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Intríngulis

Por J. M. Pasquini Durán

 

 Los cortes de ruta estallan como burbujas en la superficie nacional. Son indicadores de una ebullición social profunda que nadie controla, ordena o dirige, ni hay astrólogos o adivinos que puedan indicar su camino. Hasta donde bullen las inclemencias acumuladas no llegan los ruidos que entretienen a políticos y economistas, como los indicadores financieros, las contingencias del FMI, los reagrupamientos partidarios o los plácemes de Sus Majestades de España. En el subsuelo patrio suceden dramas sin sofisticación: suenan las tripas por hambre y mueren niños mal nutridos, mal atendidos, por enfermedades que son curables. 
 También es poco probable que puedan acceder a la web de Chacho Alvarez en Internet o anotarse por carta en la flamante dirección postal del futuro movimiento de participación que promueve el ex vicepresidente. 
Además, Alvarez está convocando a ciudadanos y en los territorios de la exclusión sus millones de pobladores tampoco conservan esa identidad, que perdieron cuando fueron privados de los derechos elementales que garantiza la Constitución, regla de oro de la ciudadanía republicana, como trabajar, comer, educarse, habitar viviendas dignas, curarse o ser protegidos por la ley. Reducidos a la supervivencia más primaria, de la democracia saben que les ofrece, cada tanto, la oportunidad de hacerse de un par de zapatillas o de una bolsa del supermercado a cambio del voto en las urnas. Tal cual dice el graffiti anónimo que reprodujo en afiches la Cámara de Anunciantes: �Nadie nos hace caso, votemos por nadie�. Una síntesis cabal del fracaso de la política en proporcionar escenarios verdaderos para la representación popular.
Así es, son invisibles para los poderes institucionales y hasta para otras franjas de argentinos en tanto no abandonan los ghettos y escupen la bronca o la desesperación hacia la superficie, cortando rutas y quemando llantas, munidos con palos y piedras contra balas de goma (cuando no de plomo) y gases lacrimógenos. Aun en estas circunstancias, los políticos no dejan de lado las mezquinas chicanas del canibalismo partidario, como si la miseria fuera cuestión de jurisdicciones municipales, provinciales o nacionales, del gobernador peronista o de la ministro de la Alianza. Esto no es una crítica a las instituciones de la democracia, sino una denuncia contra la humillante injusticia social. Son sus víctimas las que cortan las rutas en La Matanza, la zona con mayor densidad demográfica del país, Chaco o Jujuy, por citar los casos más recientes. 
Sepa el gobernador Angel Rozas del Chaco, quien ayer acusó a �la politiquería comunista� por enancarse en la protesta de verdaderos desocupados, lo mismo que deberían saber otros políticos que imaginan conjuras sombrías: ojalá la izquierda política tuviera la fuerza y la influencia que les atribuyen en lugar de las sectas minoritarias que pretenden representar ese pensamiento. En ese caso, no habría que envidiar de lejos la reciente performance electoral del PT brasileño y, tal vez, la cultura política nacional que demanda Chacho Alvarez hubiera alcanzado otras cualidades distintas a la actual repetición monótona del ciclo esperanza-elección-decepción. 
Con izquierda y derecha en legítimo equilibrio, podría desahogarse la presión social a través de un canal legítimo que la conecte con las cimas del poder y los conservadores tendrían un contrapeso que equipare la relación de fuerzas y liberaría a los demócratas centristas de la condición actual de rehenes de un programa único y continuo, que elimina las diferencias entre una y otra administración y las somete al implacable autoritarismo del ajuste perpetuo. Aquí y ahora el único �activismo� verdadero, para infortunio de tantos, es la imagen de un país sin futuro. ¿Cómo explicarles a los hambrientos que la riqueza nacional desaguará, a partir del 1º de enero, un millón de dólares por hora para cumplir con los acreedores externos? El desbalance es tan flagrante que no puede sino provocar desatinos, encender chispas de violencia, abrir brechas de rencor entre compatriotas, enconar a trabajadores con empresarios pequeños y medianos a pesar de que ninguna de esas partes tiene la responsabilidad por la decadencia, fomentar la corruptela y enviciar el sistema completo de representación. Los que se llaman jefes o líderes deberían repasar más a menudo las enseñanzas de la historia. Podrían encontrarse con definiciones como ésta: �Ese pueblo que dicen que me sigue en realidad me empuja�. La pronunció Jorge Eliazar Gaitán, asesinado en 1948 para acallarlo, pero a costa de incendiar Bogotá y lanzar a Colombia por una pendiente que hasta hoy no puede remontar.


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