Por
Hilda Cabrera La
artista cordobesa Susana Palomas dejó la Argentina en 1976 para montar un
espectáculo en la ciudad peruana de Lima, y no regresó hasta 1985.
Escultora, escenógrafa y psicóloga dedicada al trabajo social, pensó
volver en aquellos lejanos setenta, pero desistió cuando tomó conciencia
de que la situación política era demasiado grave para apurar la vuelta.
Integraba entonces un grupo de titiriteros con el que recorrió Perú
hasta llegar, luego de un periplo de seis meses, al país en el que
actualmente reside. Palomas vive en Cuernavaca (México) y suma a sus
estudios conocimientos de teatro-danza y técnicas marionetísticas
adquiridos en Japón, teatro de sombras en Java y teatro-danza y máscaras
en Bali. Se conectó con el Odin Teatret, teatro-laboratorio fundado en
Holstebro (Dinamarca) por el director y teórico italiano Eugenio Barba, y
en México mismo desarrolló tareas junto a Bruno Bert (director argentino
y crítico de teatro), Guillermina Bravo, con quien experimentó la
aplicación de elementos de danza contemporánea a sus instalaciones, y la
directora Jesusa Rodríguez, a cuyo lado concretó varias obras, entre
otras una versión de la ópera Don Giovanni, llevada en gira por
Canadá y Estados Unidos.
Ahora en la Argentina (sólo por un breve período), Palomas
participa del ciclo "Las marcas de la cultura" que, coordinado
por Susana Riveros, viene desarrollándose en el Centro Cultural Ricardo
Rojas de la UBA. Su tarea es analizar, a través de un seminario, la
relación entre instalación y espacio escénico, y volcar la experiencia
que posee en materia de talleres con chicos de la calle (adolescentes de
entre 14 y 18 años), destinados (en México) a la realización de
esculturas y a su montaje en lugares públicos. Autora de seis libros, uno
de éstos "Cruzar el puente", donde propone trabajos de
interacción y rescate de la autoestima en chicos marginados, es becaria
del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca), de México,
dependiente del Conaculta (Consejo Nacional), y desarrolla actividades
comunitarias con adolescentes de ambos sexos y mujeres indígenas en
espacios que privilegian la convivencia, organización y costumbres, como
enumera Palomas, en diálogo con Página/12.
--¿Cómo es, en su caso, la búsqueda de nuevas escenografías?
--Cuando
se buscan escenografías, lo primero que se piensa es en los parques, pero
hay otros lugares interesantes donde crear formas originales de grupos
activos, como las iglesias o los hospitales. En esto, lo más difícil es
lidiar con las administraciones. En México, logramos que sólo en el área
de Coyoacán (de arquitectura colonial y rasgos pueblerinos) se dispongan
catorce espacios para hacer teatro.
--¿Cuál es su método de trabajo con los chicos de la calle?
--El punto de partida es la tarea grupal, y lo que resulta es el
producto de la subjetividad de los chicos, de sus capacidades y
limitaciones. Nuestros talleres son sencillos y bien concretos. Utilizamos
materiales diversos para crear expectativa y sorpresa (bronce, acrílico,
barro, madera...). Nos interesa mostrar cómo, a través del juego y de la
creatividad, el niño (o joven) puede salir adelante. Todos ellos vienen
de familias muy desorganizadas y necesitan afecto. En los últimos meses,
terminamos dos esculturas de tres metros de alto que fueron instaladas en
lugares públicos. Durante todo ese tiempo, la conducta de los alumnos fue
excepcional: se presentaban arregladitos, bañados...
--¿Es siempre así?
--Algunos
abandonan ese comportamiento. A veces se produce un cambio de actitud,
imprevisto, como un corte, y hay chicos que no vienen nunca más. Los
talleres terminan con menos jóvenes de los que entraron, pero siempre son
más los que se quedan. Nosotros les damos libertad para que sean ellos
los que elijan los temas, y, si podemos, complementamos sus esculturas con
una dramatización. La obra terminada queda en la calle, para que todos
puedan verla. Es una manera, creo, de darles la palabra.
--¿Las mujeres se conectan más que los varones?
--No, pero cuando se van, es por otros motivos. Algunas chicas
embarazadas participan con sus bebés. Saben que el espacio que les
ofrecemos está abierto, que se pueden quedar o irse. La idea es darles a
todos escolaridad y formarlos por medio del trabajo, que es técnico y artístico.
--¿Qué es lo más difícil de lograr?
--Poner límites, porque no los conocen. No se los enseñaron.
Igual que en lo afectivo, se relacionan a golpes, o gritos. Son chicos de
los que se ha abusado y sobre los que no deberíamos, como se hace,
proyectar nuestros miedos, imaginando que son todos delincuentes.
--¿Qué
sucede cuando acaba el taller?
--Ese es un momento muy duro, porque los talleres generan afectos.
Ellos son libres, nadie los obliga a quedarse, pero a veces algunos piden
seguir teniendo maestros. Son seres muy vulnerables pero también muy
fuertes, porque han podido romper con una familia que abusó de ellos y
los maltrató. Durante las conversaciones que tuve con gente que hace este
tipo de trabajos en Argentina encontré que hay actitudes parecidas. Todos
estos chicos quieren expresarse y lo hacen muy bien a través de las artes
plásticas, las dramatizaciones y la manipulación de títeres.
--¿Las palabras tienen la misma efectividad que los
objetos?
|