Por
Sergio Ferrari
¿Cuál
es su lectura del reciente documento del Vaticano, presentado por el Cardenal
José Ratzinger?
Dicho en una forma sencilla, picaresca pero verdadera, así
se puede resumir la cuestión: Cristo es el único camino
de salvación y la Iglesia es el peaje exclusivo. Nadie recorrerá
el camino sin antes pasar por ese peaje. Dicho de otra manera, Cristo
es el teléfono pero sólo la Iglesia es la telefonista. Todas
la llamadas de corta y de larga distancia necesariamente pasan por ella.
Iglesia y Cristo forman un único Cristo total pues
como existe un solo Cristo, también existe un solo cuerpo
y una sola Esposa suya, una sola Iglesia católica y apostólica.
Fuera de la mediación de la Iglesia, todos, incluso los adeptos
de otras religiones objetivamente se encuentran en una situación
gravemente deficitaria. Con todo énfasis se afirma, citando
el catecismo de la Iglesia Católica: No se debe creer en
nadie más, a no ser en Dios, el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo.
¿Una visión reduccionista?
En efecto. Aquí comienza a articularse el sistema romano,
el romanismo: por causa del carácter definitivo y completo
de la revelación de Jesucristo podrán pasar milenios,
podrán los seres humanos emigrar a otros planetas y galaxias, pero
la historia quedará petrificada hasta el juicio final. No va a
haber absolutamente ninguna novedad en términos de revelación,
como lo dice textualmente: no se debe esperar nueva revelación
pública antes de la gloriosa manifestación de Nuestro Señor
Jesucristo. El sistema está completo, cerrado, y todo es
propiedad privada de la Iglesia, mejor dicho de la jerarquía vaticana.
¿Qué dirá ella a los seres humanos después
de millones de años de evolución y de encuentro espiritual
con Dios y a los demás cristianos que no son católico-romanos?
Las respuestas son claras y sin vacilaciones, verdaderas puñaladas
en el pecho de los destinatarios. Dirá: A ustedes, personas
religiosas del mundo, miembros de las religiones, incluso más ancestrales
que nuestro cristianismo (como el budismo o el hinduismo), les anuncio
esta desoladora verdad: ustedes no tienen fe teologal; sólo
tienen creencia; sus doctrinas no son cosa del Espíritu
sino algo que ideó el ser humano en su búsqueda de
la verdad.
¿Una visión vaticano-centrista a ultranza?
Aunque el documento sigue hablando de diálogo interreligioso.
En el fondo, es una expresión suprema de totalitarismo. Después
de tal pronunciamiento para nosotros, mortales, propulsores del micro
y del macro ecumenismo, queda claro que cualquier iniciativa del Vaticano
en esa área esconde una farsa y prepara una trampa. Los llamados
que el documento hace a la continuidad del diálogo no son propiamente
sobre los contenidos religiosos, sino sobre el respeto a las personas,
iguales en dignidad, pero absolutamente desiguales en términos
de las condiciones objetivas de salvación. Con estas tesis, el
tímido cardenal José Ratzinger se proyecta como
exterminador del futuro del ecumenismo y enaltece el capitalismo jerárquico
romano.
¿Qué quiere decir cuando habla de visión totalitaria?
Este tipo de discurso no es específico del romanismo, sino
de todos los totalitarismos contemporáneos, del fascismo nazi,
del estalinismo, del sectarismo religioso, de los regímenes latinoamericanos
de seguridad nacional, del fundamentalismo del mercado y del pensamiento
único neoliberal. El sistema es totalitario y cerrado en sí
mismo, en el caso de la jerarquía vaticana, un totatus
(totalitarismo) como decían los teólogos católicos
críticos del absolutismo de los papas. La realidad comienza y termina
allí donde comienza y termina la ideología totalitaria.
No existe nada más allá del sistema. Todos deben someterse
a él, como dice el documento de Ratzinger, en obediencia,
sumisión plena de lainteligencia y de la voluntad, dando voluntariamente
asentimiento. La verdad es sólo intrasistémica. Sólo
los que obedecen al sistema participan de los beneficios de la verdad
que es la salvación. Todos los demás están en el
error. Conocemos bien este método en América latina. Fue
minuciosamente aplicado por los primeros misioneros ibéricos que
vinieron a México, al Caribe y a Perú, con la ideología
absolutista romana. Consideraron falsas las divinidades de las religiones
indígenas, y sus doctrinas las tuvieron por pura invención
humana. Y las destruyeron con la cruz asociada a la espada. Los ecos de
los lamentos de los sabios aztecas y mayas resuenan hasta hoy.
¿Compara realmente a esta posición vaticana actual
con la iglesia de la Conquista?
Contesto con una pregunta. ¿Podrá imaginar el cardenal
Ratzinger lo que un piadoso presbiteriano que trabaja en la selva amazónica
con los indígenas, o un monje taoísta, sumergido en su contemplación,
sentirán, cuando, en un encuentro interreligioso cualquiera, se
les diga que ellos no tienen fe, o que no son Iglesia, que en sí
nada tienen de divino y de positivo, y que si lo poseen es sólo
por Cristo y por la Iglesia? Se sentirán humillados y ofendidos,
tienen motivos para llorar como los aztecas y los mayas. Y su lamento
llegará hasta el corazón de Dios, que siempre escucha el
grito de los oprimidos, sin la mediación innecesaria de la Iglesia...
Pero como son justos y sabios, seguramente sólo sonreirán
frente a tanta arrogancia, a tanta falta de respeto y a tanta ausencia
de espiritualidad para con los caminos de Dios en la vida de los pueblos.
La estrategia del documento vaticano obedece a la misma lógica
de los referidos totalitarismos: la de la desmoralización y de
la disminución hasta la completa negación del valor teologal
de las convicciones del otro. Destruye todas las flores del jardín
no católico y religioso, para que quede, soberana y solitaria,
sólo la flor de la Iglesia romanocatólica. Y todo, bajo
la invocación de Dios, de Cristo y de la revelación divina,
pecando alegremente contra el segundo mandamiento de la Ley de Dios, que
prohíbe usar el santo nombre de Dios en vano o para encubrir intereses
meramente humanos.
Su crítica afirma que Dominus Iesus contiene errores teológicos
defondo.
Errores teológicos que hacen inaceptable el documento vaticano.
El cardenal Ratzinger no enseña la esencia del cristianismo, sin
la que nada se sustenta, de lo que resulta vana toda la argumentación
del documento. Entre otras cosas esenciales, dos son las más graves:
no anuncia la centralidad del amor ni predica la importancia decisiva
de los pobres. En su documento, estas dos cosas están totalmente
ausentes.
Para Jesús y para todo el Nuevo Testamento, el amor lo es todo
porque Dios es amor y sólo el amor salva. Un amor que debe ser
incondicional. Nada de eso se lee en el documento cardenalicio. Sólo
habla de verdades reveladas y de la fe teologal como adhesión plena
a ellas. Y bien sabe Ratzinger que la fe sola no salva, pues como dicen
todos los Concilios, sólo salva la fe informada de amor.
Es una ausencia clamorosa, sólo comprensible en quien no tiene
una experiencia espiritual, no se encuentra con el Dios comunión
de personas divinas, no ama a Dios y al prójimo, sino que
sólo se adhiere perezosamente a las verdades escritas y abstractas.
Por el hecho de que el texto no revela ningún amor, también
muestra que no ama a nadie, a no ser al propio sistema. Sin compasión
ni esfuerzo de comprensión, injuria el credo de los otros.
¿El segundo grave error teológico?
Para empeorar su situación, en ningún momento se refiere
a los pobres. Para Jesús y todo el Nuevo Testamento, el pobre no
es un tema entre otros. Es el lugar a partir el cual se descubre el evangelio
como buena noticia de liberación (bienaventurados ustedes
los pobres) yfunciona como criterio último de salvación
o de perdición. De nada sirve pertenecer a la Iglesia romano-católica,
poseer todo el arsenal de los medios de salvación, someterse con
mente y corazón al sistema jerárquico, acoger todas las
verdades reveladas... si no se tiene amor. Sin amor nada soy.
Si no tuviéramos amor al hambriento, al sediento, al desnudo, al
peregrino y al preso, nadie, ni yo ni el cardenal Ratzinger, podríamos
escuchar las palabras del Evangelio: Vengan, benditos de mi Padre,
tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación
del mundo, porque cuando dejásteis de hacer algo a
uno de estos pequeños, fue a mi a quien se lo hicísteis.
La tradición teológica de la Iglesia siempre argumentó
rectamente: donde está Cristo ahí está la Iglesia;
y Cristo está en los pobres; luego la Iglesia está (debe
estar) en los pobres. No sólo en los pobres trabajadores y buenos,
sino en los pobres pura y llanamente por el simple hecho de ser pobres.
Al ser pobres, tienen menos vida, y por eso son los destinatarios primeros
de ese anuncio y de la intervención liberadora del Dios de la Vida.
Ninguna resonancia de ese anuncio de libertad y de compasión encontramos
en este documento vaticano. Sobre la cuestión de los pobres se
podría inaugurar un ecumenismo abierto y fecundo, con todas las
iglesias, religiones, tradiciones espirituales y personas de buena voluntad...
En el amor incondicional y en los pobres se encuentra la centralidad del
mensaje de Jesús, y no en el alegato ideológico montado
por el documento del cardenal. Pero hay otras insuficiencias graves de
teología que importa denunciar: el documento ofende al Verbo que
ilumina a todo ser humano que viene a este mundo y no sólo
a los bautizados y a los que son romano-católicos. El documento
blasfema el Espíritu que sopla donde quiere y no sólo
sobre aquellos ligados a los esquemas del cardenal. El documento deja
en ridículo a los seres humanos al negarles lo principal del mensaje
de Jesús referido más arriba: el amor incondicional y la
centralidad de los pobres y oprimidos. En su lugar les ofrece un indigesto
menú de citas arrancadas para justificar las discriminaciones y
las desigualdades producidas contra la voluntad manifiesta de Jesús,
que prohibió que alguien se llamara maestro o padre (Papa es la
abreviación de padre de los pobres, pater-pauperum
= papa) o que se considerara mayor o primero que los demás, porque
ustedes son todos hermanos y hermanas. Preocupa las perspectivas
futuras.
¿Hay alguna posibilidad de una reconsideración de
la posición vaticana, teniendo en cuenta las fuertes reacciones
a escala planetaria que el documento ha producido?
La jerarquía romana necesita urgentemente convertirse para
que pueda encontrar su lugar dentro de la totalidad del pueblo de Dios
y como servicio de la comunidad de fe. El documento está a años-luz
de la atmósfera de jovialidad y benevolencia propia de los evangelios
y de la gesta de Cristo. Es un texto de escribas y fariseos y no de discípulos
de Jesús, un texto carente de virtudes humanas y divinas, más
dirigido a juzgar, a condenar y a excluir, que a valorizar, comprender
e incluir como se simboliza en la primera alianza que Dios estableció
con la vida y la humanidad, en el arco iris. Ratzinger no quiere la multiplicidad
de los colores en la unidad del mismo arco iris, sino sólo el predominio
imperativo del color negro, el de la triste jerarquía vaticana.
¿Un verdadero golpe mortal al ecumenismo?
Con este documento el cardenal Ratzinger ha cavado la tumba para
el ecumenismo en la perspectiva de la jerarquía vaticana. Tiene
el mérito de desvanecer todas las ilusiones. A partir de ahora
no podemos contar con la jerarquía vaticana para buscar la paz
espiritual y religiosa de la humanidad. Al contrario, por su capitalismo
concentrador de la verdad divina, por la arrogancia con que trata a todos
los demás, el cristianismo jerárquico romano se constituye
en el más grande bastión de reaccionarismo, masculinismo,
machismo y totalitarismo ideológico hoyexistente. Pero la jerarquía
romana no es toda la Iglesia, ni representa la entera jerarquía
eclesiástica mundial. Dentro de la jerarquía hay cardenales,
arzobispos, obispos y presbíteros que siguen el camino evangélico
del mutuo aprendizaje, del diálogo abierto y de la búsqueda
sincera de la paz religiosa. Pero ése no es el camino estimulado
por Roma.
Si continúa la actitud excluyente del Vaticano, el ecumenismo cristiano
no pasará ya por Roma, sino por Ginebra, sede del Consejo Mundial
de iglesias. Allí se perpetúa la herencia de Jesús,
abierta a las dimensiones del Espíritu, que llena la faz de la
Tierra y caldea los corazones de los pueblos y de las personas. Como el
documento de Ratzinger es fruto de un sistema cerrado y férreo,
no muestra sensibilidad alguna hacia la realidad que va más allá
de él mismo. Es el sapo que vive en el fondo del pozo y nada sabe
de universos que haya más allá de los límites de
su pozo. Un documento que apunta al diálogo religioso mundial debería
mostrar el valor de pertinencia y la relevancia de tal diálogo
frente a la dramática situación que atraviesa la Tierra
y la Humanidad. Nada de ello entra en la agenda del documento. El sentido
del diálogo ecuménico e interreligioso no se agota en la
gestación de la paz religiosa, sino que se ordena a la construcción
de la justicia y de la paz entre los pueblos y a la salvaguarda de todo
lo creado. Estamos caminando rumbo a una única sociedad mundial.
Esta geosociedad tiene rostro del Tercer Mundo, porque cuatro mil millones
de personas sobre seis mil millones, según los datos
del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, viven debajo de
la línea de la pobreza. ¿Quién enjugará las
lágrimas de estos millones de víctimas? ¿Quién
escucha el grito que viene de la Tierra herida, y de las tribus de la
Tierra, hambrientas y excluidas? El documento no tiene oídos para
semejantes tribulaciones. Quien es sordo ante el grito de los oprimidos
no tiene nada que decir a Dios ni nada que decir en nombre de Dios. El
Cristianismo presentado por el cardenal Ratzinger no es mundializable:
es expresión del lado más sombrío del Occidente,
que cada vez más se convierte en un accidente. Es misión
de todos suscitar y animar la llama sagrada de lo Divino y del Misterio
que arde dentro de cada corazón y en el universo entero. Sin esa
llama sagrada no salvaremos la vida ni garantizaremos un futuro de esperanza
para la familia humana y la Casa Común, la Tierra. Para tal propósito,
todo ecumenismo es deseable, toda sinergia es imprescindible. Y Roma,
algún día, post Ratzinger ,tendrá que sumarse a esta
tarea mesiánica.
¿Por
que Leonardo Boff?
Por Washington Uranga
Un militante cansado del silencio
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A los 62 años de edad, Leonardo Boff, teólogo católico
y hasta 1992 fraile franciscano, es un referente intelectual para
creyentes y no creyentes que se ha convertido en abanderado de los
derechos humanos y sociales, de la justicia, de la lucha por el medio
ambiente, de las causas por la paz. Si algo caracteriza a Boff, considerado
uno de los padres de la teología de la liberación
católica, es su libertad para expresar sus ideas, aún
cuando esto le traiga perjuicios en el orden institucional. Nacido
en Santa Catalina (Brasil) y miembro de una familia de once hermanos
entre los que se cuenta un sacerdote (Clodovid Boff) y una hermana
monja, Leonardo Boff obtuvo doctorados en teología y filosofía
en universidad de Munich (Alemania). Prolífico en libros y
escritos, todos ellos mantienen como impronta la defensa de la justicia
en todos los órdenes y, al mismo tiempo, una crítica
aguda a la acción institucional de la Iglesia Católica
romana. Su libro Iglesia, carisma y poder (1984) fue juzgado
por la Congregación para la Doctrina de la Fe y Boff fue sentenciado
por el cardenal Jozef Ratzinger, cabeza de ese dicasterio romano,
a un año de silencio obsequioso. Cansado de las
sanciones y de la represión institucional de la Iglesia Católica,
en 1992 Leonardo Boff decidió abandonar la orden franciscana.
Hace apenas unas semanas el cardenal Ratzinger, el mismo que ha condenado
los escritos de Boff, firmó un documento vaticano denominado
Dominus Iesus referido a la posición del catolicismo
en relación al ecumenismo y al diálogo entre los cristianos.
El pronunciamiento no sólo ha recibido críticas desde
las filas protestantes sino que muchos entienden que, mientras Juan
Pablo II habla del diálogo interreligioso, la Iglesia Católica
ha sumado un obstáculo para la unidad de los cristianos. |
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