrevivientes de la guerra (llegaron unos 350.000 en los primeros años) y la población ya instalada (alrededor de medio millón de judíos) fue problemático. Había una gran distancia, sobre todo emotiva, entre ambos grupos. Mientras uno de ellos era exitoso, el de los veteranos judíos que venían de una guerra victoriosa, los sobrevivientes llegaban de Europa derrotados, heridos, humillados. Venían de una guerra perdida, de los campos de exterminio, de años de permanecer en escondites, de huir, de vivir ocultos en los bosques. Al llegar, los sobrevivientes buscaban contar lo que habían pasado, pero no recibieron ningún estímulo. Los veteranos no querían escuchar esas historias que sentían indignas. ¿Por qué en lugar de eso no contar cómo se luchó para crear el Estado de Israel, para triunfar? Los sobrevivientes callaron. Y surgió un gran silencio.
–¿Cómo se evitó el olvido?
–Los sobrevivientes empezaron a instituir su propia memoria. En los cementerios de todo el mundo crearon pequeños monumentos para honrar a los muertos. Muchas comunidades habían sido exterminadas, habían sido arrasadas hasta los cementerios. Los sobrevivientes escribieron libros reconstruyendo la historia de esas comunidades, sus integrantes, sus instituciones. Así comenzó la afirmación de la memoria, con estas historias y estos monumentos por doquier.
–¿Y en Israel?
–Fue necesario que en 1953 el Parlamento israelí promulgara una ley para construir un monumento a las víctimas del Holocausto. Este fue el primer paso y hubo que darlo desde arriba, imponerlo oficialmente. No surgió de abajo, de la sociedad. En 1959 el gobierno designó una fecha de recuerdo y años después un lugar. Es el Yad Vashem, término que aparece en el libro del profeta Isaías referido a algo que sea en memoria, en recordación. Y así, lentamente, tuvimos dos procesos paralelos, la institucionalización oficial, a través de leyes, y el intento de los sobrevivientes de trasmitir lo que ellos sabían.
–¿En qué consistió este proceso?
–Al principio, los sobrevivientes fueron estigmatizados por los veteranos. El hecho de haber sobrevivido los transformó en sospechosos. ¿Por qué éstos sobrevivieron y el resto no? Quizás colaboraron... Esta actitud tuvo que ver con una total ignorancia sobre la experiencia del sobreviviente en la guerra. No sabían qué había sucedido, no había información. Y el asesinato de los judíos en los campos, encubierto por el concepto nazi de la “solución final”, era el gran secreto del Tercer Reich. Un hecho importantísimo en este proceso, que aportó al cambio de actitud de la sociedad israelí hacia el Holocausto y los sobrevivientes, fue el juicio a Adolf Eichman, prominente miembro de las SS que fue capturado en 1960 en Argentina y juzgado en Israel. Ese juicio fue un elemento catalizador para el descubrimiento de lo ocurrido con los judíos en los campos. Durante meses se escucharon decenas de testimonios de quienes contaban sus experiencias. Quizá fue la primera vez que los sobrevivientes no se vieron en la condición de acusados por sospechosos, por pasivos, porque no habían luchado, sino de acusadores. Fue una instancia importantísima, que reveló la enorme magnitud del crimen, qué había sido el Holocausto. Luego, al preguntarse qué se hacía con todo eso, cómo trasmitir el horror a las generaciones venideras, qué sentido darle a esta historia se generaron instrumentos educativos, se creó Yad Vashem.
–¿Cómo se desarrolló la trasmisión?
–En los hogares de los sobrevivientes fue problemática porque se dio a la sombra del trauma del Holocausto. Los padres querían proteger a los hijos, querían que fueran “normales” y evitaban contar sus experiencias personales. Había mucho silencio en estas casas, pero un silencio ruidoso. Muchos síntomas denotaban la presencia silenciosa de ese gran trauma. Los sobrevivientes con frecuencia sufrían pesadillas, gritaban por las noches. Los hijos, sin preguntar, sabían. Los padres traían obsesiones como la de la comida y recriminaban a sus hijos si no comían todo. Los sobrevivientes trasmitían inconscientemente. Aunque no relataran la historia vivida, hubo un modo de trasmisión no explícito. Una generación entera, no sólo de Israel, también de otros sitios, adquirió el legado del Holocausto de un modo muy traumático.
–¿Y a nivel público?
–En las escuelas se conmemoraba el Día del Holocausto. Al principio no se enseñaba en qué había consistido el Holocausto. Más bien se trataba de actos en los que se demonizaba al enemigo, a los asesinos, que no eran vistos como seres humanos. ¿Podían serlo acaso quienes habían asesinado a seis millones de personas? Luego, a medida que fuimos aprendiendo y conociendo lo sucedido, supimos que sí y trasmitimos eso, que los seres humanos comunes en determinadas condiciones pueden ser capaces de cometer estos crímenes terribles. Este proceso, que recuperó los primeros aportes de la investigación histórica, comenzó en los años 70. También hubo una revalorización de los sobrevivientes, un cambio en la actitud de la sociedad israelí hacia ellos luego de la guerra de Iom Kipur, en 1973. Al sufrir las tropas de Israel que centenares de sus efectivos fueran tomados prisioneros, cayó el mito de la invencibilidad del soldado israelí. La sociedad tomó conciencia de que también quien lucha con las armas y se cree invencible en los campos de batalla puede caer prisionero y ser pasivo. Y comenzó a entender mejor a aquellos sobrevivientes que, en su mayoría, no habían luchado, que habían tenido una actitud pasiva.
–¿La estigmatización del sobreviviente se vinculaba con contraponer su actitud a la valoración positiva del heroísmo, del Gueto de Varsovia, por ejemplo?
–Sí, exactamente. Hasta tal punto que al propio Día del Holocausto se lo llamó “Día de recordación de la Shoá y de los Héroes del Holocausto”. Se valorizaba a los héroes y de hecho se disminuía a los otros, que no lo fueron, que no lucharon. En los 70 esto cambió y comenzó a entenderse que el sobreviviente, aun sin combatir, desde su condición de víctima usó otras formas de resistencia. Este cambio se tradujo en lo educativo, en la investigación. Se comenzó a buscar la historia de las víctimas, del judío común que no hizo nada y no sólo de los héroes. De ahí en más el Holocausto fue visto como un elemento central de la identidad judía y también de la israelí, que es una identidad muy compleja. El Holocausto, la memoria compartida de la gran tragedia que toca a todos los judíos apareció como imprescindible para socializar a los nuevos inmigrantes y crear un pueblo con una base común .
–Usted habló de dar un sentido a todo esto.
–El Holocausto es un capítulo de la historia. Debemos sacar lecciones de ella. De otro modo, más allá de la dignificación de las víctimas, la memoria no tiene ningún sentido. El Holocausto demostró muchas cosas, entre ellas, que el asesinato total de un grupo humano es posible. Es decir, que –aun con variaciones en los actores y las circunstancias– una tragedia semejante puede volver a ocurrir. Y también sabemos que el hecho de que el pueblo judío haya sido la principal víctima no nos exime de que podamos actuar injustamente. Queremos que la memoria sea un freno moral. Que vivir intensamente la memoria del Holocausto nos aporte una sensibilidad mayor para valorar al otro, al diferente.

 

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