Por
Angel Berlanga
Algunos
tramos de El hombre mediocre, publicado por José Ingenieros en
1913, en una especie de retiro voluntario europeo (resultante del rechazo
del gobierno de Roque Sáenz Peña a su postulación
para ser titular en la cátedra de Medicina Legal de la Universidad),
coinciden llamativamente con algunas frases que por estos días
pueden escucharse en torno de legisladores, funcionarios y partidos políticos.
Acerca de la mediocracia escribió: Los deshonestos
son legión: asaltan el Parlamento para entregarse a especulaciones
lucrativas. Venden su voto a empresas que muerden las arcas del Estado;
prestigian proyectos de grandes negocios con el erario; pagan con destinos
y dádivas oficiales a sus electores; comercian su influencia para
obtener concesiones a favor de su clientela. Y luego: Es de
ilusos creer que el mérito abre las puertas de los Parlamentos
envilecidos. Los partidos o el gobierno en su nombre operan
una selección entre sus miembros, a expensas del mérito
o a favor de la intriga. Un soberano cuantitativo y sin ideales prefiere
candidatos que tengan su misma complexión moral: por simpatía
y conveniencia.
El hombre mediocre también llama la atención por las nutridas
alusiones a lo racial. En el libro de gran repercusión en
la época, con numerosas ediciones y publicación en varios
países, Ingenieros escalonó al hombre inferior, un
animal humano, de tendencia instintiva, inepto para imitar y para
adaptarse al medio social, que vive por debajo de la moral o de la cultura
dominantes, que en muchos casos está al margen de la ley y que
es incapaz de pensar como los demás. En el otro extremo, escribió,
está el hombre superior, una minoría original, imaginativa,
precursora de la perfección, que piensa mejor y sobrepone ideales
a los demás. No es necesario aclarar qué tipo de hombre
se creía Ingenieros. Escribió sobre sociología, psicología,
literatura, filosofía, historia, medicina. Muchos de sus escritos
escarbaron en las raíces biológicas y se sustentaron en
su adhesión al evolucionismo y al darwinismo. En Sociología
Argentina anotó: La superioridad de la raza blanca es un
hecho aceptado hasta por los que niegan la existencia de la lucha de razas.
La selección natural, inviolable a la larga para el hombre como
para las demás especies, tiende a extinguir las razas de color,
toda vez que se encuentren frente a frente con la blanca en las regiones
habitables por ésta.
Ingenieros, por si hace falta aclararlo, era blanco. Cuando murió,
el 31 de octubre de 1925, tenía 48 años. Nació en
Palermo, Italia, el 24 de abril de 1877. Era pequeño cuando su
familia se trasladó a la Argentina: hizo aquí sus estudios
primarios y cursó el bachillerato en el Colegio Nacional de Buenos
Aires. Su padre, que era periodista y participó desde joven en
organizaciones obreras revolucionarias, tenía una biblioteca y
lo incitó desde temprano a la lectura, a la escritura, a la corrección
de imprenta y a la traducción de inglés, francés
e italiano. En 1894 comenzó a cursar en la Facultad de Medicina
y, movilizado por las protestas obreras de la época, fundó
el Centro Socialista Universitario. Al año siguiente, con Juan
B. Justo como presidente e Ingenieros como secretario, quedó constituido
el Partido Socialista Obrero Argentino. ¿Qué es el socialismo?
fue escrito por Ingenieros en 1895, cuando tenía 18. Describió:
Desigualdad de condiciones existentes ante los medios de producción
entre dos clases sociales: la una de trabajadores que produce y no consume
más que una parte de sus productos, y la otra de parásitos
que, dueña de la actual organización política y económica,
nada produce y consume lo producido por los trabajadores. Aconsejó:
Suprimir esa diferencia de clases y erigir una sola de productores
instruidos, libres, iguales y dueños del producto íntegro
de su trabajo es la fórmula que deben buscar los sociólogos
de todas las escuelas y es la aspiración justiciera y noble del
Socialismo. Junto con Leopoldo Lugones fundó en 1897 La Montaña,
Periódico socialista revolucionario: una de las columnas
de Ingenieros llevaba el incendiario nombre de Los reptiles burgueses.
La publicación quincenal llegó a doce números, escandalizó
a más de un funcionario y cerró por falta de fondos. Rubén
Darío, en Buenos Aires por la época, escribió en
La Montaña y compartió con Ingenieros muchas de las reuniones
de la bohemia literaria.
En
su biografía sobre Ingenieros, Sergio Bagú anotó
que el fracaso en la materia Patología Interna lo decidió
a concentrarse en los estudios y a abandonar la militancia. Se metió
de lleno a estudiar psicología, psiquiatría y criminología
y se recibió de médico en 1900. Enseguida, de la mano de
Francisco de Veyga y de Ramos Mejía, sus profesores en la Facultad,
consiguió insertarse en cargos dependientes del Estado: fue profesor
de Medicina Legal, jefe de la cátedra de Clínica de Enfermedades
Nerviosas, y funcionario principal del Servicio de Observación
de Alienados de la Policía. En esa década se gestaron sus
principales trabajos científicos: La simulación en la lucha
por la vida, La simulación de la locura, Criminología e
Histeria y sugestión. En 1904 ingresó en la cátedra
de Psicología Experimental de la Facultad de Filosofía y
Letras; cuatro años más tarde fundó la Sociedad de
Psicología. También escribió Principios de Psicología,
que resultaría el primer sistema de enseñanza en la disciplina.
Todos estos trabajos le generaron reconocimiento internacional y lo relacionaron
con figuras eminentes de esas áreas: en 1905 participó en
Roma del Quinto Congreso Mundial de Psicología.
La producción escrita de Ingenieros impresiona: sus obras completas
miden 24 tomos. Trabajó sistemáticamente desde joven y pulió
sus textos, edición tras edición. Escribía entre
las diez de la noche y las cinco de la mañana, asistido por el
tabaco y el café. Su formidable cantidad de lecturas salta a la
vista en sus continuas y frondosas citas y análisis de obras de
distintas disciplinas. Además de escribir en numerosos medios nacionales
y extranjeros, dirigió varias publicaciones en el país (Archivos
de Criminología, Medicina Legal y Psiquiatría, entre otros)
y fundó La Cultura Argentina, donde editó libros de inusuales
tiradas de diez mil ejemplares, que luego serían pirateados.
En 1918 apoyó de lleno a la Reforma Universitaria y participó
en los sucesos políticos que conformaron el movimiento. Ese año,
también, se lanzó de lleno a reivindicar la Revolución
Rusa: Los resultados benéficos de esta gran crisis histórica
dependerán, en cada pueblo, de la intensidad con que se definan
en su conciencia colectiva los anhelos de renovación. Y esa conciencia
sólo puede formarse en una parte de la sociedad, en los jóvenes,
en los innovadores, en los oprimidos, pues son ellos la minoría
pensante y actuante de toda la sociedad, los únicos capaces de
comprender y amar el porvenir. ¿Exageran sus ideales o sus aspiraciones?
Seguramente; ¿no es indispensable que las exageren para compensar
el peso muerto que representan los viejos, los rutinarios y los satisfechos?.
En la introducción de Los tiempos nuevos (publicado en 1921), Ingenieros
se quejó de cierta opinión pública, corrompida
por la prensa, reiteró su simpatía a los ideales
simbolizados por la Revolución Rusa y evaluó que estos
ideales estaban destinados a ser los sillares de la futura organización
social, aumentando la justicia y la solidaridad entre los pueblos, despertando
la dignidad y el civismo entre los hombres.
En Vida ejemplar de José Ingenieros, Bagú escribió
que quería terminar algunos trabajos antes de llegar a los 50,
porque temía que pasada esa edad decayera su inteligencia y que
se le diera por escribir sandeces adaptadas a las mentiras convencionales.
Vivió sus últimos días en un chalet del barrio de
Belgrano. Se había casado en 1914 y había tenido cuatro
hijos. Escribió Bagú: Su convicción acerca
de la existencia de ciertas razas inferiores se había debilitado
sensiblemente y algunos datosde que ahora disponía la hubieran
tal vez modificado en su esencia. El 31 de octubre de 1925 una meningitis
lo consumió. En el territorio compuesto por sus contundentes defensas
a favor del socialismo y del encasillamiento de hombres mediocres e inferiores,
tal vez, puedan encontrarse las causas de la ausencia de fanáticos
de su figura histórica (completa) y de su obra enorme.
El
Estado de mediocridad
En ciertos períodos la nación se
aduerme dentro del país. El organismo vegeta; el espíritu
se amodorra. Los apetitos acosan a los ideales, tornándose
dominadores y agresivos. No hay astros en el horizonte ni oriflamas
en los campanarios. Ningún clamor de pueblo se percibe; no
resuena el eco de grandes voces animadoras. Todos se apiñan
en torno de los manteles oficiales para alcanzar alguna migaja de
la merienda. Es el clima de la mediocridad. Los estados tórnanse
mediocracias, que los filólogos inexpresivos preferirían
denominar mesocracias.
(De El hombre mediocre, 1913.) |
Los
ideales y la realidad
Creo posible que nuestros hijos miren como cosas
corrientes muchos de los ideales que nuestros padres consideraban
utopías irrealizables: el nuevo régimen tributario,
la desaparición de los privilegios de clase, los derechos de
los trabajadores, la capacidad política y civil de la mujer,
la asistencia social por el Estado, los tribunales de arbitraje en
materia internacional, la eugenesia, la supresión de las burocracias
parasitarias, la igualdad de las iglesias ante el Estado, la educación
integral, etcétera. Todo esto, y mucho más, vendrá;
está en camino; ha venido ya en gran parte, por obra de la
guerra misma. Ciegos, los que no lo ven. Paralíticos, los que
no se preparan a adaptarse a ese nuevo régimen social, que
irá surgiendo naturalmente de los sucesos. Y para no ser ciegos
ni paralíticos en un mundo que será movido por nuevos
ideales, no conocemos, hasta ahora, sino una profilaxis segura: la
educación, el ideal de Sarmiento, tal como él lo concibió
y lo practicó durante toda su vida, por vocación y por
principio, una educación para el porvenir, libre de las mentiras
del pasado. No se equivocaba al mirar la cultura como el instrumento
más grande de significación en el individuo, de solidaridad
en la nación, de simpatía en la humanidad.
(De Los tiempos nuevos, 1921.) |
El
tiempo y el genio
Firme voluntad necesitó Ameghino para cumplir
su función genial. Sin saberlo y sin quererlo nadie crea cosas
que valgan o duren. La imaginación no basta para dar vida a
la obra: la voluntad la engendra. En ese sentido, el desarrollo de
la aptitud nativa requiere una larga paciencia para que el ingenio
se convierta en talento o se encumbre en genialidad. Por eso los hombres
excepcionales tienen un valor moral y son más que objeto de
curiosidad: merecen la admiración. Por más que sus gérmenes
sean instintivos, las obras no se hacen solas. El tiempo es aliado
del genio; el trabajo completa la inspiración. Los que han
sentido el esfuerzo de crear saben lo que cuesta. Determinado el Ideal,
hay que realizarlo: en la raza, en la ley, en el mármol, en
el libro. La magnitud de la tarea explica por qué, habiendo
tantos ingenios, es tan escaso el número de obras maestras.
(De El hombre mediocre, 1913.) |
Sarmiento
y la sociología
La formación de la nacionalidad argentina
y de todos los países americanos, primitivamente poblados
por razas de color es en su origen un simple episodio de lucha
de razas; en la historia de la humanidad podría figurar en
el capítulo que estudiara la expansión de la raza blanca,
su adaptación a nuevos ambientes naturales y la progresiva
preponderancia de la civilización donde esa adaptación
ha sido posible.
El medio y la raza: tal como los concibió
Sarmiento en Facundo y en Conflicto y armonías de las razas
en América. El primer factor se traduce por la influencia de
las condiciones del medio físico, determinando la variación
de los diversos grupos étnicos; el segundo, por la continuidad
de las variaciones adquiridas bajo la acción del medio, transmitiéndolas
de generación en generación. Cuando se encuentran en
un mismo medio, varias razas luchan por la vida y sobreviven las mejor
adaptadas. Sarmiento, que tuvo cierta visión genial, pero careció
de conocimientos ignorados en su época, fue en este punto un
precursor de la sociología argentina; tras la incertidumbre
de su lenguaje, fácil es adivinar la precisión de sus
videncias.
(De Sociología Argentina, 1908.) |
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