OPINION
Civilización
y barbarie
Por
Alfredo Grieco y Bavio
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El caso del
argentino Fernando de la Rúa verifica una regla que admite
muchas excepciones. Llegar a la difícil presidencia después
del éxito (al menos, electoral) al frente del gobierno de un
municipio es la ambición de tantos candidatos y el camino que
prefieren muchos partidos. El alcalde de Roma, el telegénico
Francesco Rutelli, es ya el elegido por la centroizquierda italiana
para enfrentarse al megamagnate de los medios Silvio Berlusconi. Si
el romano es un clon de Tony Blair, este último, cuando tuvo
que enfrentar la mayor amenaza en el liderazgo laborista, la sufrió
de Ken el Rojo, que triunfó avasalladoramente en
las elecciones londinenses. El PT brasileño, que todavía
no tiene en su haber ninguna victoria presidencial, acumuló
ayer una grande, y en toda la línea, en la segunda vuelta en
las elecciones locales. Lo mismo le ocurrió al opusdeísta
Joaquín Lavín de la Alianza por Chile, que había
perdido el apretado ballottage de enero, pero que ayer arrasó
en Santiago. Cuauhtémoc Cárdenas, del eternamente opositor
PRD, fue el primer regente de la Ciudad de México elegido por
voto directo.
Los ejemplos podrían continuar. Sin embargo, tal vez haya que
decir que la prueba ciudadana es más y mejor cultivada por
la izquierda, porque en su caso enfrenta prejuicios que se suelen
adscribir al electorado. De las derechas se espera (cuando se espera)
una sola cosa a su favor, a la que se pueden dar dos formulaciones
contradictorias: que roben pero hagan o que, en una muestra
de prolijidad administrativa, cierren bien los números y no
malgasten los dineros públicos. De la izquierda, ese mismo
hipotético elector centrista espera gestos excesivos, posiciones
de máxima que llevarán al país (o a ellos) a
la ruina. De alguna manera, el gobierno de la ciudad permite a las
izquierdas ofrecer una imagen a escala reducida, como de laboratorio,
de lo que se puede esperar de ellas en el nivel nacional. Sirve para
probar que los temidos bárbaros son en realidad civilizados.
Ante este experimento, los reparos acaso menos infundados vengan del
interior de la izquierda misma, como el de quienes se preguntan si
Marta Suplicy hará un gobierno rojo (como el color de la estrella
que siempre lleva prendida en su solapa) o rosa. En la duplicidad
de su respuesta de ayer, después de votar, se encuentra una
verdad inescapable: dijo que la suya fue una victoria de este
PT más maduro y responsable que sabe administrar las ciudades,
defensor férreo del sistema democrático, del socialismo
moderno, de las luchas sociales, rojo y con estrella de la esperanza. |
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