Por Luis Bruschtein En el kilómetro 22 de la ruta 3, a la altura de Isidro Casanova, se acabó el espejismo de los celulares y de las cuatro por cuatro. Se acabó el discurso del fabuloso crecimiento y la copa que se derrama y empezó el país real con su corte de ruta en las puertas de la Capital. Son tres cuadras a partir de las vías del Ferrocarril General Belgrano que viene de Pompeya. Hay carpas improvisadas en las veredas, hombres reunidos alrededor de fogones, mujeres cocinando en grandes ollas y niños que juegan en el asfalto embarrado por la lluvia. El campamento se extiende por las calles laterales, algunas de tierra, en una zona de fábricas abandonadas, corralones y baldíos. Son imágenes duras de lo que se gestó en estos años. El campamento tiene tres días, muchos de los hombres casi no han dormido. �Un aplauso para la cocinera Julia que calentó el agua para todos�, reclama un altavoz, instalado en un escenario improvisado sobre tachos de basura pintados de colores, de espaldas a las vías. Son las seis de la tarde, la hora del mate. El cielo está gris y cae una llovizna impalpable que embarra la tierra y moja la ropa sin que uno se de cuenta. Luis D�Elía, dirigente de la Central de los Trabajadores Argentinos (CTA), y titular de la Federación de Trabajadores por la Tierra, la Vivienda y el Hábitat, va de carpa en carpa, habla con la gente, los periodistas le hacen preguntas. Está pendiente de la negociación y las preguntas apuntan en ese sentido. Dos matronas canosas que cargan bolsas de feria le preguntan por la gente de su barrio. D�Elía les dice que están �entre las carpitas�, aunque no sabe bien dónde. �Es que les traemos tortas fritas� explica una con gruesos anteojos. Se acercan tres hombres que lo saludan animosamente. �Nos conocimos el año pasado cuando fue el problema de la luz�, recuerda. Hay grandes carteles de la CTA y de la Federación. También de la Corriente Clasista y Combativa (CCC) que aportó un contingente importante. Hay otros carteles de la corriente sindical Primero de Mayo y de SUTEBA de La Matanza y varios que piden la libertad de Raúl Castells. Uno de los organizadores aclara que no quisieron propaganda de los partidos y explica que hablaron con la gente para controlar el consumo de vino y cerveza. En el suelo hay envases vacíos de gaseosas y agua pero no se ven botellas ni cartones de tetrabric. Sobre el gran paredón de un molino de harina cerrado hace varios años hay varias carpitas hechas con pedazos de nylon, lonas de camiones, maderas y hasta carteles de propaganda. Bajo una de ellas hay tres hombres calentando agua. Tienen historias parecidas. Arnoldo Bustamante fue catorce años obrero metalúrgico hasta que en el �93 cerró la fábrica donde trabajaba. �Nos quedamos en la calle, la empresa se fue a Brasil y ahora dicen que volvió a instalarse en San Martín.� Antonio Blasco fue 20 años obrero metalúrgico y 16 de ellos delegado gremial en una fábrica de autopartes que cerró en el �98. �Yo tengo trabajo todavía, pero estamos colgando de un hilo �afirma Bernardo Vélez�, porque nuestra fábrica, de la empresa La Gasconia, está en convocatoria y lo único que falta es que baje el síndico para cerrarla�. Cuando llovió, el cuidador del molino les dio refugio en los grandes galpones abandonados. El corralón de la esquina les dio ladrillos para los fogones y otros comerciantes de los barrios se solidarizaron con leña, papas y alimentos. Dos chicos empiezan a hacer malabarismos con antorchas para entretener a la gente. No se animan a subir al escenario porque se mueve. �Esta noche la seguimos �dice el pibe, un morocho flaquito, cuando terminan� la seguimos con ustedes, siempre con el pueblo.� Pero los que han llegado a tener trabajo estable, como los metalúrgicos, son los menos. La mayoría viene de los barrios más pobres donde los trabajos han sido changas o empleos esporádicos que tampoco ya se dan. La gente abandona las carpitas y se concentra en la calle haciendo señas a un helicóptero de la policía: agitan banderas, ollas, sillas y palos hacia el cielo. �Si nos sacan de acá, la volvemos a hacer diez cuadras más allá� advierte un hombre. Por los altoparlantes pasan folklore y algunas parejas mayores se animan a bailar sobre la ruta. �Primero hacemos la comida para la gente del barrio �dice Julia, de los Altos de Isidro Casanova� y lo que sobra lo repartimos, pero necesitamos leche en polvo, azúcar, ayer nos quedaron 30 chicos sin leche.� Tiene 39 años, cinco hijos de los cinco a los 19 años y una nieta. �Hubo días que me dio vergüenza como madre por tener que decirles a mis hijos que no había comida para hacer.� Es una mujer de cara redonda y mejillas coloradas. �Queremos trabajo digno, nada más, yo no le hago asco si hay que limpiar, hombrear bolsas o palear, no le hago asco a nada.� Sobre las vías y tres cuadras más atrás, los piqueteros alimentan el fuego con neumáticos viejos. Las llamas y un espeso humo negro señalan el corte. Entre las columnas de humo están las carpitas con casi tres mil personas de los barrios más humildes de La Matanza que reclaman trabajo. Sobre uno de los paredones que protege al improvisado villorrio alguien escribió con letras blancas más grandes que una persona: �Maldita hambre�. Un paisaje del país que se ha gestado.
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