Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
ESPACIO PUBLICITARIO

SE CUMPLEN 90 AÑOS DEL NACIMIENTO DEL POETA ALICANTINO MIGUEL HERNANDEZ
La poesía y la vida, rayos que no cesan

Sus textos, empapados de compromiso, guerra y tragedia, acompañaron en España un proceso político y social que todavía hoy sigue librado a discusiones y polémicas. Hernández escribió como vivió, y tanto sus heridas como las del franquismo siguen abiertas.

 

Por Angel Berlanga

t.gif (862 bytes)  Los republicanos habían sido derrotados en la guerra civil española y Miguel Hernández, poeta y soldado, nacido hace hoy exactamente 90 años en Orihuela, Alicante, soportaba los que serían sus últimos años en varias cárceles franquistas. Tenía la salud quebrada y una condena a muerte que luego sería reducida a 30 años de encierro. Le propusieron una retractación pública a favor del régimen del Generalísimo, a cambio de mejorar su situación o la de su familia. Entonces dijo que no.
En la obra de Hernández hubo una búsqueda constante, empecinada, por convertir en versos sus sensaciones, sentimientos, vivencias y pensamientos. Así, cada instancia de su vida, con sus geografías, afectos, soledades, miedos, angustias, esperanzas e influencias, fue plasmada en sus poemas. Las múltiples correcciones que han quedado en sus borradores dicen de su obsesión por encontrar la palabra justa, al servicio de su sentir y de su arte. Lo más cómodo para él, parece ser, fue sentirse libre y actuar en consecuencia. Por más que estuviera en la cárcel, por más que lo tentaran con alivios, a esa altura del partido no iba a renegar de su vida y de su obra ante unos matungos.
En su pueblo natal sólo pudo cursar unos años de estudios primarios, en un colegio jesuita. Los curas notaron su interés por las letras y procuraron retenerlo, pero su padre consideró que ya había estudiado suficiente y que mucho más interesante sería que le dedicase más tiempo al pastoreo de un rebaño de cabras y a otras tareas rurales. Algunas biografías cuentan que el padre procuró resolver este conflicto, y otras “rebeldías” del hijo, a los golpes. El hijo conseguía libros prestados y los leía bajo los árboles, mientras las cabras se le piantaban.
Esa vocación por las letras, los sentidos abiertos a su ambiente campestre, el sedimento de sus primeras lecturas (Góngora, Calderón, Cervantes, Lope de Vega, Gabriel Miró) y su primer grupo de amigos con inquietudes poéticas, propiciaron el esbozo de sus primeros versos, más bien de carácter descriptivo. Sus primeros poemas fueron publicados en periódicos regionales, y datan de 1929 y 1930.
Al año siguiente hizo su primer intento por publicar y conseguir trabajo en Madrid, pero pronto agotó los pocos contactos y pesetas que tenía y debió regresar a su pueblo. Allí consiguió un empleo como administrativo de una notaría, profundizó las lecturas de los poetas de la época (Lorca, Alberti) y escribió los poemas de su primer libro, Perito en lunas, publicado en 1933. Poco después conocería a quien sería su esposa y madre de sus dos hijos, Josefina Manresa, y obviamente comienza una nueva etapa en su poesía, con una profundidad lírica que crece a la par de las influencias de Juan Ramón Jiménez y Quevedo.
Aunque persistieron las penurias económicas, en su segundo intento por instalarse en Madrid (1934) le fue mucho mejor. Le publicaron lo que traía desde Orihuela, Quién te ha visto y quién te ve y Sombra de lo que eras, en la revista Cruz y raya, consiguió un par de empleos para sobrevivir y se hizo amigo de Aleixandre, de Neruda, del poeta argentino Raúl González Tuñón y de un amplio grupo de escritores comprometidos con la situación sociopolítica de España. Tenía “cara de patata recién sacada de la tierra”, diría Neruda, y “ojos tristes de caballo perdido”, diría Alberti.
Por esos años le creció el interés por lo social y se empapó con las luchas de los partidos obreros, con el ideario de la República, con la rebelión de los mineros asturianos, al tiempo que tendieron a extinguirse en él los tintes religiosos que aparecen en sus primeras obras. A esa tensión interna le correspondieron los tironeos entre el antiguo grupo de poetas de su tierra y sus nuevos compañeros de Madrid, y también sus publicaciones en El gallo crisis, por el lado de sus amigos de provincia, en Revista de Occidente y en la mítica Caballo verde, por el lado madrileño. En 1936 publicó El rayo que no cesa. En julio comenzó la guerra civil y Hernández se enroló en el ejército republicano, por el que combatió, recitó y escribió en varios frentes de batalla.
Como antes, su percepción del mundo y los sucesos de su vida cobraron forma en sus versos. Vientos del pueblo, publicado en 1937, corresponde a la etapa épica de la lucha frente a un orden conservador que no se bancó haber perdido las elecciones y mucho menos que campesinos, obreros e intelectuales pretendieran aflojar los abusos eternos y los privilegios de las clases poderosas. Sus poemas se llenaron de fusiles, trincheras y esperanzas. Ese año también escribió las piezas de Teatro en la guerra, participó en Madrid del II Encuentro Internacional de Escritores Antifascistas e hizo su único viaje fuera de España para participar del V Festival de Teatro Soviético. Al igual que otros poetas de la época, Hernández elogió a Rusia y a Stalin.
En 1938 comenzó el derrumbe. La guerra llevaba ya dos años y eran demasiadas las muertes, las privaciones, las miserias, las decepciones. Su primer hijo, Juan Ramón, murió antes de cumplir su primer año de vida. “No quiso ser. / No conoció el encuentro / del hombre y la mujer. / El amoroso vello / no pudo florecer. / Detuvo sus sentidos / negándose a saber / y descendieron diáfanos / hasta el amanecer. / Vio turbio su mañana / y se quedó en su ayer. / No quiso ser”, escribió entonces.
El franquismo ganó la guerra y Hernández, detenido en 1939, comenzaría su peregrinaje por las cárceles del régimen. Ese año nació su segundo hijo, Manuel Miguel; tras las rejas escribirá para él “Nanas de la cebolla”: “Tu risa me hace libre, / me pone alas. / Soledades me quita, / cárcel me arranca. / Boca que vuela, / corazón que en tus labios / relampaguea”.
Fue la etapa de sus últimos poemas, empapados de tragedia y de guerra, de muerte y de cárcel. El hombre acecha y Cancionero y Romancero de Ausencias, sus libros del final, son considerados lo más profundo de su obra. Escribió sus últimos versos en prisión, en una libretita de quince por diez, de papel rayado y tapas grises. Murió en un penal de Alicante el 28 de marzo de 1942.
Joan Manuel Serrat grabó un disco con sus poemas y desde hace años canta sus versos en la Argentina. “Nanas de la cebolla”, “Menos tu vientre” y “Para la libertad” son algunas de las letras de Hernández popularizadas aquí por Serrat. Inti Illimani y Paco Ibáñez también hicieron canciones con sus poemas.
“La libertad es algo / que sólo en tus entrañas / bate como el relámpago”, escribió Miguel Hernández, en esa libretita, casi al final.

LA ADMIRACION DE SUS COLEGAS
“Era el rostro de España”

Pablo Neruda
El recuerdo de Miguel Hernández no puede escapárseme de las raíces del corazón. El canto de los ruiseñores levantinos, sus torres de sonido erigidas entre la oscuridad y los azahares, eran para él presencia obsesiva, y eran parte del material de su sangre, de su poesía terrenal y silvestre en la que se juntaban todos los excesos del color, del perfume y de la voz del Levante español, con la abundancia y la fragancia de una poderosa y masculina juventud.
Su rostro era el rostro de España. Cortado por la luz, arrugado como una sementera, con algo rotundo de pan y de tierra. Sus ojos quemantes, ardiendo dentro de esa superficie quemada y endurecida al viento, eran dos rayos de fuerza y de ternura.
Los elementos mismos de la poesía los vi salir de sus palabras, pero alterados ahora por una nueva magnitud, por un resplandor salvaje, por el milagro de la sangre vieja transformada en un hijo. En mis años de poeta, y de poeta errante, puedo afirmar que la vida no me ha dado contemplar un fenómeno igual de vocación y de eléctrica sabiduría verbal.
(Extraído del libro Confieso que he vivido)

Raúl González Tuñón
A poco de llegar a Madrid en 1937, me hallaba en un café con el joven poeta yugoslavo Milan Jeranci, de las Brigadas Internacionales, y veo de pronto aparecer a Miguel Hernández, del cual yo ya sabía que era comisario político en una Brigada. Llegó con su uniforme y los dos nos alegramos inmensamente por el reencuentro y enseguida Miguel sacó unas cuantas hojas de papel de su chaqueta y empezó a leerme sus últimos poemas que luego integrarían Viento de pueblo. ¡Estupendos poemas! Luego estuvimos juntos en Valencia, Madrid y Barcelona. (...) El día de la despedida, con el acto en aquel gran salón de un restaurante típico, pregunté por sus poemas al querido Miguelito y él me dijo que había escrito muchos más y había dado recitales en el frente. Me dio una fotografía donde aparece en uno de ellos, ante soldados atentos y graves. Por la tarde lo acompañé hasta la estación de ferrocarril. Entonces su brigada estaba en el frente de Córdoba y él volvía a reintegrarse.
(De Conversaciones con Raúl González Tuñón, de Horacio Salas)

 

“Para la libertad”

Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.

Para la libertad siento más corazones
que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,
y entro en los hospitales, y entro en los algodones
como en las azucenas.

Porque donde unas cuencas vacías amanezcan
ella pondrá dos piedras de futura mirada
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.

Retoñarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
aún tengo la vida.

“De Cancionero y Romancero de Ausencias”
Tus ojos se me van
de mis ojos, y vuelven
después de recorrer
un páramo de ausentes.

Tus brazos se desploman
en mis brazos y ascienden
retrocediendo ante esa
desolación que sientes.

Desolación con hielo.

Todo está lleno de ti
y todo de mí está lleno.
Llenas están las ciudades
igual que los cementerios,
de ti por todas las casas
de mí por todos los cuerpos.
Por las calles voy dejando
algo que voy recogiendo:
pedazos de vida mía
venidos desde muy lejos.
Voy alado a la agonía
y arrastrándome me veo
en el umbral en el fondo
latente del nacimiento.
Todo está lleno de ti
traspasado de tu pecho,
de algo que no he conseguido
y que busco entre tus huesos.

 

 

KIOSCO12

PRINCIPAL