Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
ESPACIO PUBLICITARIO


HACE 75 AÑOS MURIO JOSE INGENIEROS, UN INTELECTUAL EN LA ENCRUCIJADA ARGENTINA
El socialista que se empeñaba en pensar el futuro

Una obra que consta de 25 tomos atestigua un esfuerzo, acaso sin parangón, para pensar la realidad internacional desde la Argentina y para pensar la Argentina sin corsés. Una parte de su ideario fue carcomido por el tiempo, pero otra tiene por momentos una actualidad casi dolorosa.

Por Angel Berlanga

t.gif (862 bytes)  Algunos tramos de El hombre mediocre, publicado por José Ingenieros en 1913, en una especie de retiro voluntario europeo (resultante del rechazo del gobierno de Roque Sáenz Peña a su postulación para ser titular en la cátedra de Medicina Legal de la Universidad), coinciden llamativamente con algunas frases que por estos días pueden escucharse en torno de legisladores, funcionarios y partidos políticos. Acerca de la “mediocracia” escribió: “Los deshonestos son legión: asaltan el Parlamento para entregarse a especulaciones lucrativas. Venden su voto a empresas que muerden las arcas del Estado; prestigian proyectos de grandes negocios con el erario; pagan con destinos y dádivas oficiales a sus electores; comercian su influencia para obtener concesiones a favor de su clientela”. Y luego: “Es de ilusos creer que el mérito abre las puertas de los Parlamentos envilecidos. Los partidos –o el gobierno en su nombre– operan una selección entre sus miembros, a expensas del mérito o a favor de la intriga. Un soberano cuantitativo y sin ideales prefiere candidatos que tengan su misma complexión moral: por simpatía y conveniencia”.
El hombre mediocre también llama la atención por las nutridas alusiones a lo racial. En el libro –de gran repercusión en la época, con numerosas ediciones y publicación en varios países–, Ingenieros escalonó al hombre inferior, “un animal humano”, de tendencia instintiva, inepto para imitar y para adaptarse al medio social, que vive por debajo de la moral o de la cultura dominantes, que en muchos casos está al margen de la ley y que es incapaz de pensar como los demás. En el otro extremo, escribió, está el hombre superior, una minoría original, imaginativa, precursora de la perfección, que piensa mejor y sobrepone ideales a los demás. No es necesario aclarar qué tipo de hombre se creía Ingenieros. Escribió sobre sociología, psicología, literatura, filosofía, historia, medicina. Muchos de sus escritos escarbaron en las raíces biológicas y se sustentaron en su adhesión al evolucionismo y al darwinismo. En Sociología Argentina anotó: “La superioridad de la raza blanca es un hecho aceptado hasta por los que niegan la existencia de la lucha de razas. La selección natural, inviolable a la larga para el hombre como para las demás especies, tiende a extinguir las razas de color, toda vez que se encuentren frente a frente con la blanca en las regiones habitables por ésta”.
Ingenieros, por si hace falta aclararlo, era blanco. Cuando murió, el 31 de octubre de 1925, tenía 48 años. Nació en Palermo, Italia, el 24 de abril de 1877. Era pequeño cuando su familia se trasladó a la Argentina: hizo aquí sus estudios primarios y cursó el bachillerato en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Su padre, que era periodista y participó desde joven en organizaciones obreras revolucionarias, tenía una biblioteca y lo incitó desde temprano a la lectura, a la escritura, a la corrección de imprenta y a la traducción de inglés, francés e italiano. En 1894 comenzó a cursar en la Facultad de Medicina y, movilizado por las protestas obreras de la época, fundó el Centro Socialista Universitario. Al año siguiente, con Juan B. Justo como presidente e Ingenieros como secretario, quedó constituido el Partido Socialista Obrero Argentino. ¿Qué es el socialismo? fue escrito por Ingenieros en 1895, cuando tenía 18. Describió: “Desigualdad de condiciones existentes ante los medios de producción entre dos clases sociales: la una de trabajadores que produce y no consume más que una parte de sus productos, y la otra de parásitos que, dueña de la actual organización política y económica, nada produce y consume lo producido por los trabajadores”. Aconsejó: “Suprimir esa diferencia de clases y erigir una sola de productores instruidos, libres, iguales y dueños del producto íntegro de su trabajo es la fórmula que deben buscar los sociólogos de todas las escuelas y es la aspiración justiciera y noble del Socialismo”. Junto con Leopoldo Lugones fundó en 1897 La Montaña, “Periódico socialista revolucionario”: una de las columnas de Ingenieros llevaba el incendiario nombre de “Los reptiles burgueses”. La publicación quincenal llegó a doce números, escandalizó a más de un funcionario y cerró por falta de fondos. Rubén Darío, en Buenos Aires por la época, escribió en La Montaña y compartió con Ingenieros muchas de las reuniones de la bohemia literaria.
Muy joven, fue secretario del Partido Socialista Obrero Argentino.En su biografía sobre Ingenieros, Sergio Bagú anotó que el fracaso en la materia “Patología Interna” lo decidió a concentrarse en los estudios y a abandonar la militancia. Se metió de lleno a estudiar psicología, psiquiatría y criminología y se recibió de médico en 1900. Enseguida, de la mano de Francisco de Veyga y de Ramos Mejía, sus profesores en la Facultad, consiguió insertarse en cargos dependientes del Estado: fue profesor de Medicina Legal, jefe de la cátedra de Clínica de Enfermedades Nerviosas, y funcionario principal del Servicio de Observación de Alienados de la Policía. En esa década se gestaron sus principales trabajos científicos: La simulación en la lucha por la vida, La simulación de la locura, Criminología e Histeria y sugestión. En 1904 ingresó en la cátedra de Psicología Experimental de la Facultad de Filosofía y Letras; cuatro años más tarde fundó la Sociedad de Psicología. También escribió Principios de Psicología, que resultaría el primer sistema de enseñanza en la disciplina. Todos estos trabajos le generaron reconocimiento internacional y lo relacionaron con figuras eminentes de esas áreas: en 1905 participó en Roma del Quinto Congreso Mundial de Psicología.
La producción escrita de Ingenieros impresiona: sus obras completas miden 24 tomos. Trabajó sistemáticamente desde joven y pulió sus textos, edición tras edición. Escribía entre las diez de la noche y las cinco de la mañana, asistido por el tabaco y el café. Su formidable cantidad de lecturas salta a la vista en sus continuas y frondosas citas y análisis de obras de distintas disciplinas. Además de escribir en numerosos medios nacionales y extranjeros, dirigió varias publicaciones en el país (Archivos de Criminología, Medicina Legal y Psiquiatría, entre otros) y fundó La Cultura Argentina, donde editó libros de inusuales tiradas de diez mil ejemplares, que luego serían pirateados.
En 1918 apoyó de lleno a la Reforma Universitaria y participó en los sucesos políticos que conformaron el movimiento. Ese año, también, se lanzó de lleno a reivindicar la Revolución Rusa: “Los resultados benéficos de esta gran crisis histórica dependerán, en cada pueblo, de la intensidad con que se definan en su conciencia colectiva los anhelos de renovación. Y esa conciencia sólo puede formarse en una parte de la sociedad, en los jóvenes, en los innovadores, en los oprimidos, pues son ellos la minoría pensante y actuante de toda la sociedad, los únicos capaces de comprender y amar el porvenir. ¿Exageran sus ideales o sus aspiraciones? Seguramente; ¿no es indispensable que las exageren para compensar el peso muerto que representan los viejos, los rutinarios y los satisfechos?”. En la introducción de Los tiempos nuevos (publicado en 1921), Ingenieros se quejó de “cierta opinión pública, corrompida por la prensa”, reiteró su “simpatía a los ideales simbolizados por la Revolución Rusa” y evaluó que estos ideales estaban destinados “a ser los sillares de la futura organización social, aumentando la justicia y la solidaridad entre los pueblos, despertando la dignidad y el civismo entre los hombres”.
En Vida ejemplar de José Ingenieros, Bagú escribió que quería terminar algunos trabajos antes de llegar a los 50, porque temía que pasada esa edad decayera su inteligencia y que se le diera “por escribir sandeces adaptadas a las mentiras convencionales”. Vivió sus últimos días en un chalet del barrio de Belgrano. Se había casado en 1914 y había tenido cuatro hijos. Escribió Bagú: “Su convicción acerca de la existencia de ciertas razas inferiores se había debilitado sensiblemente y algunos datosde que ahora disponía la hubieran tal vez modificado en su esencia”. El 31 de octubre de 1925 una meningitis lo consumió. En el territorio compuesto por sus contundentes defensas a favor del socialismo y del encasillamiento de hombres mediocres e inferiores, tal vez, puedan encontrarse las causas de la ausencia de fanáticos de su figura histórica (completa) y de su obra enorme.

El Estado de mediocridad
“En ciertos períodos la nación se aduerme dentro del país. El organismo vegeta; el espíritu se amodorra. Los apetitos acosan a los ideales, tornándose dominadores y agresivos. No hay astros en el horizonte ni oriflamas en los campanarios. Ningún clamor de pueblo se percibe; no resuena el eco de grandes voces animadoras. Todos se apiñan en torno de los manteles oficiales para alcanzar alguna migaja de la merienda. Es el clima de la mediocridad. Los estados tórnanse mediocracias, que los filólogos inexpresivos preferirían denominar ‘mesocracias’”.
(De El hombre mediocre, 1913.)

 

Los ideales y la realidad
“Creo posible que nuestros hijos miren como cosas corrientes muchos de los ideales que nuestros padres consideraban utopías irrealizables: el nuevo régimen tributario, la desaparición de los privilegios de clase, los derechos de los trabajadores, la capacidad política y civil de la mujer, la asistencia social por el Estado, los tribunales de arbitraje en materia internacional, la eugenesia, la supresión de las burocracias parasitarias, la igualdad de las iglesias ante el Estado, la educación integral, etcétera. Todo esto, y mucho más, vendrá; está en camino; ha venido ya en gran parte, por obra de la guerra misma. Ciegos, los que no lo ven. Paralíticos, los que no se preparan a adaptarse a ese nuevo régimen social, que irá surgiendo naturalmente de los sucesos. Y para no ser ciegos ni paralíticos en un mundo que será movido por nuevos ideales, no conocemos, hasta ahora, sino una profilaxis segura: la educación, el ideal de Sarmiento, tal como él lo concibió y lo practicó durante toda su vida, por vocación y por principio, una educación para el porvenir, libre de las mentiras del pasado. No se equivocaba al mirar la cultura como el instrumento más grande de significación en el individuo, de solidaridad en la nación, de simpatía en la humanidad.”
(De Los tiempos nuevos, 1921.)

 

El tiempo y el genio
“Firme voluntad necesitó Ameghino para cumplir su función genial. Sin saberlo y sin quererlo nadie crea cosas que valgan o duren. La imaginación no basta para dar vida a la obra: la voluntad la engendra. En ese sentido, el desarrollo de la aptitud nativa requiere una larga paciencia para que el ingenio se convierta en talento o se encumbre en genialidad. Por eso los hombres excepcionales tienen un valor moral y son más que objeto de curiosidad: merecen la admiración. Por más que sus gérmenes sean instintivos, las obras no se hacen solas. El tiempo es aliado del genio; el trabajo completa la inspiración. Los que han sentido el esfuerzo de crear saben lo que cuesta. Determinado el Ideal, hay que realizarlo: en la raza, en la ley, en el mármol, en el libro. La magnitud de la tarea explica por qué, habiendo tantos ingenios, es tan escaso el número de obras maestras.”
(De El hombre mediocre, 1913.)

 

Sarmiento y la sociología
“La formación de la nacionalidad argentina –y de todos los países americanos, primitivamente poblados por razas de color– es en su origen un simple episodio de lucha de razas; en la historia de la humanidad podría figurar en el capítulo que estudiara la expansión de la raza blanca, su adaptación a nuevos ambientes naturales y la progresiva preponderancia de la civilización donde esa adaptación ha sido posible.“
El “medio” y la “raza”: tal como los concibió Sarmiento en Facundo y en Conflicto y armonías de las razas en América. El primer factor se traduce por la influencia de las condiciones del medio físico, determinando la variación de los diversos grupos étnicos; el segundo, por la continuidad de las variaciones adquiridas bajo la acción del medio, transmitiéndolas de generación en generación. Cuando se encuentran en un mismo medio, varias razas luchan por la vida y sobreviven las mejor adaptadas. Sarmiento, que tuvo cierta visión genial, pero careció de conocimientos ignorados en su época, fue en este punto un precursor de la sociología argentina; tras la incertidumbre de su lenguaje, fácil es adivinar la precisión de sus videncias.
(De Sociología Argentina, 1908.)

 

 

KIOSCO12

PRINCIPAL