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LEONARDO BOFF, TEOLOGO DE LA LIBERACION
“Cristo es el teléfono, pero sólo la Iglesia es la telefonista”

Peleador, polémico, prolífico escritor y teólogo, uno de los padres de la Teología de la Liberación, fue censurado tantas veces que acabó abandonando la orden franciscana para expresarse con libertad. Defensor de los pobres y de �una Iglesia con los pobres�, en este reportaje ataca el último documento emanado de Roma, que devalúa la fe de los que no sean católicos. Su autor, el cardenal Ratzinger, es su enemigo ideológico.

 

Por Sergio Ferrari

t.gif (862 bytes)  –¿Cuál es su lectura del reciente documento del Vaticano, presentado por el Cardenal José Ratzinger?
–Dicho en una forma sencilla, picaresca pero verdadera, así se puede resumir la cuestión: Cristo es el único camino de salvación y la Iglesia es el peaje exclusivo. Nadie recorrerá el camino sin antes pasar por ese peaje. Dicho de otra manera, Cristo es el teléfono pero sólo la Iglesia es la telefonista. Todas la llamadas de corta y de larga distancia necesariamente pasan por ella. Iglesia y Cristo forman “un único Cristo total” pues “como existe un solo Cristo, también existe un solo cuerpo y una sola Esposa suya, una sola Iglesia católica y apostólica”. Fuera de la mediación de la Iglesia, todos, incluso “los adeptos de otras religiones objetivamente se encuentran en una situación gravemente deficitaria”. Con todo énfasis se afirma, citando el catecismo de la Iglesia Católica: “No se debe creer en nadie más, a no ser en Dios, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo”.
–¿Una visión reduccionista?
–En efecto. Aquí comienza a articularse el sistema romano, el romanismo: por causa “del carácter definitivo y completo de la revelación de Jesucristo” podrán pasar milenios, podrán los seres humanos emigrar a otros planetas y galaxias, pero la historia quedará petrificada hasta el juicio final. No va a haber absolutamente ninguna novedad en términos de revelación, como lo dice textualmente: “no se debe esperar nueva revelación pública antes de la gloriosa manifestación de Nuestro Señor Jesucristo”. El sistema está completo, cerrado, y todo es propiedad privada de la Iglesia, mejor dicho de la jerarquía vaticana. ¿Qué dirá ella a los seres humanos –después de millones de años de evolución y de encuentro espiritual con Dios– y a los demás cristianos que no son católico-romanos? Las respuestas son claras y sin vacilaciones, verdaderas puñaladas en el pecho de los destinatarios. Dirá: “A ustedes, personas religiosas del mundo, miembros de las religiones, incluso más ancestrales que nuestro cristianismo (como el budismo o el hinduismo), les anuncio esta desoladora verdad: ustedes no tienen “fe teologal”; sólo tienen “creencia”; sus doctrinas no son cosa del Espíritu sino algo “que ideó el ser humano en su búsqueda de la verdad”.
–¿Una visión “vaticano-centrista” a ultranza? Aunque el documento sigue hablando de diálogo interreligioso.
–En el fondo, es una expresión suprema de totalitarismo. Después de tal pronunciamiento para nosotros, mortales, propulsores del micro y del macro ecumenismo, queda claro que cualquier iniciativa del Vaticano en esa área esconde una farsa y prepara una trampa. Los llamados que el documento hace a la continuidad del diálogo no son propiamente sobre los contenidos religiosos, sino sobre el respeto a las personas, iguales en dignidad, pero absolutamente desiguales en términos de las condiciones objetivas de salvación. Con estas tesis, el “tímido” cardenal José Ratzinger se proyecta como exterminador del futuro del ecumenismo y enaltece el capitalismo jerárquico romano.
–¿Qué quiere decir cuando habla de visión totalitaria?
–Este tipo de discurso no es específico del romanismo, sino de todos los totalitarismos contemporáneos, del fascismo nazi, del estalinismo, del sectarismo religioso, de los regímenes latinoamericanos de seguridad nacional, del fundamentalismo del mercado y del pensamiento único neoliberal. El sistema es totalitario y cerrado en sí mismo, en el caso de la jerarquía vaticana, un “totatus” (“totalitarismo) como decían los teólogos católicos críticos del absolutismo de los papas. La realidad comienza y termina allí donde comienza y termina la ideología totalitaria. No existe nada más allá del sistema. Todos deben someterse a él, como dice el documento de Ratzinger, en “obediencia, sumisión plena de lainteligencia y de la voluntad, dando voluntariamente asentimiento”. La verdad es sólo intrasistémica. Sólo los que obedecen al sistema participan de los beneficios de la verdad que es la salvación. Todos los demás están en el error. Conocemos bien este método en América latina. Fue minuciosamente aplicado por los primeros misioneros ibéricos que vinieron a México, al Caribe y a Perú, con la ideología absolutista romana. Consideraron falsas las divinidades de las religiones indígenas, y sus doctrinas las tuvieron por pura invención humana. Y las destruyeron con la cruz asociada a la espada. Los ecos de los lamentos de los sabios aztecas y mayas resuenan hasta hoy.
–¿Compara realmente a esta posición vaticana actual con la iglesia de la Conquista?
–Contesto con una pregunta. ¿Podrá imaginar el cardenal Ratzinger lo que un piadoso presbiteriano que trabaja en la selva amazónica con los indígenas, o un monje taoísta, sumergido en su contemplación, sentirán, cuando, en un encuentro interreligioso cualquiera, se les diga que ellos no tienen fe, o que no son Iglesia, que en sí nada tienen de divino y de positivo, y que si lo poseen es sólo por Cristo y por la Iglesia? Se sentirán humillados y ofendidos, tienen motivos para llorar como los aztecas y los mayas. Y su lamento llegará hasta el corazón de Dios, que siempre escucha el grito de los oprimidos, sin la mediación innecesaria de la Iglesia... Pero como son justos y sabios, seguramente sólo sonreirán frente a tanta arrogancia, a tanta falta de respeto y a tanta ausencia de espiritualidad para con los caminos de Dios en la vida de los pueblos.
La estrategia del documento vaticano obedece a la misma lógica de los referidos totalitarismos: la de la desmoralización y de la disminución hasta la completa negación del valor teologal de las convicciones del otro. Destruye todas las flores del jardín no católico y religioso, para que quede, soberana y solitaria, sólo la flor de la Iglesia romanocatólica. Y todo, bajo la invocación de Dios, de Cristo y de la revelación divina, pecando alegremente contra el segundo mandamiento de la Ley de Dios, que prohíbe usar el santo nombre de Dios en vano o para encubrir intereses meramente humanos.
–Su crítica afirma que Dominus Iesus contiene errores teológicos defondo.
–Errores teológicos que hacen inaceptable el documento vaticano.
El cardenal Ratzinger no enseña la esencia del cristianismo, sin la que nada se sustenta, de lo que resulta vana toda la argumentación del documento. Entre otras cosas esenciales, dos son las más graves: no anuncia la centralidad del amor ni predica la importancia decisiva de los pobres. En su documento, estas dos cosas están totalmente ausentes.
Para Jesús y para todo el Nuevo Testamento, el amor lo es todo porque Dios es amor y sólo el amor salva. Un amor que debe ser incondicional. Nada de eso se lee en el documento cardenalicio. Sólo habla de verdades reveladas y de la fe teologal como adhesión plena a ellas. Y bien sabe Ratzinger que la fe sola no salva, pues como dicen todos los Concilios, sólo salva la fe “informada de amor”. Es una ausencia clamorosa, sólo comprensible en quien no tiene una experiencia espiritual, no se encuentra con el “Dios comunión de personas divinas”, no ama a Dios y al prójimo, sino que sólo se adhiere perezosamente a las verdades escritas y abstractas. Por el hecho de que el texto no revela ningún amor, también muestra que no ama a nadie, a no ser al propio sistema. Sin compasión ni esfuerzo de comprensión, injuria el credo de los otros.
–¿El segundo grave error teológico?
–Para empeorar su situación, en ningún momento se refiere a los pobres. Para Jesús y todo el Nuevo Testamento, el pobre no es un tema entre otros. Es el lugar a partir el cual se descubre el evangelio como buena noticia de liberación (“bienaventurados ustedes los pobres”) yfunciona como criterio último de salvación o de perdición. De nada sirve pertenecer a la Iglesia romano-católica, poseer todo el arsenal de los medios de salvación, someterse con mente y corazón al sistema jerárquico, acoger todas las verdades reveladas... si no se tiene amor. Sin amor “nada soy”. Si no tuviéramos amor al hambriento, al sediento, al desnudo, al peregrino y al preso, nadie, ni yo ni el cardenal Ratzinger, podríamos escuchar las palabras del Evangelio: “Vengan, benditos de mi Padre, tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo”, porque “cuando dejásteis de hacer algo a uno de estos pequeños, fue a mi a quien se lo hicísteis. La tradición teológica de la Iglesia siempre argumentó rectamente: donde está Cristo ahí está la Iglesia; y Cristo está en los pobres; luego la Iglesia está (debe estar) en los pobres. No sólo en los pobres trabajadores y buenos, sino en los pobres pura y llanamente por el simple hecho de ser pobres. Al ser pobres, tienen menos vida, y por eso son los destinatarios primeros de ese anuncio y de la intervención liberadora del Dios de la Vida. Ninguna resonancia de ese anuncio de libertad y de compasión encontramos en este documento vaticano. Sobre la cuestión de los pobres se podría inaugurar un ecumenismo abierto y fecundo, con todas las iglesias, religiones, tradiciones espirituales y personas de buena voluntad... En el amor incondicional y en los pobres se encuentra la centralidad del mensaje de Jesús, y no en el alegato ideológico montado por el documento del cardenal. Pero hay otras insuficiencias graves de teología que importa denunciar: el documento ofende al Verbo que “ilumina a todo ser humano que viene a este mundo” y no sólo a los bautizados y a los que son romano-católicos. El documento blasfema el Espíritu que “sopla donde quiere” y no sólo sobre aquellos ligados a los esquemas del cardenal. El documento deja en ridículo a los seres humanos al negarles lo principal del mensaje de Jesús referido más arriba: el amor incondicional y la centralidad de los pobres y oprimidos. En su lugar les ofrece un indigesto menú de citas arrancadas para justificar las discriminaciones y las desigualdades producidas contra la voluntad manifiesta de Jesús, que prohibió que alguien se llamara maestro o padre (Papa es la abreviación de “padre de los pobres”, pater-pauperum = papa) o que se considerara mayor o primero que los demás, “porque ustedes son todos hermanos y hermanas”. Preocupa las perspectivas futuras.
–¿Hay alguna posibilidad de una reconsideración de la posición vaticana, teniendo en cuenta las fuertes reacciones a escala planetaria que el documento ha producido?
–La jerarquía romana necesita urgentemente convertirse para que pueda encontrar su lugar dentro de la totalidad del pueblo de Dios y como servicio de la comunidad de fe. El documento está a años-luz de la atmósfera de jovialidad y benevolencia propia de los evangelios y de la gesta de Cristo. Es un texto de escribas y fariseos y no de discípulos de Jesús, un texto carente de virtudes humanas y divinas, más dirigido a juzgar, a condenar y a excluir, que a valorizar, comprender e incluir como se simboliza en la primera alianza que Dios estableció con la vida y la humanidad, en el arco iris. Ratzinger no quiere la multiplicidad de los colores en la unidad del mismo arco iris, sino sólo el predominio imperativo del color negro, el de la triste jerarquía vaticana.
–¿Un verdadero golpe mortal al ecumenismo?
–Con este documento el cardenal Ratzinger ha cavado la tumba para el ecumenismo en la perspectiva de la jerarquía vaticana. Tiene el mérito de desvanecer todas las ilusiones. A partir de ahora no podemos contar con la jerarquía vaticana para buscar la paz espiritual y religiosa de la humanidad. Al contrario, por su capitalismo concentrador de la verdad divina, por la arrogancia con que trata a todos los demás, el cristianismo jerárquico romano se constituye en el más grande bastión de reaccionarismo, masculinismo, machismo y totalitarismo ideológico hoyexistente. Pero la jerarquía romana no es toda la Iglesia, ni representa la entera jerarquía eclesiástica mundial. Dentro de la jerarquía hay cardenales, arzobispos, obispos y presbíteros que siguen el camino evangélico del mutuo aprendizaje, del diálogo abierto y de la búsqueda sincera de la paz religiosa. Pero ése no es el camino estimulado por Roma.
Si continúa la actitud excluyente del Vaticano, el ecumenismo cristiano no pasará ya por Roma, sino por Ginebra, sede del Consejo Mundial de iglesias. Allí se perpetúa la herencia de Jesús, abierta a las dimensiones del Espíritu, que llena la faz de la Tierra y caldea los corazones de los pueblos y de las personas. Como el documento de Ratzinger es fruto de un sistema cerrado y férreo, no muestra sensibilidad alguna hacia la realidad que va más allá de él mismo. Es el sapo que vive en el fondo del pozo y nada sabe de universos que haya más allá de los límites de su pozo. Un documento que apunta al diálogo religioso mundial debería mostrar el valor de pertinencia y la relevancia de tal diálogo frente a la dramática situación que atraviesa la Tierra y la Humanidad. Nada de ello entra en la agenda del documento. El sentido del diálogo ecuménico e interreligioso no se agota en la gestación de la paz religiosa, sino que se ordena a la construcción de la justicia y de la paz entre los pueblos y a la salvaguarda de todo lo creado. Estamos caminando rumbo a una única sociedad mundial. Esta geosociedad tiene rostro del Tercer Mundo, porque cuatro mil millones de personas –sobre seis mil millones–, según los datos del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, viven debajo de la línea de la pobreza. ¿Quién enjugará las lágrimas de estos millones de víctimas? ¿Quién escucha el grito que viene de la Tierra herida, y de las tribus de la Tierra, hambrientas y excluidas? El documento no tiene oídos para semejantes tribulaciones. Quien es sordo ante el grito de los oprimidos no tiene nada que decir a Dios ni nada que decir en nombre de Dios. El Cristianismo presentado por el cardenal Ratzinger no es mundializable: es expresión del lado más sombrío del Occidente, que cada vez más se convierte en un accidente. Es misión de todos suscitar y animar la llama sagrada de lo Divino y del Misterio que arde dentro de cada corazón y en el universo entero. Sin esa llama sagrada no salvaremos la vida ni garantizaremos un futuro de esperanza para la familia humana y la Casa Común, la Tierra. Para tal propósito, todo ecumenismo es deseable, toda sinergia es imprescindible. Y Roma, algún día, post Ratzinger ,tendrá que sumarse a esta tarea mesiánica.

¿Por que Leonardo Boff?

Por Washington Uranga

Un militante cansado del silencio

A los 62 años de edad, Leonardo Boff, teólogo católico y hasta 1992 fraile franciscano, es un referente intelectual para creyentes y no creyentes que se ha convertido en abanderado de los derechos humanos y sociales, de la justicia, de la lucha por el medio ambiente, de las causas por la paz. Si algo caracteriza a Boff, considerado uno de los “padres de la teología de la liberación” católica, es su libertad para expresar sus ideas, aún cuando esto le traiga perjuicios en el orden institucional. Nacido en Santa Catalina (Brasil) y miembro de una familia de once hermanos entre los que se cuenta un sacerdote (Clodovid Boff) y una hermana monja, Leonardo Boff obtuvo doctorados en teología y filosofía en universidad de Munich (Alemania). Prolífico en libros y escritos, todos ellos mantienen como impronta la defensa de la justicia en todos los órdenes y, al mismo tiempo, una crítica aguda a la acción institucional de la Iglesia Católica romana. Su libro “Iglesia, carisma y poder” (1984) fue juzgado por la Congregación para la Doctrina de la Fe y Boff fue sentenciado por el cardenal Jozef Ratzinger, cabeza de ese dicasterio romano, a un año de “silencio obsequioso”. Cansado de las sanciones y de la represión institucional de la Iglesia Católica, en 1992 Leonardo Boff decidió abandonar la orden franciscana.
Hace apenas unas semanas el cardenal Ratzinger, el mismo que ha condenado los escritos de Boff, firmó un documento vaticano denominado “Dominus Iesus” referido a la posición del catolicismo en relación al ecumenismo y al diálogo entre los cristianos. El pronunciamiento no sólo ha recibido críticas desde las filas protestantes sino que muchos entienden que, mientras Juan Pablo II habla del diálogo interreligioso, la Iglesia Católica ha sumado un obstáculo para la unidad de los cristianos.

 

 

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