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En siete días, EE.UU. vota al �rey de la comedia�

Las presidenciales norteamericanas son el próximo martes. Los sondeos dan una ventaja, no decisiva, al republicano Bush sobre el demócrata Gore. Por eso el �factor comedia� puede ser clave.

Por Edward Helmore*
Desde Washington

t.gif (862 bytes)  Hace dos semanas, cuando las esperanzas presidenciales de Al Gore parecían desvanecerse con cada nueva encuesta, recibió un llamado de su jefe, el presidente. Bill Clinton, que se mantiene apartado de la campaña de su vice, sin embargo le insistió para que mirara en el programa “Saturday Night Live” una parodia de sus debates televisivos con su rival republicano. Después de resistirse, Gore accedió a hacer lo que le indicaba el instinto político (casi) perfecto de Clinton. Y tuvo que reconocer que el programa cómico de mayor rating nacional revelaba la percepción del público del candidato y sus errores mediáticos en la forma que ninguna encuesta o grupo de foco hubiera podido mejorar.
Clinton puso el dedo sobre una de las pocas realidades verdaderamente políticas en esta campaña: que la comedia televisiva se ha convertido en uno de lo pocos elementos clarificadores de un discurso político ofuscado por horas de asesorías y contra-asesorías de imagen. En la medida en que los norteamericanos se cansaron de los análisis y las coberturas políticas serias, deben, cada vez más, una parte mayor de su cultura política a los programas cómicos de la noche. Y es en ellos, en definitiva, que los candidatos deberán triunfar. Una encuesta reciente arrojó que el 47 por ciento de las personas entre 18 y 29 años obtiene toda su información de estos programas. Y lo mismo ocurre con un cuarto del total de los adultos. “La cobertura en los diarios serios es deshonesta y manipuladora”, opina Craig Wolff, profesor de periodismo de la Universidad de Columbia. “Para mí, los humoristas son los que presentan la cobertura más honesta.”
La presencia política en el humor televisivo no es una novedad. Ha estado tomando fuerza desde que Richard Nixon apareció en un show cómico de televisión de la década de 1960, “Laugh-In”. Lo que sí es novedad es lo desdibujados que están los límites entre política, noticias y entretenimiento. Los talk shows cómicos nocturnos, como los de Jay Leno y David Letterman, se han convertido en algo indispensable en la política norteamericana. Y tanto como barómetros de cómo van las campañas (“Si algo llega a Leno o Letterman, eso significa que es políticamente importante”, dijo recientemente el secretario de prensa de Gore, Chris Lehane) como por la presencia mismo de los candidatos mismos, obligados a “personalizar” su marca.
Según la ex gobernadora de Texas, Anne Richards, es casi más importante que los candidatos demuestren sentido del humor que una buena comprensión de los asuntos cuando debaten con sus oponentes. Una broma puede ser increíblemente efectiva para emitir un mensaje, dice, “porque la gente la repite”. Y eso es invalorable para los políticos, porque con un electorado desencantado con la política y una elección que depende de un pequeño número de votantes indecisos, el humor es una de las pocas maneras de llamar la atención. “Es una cuestión de cuál es la gente a la que uno quiere llegar”, dijo una columnista política convertida en humorista, Arianna Huffington. “Hay gente que ya está de acuerdo con uno, y uno puede decir las cosas tan claramente como quiera, y ellos siguen con uno. Pero están los que necesitan ser convencidos de que la elección importa.”
Pero mientras Gore apareció en Letterman y Leno, y Bush besó a Oprah Winfrey conductora del talk show “Oprah”, estuvo en el talk show de la mañana con Regis Philbin –el conductor del show de juegos “¿Quién quiere ser millonario?”– y tuvo una poco feliz (y no repetida) experiencia con Letterman en marzo, ninguno de los candidatos –salvo el compañero demócrata de Gore, Lieberman– se animó a presentarse en “The Daily Show” que emite Comedy Central. Este programa, conducido por Jon Stewart, se ha convertido en el programa satírico más agudo. Emitido por primera vez en 1996, “The Daily Show” se ha convertido en uno de los pocos programas lo suficientemente inteligente como para captar lo absurdo, no sólo delproceso político de Estados Unidos sino también de los medios que cubren las noticias y los analistas que las interpretan y reinterpretan.
En un show presentado como una emisión de noticias aparentemente real, Stewart y su equipo de corresponsales inflan lo que, cada vez más, parece un conjunto de noticias irreales. Como a Stewart, de 37 años, le gustaba decir de sí mismo durante la cobertura de las convenciones políticas este verano: “Somos una organización de noticias falsas cubriendo un evento falso”.
No hay duda de que el affaire Monica Lewinsky le terminó que quitar a la política sus últimos vestigios de decoro. En esta elección, más allá de la aptitud de Bush por los malapropismos, las conclusiones erróneas y la mera tontería, y el tono monótono y altisonante de Gore, los candidatos también se pusieron a tiro de los humoristas como nunca antes esforzándose por decir lo menos posible. En “Oprah”, por ejemplo, la conductora le dio una hora a cada uno para que le dijeran al electorado cuánto querían a su familia y que nombraran su comida favorita, más un informe filmado llamado “Recordando su espíritu” sobre cómo los Gores y los Bushes preservan el espíritu de sus matrimonios. “Todo lo que se hace realmente con la comedia –resume Jay Leno– es clarificar las noticias un poco. Su rol es sacar a la luz las mentiras de los asesores de imagen y llegar al chiste que está en su interior.”

* De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

Traducción: Celita Doyhambéhère

 

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