Por
Angel Berlanga
Los
republicanos habían sido derrotados en la guerra civil española
y Miguel Hernández, poeta y soldado, nacido hace hoy exactamente
90 años en Orihuela, Alicante, soportaba los que serían
sus últimos años en varias cárceles franquistas.
Tenía la salud quebrada y una condena a muerte que luego sería
reducida a 30 años de encierro. Le propusieron una retractación
pública a favor del régimen del Generalísimo, a cambio
de mejorar su situación o la de su familia. Entonces dijo que no.
En la obra de Hernández hubo una búsqueda constante, empecinada,
por convertir en versos sus sensaciones, sentimientos, vivencias y pensamientos.
Así, cada instancia de su vida, con sus geografías, afectos,
soledades, miedos, angustias, esperanzas e influencias, fue plasmada en
sus poemas. Las múltiples correcciones que han quedado en sus borradores
dicen de su obsesión por encontrar la palabra justa, al servicio
de su sentir y de su arte. Lo más cómodo para él,
parece ser, fue sentirse libre y actuar en consecuencia. Por más
que estuviera en la cárcel, por más que lo tentaran con
alivios, a esa altura del partido no iba a renegar de su vida y de su
obra ante unos matungos.
En su pueblo natal sólo pudo cursar unos años de estudios
primarios, en un colegio jesuita. Los curas notaron su interés
por las letras y procuraron retenerlo, pero su padre consideró
que ya había estudiado suficiente y que mucho más interesante
sería que le dedicase más tiempo al pastoreo de un rebaño
de cabras y a otras tareas rurales. Algunas biografías cuentan
que el padre procuró resolver este conflicto, y otras rebeldías
del hijo, a los golpes. El hijo conseguía libros prestados y los
leía bajo los árboles, mientras las cabras se le piantaban.
Esa vocación por las letras, los sentidos abiertos a su ambiente
campestre, el sedimento de sus primeras lecturas (Góngora, Calderón,
Cervantes, Lope de Vega, Gabriel Miró) y su primer grupo de amigos
con inquietudes poéticas, propiciaron el esbozo de sus primeros
versos, más bien de carácter descriptivo. Sus primeros poemas
fueron publicados en periódicos regionales, y datan de 1929 y 1930.
Al año siguiente hizo su primer intento por publicar y conseguir
trabajo en Madrid, pero pronto agotó los pocos contactos y pesetas
que tenía y debió regresar a su pueblo. Allí consiguió
un empleo como administrativo de una notaría, profundizó
las lecturas de los poetas de la época (Lorca, Alberti) y escribió
los poemas de su primer libro, Perito en lunas, publicado en 1933. Poco
después conocería a quien sería su esposa y madre
de sus dos hijos, Josefina Manresa, y obviamente comienza una nueva etapa
en su poesía, con una profundidad lírica que crece a la
par de las influencias de Juan Ramón Jiménez y Quevedo.
Aunque persistieron las penurias económicas, en su segundo intento
por instalarse en Madrid (1934) le fue mucho mejor. Le publicaron lo que
traía desde Orihuela, Quién te ha visto y quién te
ve y Sombra de lo que eras, en la revista Cruz y raya, consiguió
un par de empleos para sobrevivir y se hizo amigo de Aleixandre, de Neruda,
del poeta argentino Raúl González Tuñón y
de un amplio grupo de escritores comprometidos con la situación
sociopolítica de España. Tenía cara de patata
recién sacada de la tierra, diría Neruda, y ojos
tristes de caballo perdido, diría Alberti.
Por esos años le creció el interés por lo social
y se empapó con las luchas de los partidos obreros, con el ideario
de la República, con la rebelión de los mineros asturianos,
al tiempo que tendieron a extinguirse en él los tintes religiosos
que aparecen en sus primeras obras. A esa tensión interna le correspondieron
los tironeos entre el antiguo grupo de poetas de su tierra y sus nuevos
compañeros de Madrid, y también sus publicaciones en El
gallo crisis, por el lado de sus amigos de provincia, en Revista de Occidente
y en la mítica Caballo verde, por el lado madrileño. En
1936 publicó El rayo que no cesa. En julio comenzó la guerra
civil y Hernández se enroló en el ejército republicano,
por el que combatió, recitó y escribió en varios
frentes de batalla.
Como antes, su percepción del mundo y los sucesos de su vida cobraron
forma en sus versos. Vientos del pueblo, publicado en 1937, corresponde
a la etapa épica de la lucha frente a un orden conservador que
no se bancó haber perdido las elecciones y mucho menos que campesinos,
obreros e intelectuales pretendieran aflojar los abusos eternos y los
privilegios de las clases poderosas. Sus poemas se llenaron de fusiles,
trincheras y esperanzas. Ese año también escribió
las piezas de Teatro en la guerra, participó en Madrid del II Encuentro
Internacional de Escritores Antifascistas e hizo su único viaje
fuera de España para participar del V Festival de Teatro Soviético.
Al igual que otros poetas de la época, Hernández elogió
a Rusia y a Stalin.
En 1938 comenzó el derrumbe. La guerra llevaba ya dos años
y eran demasiadas las muertes, las privaciones, las miserias, las decepciones.
Su primer hijo, Juan Ramón, murió antes de cumplir su primer
año de vida. No quiso ser. / No conoció el encuentro
/ del hombre y la mujer. / El amoroso vello / no pudo florecer. / Detuvo
sus sentidos / negándose a saber / y descendieron diáfanos
/ hasta el amanecer. / Vio turbio su mañana / y se quedó
en su ayer. / No quiso ser, escribió entonces.
El franquismo ganó la guerra y Hernández, detenido en 1939,
comenzaría su peregrinaje por las cárceles del régimen.
Ese año nació su segundo hijo, Manuel Miguel; tras las rejas
escribirá para él Nanas de la cebolla: Tu
risa me hace libre, / me pone alas. / Soledades me quita, / cárcel
me arranca. / Boca que vuela, / corazón que en tus labios / relampaguea.
Fue la etapa de sus últimos poemas, empapados de tragedia y de
guerra, de muerte y de cárcel. El hombre acecha y Cancionero y
Romancero de Ausencias, sus libros del final, son considerados lo más
profundo de su obra. Escribió sus últimos versos en prisión,
en una libretita de quince por diez, de papel rayado y tapas grises. Murió
en un penal de Alicante el 28 de marzo de 1942.
Joan Manuel Serrat grabó un disco con sus poemas y desde hace años
canta sus versos en la Argentina. Nanas de la cebolla, Menos
tu vientre y Para la libertad son algunas de las letras
de Hernández popularizadas aquí por Serrat. Inti Illimani
y Paco Ibáñez también hicieron canciones con sus
poemas.
La libertad es algo / que sólo en tus entrañas / bate
como el relámpago, escribió Miguel Hernández,
en esa libretita, casi al final.
LA
ADMIRACION DE SUS COLEGAS
Era
el rostro de España
Pablo
Neruda
El
recuerdo de Miguel Hernández no puede escapárseme
de las raíces del corazón. El canto de los ruiseñores
levantinos, sus torres de sonido erigidas entre la oscuridad y los
azahares, eran para él presencia obsesiva, y eran parte del
material de su sangre, de su poesía terrenal y silvestre
en la que se juntaban todos los excesos del color, del perfume y
de la voz del Levante español, con la abundancia y la fragancia
de una poderosa y masculina juventud.
Su rostro era el rostro de España. Cortado por la luz, arrugado
como una sementera, con algo rotundo de pan y de tierra. Sus ojos
quemantes, ardiendo dentro de esa superficie quemada y endurecida
al viento, eran dos rayos de fuerza y de ternura.
Los elementos mismos de la poesía los vi salir de sus palabras,
pero alterados ahora por una nueva magnitud, por un resplandor salvaje,
por el milagro de la sangre vieja transformada en un hijo. En mis
años de poeta, y de poeta errante, puedo afirmar que la vida
no me ha dado contemplar un fenómeno igual de vocación
y de eléctrica sabiduría verbal.
(Extraído del libro Confieso que he vivido)
Raúl
González Tuñón
A
poco de llegar a Madrid en 1937, me hallaba en un café con
el joven poeta yugoslavo Milan Jeranci, de las Brigadas Internacionales,
y veo de pronto aparecer a Miguel Hernández, del cual yo
ya sabía que era comisario político en una Brigada.
Llegó con su uniforme y los dos nos alegramos inmensamente
por el reencuentro y enseguida Miguel sacó unas cuantas hojas
de papel de su chaqueta y empezó a leerme sus últimos
poemas que luego integrarían Viento de pueblo. ¡Estupendos
poemas! Luego estuvimos juntos en Valencia, Madrid y Barcelona.
(...) El día de la despedida, con el acto en aquel gran salón
de un restaurante típico, pregunté por sus poemas
al querido Miguelito y él me dijo que había escrito
muchos más y había dado recitales en el frente. Me
dio una fotografía donde aparece en uno de ellos, ante soldados
atentos y graves. Por la tarde lo acompañé hasta la
estación de ferrocarril. Entonces su brigada estaba en el
frente de Córdoba y él volvía a reintegrarse.
(De Conversaciones con Raúl González Tuñón,
de Horacio Salas)
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Para
la libertad
Para la libertad sangro,
lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.
Para la libertad siento
más corazones
que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,
y entro en los hospitales, y entro en los algodones
como en las azucenas.
Porque donde unas cuencas
vacías amanezcan
ella pondrá dos piedras de futura mirada
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.
Retoñarán
aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
aún tengo la vida.
De Cancionero y
Romancero de Ausencias
Tus ojos se me van
de mis ojos, y vuelven
después de recorrer
un páramo de ausentes.
Tus brazos se desploman
en mis brazos y ascienden
retrocediendo ante esa
desolación que sientes.
Desolación con
hielo.
Todo está lleno
de ti
y todo de mí está lleno.
Llenas están las ciudades
igual que los cementerios,
de ti por todas las casas
de mí por todos los cuerpos.
Por las calles voy dejando
algo que voy recogiendo:
pedazos de vida mía
venidos desde muy lejos.
Voy alado a la agonía
y arrastrándome me veo
en el umbral en el fondo
latente del nacimiento.
Todo está lleno de ti
traspasado de tu pecho,
de algo que no he conseguido
y que busco entre tus huesos.
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