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el Kiosco de Página/12

 

Caprichosos

Por Antonio Dal Masetto

 

�Otro día de perros, otra vez cayó el rayo fatídico sobre mi casa, de nuevo se me rebelaron los objetos �se queja un parroquiano�. Esta mañana me levanto, voy a lavarme los dientes y se me parte el mango del cepillo. Me tuve que lavar con el dedo. Aprieto el botón del inodoro, se corta la chaveta, el botón sale disparado y casi me saca un ojo. Voy a levantar la cortina de la ventana y se desengancha la cinta. Me ato los zapatos y se rompen los dos cordones. Voy a tomar un poco de soda y ningún sifón tiene gas. Tal vez sea una cuestión de hechicería, hay mucha literatura que explica situaciones como la mía: calderos voladores, escobas que barren solas, sogas que no se dejan atrapar porque escapan viboreando como serpientes. Cuando la mano viene así ya sé lo que me espera y me voy de casa el día entero. Regreso para dormir. Y bien tarde. 
�Entonces hoy somos dos en la desgracia, a mí me pasa lo mismo �se lamenta otro�. Esta mañana voy a ponerme la camisa y se le saltan los botones de los puños. Lo mismo pasa con la camisa siguiente. Y con todas las demás. El pantalón se me descose. A la campera se le atasca el cierre. El barral del perchero se quiebra. Se caen dos cuadros. Los cajones se traban. Me siento y a la silla se le sale una pata. Deciden hacerlo y lo hacen todos a la vez. Se desata el efecto avalancha y no hay Cristo que lo pare. Cuando la mano viene así yo también me rajo a la calle, igual que usted, pero paso la noche afuera, recién vuelvo a día siguiente. 
�Tres. Somos tres en la desgracia �dice otro�. Esta mañana pongo a calentar agua para el desayuno y me quedo con la manija de la pava en la mano. Después se parte el asa de la taza, se desarma el abrelatas, se sale la falleba de la ventana, la manija de la puerta de la heladera, el auricular del teléfono, los interruptores, la perilla de la lámpara. Para colmo el dial de la radio se atasca y queda clavado en Radio 10, la que más detesto en el mundo. Cuando la cosa viene así ya sé que todo lo que agarre se va a romper. Usted lo llama efecto avalancha, yo a lo mío lo llamo efecto dominó. Empieza uno y siguen los otros, en fila, por turno, prolijitos. No hay forma de pararlos. Así que corto el gas, corto la luz y les entrego el departamento, me voy, huyo. Que hagan lo que quieran. Esta mañana para colmo cuando salí se me partió la llave en la cerradura. Así que tendré que volver con un cerrajero.
Hace su intervención nuestro filósofo e historiador Espoleta:
�A ustedes les consta que no soy una persona supersticiosa ni un sentimental, pero se lo advertí más de una vez y no me voy a cansar de repetirlo: los objetos son sensibles. Estamos acostumbrados a usarlos sin ninguna consideración, nadie les reconoce nada. La canilla, por ejemplo, escupe agua diligentemente cuando se lo piden, cierra cuando se lo piden, no molesta de noche, no protesta. Así todos. Es natural que de vez en cuando se vean obligados a llamar la atención para que el mundo sepa que existen y que aprecie el esfuerzo que hacen. Llega un momento en que pasa lo de Espartaco, que lideró a los esclavos en su rebelión contra el poder de Roma. Tan simple como eso. Ni hechicería ni efecto avalancha ni efecto dominó, sino efecto Espartaco. �Estoy de acuerdo con usted en ese asunto del líder �dice el Gallego-. Durante mucho tiempo tuve que soportar el caprichito de los objetos de mi casa. Hasta que un día descubrí al cabecilla que los meloneaba. Y se trataba de la señora tostadora, que tenía berretines de Espartaco. Empezaba a joder en el desayuno, me largaba una tostada bien, otra mitá y mitá, otra carbonizada. Cuando la mano venía así, la casa se convertía en un infierno por el resto del día. Me cansé y una mañana me dije: Vamos a ver si son tan guapos. Me fui a la ferretería de al lado y me compré una maza de cuatro kilos, de las que usan los picapedredros. Volví con la maza escondida detrás de la espalda y como soy una persona justa le di otra oportunidad. Puse una rebanada de pan y me la escupió en la cara hecha carbón. Entonces me la llevé al taller que tengo en el fondo, la coloqué sobre el yunque y le di hasta convertirla en una lámina fina como un papel. Le quedó un agujerito justo en el medio, le pasé un piolín y la colgué de la lámpara del comedor, para que todos la vieran. Ahí está, moviéndose con el vientito. Santo remedio. Los secuaces aprendieron la lección, se dieron cuenta de que yo tengo pocas pulgas y no le aguanto caprichitos a nadie. Desde entonces en mi casa reina la paz.


REP

 

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